Estamos fondeados en Praia do Morro, Guarapari, en el estado de Espíritu Santo. Juan teje una red de protección alrededor del barco y Ulises juega con un balde lleno de mar. Es la primera mañana cuando se acerca y tira el ancla en nuestra popa un velero de acero, 40 pies, muy robusto y pintado de negro, con bandera francesa. Yves recala en esta bahía en su camino hacia el sur, más allá del Cabo de Hornos, por tercera vez en su vida. Con 60 años, camisola y pantalones blancos muy raídos, lentes para ver de cerca, y otros para ver de lejos, vive de viaje desde que terminó la construcción de su barco y cumplió la mayoría de edad. Después de cruzar unas palabras de cockpit a cockpit, nos invita a su barco; Ulises acepta dando saltos y nos vamos todos de viaje por la Polinesia, el Sudeste Asiático y las islas del Caribe, entre máscaras maoríes, tallas hindúes, libros ilustrados de plantas y peces, y una colección de caracoles muy raros.
El Wapiti tiene un francobordo bien alto y un interior austero: Yves navega y lee. Destaca especialmente la mesa de navegación, inmensa e inclinada como un tablero de arquitecto, que aún conserva cartas náuticas sepia, transportadores y un compás de punta seca. Todos los barcos tienen un espacio reservado para el estudio de la navegación, hasta los más modernos, un reducto nostálgico de cuando había que saber usar sextantes y pínulas, saber de logaritmos y trigonometría.
Yves dio dos vueltas al mundo sin GPS, pero ahora, para qué, si una tablet le resuelve todo, con la cartografía digital siempre actualizada, los pronósticos extendidos, la ubicación y los rumbos satelitales tan exactos. Su mesa de navegación está en desuso, como la nuestra.
El arte de navegar a vela es tan antiguo como la escritura. Pero en los años 90, la ubicación satelital precisa e inmediata brindada por el GPS revolucionó y democratizó la navegación.
El arte de navegar a vela es tan antiguo como la escritura, simple como un casco que flota y un paño de tela para cazar el viento. Primero se navegó con vista de costa y con las estrellas, usando solo los sentidos; luego se aplicaron las matemáticas y, con los ángulos, apareció el famoso "triángulo de la incertidumbre", con el que uno sabía que estaba en algún punto dentro de esos tres vértices; después llegaron el reloj y los husos horarios, que agregaron la dimensión longitudinal en los mapas. Y en los 90 fue la revolución total, el GPS, la ubicación satelital precisa e inmediata, un instrumento que democratizó la navegación y dejó muy atrás todo lo anterior. De Buenos Aires hasta acá, navegamos más de mil millas sin otro dispositivo que nuestros celulares: las cartas náuticas de todo Sudamérica y el Caribe nos costaron US$45.
La próxima revolución en el mar probablemente sea la misma que sucedió en tierra hace un par de décadas: internet para todos. La última pierna de Búzios a Guaraparí fueron dos días y dos noches de rachas fuertes y olas de hasta tres metros, amaneceres repletos de arcoíris, ballenas jorobadas y redes clandestinas de pescadores: una, de hecho, se nos enredó en la hélice y no nos dejó usar el motor por el resto del viaje. A partir de la hora número 2 no tuvimos acceso a internet, a los pronósticos, a los avisos de mal tiempo que publica la Marinha do Brasil en Facebook, a nuestra familia vía WhatsApp. La única forma de comunicación que tenemos en alta mar es a través de la radio VHF con barcos cercanos, o con un dispositivo satelital llamado Spot, que publica nuestras coordenadas en las redes de @el_barco_amarillo y envía un email con tres mensajes en función de sus tres botones: verde, "Navegando sin novedades"; amarillo, "Con problemas, pero sin necesidad de rescate", y rojo, que activa la búsqueda y rescate de manera urgente.
Todos estamos esperando que se democratice internet en el mar, pero, otra vez, tecnología mata misticismo, y tal vez se pierda una de las claves más románticas de la vida en el mar: el estar desconectado de todo menos de la naturaleza. Aristóteles dividía a los hombres en tres categorías: los vivos, los muertos y los que están en el mar. El día que llegue internet a las aguas más profundas, esa máxima milenaria quedará obsoleta, junto al resto de las tecnologías que llevamos hoy a bordo del Tangaroa 2.
La radio VHF
Es el principal medio de comunicación en el mar. Suplantó las señales de banderas y acústicas, y no difiere mucho del invento de Marconi en 1894. El canal 16 es de llamada y socorro; en general, nos encontramos ahí con barcos vecinos y luego pasamos a otro canal para liberarlo por emergencias. Por radio también se da el reporte del clima y se usa como un walkie-talkie, cambio y fuera. Seguí el viaje a través de Instagram @el_barco_amarillo o Facebook/Tangaroa2
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