Tal vez, lo único esperado en la vida de Hernán Giagnorio haya sido su partida del país que lo vio nacer. Desde entonces, devinieron años atravesados por eventos singulares impulsados por su espíritu aventurero y ciertas tretas del destino. En Argentina, con poco más de veinte años, jamás hubiera imaginado que algún día llegaría a ser reprendido en el orienteo que sobreviviría al huracán María, en Puerto Rico. Por aquellos tiempos, tan solo tenía la certeza de que el mundo era un lugar que deseaba explorar, aunque ignoraba la infinidad de historias que contenía.
Primer destino Pakistán
Todo comenzó aquel día cuando, sin dudarlo, le dijo que sí a una oferta laboral en Pakistán. La empresa Schlumberger, en Neuquén, se hallaba tras la búsqueda de recién graduados en ingeniería aeronáutica para trabajar en el extranjero y al joven la propuesta le resultó interesante en extremo. "Me subí al avión con la idea de vivir afuera cinco años y volver", rememora Hernán, quien asimismo posee una Maestría en Elementos Finitos.
Los inicios no fueron sencillos. Había dejado su país muy emocionado ante la perspectiva de vivir una experiencia cultural diferente y, sin embargo, el impacto fue por demás fuerte. Todavía recuerda con nitidez el primer día en Islamabad. Compartía una casa con los servicios incluidos, hacía mucho calor y decidió salir a caminar en pantalones cortos: "El guardia de seguridad se quedó mirándome en shock. Llegué al mercado abierto, a unas tres cuadras, y escuché que me gritaban. El cocinero llegó corriendo con una bata, la puso sobre mis hombros y me explicó que debería haber leído el manual antes de salir, para entender qué se puede hacer, y qué no. En el camino de vuelta vi a unas cien personas, pero entre ellas no había ni una mujer".
Entre Madrid y Bélgica
Luego de unos meses, la empresa trasladó al joven a Escocia para realizar cursos técnicos de exploración y explotación de petróleos, de regreso en el oriente, decidió que Pakistán no era para él, renunció y voló a Madrid, una ciudad que lo dejó fascinado, pero en donde no consiguió empleo. "Entonces llegó una oferta de Toyota, que me llevó a Bruselas", recuerda el ingeniero.
Se quedó en Bélgica con las fosas nasales impregnadas por un aroma intenso, tal vez proveniente de los campos de lúpulo, y con la sensación de sentir a Bruselas como a la capital europea, mucho más que a Madrid, Berlín, París o Roma. "Los mejores recuerdos de mis veinte los tengo en Bélgica. Allí conocí a mi esposa, que es puertorriqueña", sonríe Hernán. "Ella estaba haciendo una investigación de posdoctorado en la Universidad Católica de Leuven".
Hacia un nuevo hogar
Luego de cuatro años en Bélgica, surgió la posibilidad de trasladarse a Estados Unidos gracias a su esposa, Heidi, que luego de obtener su doctorado le ofrecieron un cargo en la Universidad de California, en Santa Bárbara. A los pocos meses de su llegada, Hernán ya estaba empleado: "California es, definitivamente, la tierra de las oportunidades y las puertas se abren si uno tiene cualidades. Eso sí, el costo de vida es muy alto y pude vivenciar discriminación. Recuerdo el día en el que el gerente de mantenimiento se refirió a un grupo de ingenieros de México como ´the little chihuahua people´. Hice la denuncia en Recursos Humanos, pero era mi palabra contra la suya, y no llegó a nada".
En la costa oeste vivieron cuatro años, durante los cuales Hernán fue ascendido a Gerente de Ingeniería, teniendo a cargo al equipo de Estados Unidos y México. Todo parecía fluir fantástico para el matrimonio hasta que nació su hija, Valeria, que les despertó interrogantes acerca del tiempo dedicado al trabajo, los afectos y el bienestar del alma: "Nos propusimos balancear nuestra carrera profesional con la vida personal y tomamos la decisión de instalarnos en la tierra de mi mujer", revela. "La empresa me ofreció la posibilidad de trabajar de forma remota, previo a estar un tiempo en Francia".
Fue así que Hernán y su familia cruzaron una vez más el océano para establecerse en Bourges, Francia y, luego de nueve meses, en el 2016, partieron hacia un destino inesperado para el argentino que quería conocer el mundo: Puerto Rico.
Impresiones, hábitos y costumbres
Puerto Rico, una isla del Caribe y un territorio no incorporado de Estados Unidos, se presentó asombrosa ante la mirada de un hombre que ya había visto numerosos paisajes alrededor del planeta. En aquel rincón del mundo, Hernán develó una tierra impactante por su belleza natural compuesta por montañas, playas, cascadas y bosques tropicales. En San Juan, la capital, el barrio Viejo San Juan lo sorprendió con sus fachadas coloniales coloridas y con sus antiguas fortalezas.
"Pero de Puerto Rico también me impactó su gente", cuenta sonriente. "Acá te reciben como si fueses de la familia y crían de manera similar a la nuestra a sus hijos. Cuando digo que soy argentino, todos me preguntan por mi país. Muchos puertorriqueños ven a la Argentina como el mejor país de América Latina, y muchísimos visitaron Buenos Aires, las Cataratas, Bariloche y más".
Junto a su familia, Hernán se instaló en Aguadilla, donde se une el Atlántico con el Mar Caribe. Rodeado por tanta naturaleza exuberante, el joven inició una nueva etapa en su vida en relación a los hábitos y costumbres:
"Acá aprendí a respetar el medio ambiente. No soy ni seré un ambientalista o ecólogo, pero creo que logré el balance que necesito como individuo en una sociedad", asegura. "Formo parte de la ONG Rescate Playa Borinquen. Participo en el monitoreo de corales, limpieza de playas, y educación en escuelas. Descubrí una pasión por los deportes acuáticos, navegar barcos, buceo y pesca con arpón. Aprovecho para enseñarle a mi hija a hacer snorkel, jugar al fútbol y al básquet".
Con el pasar de los meses, entre su trabajo remoto y el dictado de clases en la universidad, de a poco, Hernán comenzó a develar – como en todas partes del mundo – ciertos aspectos menos ventajosos de su comunidad:
"Puerto Rico tiene una mezcla entre la América anglosajona-francófona y América Latina. Dentro de todo, posee un buen nivel socioeconómico, educativo, judicial y ambiental, pero que incluye corrupción institucional, ineficiencias, y mala infraestructura. El servicio de electricidad, internet y agua son muy inestables y la gente está resignada a que no mejore. Lo bueno y lo malo de esta isla se expuso más que nunca cuando llegó el huracán, sin dudas la experiencia más traumática de mi vida".
Diez días desolados
Hernán, junto a su mujer y su hija, llegaron un día antes de que el huracán María - de categoría 5 y con vientos de unos 250 kilómetros por hora- tocara Puerto Rico. Habían estado de vacaciones en Argentina y no tuvieron tiempo para prepararse, apenas lograron cubrir algunas ventanas con madera, cargar combustible en los autos y en el depósito para la planta eléctrica. Intentaron realizar algunas compras en el supermercado, pero ya no quedaba nada.
"El viento comenzó a soplar a las 6 de la mañana", relata Hernán. "Al principio estaba todo bien, como una tormenta normal. Cerca de las 10 empezaron a caerse ramas de los árboles y la lluvia era horizontal, como si la estuvieran tirando con una manguera, y ya se había interrumpido el servicio de agua, electricidad, internet, y comunicaciones. A las 11, los desagües del techo se taparon con las hojas y empezó a entrar agua en la casa por el aire acondicionado, por las ventanas, por debajo de las puertas. Pasado el mediodía, de repente, todo se calmó. Se veía el sol. Pensé que lo peor había pasado, pero solo íbamos por la mitad. Me dio tiempo para salir a ver si los vecinos estaban bien. A las 14, el viento potente comenzó a soplar en dirección contraria; los árboles que no cayeron durante la mañana, no sobrevivieron la tarde. Nos fuimos a dormir con varios centímetros de agua dentro de la casa", continúa.
"Al día siguiente salimos a la calle y fue como si hubiese habido una guerra. Árboles y postes de luz caídos, casas sin techo, ríos desbordados. Ninguno de nuestros teléfonos tenía señal, para escuchar las noticias decidimos prender la radio. Ahí fue que nos dimos cuenta de la destrucción. Solo pudimos captar una AM que emitía desde la República Dominicana,donde decían que no tenían noticias de Puerto Rico y que no podían contactarse con nadie del gobierno. Se nos formó un nudo en el estómago, que tardó en desaparecer".
"Al segundo día mi hija cumplió dos años. Lo festejamos en la calle con los vecinos que pudimos ver. Hicimos una parrillada, todos trajeron carne y pollo. Era lo último que nos quedaba fresco, porque seguíamos sin electricidad. Las estaciones de servicio, supermercados, farmacias, todo estaba cerrado. Muchas carreteras seguían bloqueadas con árboles y postes".
"Al tercer día mi esposa no se sentía bien y decidió ir a buscar ayuda al hospital. Encontró un solo médico de guardia que estaba allí hacía 72 horas, ya que su reemplazo nunca pudo llegar. Un árbol había roto las ventanas del área quirúrgica, que estaba inundada. El generador eléctrico se había quedado sin diesel y, en consecuencia, la morgue tenía cuerpos en descomposición, y no podían sacarlos porque eran incapaces de comunicarse con los familiares para que los busquen".
"Al quinto día nos quedamos sin nafta ni agua potable. Los días pasaban y no había podido llamar a mi familia para decirles que estábamos bien. Lleno de impotencia, pensaba en lo angustiada que estaría mi madre".
"Al sexto día empezaron a abrir algunas tiendas y pudimos comprar las cosas básicas, alimentos enlatados y nafta, para lo cual hicimos siete horas de fila. Las cosas seguían sin mejorar, aún no había electricidad, internet, ni agua".
"Fue al décimo día que tuvimos la fortuna de irnos en un vuelo privado a Florida. Cuando aterrizamos nos dieron una botella de agua fría y pudimos lavarnos las manos sin pensar en cuánto de ella estábamos gastando. Nos miramos y nos pusimos a llorar. Al menos para nosotros, la pesadilla había terminado".
Regresos y aprendizajes
En su vida inesperada, Hernán jamás evocó de forma tan intensa a su tierra de origen y a sus seres queridos como en los tiempos del huracán. En el pasado, cada regreso y cada despedida traían consigo la pregunta: ¿Cuándo los volveré a ver?, pero aquella experiencia imborrable acrecentó aquel otro interrogante frecuente: ¿Los volveré a ver?
"Hace trece años que emigré, y no nos ponemos más jóvenes. Creo que la tristeza que uno siente disminuye con el tiempo, o quizás uno se acostumbra a las despedidas. O tal vez las acepta sabiendo que no hay nada que hacer. Pero luego ocurren imprevistos que cambian las emociones. Es difícil. Cada despedida es diferente".
Hoy, Hernán recuerda con orgullo al joven que anhelaba conocer al mundo. Sin embargo, a sus 36 años, comprende que su sueño juvenil incluye mucho más que explorar lugares, idiomas, costumbres y culturas. Conocer el mundo también es tener el coraje de vivir instancias agridulces, claroscuros e insospechadas historias y, detrás de todo ello, descubrir las emociones primitivas y universales que encierra la existencia.
Conocer el mundo también es tener el coraje de vivir instancias agridulces, claroscuros e insospechadas historias
"Luego del huracán me di cuenta de lo poco que realmente se necesita para ´sobrevivir´. La ausencia del confort de la vida moderna se extraña mucho al principio, pero rápidamente uno se acostumbra. Uno se acostumbra a no tener internet, a no dormir con un ventilador, a que le piquen los mosquitos. Pero uno no puede acostumbrarse a no saber si va a tener agua para el próximo día", reflexiona. "Haber atravesado un evento de esta naturaleza nos ayudó a desarrollar un sentido de comunidad con mis vecinos y a apreciar las cosas simples. A forjar una historia en común como país".
"Honestamente, la vivencia del huracán hizo que los cincuenta días de cuarentena por el Covid, en Puerto Rico, parecieran vacaciones. Claro que afecta en lo psicológico, en especial a los niños, pero dista de ser una experiencia dramática", continúa. "Hasta el comienzo de la cuarentena, seguía trabajando de forma remota para la misma empresa de asientos de aviones, pero la caída drástica de la demanda llevó a recortes de presupuesto, así que yo, como muchos otros, estamos sin trabajo. Desde un punto de vista profesional y económico, venir a vivir a Puerto Rico fue una de las peores decisiones que tomé en mi vida, pero en ningún momento me arrepiento de la misma".
"En mis experiencias por el mundo, también comprendí hasta qué punto los argentinos solemos creer que somos el centro de todo: Que la corrupción en Argentina es la peor, que la cuarentena es la más estricta y la más larga, que la educación es mala, que somos europeos, que hay más mantenidos, que inventamos todo", manifiesta Hernán. "En estos trece años aprendí que la Tierra es muy grande, más de lo esperado. Hay muchas diferencias culturales y experiencias que vivir, historias que contar, anécdotas que narrar. Tolstoi escribió que ´Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera´.Creo que con los países ocurre lo inverso: Nuestra percepción de la parte negativa es muy similar donde quiera que uno vaya. Es la parte positiva la que vale la pena descubrir, y no hay mejor camino que el de introducirse, involucrarse y ser parte de la sociedad anfitriona, sin esperar nada a cambio", concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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