AÑELO, Neuquén.– "Esto es Vaca Muerta". Juan Carlos Pais apunta con su mirada hacia un laberinto de tubos de acero instalado en medio del desierto. Gigante, colorida, parecida al museo Pompidou de París, la planta compresora de gas gime ruidosamente. El ingeniero, que supervisó obras faraónicas en distintas partes del mundo, siente un orgullo especial por esta. "Va a quedar en el tiempo. Deciles eso a los de Buenos Aires".
Esto es Vaca Muerta. Una roca hundida a tres mil metros de profundidad que se gestó en el período Jurásico y se extiende por debajo de Neuquén, parte de Mendoza, Río Negro y La Pampa. Ciento cincuenta millones de años se necesitaron para que el fondo del mar se convirtiera en el segundo reservorio de gas y el cuarto en petróleo no convencional del planeta. De los treinta mil kilómetros cuadrados que abarca, una superficie similar a la de Bélgica, solo se ha explotado en forma masiva el dos por ciento. Una joya enterrada. Entre válvulas que abren y cierran, trépanos que hurgan en las entrañas de la tierra vigilados por torres de cincuenta metros de altura implantadas en el medio de la nada, trabajan los hombres y mujeres que apuestan por Vaca Muerta. Son geólogos, ingenieros, petrofísicos, operarios contratados por empresas de servicios petroleros y los que duermen al costado de los pozos. Parte del engranaje humano que se esfuerza en extraer energía de las piedras.
Para llegar a la zona caliente de Vaca Muerta hay que tomar la ruta provincial 7 que une Neuquén con Añelo. Peligro. Alta tensión. Peligro. Inflamable. A la vera del camino, las advertencias son constantes. El ritmo es agitado y liderado por camiones monumentales cargados con cuatro volquetes, llevan agua y arena para hacer el fracking, la estimulación hidraúlica necesaria para fracturar la roca generadora que es Vaca Muerta. Al llegar a Añelo se observa una cruz blanca y una leyenda: "San Cayetano". Desde todas partes del mundo, solos o con sus familias, los peregrinos llegan hasta la capital del shale argentino siguiendo la ruta del oro negro. En busca de lo que no consiguen allá de donde vienen: trabajo y futuro.
A las 11 de la mañana, en la combi que se dirige al yacimiento Bajada del Palo, va rebotando junto al resto de su equipo Gastón Remy, el CEO de Vista Oil & Gas. El camino se vuelve de ripio y el polvo sube por los asientos traseros. Remy mira las bardas –las laderas neuquinas de bordes filosos– y dice que le encantan. Puede ser difícil convencer a los inversores de apostar por algo que está enterrado y no pueden ver, pero Remy tiene un arsenal de imágenes, números y proyecciones para hacer tentador lo invisible. Habla de la tierra agujereada como un queso gruyer y de torres de última generación que llegan separadas para luego armarse como Legos. Antes de comandar Vista Oil & Gas y mucho antes de ser presidente de Dow para Latinoamérica, Remy tuvo su primer trabajo en Neuquén vendiendo helados. Criado por una madre médica y un padre dentista, se define de corazón patagónico. "Si hay una historia de éxito y potencial en la Argentina, es esta", afirma el abogado, 45 años y tres hijos, que regresó a su lugar de pertenencia para apostar por el tesoro geológico del que nunca había escuchado hablar cuando era chico.
Al pisar el yacimiento de petróleo no convencional, comienza la transformación. Mamelucos, borceguíes, cascos, anteojos y guantes para todos. Nadie camina por Bajada del Palo sin overol. Gustavo Mariezcurrena escucha la charla de seguridad que da un compañero. Dos bocinas significan incendio. Si suena la alarma de emergencia, hay que mirar la manga de viento y caminar en dirección contraria. Las normas moldean la vida de Mariezcurrena. Esas reglas fueron escritas con sangre. Hace tiempo, perdió a un hombre de su equipo. Cayó de la torre a una altura de más de cuarenta metros. Mariezcurrena prefiere no recordar cosas que todavía duelen. Nacido y criado en Neuquén, hace 24 años trabaja en el gremio. Hijo de padre petrolero, a los 7 años su papá lo llevó al yacimiento Loma La Lata y pisó un trailer por primera vez. Le gustó ver cómo la gente trabajaba para un lado, para el otro. Su papá insistía: "Tenés que estudiar para ser jefe". Hoy, Mariezcurrena es el que manda en boca de pozo, el company man, según el código petrolero.
Cuando entró en la zona de Vaca Muerta, allá por 2012, se dio cuenta de lo inmensa que era. El equipo perforador más grande; las herramientas más grandes. Había que empezar de cero. Entonces trabajaba para YPF, con muchos de los que ahora lo acompañan en Vista. Era su oportunidad para aprender de perforación. Así que dejó Mendoza, donde estaba más tranquilo dedicado a la terminación de pozos, y pasó a esmerarse en perforar Vaca Muerta. "No sabés qué vas a encontrar cuando entrás a una zona de gas, la última parte, la de producción. Tenés que estar pendiente de las zonas bravas".
Mariezcurrena, 43 años, ojos castaños y piel curtida por el sol y el viento patagónico, regresa siempre al adjetivo bravo. Al explicar la atención que exige el pozo, dice que cada uno es distinto. Los compara con un hijo. Hay que cuidarlos noche y día. El pozo no descansa. La jornada se divide en dos y son dos los jefes en el yacimiento, pero ante una complicación –la cosa se puede poner brava– aflora el compañerismo y se olvidan las pocas horas de sueño. Después de dos décadas en el petróleo, el company man sabe cuánto cambió el trabajo. "Antes no interesaba si sabías leer y escribir. Nadie te preguntaba. Lo único que importaba era si le dabas para delante. Si te decían tenés que tirarte ahí, vos te tirabas. Ese era el bueno. El que iba a ascender". Él era el bueno y tiene tres hernias de disco. Acá se trabaja. Con viento, lluvia, barro y nieve. No existe el no. Si te toca el turno de noche, estás las doce horas despierto mientras todo el mundo descansa. "Hay gente que no sabe lo que es trabajar en el petróleo. No conoce lo que hacemos".
Un incentivo fuerte al momento de apostar por Vaca Muerta fue la cercanía con la familia. Ahora está a dos horas en auto. En Cipolletti lo esperan su mujer y la menor de sus seis hijas. Pasa junto a ellas siete días y luego vuelve otros tantos al pozo, donde su hogar es un trailer. "Es un desafío trabajar en Vaca Muerta. Yo quería ser parte de lo que va a ser furor para la producción del país y del proyecto que nos puede sacar adelante".
El entusiasmo es contagioso en Vista Oil & Gas. Para Gastón Remy, el desafío implicó dejar de mirar el partido desde la platea y comenzar a jugarlo en la cancha: ser protagonista. "Nuestra generación tiene una responsabilidad enorme de hacer las cosas de manera diferente y de provocar un cambio que trascienda al gobierno de turno".
Remy ya fue un actor clave seis años atrás. Cuando era presidente de Dow para el Cono Sur convenció a sus jefes de invertir en Vaca Muerta junto a YPF. Así nacía El Orejano, que generó la producción de gas no convencional más grande del mundo fuera de los Estados Unidos. El abogado ahora apuesta a que Vista Oil & Gas, presidida por Miguel Galuccio, triplique su producción en los próximos cinco años. Ese plan incluye la perforación de más de 150 pozos que requerirán una inversión de más de dos mil millones de dólares.
"Si a nosotros nos va bien, hay mucho capital listo para venir a la Argentina. Hoy por hoy, los frena la volatilidad y el no conocer. Pero el potencial es enorme. Ese tipo de capital de fondos está listo para ser canalizado y lo que se necesita es un líder del malón. Es la mayor oportunidad de generación de empleos y de inversiones que tiene la Argentina y la más importante de toda América Latina. Y puede ser realmente transformadora del país si logramos hacerlo bien", dice Remy.
* * *
La pierna derecha de José María Viramonte se mueve con un tic nervioso. En la flamante sala de geonavegación de YPF, mientras habla por teléfono, el talón del geólogo sube y baja sin rozar el suelo. Viramonte tiene 39 años y vigila la perforación a kilómetros de distancia. No está conforme con la curva que se dibuja en su pantalla. "Se me pararon los pelos", advierte, con clara tonada salteña, al que maneja el taladro en el set de Aguada de la Arena. "Es del target –el objetivo– para abajo. Rompé todo", ordena.
En la sala, empapelada de pantallas grandes y chicas, se esfuerzan tres hombres provenientes de diferentes disciplinas como la geología, geofísica, petrofísica y perforación. El objetivo: que el trépano llegue al sweet spot, ahí donde podrán sacarle más jugo (gas y petróleo) a la roca. Aunque la formación geológica mide 400 metros de espesor, quieren aterrizar en la mejor zona, la de mayor contenido orgánico. El monitoreo es constante y cansador. Los ojos de Viramonte, abrazado al termo en busca de agua para el mate, están rojos. La sala de geonavegación está encendida las 24 horas. "Hay que tener al menos diez años de experiencia para estar sentado acá", aclara el jefe de la sala, Fabricio Lima da Silva, brasileño, de 42 años, que trabajó en distintas partes del mundo.
Cuando tenía 13 años Viramonte acompañaba a su padre en las campañas al norte. El hombre, también geólogo, investigador superior del Conicet especializado en vulcanología, le enseñó el oficio. En esos viajes de diez horas el padre charlaba con sus colegas sobre cosas fascinantes que habían sucedido hace quinientos millones de años. Él escuchaba. Trataba de imaginarlo todo. "Los geólogos son como los médicos forenses de la evolución de la tierra", compara Viramonte, dedicado a la investigación de la edad de las rocas hasta que nació su primer hijo, en 2008. Entonces, surgió la posibilidad de trabajar en Schlumberger, una de las compañías de servicios petroleros más importantes del mundo. La aprovechó. Su tarea era la de posicionamiento de pozos. La travesía empezó por Neuquén, luego dos años en Bogotá y tres en Quito, hasta el último destino, Puerto La Cruz, en Venezuela. Con su mujer y sus dos primeros hijos –luego vendrían otros dos– comenzaron a viajar. "Era algo nuevo y siempre habíamos tenido esa búsqueda de conocer", dice el salteño, ahora instalado en Neuquén. Cuando le ofrecieron regresar al país y trabajar en YPF no lo dudó. "Era el sueño del pibe". Siempre había trabajado en empresas de servicios, pero ahora podía ser el dueño de toda la información.
"Vaca Muerta es el desafío más grande para los profesionales que trabajamos acá. A nivel país, estoy convencido de que va a ser la que cambie la matriz energética. Todo indica que sí. Es algo que se está gestando y es no convencional. Tenés todo para hacer. Es un boom que se abre. Es recontraatrapante", se entusiasma el geólogo.
Viramonte detalla las particularidades de Vaca Muerta: "Es una pelita –una roca– que se llama shale. Es no convencional porque siempre la producción de petróleo se realizó a partir de rocas que son areniscas, arenas. Una roca porosa y, al mismo tiempo, permeable. En los poros que se forman entre los granos hay un espacio vacío donde se aloja el fluido. Vos pinchás ahí y el fluido sale de una. Lo que tiene Vaca Muerta es shale. No es permeable porque los poros no están conectados. Podés pinchar, pero no va a pasar nada porque los poros no están conectados entre sí. Tenés que fracturar. Es no convencional y eso cambia todo: desde cómo se perfora a cómo se estudia desde el punto de vista petrofísico".
Los geonavegadores, como Viramonte, trabajan bajo presión. Pueden tardar veinte días en perforar el pozo entero. Con los datos que les llegan en tiempo real, se toman las decisiones. Treinta metros por hora es la velocidad ideal con la que perfora el trépano, la punta del taladro. Todo es optimización en la mente de los geonavegadores. Viramonte lo sabe: hay que estar alerta porque los cambios son en tiempo real. "Todo –chasquea los dedos– es en el momento".
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La puerta del company man Mauro Sosa nunca termina de cerrarse. Tiene 28 años, es salteño nacido en Tartagal y el encargado durante catorce días seguidos de llevar adelante la operación en el yacimiento Fortín de Piedra, de Tecpetrol, el brazo energético de Techint. En este momento, están perforando a cinco mil metros de profundidad. Sentado en su tráiler blanco, mira la pantalla que muestra todos los parámetros dentro del pozo. Un hombre de mameluco naranja –distinto de la marea de azules– se acerca y le pregunta por la inclinación de la perforación. Se llama Antonio de Jesús Bernabé y es de Veracruz, México. Acepta un mate mientras espera la respuesta. Sosa clava la vista en los datos. Sus ojos dentro del pozo.
Aquí el ingeniero en perforación convive con cuarenta personas y con siete compañías de servicio. Los riesgos son altos. El más puntual es la presión en boca de pozo y el manipuleo de las llaves. Una de las situaciones de mayor adrenalina la vivió navegando por Vaca Muerta en zonas altamente presurizadas. No acostumbrado a trabajar con tanta presión en superficie, pudo ver una llama de veinte metros quemando con fuerza. En segundos tuvo que reunir a la gente y poner en marcha un plan de control. "Fue impresionante", asegura.
Otra interrupción. Se abre la puerta del tráiler.
–Una pregunta: ¿la densidad la vamos a empezar a levantar a 1720?
–Sí, a 1720, confirma Sosa, sin un asomo de duda en su voz. Aunque un error aquí, como en la sala de geonavegadores, puede enterrar millones de dólares.
Para María Ximena Díaz, ingeniera en petróleo de 26 años, la sensación de estar en Vaca Muerta es la de estar en el momento y el lugar indicados. Trabaja dentro del programa de jóvenes profesionales de Tecpetrol y es compañera de Sosa. En la cara fresca de Díaz se dibuja una sonrisa. "Recién salgo de la universidad y esta experiencia es impagable". Cuando se despierta, nunca sabe lo que puede pasar. Le gusta esa incertidumbre y tener que organizarla. Díaz también duerme en boca de pozo y le encanta su tráiler. "Es como un departamento. Tiene de todo". Tampoco le molesta usar el mameluco, pero le costó bastante convencer a su mamá. ¿Ahí vas a estar?, le preguntaba aterrada. "Es por el prejuicio de que el campo es hostil", dice, y enseguida aclara: "Todos me respetan muchísimo. La industria se está aggiornando, cada vez hay más mujeres y todos se manejan mejor cuando estamos presentes. Cada mañana, en el pozo, te abren la puerta y te dejan pasar primero". Dice que en Neuquén todos son conscientes de la importancia de Vaca Muerta. "De alguna forma, todos se ven afectados por ella. En Buenos Aires, en cambio, te dicen: ¿y qué tal esa Vaca Muerta?".
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"Logarítmico". Así define el crecimiento de la producción en Fortín de Piedra el jefe de Sistemas y Comunicaciones de Vaca Muerta. Pablo Escudero vivió los últimos meses bajo presión. Pero no de la que hablan los ingenieros en perforación. "Cuando llegó este crecimiento –se refiere a los once millones de metros cúbicos de gas que actualmente producen por día– fue una locura de trabajo". Escudero tiene 33 años, es de Monte Grande, y se mudó a Neuquén junto con su mujer, Sofía Iturrioz. Ella es de Cañuelas, tiene 28 años y es analista de sistemas en la misma empresa. Se conocieron en el trabajo, se casaron en 2016 y se mudaron a Neuquén. "Cuando me ofrecieron venir, tuve que blanquear mi relación con ella. Yo quería venir, pero con ella", aclara Escudero.
Una apuesta completa. El enorme desafío de empezar de nuevo sin la familia ni los amigos de siempre. "Fue más fácil por la gente con la que nos encontramos. En Neuquén hay muchas personas que están en la misma situación que uno. Jóvenes que vinieron a trabajar", describe Iturrioz, que desarrolla aplicaciones para hacer todo de manera más eficiente y lleva el mameluco como si fuera un elegante mono azul. Su marido es el encargado de la infraestructura y de las comunicaciones en la Cuenca Neuquina y Vaca Muerta. Cuando las cosas funcionan bien nadie les dice nada; cuando funciona mal, todos los retan. "Vemos las noticias en la televisión y nos genera mucho orgullo haber trabajado cada uno, desde su lugar, para que saliera adelante. Tuvimos que cambiar el paradigma del pensamiento. Estábamos acostumbrados a trabajar más de a poco y, de repente, vino Vaca Muerta con todo", dice Iturrioz.
A las 20, el company man Sosa se encandila con la torre de perforación iluminada. Las noches pueden ser solitarias en el pozo. Es su tercer día de guardia. Le faltan otros once para volver a Salta, donde lo espera su novia, maestra jardinera. Siempre se extraña a la familia, pero está feliz con su elección. "Hay tanto por aprender en el yacimiento. Es fantástico poder trabajar con tecnología de punta y haber superado nuestros objetivos. Es un orgullo para mí estar desde el inicio en un proyecto tan grande y darle para adelante".
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Un punto azul en la ruta provincial 17. Es Gustavo Espinoza y camina entre columnas de polvo. Avanza tragando tierra. Acepta subirse al auto y un trago de agua fresca. Mameluco, bolso negro, barba candado y anteojos de sol. Espinoza tiene 38 años y está listo para comenzar a trabajar. Hasta hace poco se dedicaba al fruticultivo, pero como tantos en busca de un mejor porvenir, dejó atrás sus jornadas de tractorista en la chacra para lanzarse al rubro petrolero. Recuerda cuando Añelo era un pueblito de paso para cargar agua caliente y comprar masitas. Al llegar a su casa, mira hacia la ruta. El desfile interminable de camiones. "Si no llueve, a la tarde, es peor. Todo se hace una nube". Esa nube de polvo es símbolo de la actividad pujante en este paraje de tierra árida. Es esperanza.
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