"¿Será este, Sevilla, mi lugar en el mundo? No lo sé. Cualquier rincón podría transformarse en mi hogar, el tema es salir a descubrirlo", se dijo el argentino Marcelo Mazzina, al toparse con los primeros impactos cotidianos de aquella ciudad que había elegido para residir.
Sin dudas, la recepción de los sevillanos había sido excelente, sin embargo, adaptarse a ciertas cuestiones diarias resultó ser un desafío. Compartían idioma, por ejemplo, pero, aun así, hubo que incorporar un diccionario argentino - andaluz para comprender que la lavandina era lejía, el calamar, potón; las obleas, barquillos; que no se va al baño sino al servicio, y que mejor hablar de metros o minutos de distancia: "A un taxista le dije: `Voy acá, a quince cuadras´ y me respondió: `¿No te cuadra el auto? Está bien limpio, tío´", cuenta entre risas, al rememorar las impresiones iniciales.
Sí, como esposo, padre de cinco y con más de medio siglo vivido en la Argentina, para Marcelo volver a empezar después de los 50 parecía una locura, pero, ¿por qué no? Por supuesto que habían necesitado armarse de mucho coraje, pero se habían esforzado lo suficiente a lo largo de toda su vida como para sentirse libres y capaces de elegir la existencia que anhelaban, sin resignarse a un pasar con sabor a menos, en una Buenos Aires siempre querida.
Arriesgarlo todo en el viejo mundo: Sevilla, el sur también existe
Antes de España, Marcelo vivía en una Argentina que lo había visto crecer gracias a su trabajo incansable e imbatible, tal como le habían enseñado sus padres y abuelos, italianos y españoles. Hizo una carrera de docencia, pero se dedicó ante todo a las ventas y tuvo cargos gerenciales en diversas empresas porteñas, en un país impredecible que, sutilmente, le fue ahogando sus ganas y apagando las ilusiones.
En 2018, el argentino decidió darle fin a su trabajo en una multinacional de tecnología para darle una oportunidad diferente a su amada Buenos Aires: "Me capacité en Estados Unidos en energías renovables y decidí iniciar mi emprendimiento en esto que tanto me hacía feliz, sin embargo, las siguientes devaluaciones golpearon mi proyecto y tuve que optar por el cierre".
"¿Y si buscamos una oportunidad en el viejo mundo?", le sugirió un buen día Marcelo a Sandy, su amada esposa. Fue así que con su amigo, Rey, devenido en socio cordobés, decidieron montar un hostal, no sin antes prepararse para no pecar de improvisados: "Realizamos un curso de hotelería y visitamos Málaga, Marbella y Sevilla para analizar el mercado. En la capital de la región de Andalucía, encontramos que el crecimiento del turismo en el último año había sido del 30%", revela.
Una vez tomada la decisión, los eventos se sucedieron a una velocidad inaudita. En menos de un mes habían firmado contrato, luego Marcelo partió a España y más adelante se plegaron su mujer y dos de sus hijos: "Los cinco tienen más de 18 y los tres más grandes ya tenían sus vidas formadas en Buenos Aires. No fue fácil partir, pero a diferencia de mis abuelos, que emigraron y dejaron todo en Italia y España, yo tuve la suerte de quedarme con mi casa y tres de mis hijos en Argentina. Entonces no hubo una mudanza devastadora, solo partimos cada cual con una o dos valijas y un sentimiento repentino y extraño de tener dos hogares: CABA y Sevilla. Gracias a la accesibilidad de los vuelos y la alta conectividad de las redes sociales, hoy se puede".
Fue así que, tras tantos años dedicados a su país natal y al sector de ventas en importantes empresas, Marcelo partió hacia un nuevo comienzo para la segunda mitad de su vida. "El sur también existe en Europa", pensó a su llegada. "Hoy Sevilla tiene la oportunidad".
Historia por doquier, calles estrechas, y un impacto en cuerpo y alma
Con una dosis de adrenalina y mucha emoción, Marcelo arribó en la capital de Andalucía, atravesada de norte a sur por el río Guadalquivir, cuyas aguas navegaron Colón, Magallanes y Sebastián El Cano.
En su viaje de reconocimiento, el argentino ya había quedado impactado por el tamaño del casco antiguo de Sevilla, el segundo más grande de Europa después de Roma, así como por sus calles, tan estrechas: "La historia que se respira en su atmósfera es impresionante en cada esquina. Y algunos pasajes son tan angostos que, por ejemplo, a mis vecinos de enfrente los tengo a tres metros de distancia. Los primeros dos meses fue muy difícil tratar de llegar de un lugar a otro sin usar el GPS del celular".
Otro gran impacto en cuerpo y alma llegó de la mano del calor. En los meses de julio y agosto, Marcelo descubrió a qué se referían cuando decían el "horno de España". Con temperaturas de hasta 47 centígrados a las 19 y días donde el sol recién decide desaparecer a las 22, las rutinas se vieron alteradas: "Por este motivo los negocios cierran de 13 a 18 y luego permanecen abiertos hasta muy tarde", observa. "En el casco antiguo, el ayuntamiento (municipalidad) cuelga toldos extensos por las estrechas callecitas para tapar los rayos de sol en las peatonales".
Las primeras dificultades del lenguaje, con aquellas expresiones tan particulares y divertidas, de a poco comenzaron a menguar, en especial cuando el argentino pudo comprender que solían hablarle en diminutivo y que en el camino algunas letras quedaban olvidadas: "Algo tan sencillo como pescado, se transforma en pescaito".
Festejar a lo grande y jamás olvidar la basura en el piso
Con el paso de los meses, otras costumbres emergieron ante la mirada atenta y curiosa de Marcelo y su familia, ya acomodada. Pronto descubrieron los deliciosos aromas y sabores en el aire sevillano, provenientes del sinfín de bares de tapas, colmados de residentes y turistas atraídos por el popular hábito de "tapear". Y, en contraste a la creciente informalidad de Buenos Aires, la elegancia andaluza surgió evidente: mujeres con un estilo muy propio y hombres de saco para salir el domingo a pasear o asistir a misa.
"¡En Sevilla debe haber una iglesia cada tres o cuatro manzanas!", afirma Marcelo con una sonrisa. "También llaman la atención las tiendas y las farmacias, muchas muy antiguas, y los incontables negocios de ropa flamenca, donde un vestido no baja de los 200 euros".
"Son muy tradicionales, y tal vez la celebración más linda es la de la `noche vieja´ (Año Nuevo para nosotros): todo el mundo sale a la plaza principal del casco antiguo, muy formalmente vestidos los sevillanos, hombres de traje, mujeres de vestido largo, ¡con sus copas y sus doce uvas para el brindis de media noche!"
"También me sorprendió que, tanto la noche de Navidad como la de año viejo, todo el mundo está en la calle para festejar y, cuando se retiran, cada uno junta su basura que se cayó al piso para dejar todo limpio, tal como lo habían encontrado. Otro detalle, que no es menor, es que casi no ves policías en esas celebraciones".
Calidad de vida en Sevilla: ¿Una amabilidad perdida en Argentina?
Cuando su mirada de turista aún no se había desvanecido, pero las rutinas ya se habían incorporado, para Marcelo los recuerdos de la infancia emergieron, inevitables. Sevilla lo transportó a su infancia en Capital Federal, a su querido barrio de Belgrano.
"La persona que te vende el pan, o aquellas en las carnicerías o pescaderías, atienden su negocio hace varias generaciones. ¡Esto lo permite la estabilidad económica! Pero lo que más me sorprendió es que lo hacen con alegría y se esmeran por mostrarte o hacerte probar el pan del día con cebolla o queso, y te lo venden con orgullo y con una sonrisa, ahí descubrí que, tal vez, tenemos una imagen de la Argentina que en realidad perdimos, esa que habla acerca del buen trato y la calidad humana. Ya no es tan así".
"Y absolutamente nadie está apurado, nadie corre, no tocan bocina, se respira mucha tranquilidad y cordialidad en la ciudad de Sevilla. Un dato: cuando pisás la senda peatonal te respetan y te dejan pasar desde un colectivo hasta una moto o camión de basura", manifiesta pensativo. "Por otro lado, los precios son los mismos que hace tres años y el litro de leche cuesta más barato que en el país de las vacas. ¡Este punto sí que es increíble! Ahí veo la cantidad de impuestos que pagan en Argentina los productores hasta que llega a la góndola del supermercado, sumado a la fiebre de la inflación, que pareciera imparable. Antes de llegar, en Buenos Aires, con cinco hijos, mi mayor gasto fue el supermercado, más que las facultades o la prepaga".
"Acá observo que todo funciona, todo está limpio, la gente recicla hace más de veinticinco años, todo es seguro y tranquilo. Mi hija de 19 vuelve sola a la madrugada a casa y no siente miedo, eso también forma parte de la calidad de vida que vinimos a buscar por estas tierras", continúa Marcelo, quien finalmente inauguró San Isidoro Hostel Sevilla hace casi un año y con una muy buena recepción, luego opacada por el COVID-19, aunque, por fortuna, hoy ya operan entusiasmados y abiertos a recibir turistas de todo el mundo.
La ilusión argentina y las preguntas sin respuestas
Cada día, mientras atiende su hostal, Marcelo Mazzina lee el diario argentino online con tranquilidad y una innegable ilusión: en las noticias busca algo, algún indicio que lo impulse a decir ¡Ahora sí! ¡Regreso para allá!: "Entonces llega la tristeza, porque siento que nada pareciera cambiar", confiesa. "Y cuando vuelvo a pisar Ezeiza no puedo evitar que la sensación se profundice. Me apena que no podamos ofrecer un medio de transporte económico para salir del aeropuerto, y camino a la ciudad veo basura por todos lados, gente enloquecida, nerviosa, apurada, a los bocinazos, ¡podría ser distinto, pero no cambia!"
"En Sevilla, a veces me detengo a hablar con españoles emprendedores, en el banco, o con la cajera del supermercado, y no pueden entender la situación de la Argentina, la inflación, los corralitos, la inseguridad, y lo primero que te dicen es: ¿Tu abuela no era española? ¿O italiana? ¿Cómo llegaron a estar así? La Argentina es grande, tiene mar, montañas, cataratas, campos, energía de ríos y energía nuclear y tanto más. Sigo sin hallar las respuestas."
El camino para aprender y la fortuna de la libertad
Hoy, desde su nuevo emprendimiento en una Sevilla cada día más querida, Marcelo reflexiona acerca de su camino y comprende que, volver a empezar después de los 50, luego de más de veinte años de trabajo estable en multinacionales, es un desafío monumental que requiere dejar el miedo, tantas veces paralizante, atrás.
"No es fácil, no es para cobardes, ni tampoco para personas sin alma. Se necesita de mucha paciencia para planificarlo y de gran valor para comenzar el nuevo camino, más con una familia que por ahora quedó la mitad en Buenos Aires y la mitad en Sevilla", asegura.
"Dentro de los pequeños consejos que puedo brindar a mis hijos, amigos de mis hijos, amigos míos y a todo aquel que lo duda: ¡Viajen! ¡Viajen! ¡Viajen! Vean el mundo mientras sea posible. ¡Conozcan! Sientan, aprendan, y luego decidan. Llegar a tener la libertad de elegir tu lugar para vivir es impagable. Al final del camino cualquier rincón del mundo puede ser tu hogar. Siempre sentí que el reto está en develarlo y poder llegar a él. El planeta tierra te está esperando y hay que salir a descubrirlo. Como dice la película `Un lugar en el mundo´, el gran desafío es ese, encontrar tu lugar. ¿Yo? Yo todavía no lo encontré".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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