"Argentina es un país fantástico, tiene todo, es bellísimo, pero no es para mí, no puedo vivir allí". Mariela Davila lo manifiesta segura, aunque con un dejo de melancolía.
Desde niña, la mujer argentina solía caminar por las calles porteñas con la sensación de "no encajar"; ella, siempre tan organizada, necesitaba que las cosas funcionen y pronto supo que la incertidumbre formaría parte de su vida si permanecía en su tierra natal: "Tenía un trabajo excelente en un hotel y vivía bien en mi pequeño departamento; la verdad es que no necesitaba mudarme, pero quería hacerlo, entendí que, si deseaba progresar, debía dejar Argentina", rememora.
La oportunidad llegó en el 2003. Mariela recibió una oferta para trasladarse a Seattle, que aceptó casi sin dudarlo. Poco conocía de aquel lugar lejano en Estados Unidos, pero se dejó llevar por las palabras benévolas que le dedicó uno de sus gerentes, y aquella agradable sensación que le había transmitido la película Sleepless in Seattle:"También sabía que llovía mucho y que le decían `La ciudad esmeralda´".
Con un nombre tan bello, Mariela se sintió esperanzada.
Animarse a cambiar de profesión y de país: de Argentina a EE.UU.
Mariela creció en el seno de una familia que muchos llamarían tradicional, de clase media acomodada, compuesta por un padre al que ama y extraña a diario, y una madre amorosa, pero tan diferente a ella, que hizo que la vida se les complicara, poco a poco. Por otro lado, y como hija única, su prima, Tamy, se transformó en un equivalente a una hermana de sangre.
Siempre fue la niña buena, aplicada, con altas calificaciones escolares y que se esmeraba porque la quieran. En Mar de Ajó, donde su padre compró un terreno que se transformó en casa, quedaron los mejores recuerdos de su infancia y adolescencia argentina.
En sus años de escuela, Mariela aprendió inglés, y cuando fue tiempo de tomar decisiones de vida, optó por la carrera de Educación, seguida de años de docencia, para luego, sorpresivamente, volcarse a la hotelería: "Ese fue el momento en el que decidí dejar de enseñar y jugarme a hacer lo que siempre me había apasionado: conocer gente, diferentes culturas y viajar. Trabajé para los mejores hoteles en Argentina y fue así que se dio la oportunidad de mudarme a Estados Unidos".
Mariela jamás olvidará el día en que llegó la oferta. Tuvo que tomar la decisión en 24 horas, llamó a sus padres y, al comunicarlo, se hizo un largo silencio. "¿Cómo que te vas?", "¿Cuánto tiempo?", lanzó su madre. "¿Vas a decir algo vos o no vas a decir nada?", le dijo a continuación a su marido. El hombre, que se caracterizaba por sus pocas, pero justas palabras, enseguida supo que irse era lo mejor para su hija: "¿Qué querés que le diga? Tiene 36 años, es una mujer".
"Seattle queda como yendo a Canadá, a la izquierda, no es Washington DC, está en el Estado de Washington, como a dos horas de Vancouver", les explicó Mariela a sus amigos. "Y es una aclaración que todavía tengo que hacer", revela entre risas.
Tal vez, a quien más costó despedir fue a su querida Tamy. Ezeiza fue difícil: familia y amigas, también hermanas de la vida. A pesar de intentar no llorar, el dolor se sintió en el pecho, mientras pronunciaba un "Nos vemos pronto".
A Mariela nunca le gustaron las despedidas y tampoco imaginaba que al suelo argentino no retornaría en cinco años.
Seattle: respirar una atmósfera especial, crearse un crédito y la odisea de alquilar
La llegada a Seattle quedó grabada en su memoria. Un Mercedes del hotel la esperaba junto a un chofer por demás amable que le habló acerca de la ciudad en el camino: Le contó que está situada entre el lago Washington y la bahía conocida como Puget Sound, junto al océano Pacífico, y a 155 kilómetros de Canadá; que se trata de un importante centro cultural, educativo y económico de la región, y que cuenta con una rica historia, ya que se encuentra habitada desde hace 4000 años. Y, por supuesto, le dijo que la ciudad es famosa por ser la tierra natal de la música grunge, "el sonido de Seattle", y de bandas que impulsaron aquel movimiento a comienzos de los noventa, como Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice in Chains, entre tantos otros datos interesantes.
En aquella primera rápida travesía hasta su nuevo alojamiento, las calles no se presentaron pintorescas. Mariela observó las varias construcciones portuarias y depósitos y, así y todo, había algo especial en la atmósfera que la emocionó: sintió libertad. "Aunque durante el viaje me pasé repitiendo en mi cabeza: no abraces a la gente, no des besos, da la mano", cuenta con una gran sonrisa. "Al llegar, me esperaba una de las asistentes para darme la bienvenida. Muy americana, pero ante mi sorpresa me dio un abrazo, no de los fuertes como los que damos en Argentina, pero un abrazo al fin. ¡Me descolocó! ¡No supe qué hacer!"
En el hotel - su nuevo lugar de trabajo- vivió durante un mes. Fue en aquel período, que todas sus fantasías de viaje se desmoronaron. Había arribado con un contrato por tres años y un pasaje pago anual y, sin embargo, pronto comprendió que había aterrizado con muchas expectativas y poca información.
"Creo que la mayoría de las compañías no saben bien cómo manejar estos cambios y las leyes de inmigración. Dan lo mejor, pero no siempre sale todo como es esperado. Asimismo, nadie me asesoró en cómo empezar mi vida en otro país. Lo descubrí sola", expresa pensativa. "Creí que iba a llegar, firmar un par de papeles, ir a un banco, conseguir una tarjeta de crédito y salir a comprar todo lo que necesitara para mi departamento nuevo. ¡Grave error! Primero me ayudaron a conseguir mi Social Security. Ahí fui al banco, me abrieron una cuenta, deposité dinero y me dieron una tarjeta de débito. ¿Y la de crédito? No tenía crédito en el país y mi historial en Argentina no servía porque la mayoría eran extensiones de mi padre que yo pagaba rigurosamente. Lo máximo que logré fue que me dieran una por 600 dólares, que dejé como un fondo de seguridad y de la que podía gastar hasta esa suma. Al ir pagando a tiempo empecé a `crear´ un crédito".
Fue así que, en aquel comienzo, lograr alquilar fue un desafío; sin aval, hubo requisitos extra y Mariela descubrió que no les agradaba manejar efectivo. Gracias a su jefe, que ofreció darle un cheque para el depósito y dos meses de alquiler, encontró un nuevo lugar para vivir. Sus sueños de compras extra, por supuesto, quedaron aplazados. Tres meses después, tan solo contaba con una cama, un sofá, un pequeño televisor y una humilde biblioteca que alguien dejó al mudarse del edifico.
Horarios raros, mujeres solas en la barra y café para llevar en la "ciudad del café"
Su primer impacto vino de la mano de los horarios y la comida. ¡Todos desayunaban de forma suculenta, con huevos, fruta, panceta, cereales con leche y café! ¿Dónde estaban las tostadas? Mariela encontró unas sabrosas de pan negro y sus compañeros quedaron sorprendidos al ver que ella no les sumaba ninguna proteína. La cocina, por otro lado, cerraba a las 19:30. ¡Tan temprano!, y la argentina trataba de cenar lo más tarde posible.
"Algo que me llamó la atención al mudarme es que socializan con alcohol. En Argentina me juntaba con amigas a tomar café, pero acá, sobre todo los jóvenes, después de trabajar se juntaban a hacer un happy hour. Yo nunca había visto mujeres ir a un bar y sentarse solas a tomar y charlar con el bartender. Estoy hablando del 2003, tal vez ahora en Argentina es muy común. La primera vez que lo hice, mientras esperaba a una amiga, me pareció rarísimo, ahora me resulta muy normal".
"Adaptarme a los horarios fue complejo, para mí las 18 era mi hora de café, no de cena. ¡Ese es otro tema! Me sorprendí al ver que todo el mundo compra café para llevar. Para mí es un ritual para sentarse con un amigo a hablar o simplemente descansar, leer, llamar a alguien. Además, ¡Seattle es la ciudad del café! Acá empezó Starbucks y la verdad, ¡mi primer café me pareció horrible! Con los años encontré buenos sabores, pero igualmente prefiero hacer French Press en casa".
De gran pueblo a ciudad acelerada: ¿pérdida de la corrección política?
Allá, en la primera década del nuevo milenio, Seattle había surgido como un gran pueblo cosmopolita. Aún no se habían instalado las grandes empresas, los colectivos eran gratuitos en el tramo del Downtown, Mariela podía estacionar con facilidad, el tráfico fluía, y el ritmo de vida era más tranquilo.
"Todo cambió con la llegada de Amazon, Expedia, Google y tantas más", asegura. "Seattle es una ciudad multicultural y eso me encanta. Las compañías traen extranjeros a trabajar aquí, por lo tanto, a nivel restaurantes, por ejemplo, tenés todas las opciones para elegir".
"Es una ciudad cara para vivir, es necesario ganar bien para estar tranquilo", continúa. "Es muy segura y las casas suelen estar construidas con madera y techos que no son de teja como aquellos a los que estamos acostumbrados. Al principio me sorprendió ver que dejaban juguetes y cosas afuera y nadie las tocaba, y que los hogares, sin rejas, tenían numerosas flores en el frente, plantas y macetas, y que la gente las admiraba, no las robaba, cortaba o dañaba. Por suerte eso continúa, al menos en mi barrio", dice sonriente.
Con el paso de los años y la llegada de las grandes empresas, Mariela notó que, junto a la aceleración evidente, hubo costumbres que sufrieron algunos cambios, como las sonrisas por doquier y la corrección política extrema que tanto la había impactado al mudarse: "No quiero politizar, pero creo que el último gobierno también lo incentivó: el permiso a la intolerancia y el individualismo", reflexiona. "Pero, en general, los `gringos´ aquí son amigables, aunque les cuesta invitarte a la casa como hacemos nosotros, prefieren juntarse en un bar. Respetan tu espacio y es muy común que solo paguen lo que consumen, a diferencia de los argentinos, que solemos dividir por cantidad de personas. Pero como todos, cuando son tus amigos, lo son en serio".
"Algo que me fascina es que es una sociedad que cuida el medio ambiente, reciclan, compostan, respetan las leyes, y les enseñan a los niños todo esto. Son de disfrutar estar afuera y la naturaleza acá permite ir a lagos o ríos, hacer actividades acuáticas, subir montañas y esquiar en invierno. En Seattle encontrás mucha gente que se cuida físicamente, come orgánico, hace deportes, en contraste con un país que tiene un porcentaje alto de obesidad".
La circularidad de la vida: en busca de la estabilidad, el amor y la familia
A pesar de tener un contrato por tres años, el hotel que la había empleado experimentó diversos problemas propios y contractuales, que derivaron en una partida temporaria. Mariela vivió un tiempo en México y en Costa Rica, donde colaboró en la apertura de un hotel de la cadena.
Aquel período, colmado de grandes aventuras y enseñanzas, le demostró que ella deseaba una vida estable, de fines de semana libres, algo que no coincidía con los inevitables ritmos en el mundo de la hotelería.
"Volví a Seattle y experimenté de nuevo lo que sentí la primera vez que llegué: sensación de libertad. Ahí supe que era mi lugar en el mundo", se emociona. "Cambié un poco de rubro y trabajé en restaurantes por un tiempo, pero en mí crecía la necesidad de lograr esos objetivos: tiempo libre, una familia... tranquilidad".
En la circularidad de la vida, Mariela supo que era tiempo de desempolvar su título de Educación. El anhelo de ser madre y lograr estabilidad habían emergido fuertes, pero sin un candidato a la vista, pronto comenzó a trabajar en aperturas de centros educativos y en escuelas, junto a los niños.
"Después de un tiempo volví a pensar en tener una familia y gracias a la tecnología conocí a quien hoy es mi prometido, que tiene dos hijos. Es un hombre maravilloso y tenemos una muy buena vida. Hace seis años que estamos juntos y con muchos proyectos".
EE.UU.: ¿La tierra de las oportunidades?
Para Mariela, el impacto del Covid dejó entrever la verdadera esencia de su comunidad: la solidaridad.
"Donde vivo hay conciencia de que debemos protegernos entre todos", afirma conmovida. "Por otro lado, y desde siempre, me enorgullece que Seattle sea una `ciudad santuario´, que significa que limita su cooperación con las leyes federales de inmigración y protege a indocumentados de una posible deportación o arresto. Acá son más liberales que en otros lados".
"Más allá de la pandemia, en relación a las oportunidades laborales, creo que este país permite un crecimiento, pero nada es regalado, hay que estar preparado. El hecho de tener un título y experiencia, no significa un trabajo asegurado. El concepto de que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades es algo antiguo. Tal vez podría pensarse como vigente, solo si queda claro que hay que trabajar muy duro. Sin dudas, la calidad de vida en Seattle es excelente, pero hay que producir. Por ejemplo, no podés vivir sin seguro médico, si te pasa algo, el costo es altísimo".
Recordar que todo en Argentina era mejor o más rico y caer en la realidad
Entre trabajos y papeles, Mariela no regresó a la Argentina durante los primeros cinco años, hasta que finalmente obtuvo su Green Card. Volver fue duro. Llegó un diciembre y lo primero que notó en Ezeiza fue lo fuerte que hablaban a su alrededor, casi a los gritos, muy distinto a Seattle, y que todos se saludaban con un beso, ¡estaba desacostumbrada! En el Free Shop le sorprendió que todos fueran lindos, como modelos, bronceados y ella... ella venía del invierno con color verde esmeralda.
"Todos me esperaban y fue espectacular reconectar con mis seres queridos. Con los amigos de toda la vida el reencuentro fue y sigue siendo fácil, siento que nos juntamos `ayer´ y que nada cambió. Con el resto es más difícil: el tiempo pasa, la vida pasa y nada es igual. Todo lo que uno recuerda de cierta manera ha cambiado. A la distancia idealizás las cosas. Recordás que todo era mejor o más rico, y no siempre es la realidad".
"Volver cuesta. El tráfico, la indiferencia de la gente, la inseguridad, el poco respeto del otro, me mata".
Aprendizajes de un país que le dicen que no está bien
Al recordar sus últimos dieciocho años, Mariela Davila siente orgullo. Organizada y trabajadora, en Argentina sentía que no encajaba. Al revelar la necesidad de un cambio, tomó coraje y aceptó el desafío. Hoy, a sus 54, reconoce a aquella mujer que supo luchar por sus deseos. En el camino, sus aprendizajes fueron recogidos como tesoros.
"En Seattle aprendí que realmente existen lugares en donde respetan las leyes, que existe un sentido de comunidad y que la gente se une para ayudar y piensa en el otro", afirma. "Hace un año me hice ciudadana estadounidense. La hija de mi pareja me preguntaba por qué. Para ella, Estados Unidos no está bien. Ella, que ahora tiene 18, me ayudó y apoyó en el proceso, pero creo que sigue sin entender mis razones. Para mí es un orgullo haber logrado esto. He trabajado duro y soy parte de esta sociedad, creo que lo merezco. De todas formas, el `argento´ que llevo dentro es fuerte y nunca dejará de existir, son mis raíces y desearía que todo en mi país de origen estuviera mejor. ¡Argentina tiene todo para estar mejor! Los argentinos somos diferentes y por esas diferencias somos reconocidos, queridos u odiados".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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