Necesitaba volar lejos, de cierta forma morir y volver a nacer...
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Carlos Diaz-Calvi suele decir que el pecado lo cometieron sus abuelos. Allá, por los años ochenta, le obsequiaban libros y fascículos de geografía con mapas de las diversas regiones del planeta que lo tenían completamente fascinado. “Y a la par leía a Julio Verne y a Salgari, quienes se encargaron de llevarme de viaje con la imaginación y dejar que en mí creciera la certeza de que algún día saldría a explorar el mundo”, cuenta sonriente.
Con sacrificio, sus padres se esmeraron en brindarle todas las herramientas posibles para que en el futuro pudiera valerse por sí mismo, tenían la convicción de que, con esfuerzo y sin fórmulas mágicas, Carlos podría lograr todo aquello que se propusiera. "Y me obligaron a estudiar inglés dentro y fuera de la escuela, lo que en el futuro me abrió muchas puertas".
Fue hacia finales de los noventa, mientras terminaba de cursar su carrera de ingeniería en Sistemas y pasaba el resto de las horas en un empleo mal pago, que Carlos comenzó a sentirse muy infeliz. Trabajaba mucho, vivía solo, pero no le alcanzaba, y el panorama desmejoró drásticamente con la muerte de su mejor amigo y la de su padre poco tiempo después. "Aún tenía muchos sueños y las circunstancias me llevaron a sentir que debía empezar de nuevo en otro lado. Eché la culpa a Corrientes de una situación personal insostenible", recuerda.
El joven pensó en irse a Buenos Aires o a Córdoba, pero intuyó que si elegía un lugar en Argentina siempre tendría la tentación de tomar el "Plan B", volver a Corrientes. Necesitaba volar lejos, de cierta forma morir y volver a nacer. "En las decisiones siempre hay algo que se pierde y algo que se gana. A veces tenemos que confiar en nuestras corazonadas".
Hacia una nueva vida
Carlos todavía mantiene vivo el recuerdo de su madre antes de la partida. Ella siempre había sido fuerte, lo había alentado y jamás le recriminó que la haya dejado, quizás, en su momento de mayor vulnerabilidad. "Ese sacrificio fue el gran regalo que hizo para darme alas y dejarme volar. Permitirme descubrir mis fuerzas y debilidades. Mi hermana fue siempre otro gran pilar", expresa emocionado.
Despedirse de los amigos no fue sencillo. En ellos, Carlos develó nuevas facetas y entendió que ubicaban sus emociones en relación a sus circunstancias. Sabía que, tarde o temprano, el trabajo, formar una familia y pelear por una vida digna bifurcaría de todos modos los caminos de cada uno de ellos; debía priorizar sus sueños, y no aferrarse a la idea de un presente ya pasado, que de por sí cambiaría.
Pero aun a pesar de la racionalidad en sus pensamientos dejar Corrientes resultó dramático. Carlos se iba sin papeles, con un pasaje de ida, sin dinero ni certezas de cuándo volvería a ver a su madre y a su hermana. "Fue trágico", rememora, "No tenía suficiente para irme a Buenos Aires en avión así que la despedida fue en la terminal de ómnibus de Corrientes. Lloré mucho todo el camino, la gente al lado mío me miraba extrañada".
Sumergido en aquel mar de emociones encontradas, Carlos arribó a Europa y comenzó a vivir su propia gran aventura que lo llevaría a recorrer varios países como mochilero. En su camino conoció a un irlandés, que lo convenció de que su inglés era lo suficientemente bueno como para probar suerte en Dublín en lugar de España. "Y es lo que hice, estuve preso una hora por no tener el dinero para un pasaje de vuelta, pero a los tres días estaba trabajando como Jefe de Sistemas y con un buen sueldo. Mi madre, la pobre, no me creía, pensaba que lo había inventado para no preocuparla, pero que seguro estaba durmiendo bajo un puente. Lo primero que hice con la plata fue gastarla en un viaje relámpago de dos días a Buenos Aires para encontrarme con ella y que volviera a respirar".
A Carlos, su profesión lo llevó a vivir cinco años en Irlanda, otros cuatro en España, y otros cinco más en Holanda (ya casado con su mujer Cielo, también correntina). En todo ese tiempo jamás imaginó que su travesía lo conduciría a un territorio con el que nunca había soñado: Texas, Estados Unidos; un lugar que hoy, y desde hace ocho años, es su hogar.
Un destino inesperado
Muchos años atrás, durante una entrevista por el lanzamiento de una de las diez novelas publicadas (la mayoría de ficción histórica; dos de ellas fueron elegidas por Ernesto Sábato entre las diez mejores de Argentina en 2006), Carlos aseguró que Estados Unidos era el último país en el que le gustaría vivir. "Pero como pasa con todos nuestros prejuicios y generalizaciones, estaba equivocado. Generalizar nos sirve a los seres humanos para ahorrar energía a fin de no tener que procesarlo todo, pero es injusto".
Sus certezas cambiaron el día en el que el matrimonio decidió aceptar una oferta laboral para vivir en Texas. Seguros de que llegarían a una región menos desarrollada que la holandesa, cargada de recelos y tradiciones ultra conservadoras, la realidad los sorprendió. "Muy por el contrario, nos encontramos con una que -con matices- nos recibió con los brazos abiertos, calidez e interés".
Dispuestos a enriquecerse con aquel nuevo comienzo se instalaron en una ciudad llamada Tomball, vecina a The Woodlands, una comunidad satélite ubicada a cuarenta minutos al norte de Houston. Allí se encontraron con un espacio caracterizado por su belleza, tranquilidad, sus casas de película, y sus inmensos parques y canchas de golf. "No toda la zona de Houston es tan bonita", admite, "De cierta forma es una mentira, pero también es una realidad de cientos de miles de clase media en una sociedad en donde todos pueden comprar su casa y necesitan – por ausencia de transporte público – dos o tres coches por familia".
Impactos y costumbres
Uno de los primeros impactos lo trajo el clima. Después de tantos años en Europa, Carlos solo había experimentado tanto calor y humedad en sus visitas a Cádiz y a Singapur. "O Corrientes, claro. Estábamos preparados, pero no lo esperábamos así", ríe.
Así mismo, se asombraron al ver tantas camionetas gigantescas circulando por doquier y casas de gran tamaño en cada uno de los barrios. “Hay un dicho que dice que `todo es más grande en Texas´. Y es así, salvo por Alaska, es el estado continental más grande de Estados Unidos. Tiene su propia grilla energética, independiente del resto del país. Se tarda doce horas en cruzarlo de punta a punta en cualquier dirección. Es más grande que cualquier país de Europa occidental”, observa al respecto, “Se construyen de tres a cuatro casas por semana y, por el mismo monto que nos costaba alquilar un departamento chiquito cerca de Ámsterdam, aquí se consiguen casas de cinco o seis habitaciones y tres baños, con patios enormes. Llaman la atención los garajes, también amplios, siempre llenos de cosas. Este es un lugar del mundo donde uno puede acumular experiencias, pero por sobre todo uno puede rápidamente acumular cosas. Recuerdo que nos apuramos para aprovechar las ofertas y tardamos meses en darnos cuenta de que solo era una trampa. Las rebajas están todo el año y por la excusa más tonta”, continúa.
Y las armas, botas vaqueras, bares y escorpiones que la familia esperaba encontrar en su paisaje cotidiano, existían y, sin embargo, pronto comprendieron que se trataba, ante todo, de una imagen para el turista. En el día a día, hallaron en Texas a un estado que le hace honor a su mote de amistoso: "Todos son bienvenidos con una sonrisa en el supermercado y tiendas. La cultura de la hospitalidad sureña se respira en cada esquina. Y sí, es una sociedad conservadora, con especial hincapié en las libertades individuales de hacer lo que a uno se le ocurra y tener el derecho a la propiedad. También es religiosa, pero sin meterse en lo que realmente la otra persona crea o deje de creer. Y, salvo mis amigos argentinos, todo el resto de la gente con la que trato tienen armas en sus casas o en el coche. Depende del círculo social en el que uno se maneje esto puede ser más o menos inquietante", suspira.
Oportunidades y desarrollo personal
El ingeniero había arribado a Texas con trabajo y, sin embargo, comprendió que la vida allí traía ciertas dificultades claras, asociadas a las carencias de algunas redes de contención y asistencialismos característicos de otros destinos en el mundo. Descuidarse en mantener la competitividad laboral no era una opción; ante él emergió una comunidad acostumbrada a trabajar muchas horas, con escasas vacaciones que había que ganarse con el tiempo. "Pero el esfuerzo es premiado con estabilidad, con crédito y con confianza", asegura "El que realmente tiene ganas de trabajar y salir adelante tiene todo para lograrlo. El gobierno no pone ningún obstáculo, los remueve. Es la tierra fértil ideal para el emprendedor. Lástima que yo no tenga tantas buenas ideas, pero no dejo de sorprenderme de las historias de superación, ni de la cantidad de inventos innecesarios que hay, pero que se venden, y promueven la economía".
Así, Carlos descubrió que en el área de Texas se respiraba una atmósfera de movilidad laboral frenética, con muy poco desempleo, lo que implicaba que tuviera que permanecer siempre alerta y consciente de que, a cualquiera, y por los más diversos motivos, lo podrían echar en cualquier momento. "Esto lleva a que la gente cambie mucho de empleo, y se mude de una casa a otra. Nadie vive en un lugar más de diez a quince años, todo es muy dinámico, fluido y desapegado en ese aspecto", afirma, "La mayoría de nosotros estamos, lo que se dice, a voluntad. Podemos trabajar veinte años en una empresa y, de una semana a la otra, te dan una caja de cartón, juntas tus cosas y tenés que irte. Pero también, como contracara, los empleados podemos irnos sin previo aviso. Todo el sistema hace que en general se trabaje con eficiencia, atentos y sin dormirnos en los laureles. Los argentinos en Texas son muy eficientes, extremadamente capacitados y reconocidos por su trabajo".
En sus comienzos, Carlos reportaba a personas reconocidas en el rubro de la tecnología (hoy se desempeña como Director de Proyectos Estratégicos). El acceso a personas de peso lo impulsaron a superarse a sí mismo en todos los aspectos posibles. "Desde que llegué aquí pude terminar dos novelas, dar conferencias y volví a dibujar. En este ámbito entendí que la vida es una sola; creo que debemos desarrollar nuestros pasatiempos e inquietudes al máximo".
Luego, durante el tercero y cuarto año, tuvo que volar de lunes a viernes de Houston a Connecticut (la distancia que separa Corrientes de Ushuaia), un hecho que lo llevó a perderse de preciosos momentos junto a su mujer y sus hijos, a fin de garantizarles un mejor futuro. "Se trataba de gestionar proyectos estratégicos en el fondo de inversión más grande del mundo, y la green card estaba en juego. Después de tanta mudanza la familia estaba cómoda en Texas y entendí que era el momento de sacrificarme un poco, a veces tenemos que salir de la zona de confort, por algo mejor. Nada es gratis. Por otro lado, no podría haber hecho lo que hice sin el apoyo de mi mujer, Cielo Spilere, que aun siendo profesional y haber hecho lo imposible por terminar su carrera, la dejó de lado momentáneamente para apoyarme. Ella me hace mejor persona, los sacrificios son compartidos", reflexiona hoy.
Calidad de vida, calidad humana
Algunos de los prejuicios iniciales del matrimonio estaban relacionados a la educación y la salud, pero con la experiencia y el pasar de los años, comprobaron que la escuela pública era muy buena y que la asistencia médica, si bien podía resultar cara para quien carecía de seguro, no privaba a nadie de ser atendido en caso de emergencias, con o sin seguro. "Nosotros tuvimos nuestro segundo bebé aquí y pagamos muy poco por una atención cinco estrellas. No puedo decir mucho negativo sobre Texas, la calidad de vida es excelente, quizás le falta transporte público, lo que te obliga a manejar mucho y que todos tengan su coche. Pero uno se va acostumbrando".
Así mismo, Carlos y Cielo, padres de una hija argentino - holandesa y un hijo argentino - texano, formaron un grupo de amigos unido e insuperable integrado por varios argentinos. En sus asados semanales se pelean por todo, opinan de todo, pero, al final del día, retornan a sus hogares con la sensación de estar más livianos y con la alegría de saber que tienen en quién confiar.
"Somos un club de amistades imposibles, somos tribu. Todos ellos son exitosos en lo que hacen y uno, irremediablemente, aprende y se motiva a ser mejor. Siento que es muy importante rodearse de gente buena, ambiciosa e inspiradora, porque contagia. Con el huracán Harvey a un amigo del grupo se le inundó la casa, y al otro día estábamos todos ayudando a secar, quitar las cosas, como corresponde. Había vecinos solos esperando que el gobierno venga a ayudarlos. Nosotros, al ser argentinos, no esperamos nada, para eso están los amigos, para criticar, para darte empujones, pero también para sostenerte cuando estás a punto de caerte. Somos compañeros de viaje en un tren del que baja y sube gente en todas las estaciones. Por eso es importante aprovechar este momento que estamos juntos y acompañarnos".
Los regresos
Carlos es uno de aquellos emigrantes que vive pendiente de su tierra de origen. Para él, cada regreso trae consigo una alegría inmensa y un anhelo anticipado que lo lleva a soñar con el abrazo a su madre, su hermana y sus sobrinos. Sin embargo, en estos viajes siente que vive ciclos de ilusión por volver y de desazón ante las crisis generadas por los mismos ciclos.
"El reencuentro a veces es complejo. A veces, los que están allá creen que los que estamos afuera la tenemos más fácil. Pero no es tan así. Con mi mujer no tenemos madres, tías, abuelas, nadie que nos ayude a criar nuestros hijos. Somos los cuatro, nadie más, en las buenas y en las malas. Son noches sin dormir esperando una llamada de teléfono cuando algún pariente argentino tiene problemas de salud. Muchas cosas que no van a volver. Muchos `Que hubiera pasado si´ que se quedarán sin respuesta. Pero también puedo dar fe de todo lo que se crece yéndose lejos a empezar de nuevo, a morir y nacer de nuevo", dice conmovido.
"Y hay grietas. Es muy difícil opinar cuando uno está lejos, pero creo que tenemos tanto derecho como cualquier otro argentino. Porque también es nuestro futuro el que se define cuando hay una elección. Creo que el país se beneficiaría mucho si pudiera recibir la experiencia, las vivencias de quienes nos hemos ido. En mi caso, estoy ayudando a ser más efectivas a varias organizaciones. ¿Por qué no podría hacerlo en mí país? Las nuevas políticas podrían reconsiderar cómo reincorporarnos. Que las urgencias no tapen lo estratégico", continúa Carlos, quien volverá este noviembre a fundirse en un sinfín de abrazos, bañarse en las aguas del Paraná, pasear por la costanera y a hablarles a los universitarios en un par de conferencias para aportar desde sus vivencias y convicciones.
Los aprendizajes
Más de veinte años atrás, en un día que el Carlos de hoy recuerda como trágico, dramático y esperanzador, aquel Carlos de otra vida dejó su suelo natal muy triste. Ese joven deseaba morir y renacer, algo que primero creyó imposible. Sin embargo, una mañana entendió que, si realmente lo anhelamos, todos somos capaces de dejar ir lo que ya no queremos, transformarnos, reinventarnos y cambiar nuestro destino.
"Y en este camino aprendí que viajar es la mejor inversión que una persona puede hacer en la vida. Crecí más como persona en un mes de mochilero, hablando con gente de todos los colores, culturas y religiones, que en años leyendo libros y mirando películas. Destruyó todos mis preconceptos. ¡Cuán equivocado estaba entonces! ¡Cuán equivocado debo seguir estando en tantas cosas a mis 46 años!"
"Aprendí que la mayoría de la gente es buena, generosa, pero que lo malo tiene más prensa. Que esas miles de personas que cruzamos día a día tienen problemas muy parecidos a los nuestros y de cara a nosotros tienen los mismos miedos. Pero no somos un número y tenemos la oportunidad de cambiar el curso de nuestras vidas en cualquier momento. Yo lo hice a los 26 años, lo debería haber hecho antes, pero nunca es tarde para decir basta y empezar de nuevo. Aquellos que nos miran y critican tienen más miedos que nosotros, y el que no suma, no importa. Hay que vivir nuestra vida como si fuera una comedia romántica, creyendo en los finales felices, haciendo reír a los que nos rodean y compartiendo todo".
"Y la distancia me demostró que ese hilo rojo que me une a mi país, puede deshilacharse, a veces acortarse y otras hacerse infinito, pero jamás se va a romper. Como si ser argentinos fuera esa pelota hecha con bolsitas y medias con la que jugábamos al fútbol con papá: nos regalarán otras más lindas, pero ninguna igual. Por eso, yo, nosotros, los que estamos afuera, seguiremos mirando con la ñata junto al vidrio esperando la hora de poder volver y fundirnos en un abrazo fraternal".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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