En aquella mañana del 2002, Cristian amaneció con una única certeza: le quedaban muy pocos días en su Córdoba natal. Por entonces, tenía 28 años y sentía que debía crecer, salir del cascarón y conocer el mundo; era tiempo de desplegar las alas y volar.
Aquella decisión no emergió en sus pensamientos de la nada. La semilla la había plantado el amor, más precisamente una mujer guatemalteca con la que había comenzado a charlar al descubrir las bondades de las antiguas plataformas globales de redes sociales. Fue tan intensa la amistad a la distancia desarrollada, que ella viajó a la Argentina para visitarlo y formalizar un noviazgo.
"Le dije a mi mamá `me voy´ y para ella y mis hermanas fue una bomba", recuerda Cristian, "Estudiaba Relaciones Internacionales y trabajaba en el negocio familiar. Soy el mayor de seis hermanos y, junto a mi madre, éramos el sostén, pero debía iniciar un camino hacia mi propia identidad, aunque implicara recomenzar sin amigos, sin familia y sin dinero".
A Cristian le costó mucho observar la sensación de soledad de su madre, quien se había separado de su padre en el ´94, pero la decisión ya había sido tomada: se iba con un trabajo casi asegurado, tenía los pasajes, la novia guatemalteca y las ganas de ver qué había más allá.
"Los amigos y familiares cercanos me apoyaron sin problemas, porque creían que me iba por quince o veinte días y que volvería. Y, la verdad, sentimentalmente hablando era un torbellino", continúa Cristian mientras se ríe, "Por un lado, estaban mis hermanas y mi madre que habían quedado muy tristes –sin dudas, mi decisión marcó la vida de todos-, e incluso hasta tenía también una enamorada en Córdoba que casi me hace echar atrás el viaje... casi".
En octubre del 2002, Cristian partió hacia Guatemala, que resultó ser tan solo un paréntesis de vida de cinco meses. Allí disfrutó de su cultura y aprendió nuevas lecciones para su corazón, que se quebró con su guatemalteca, pero que halló un nuevo comienzo en Panamá, donde lo aguardaba su verdadero amor.
Los primeros impactos de un destino inesperado
Cristian había estrechado lazos con una amiga a la distancia que vivía en Panamá y, luego de una separación amigable, decidió partir hacia aquel destino. Antes, viajó por toda Centroamérica, se deleitó con un sinfín de postales fascinantes y, finalmente, en marzo del 2003 tocó suelo panameño por primera vez, un territorio que lo enamoró en todos los sentidos y que lo esperaba para narrar un nuevo capítulo de su historia.
Al llegar a Panamá, Cristian pudo percibir cómo su corazón había comenzado a latir con más fuerza, sabía que aquella tierra le regalaría algo diferencial. Y así fue. En aquel país se casó, tuvo dos hijos y desarrolló su actual profesión junto a su mujer. "Soy chef de cocina independiente. Luego de trabajar durante años en un medio de comunicación y como vendedor corporativo en una ferretería industrial, finalmente pude desarrollar mi pasión", explica emocionado.
Desde los comienzos la relación del joven argentino con su nuevo hogar fue excelente, a pesar de los primeros impactos, entre ellos el calor extremo y la altísima humedad, factores que durante el primer año lo llevaron a ducharse de cinco a seis veces por día, todos los días."Hoy, luego de quince años de vivir acá, ya lo hago de manera normal", aclara y vuelve a reír con ganas.
Con el correr del tiempo, Cristian se maravilló aprendiendo acerca del Canal de Panamá, una obra de ingeniería reconocida mundialmente. Supo sobre los orígenes de su construcción, sus tramas políticas, su expansión y todas las historias atrapantes detrás de aquel emprendimiento monumental. Descubrió así mismo que a Panamá lo llaman el ombligo del mundo por su posición geográfica privilegiada con el canal, que une el continente.
Por otro lado, le impactaron las huellas de EEUU por doquier, marcas que quedaron luego de los años de dominio sobre el territorio; en especial, le llamaron la atención aquellos micros incómodos y angostos, sin aire acondicionado y de techo bajito algo que, con sus casi dos metros de altura, le resultaba un problema. "Y todo con la particularidad de que un `pavo´, que es una especie de secretario del chofer, en cada parada baja y grita el destino a viva voz. ¡Imaginate la escena!".
Pero en Panamá también descubrió un país amigable, muy acogedor y, ante todo, un lugar en el mundo donde aprendió a vivir a un ritmo tranquilo, sin la vorágine característica de su tierra de origen. Así mismo, lo sorprendieron las amplias oportunidades laborales y el flujo de inmigrantes, atraídos por el hecho de que la moneda oficial sea el dólar estadounidense. "Se vive bien, hay una enorme variedad de comidas deliciosas, es un país de ríos, montañas y tenemos los dos mares a tan solo dos horas de distancia: el Pacífico y el Atlántico", describe Cristian satisfecho.
Vínculos y costumbres
Pero, tal vez, haya sido la calidad humana el factor clave que conquistó definitivamente a Cristian, quien ilustra al panameño como una persona muy hospitalaria, formada en una sociedad conservadora donde conviven la gran modernidad, lo histórico y, lamentablemente, lo precario.
"Al ser argentino, acá te preguntan del porqué vivir en Panamá si Argentina es mejor.Creo que es un poco un tema de la autoestima algo baja que sufrimos en casi toda Latinoamérica", opina Cristian. "Y para mí está lejos de la realidad, a esta tierra vienen muchos europeos, americanos y asiáticos a empezar de nuevo, porque hay de todo: alta importación, clima tropical, buena comida, buena gente y un dólar claro ".
Sin embargo, en su país adoptivo Cristian comprendió que se encontraba ante una sociedad con otras costumbres que debía atender sin por ello abandonar su esencia. Recuerda, por ejemplo, cuando años atrás en una reunión de amigos saludó a las mujeres de las otras parejas con un beso en la mejilla y las notó sorprendidas y, así mismo, que los varones lo observaron con cara de pocos amigos. "Hiciste mal en saludar en la mejilla. En este país esa costumbre está mal vista. Es casi sinónimo de que querés tener algo con ella, por eso se da la mano, más formal", le advirtió su mujer.
"Y, la verdad, es que este es un país muy machista en varios aspectos. La mujer está muy por detrás en materia de igualdad y ciertas minorías sufren una desigualdad enorme con respecto a otras sociedades, que están más abiertas culturalmente", reflexiona Cristian.
También tuvo que amoldarse a la mesura deportiva. Roberto Manos de Piedra Duran es una leyenda del boxeo en Panamá, pero Cristian comprendió que la idea de ídolo es muy diferente a la forma en que lo vive un argentino. "Por poner un parámetro, Maradona no puede salir a la calle y todos los programas de chimentos andan detrás de una nota. Aquí Duran sale a caminar solo, sin dramas, come donde le da la gana y la gente lo saluda normal, sin traumas".
Sin embargo, en línea con la tibieza deportiva, el mayor impacto para Cristian vino de la mano del fútbol. En Panamá, halló a un país con poca cultura futbolística, algo que lo desconcertó; como hincha de Talleres él estaba acostumbrado a gritar en la cancha. "Acá nadie se amarga con un resultado negativo. No son pasionales como nosotros, no lo viven ni lo manifiestan como nosotros, a pesar de que Panamá fue al Mundial de Rusia por primera vez en su historia. Eso sí, como argentino me gastaron; el apoyo, como en casi todo el continente, era para Brasil. Yo me preguntaba por qué sucedía esto y creo que es muy simple: lamentablemente en el exterior tenemos una imagen de prepotencia, soberbia y altanería que los argentinos nos hemos ganado. Y esa imagen no se borra tan fácilmente", afirma convencido.
Los regresos
El primero regreso de Cristian a la Argentina fue cinco años después de su partida. Ya casado, pero sin hijos, le resultó una experiencia fuerte. "Muy fuerte", remarca, "Muchos amigos se habían casado, otros separado, y otros se habían ido –dos hermanos míos viven en España -, en mi ausencia había fallecido mi única abuela, tíos, en fin. Pasa el tiempo y pasa la vida", continúa pensativo.
Y para Cristian, como para muchos argentinos, fue excelente volver a comer asado "porque si bien en Panamá hacen lo que le llaman `barbacoas´ - otra cosa heredada de Estados Unidos -, no es la misma carne, ni el mismo corte, ni el mismo ambiente. En Argentina es un ritual que empieza varias horas antes con, por ejemplo, una picada, el vermut, prender el fuego y más. Aquí no se vive esa `pasión´ por hacer la sobremesa, hablar con la familia, discutir de fútbol o política, un tema complejo acá en Panamá. Aunque con los años que ya llevo en este país conozco todo el ambiente político y cultural y es bastante difícil que algún tema me agarre desprevenido".
Los aprendizajes
Mirando hacia atrás, Cristian se percibe hoy como una persona que ha recorrido mucho, y que en ese camino pudo crecer, aprender y seguir aprendiendo cada día un poco más; enseñanzas que, ante todo, intenta transmitirle a sus hijos. "Uno aprende a convivir con errores, aciertos y circunstancias a las que te enfrenta la vida. Una cosa es vivir en tu país con todo tu entorno y otra es `fabricarte´ ese entorno en otro lugar fuera de tu hábitat natural; porque, por más que hablemos el mismo idioma, las costumbres son muy diferentes".
Actualmente, Cristian se encuentra totalmente a gusto en Panamá y asegura que jamás sufrió discriminación, burlas, ni malos modos, aunque aclara que al principio era tratado de manera distante por ser argentino, pero que con el correr del tiempo y de la mano de la humildad los vínculos fueron cambiando radicalmente.
"Entendí que cuando estamos en otras tierras somos una especie de `embajadores´ de nuestro país, por lo que debemos demostrar educación, simpatía, humildad y no creer que por ser argentinos nos la sabemos todas, que es la imagen que tienen de nosotros. Demostrar que venimos de una tierra hermosa y que en nosotros existe una gran calidad humana", concluye.
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