Inesperadamente, París emergió diversa. Al poco tiempo de su llegada, Guadalupe percibió que no habitaba en una única ciudad, sino que transitaba tres atmósferas que por momentos podían mutar y transformarse. Estaban aquellos rincones de ensueño de los que había oído hablar desde pequeña en el colegio, con sus historias de reyes controvertidos, imponentes parques, e impresionantes castillos, y aquellos otros de la bohemia que tanto la seducían desde que tenía memoria. "Soy una gran admiradora de Cortázar y París me remonta inmediatamente a Rayuela, a sus personajes y a aquel lugar que inspiró a su creador a escribir una novela que desafía todos los parámetros", suspira.
Y, sin embargo, para Guada fue otra París la que en cada amanecer supo conquistarla hasta envolver su alma y abrazarla intensamente. "Una que es la mía, la de los croissant calentitos por la mañana, la de los ápero -reuniones previas a la cena – con amigos, y una que redescubro día a día en sus calles y a través de mi ventana parisina".
Una ventana hacia una vida que en otros tiempos la joven no había llegado a visualizar, porque en el pasado su amada París jamás había formado parte de sus planes. En algún momento durante el viaje un destino insospechado había cambiado sus intenciones.
Hacia un nuevo hogar
Con el paso de los meses, atravesar mudanzas y alternar ciudades parecía haberse naturalizado en ella, pero hubo otra época de emociones complejas que predominaron durante el desarraigo inicial al dejar suelo argentino. Guada todavía recuerda las semanas previas a subirse al avión, cuando se hallaba sumida en un proceso de negación absoluta y en donde le fue imposible asimilar la dimensión del gran desafío que tenía por delante. Simplemente no podía conectar con ese universo desconocido que se abría ante ella, tan incierto, y que le impuso trabas emocionales.
"Creo que sucedió así porque para mí dejar Argentina fue muy difícil y natural al mismo tiempo. Inicialmente, mi idea era irme por un lapso indeterminado. Desde la primera vez que viajé a Europa, en el 2010, que soñaba con vivir en el viejo continente. En mi entorno hubo quienes no supieron comprender y todavía no consiguen hacerlo, pero estuvieron aquellos que me alentaron, como fue el caso de mis jefes de entonces. Aun así, tuve que enfrentar planteos y llantos, aunque no olvido la reacción de Vicky, una de mis mejores amigas, que adivinó enseguida mi deseo. Apenas le dije que tenía algo para contarle, inmediatamente me preguntó cuándo me iba, ella sabía, siempre supo y entendía. No me sentía mal en Argentina, mi viaje a Europa tuvo más que ver con la realización de un sueño, que con el escape de una ciudad y un país que amo y extraño muchísimo".
En aquel torbellino de sensaciones encontradas, Guada deambuló en sus últimos días entre despedidas y eventos sorpresas, incapaz de conmoverse ni llorar. "Como bien me dijeron alguna vez, `hay veces en las que el cuerpo llega antes a un lugar que la cabeza´. Eso mismo me pasó a mí. Mis primeros tiempos en Europa fueron de alegría y aventura, pero recién al segundo o tercer mes, con la proximidad de las fiestas, tomé consciencia de la distancia y se me hizo bastante duro", rememora.
La joven había dejado atrás Buenos Aires para vivir en Madrid, donde realizó un máster en el diario ABC. Tiempo después, decidió mudarse a Barcelona y entonces la sacudió lo impensado: el amor. Un amor intenso y francés. Un amor que llevó a Guadalupe Piñeiro a París, su destino inesperado.
Vincularse en un nuevo entorno
El primer gran impacto parisino lo recibió a través de la gente. Maravillada, Guada descubrió en ellos un sentido del humor único y en cierta manera muy similar al argentino, colmado de una jocosidad impregnada por las ironías y los dobles sentidos, y con un alto nivel de autocrítica reflejada a través de las bromas. Ella jamás hubiera imaginado que podían existir lenguas tan filosas en suelo europeo y, sin embargo, allí estaban, en pleno dominio del sarcasmo y, al mismo tiempo, del control y la corrección por fuera de los círculos íntimos.
"En contra de las creencias, en mi caso considero a los parisinos personas muy atentas y este grado de humor me parece fantástico", dice al respecto, "Pero la gran diferencia con Argentina reside en que, para bien o para mal, aquí las formas tienen una importancia radical. `Por favor´, `gracias´ y `lo siento´ – désolé - son expresiones necesarias para la comunicación y su ausencia se castiga inmediatamente con una mala cara. Si bien encuentro que esto es muy bueno, al mismo tiempo la obsesión por las reglas lleva muchas veces a una rigidez extrema y hace que algunos parisinos no puedan `salirse de la norma´ - en el aspecto positivo de lograr hacerlo- y que les cueste tener cierta flexibilidad. Por ejemplo, las cenas y encuentros a veces se planifican con más de un mes de anticipación. Este tipo de severidad deviene en el rechazo hacia actitudes espontáneas y, obviamente, la ausencia de las mismas".
Fue así que, pesar de su pareja parisina y su alta estima hacia los locales, Guadalupe no demoró en asimilar que la mayor dificultad para vivir en París tenía que ver sin dudas con el desarrollo de la vida social. Después de tantos años en Argentina y una temporada en España (lugar al que sigue retornando por largos períodos por cuestiones laborales y personales), París resultó un reto.
"El idioma complica, pero no impide quedarse y tener un buen pasar, conozco a muchos argentinos que viven acá hace años y casi no hablan francés, aunque claro que limita a la hora de estrechar lazos de amistad. Aquí los hábitos son muy distintos, tal vez por eso tengo muchos amigos en la ciudad que son latinoamericanos. Para integrarse, los grupos de Facebook, las actividades extralaborales y el ápero, son vitales para `amigarse´ con la ciudad y su gente. Lo que extraño de Argentina son las juntadas improvisadas, el `paso un rato por tu casa y charlamos´, que acá casi no existen en la vida adulta".
De costumbres y calidad de vida
Como la mayoría de los lugareños que habitan el corazón de la urbe, la joven argentina rápidamente adoptó y se familiarizó con el servicio de transporte, que considera muy bueno. A pesar de las dimensiones y las distancias de la ciudad (más de 2 millones de habitantes sin incluir el área metropolitana, en un territorio de 105 km2), la eficiencia del metro la sorprende hasta el día de hoy.
Así, junto a los tantos otros millones de turistas que visitan París, en los primeros tiempos Guada hizo un buen uso de esta red, a fin de deleitarse sin contratiempos con paisajes emblemáticos como los de la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, la avenida de los Campos Elíseos, el Palacio de los Inválidos, así como los bellos paseos junto a los artistas que bordean el río Sena y los que cada día engalanan el barrio de Montmartre, camino a la basílica de Sacré Coer.
Pero pasadas algunas semanas signadas por el encantamiento de la novedad, la periodista se incorporó al pulso habitual de aquellos que residen en la ciudad. En aquel ritmo, y a diferencia de la cultura argentina, donde en las calles se suelen entremezclar gritos –de alegría o de enojo-, apasionados encuentros, bocinazos y discusiones, ella develó una vía pública sumida en el silencio. "Los franceses, en general, saben mejor escuchar que hablar. En la calle y hasta en los subtes reina la calma y les molesta mucho el ruido, el griterío que los saca de su paz".
Rodeada por aquella tranquilidad, el día a día pronto la sorprendió atraída por la armonía, acompañada por su oficio, sus paseos por el barrio, las delicias típicas, los aperitivos de la tarde y los marché (atractivos y característicos mercados franceses en donde se venden frutas, verduras, carnes, ropa y hasta artículos para el hogar) de los fines de semana.
"La calidad de vida es buena, en general las cosas funcionan y es una ciudad bastante más segura que Buenos Aires, así la siento sin dudas. La educación acá tiene mucho prestigio, hay cierta empatía social (aunque siempre se puede mejorar) y existen muchas iniciativas para reducir la pobreza e incluir a los que menos tienen", afirma, "Aun así, no deja de ser una ciudad cara. Estamos en un centro neurálgico mundial en relación a la cultura, la elegancia, la moda y la gastronomía y, sin embargo, muchas actividades, como salir a comer afuera, son un lujo que uno se puede permitir muy pocas veces. Los alquileres, por otro lado, también son elevados, y en cuanto a las oportunidades laborales, la búsqueda es igual que en cualquier país, pero es muy difícil conseguir contratos permanentes. Se usa mucho el estilo de contratación temporal que se va renovando sucesivamente. Pero a pesar de las dificultades, en mi París, que es la sencilla, la cotidiana y la del esfuerzo, vivo muy bien".
Los regresos y los aprendizajes
Guadalupe regresó una sola vez a su país natal, con la fortuna de haber podido permanecer por un tiempo prolongado. Al comienzo, le costó superar el impacto ante los precios, las advertencias, y medidas que tuvo que tomar en relación a la inseguridad, pero pronto se sintió como en casa. "Como si nunca me hubiera ido del país. Como si mi vida en el exterior hubiese sido tan solo un sueño o una especie de gran pausa. De hecho, había pasado ya un año y medio y las relaciones con mis amigas, sobre todo, estaban casi intactas", asegura.
"Curiosamente, las reacciones fueron un poco similares a aquellas que tuve que atravesar en mi partida inicial: aquellos que me hacían reproches y reclamos antes, los repitieron cuando volví, pero yo ya estaba parada en otro lugar. Con esas otras personas con las que había estado en contacto a la distancia, la magia continuó. Me sentí feliz de ver a todos, me hice lugar para estar con cada uno. Aunque admito que luego, al volver a Europa, todo me resultó mucho más difícil que la primera vez", continúa emocionada.
Varios años pasaron desde que Guada dejó Buenos Aires y hoy siente que el exilio implica un constante aprendizaje que se renueva y que jamás caduca. Considera que se requiere de coraje para asomarse, explorar y salir del universo conocido, pero que este mismo valor trae consigo llaves para abrir puertas inesperadas, como la de un gran amor. Y, sin embargo, para ella también incluye la sensación de adquirir una deuda con el desarraigo que nunca se salda. Son varias las veces en la cuales le resulta complejo reconciliarse con la idea de la distancia, de la lejanía de los seres queridos. En la cotidianidad de su París, que ya hace mucho dejó de ser simplemente la de los monumentos icónicos y las idealizadas postales bohemias, ella intenta estar siempre en el presente, sentir el aquí y el ahora tan vitales para no sucumbir en las aguas de la nostalgia.
"Pero entonces llegan las fiestas –por ejemplo- y para mí arriban momentos muy duros en los que me gustaría abrazar a mi familia. De cualquier manera, creo que el aprendizaje principal que te da esta experiencia es la reformulación del concepto de `hogar´. Hay un cliché asociado a este término que lleva a imaginar que el hogar implica una casita, la estufa y un sofá, todo en un lugar determinado y fijo del mundo. En mi caso, esta vivencia me enseñó que cuando nos animamos a descubrir quiénes somos y abrazarlo, entendemos que el hogar habita en nosotros y que lo llevamos a cuestas. Uno no cambia su esencia, por ello es posible reconstruir un hermoso hábitat allí a donde sea que uno vaya. En mi caso, por ejemplo, canto y escribo desde muy chica y eso mismo es lo que hice y hago en cada lugar a donde voy. Es cierto, también, que no viajo sola: todos estos años vino conmigo mi gatita, Flora, que es oriunda de Banfield y hoy tiene –como yo- una patita en Barcelona cada vez que vuelvo allí, y otra acá, en mi París", concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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