Cada noche, en la soledad de su habitación, Juan Pablo Torres Taddeo se preguntaba por qué seguía. No tenía dudas de que la carrera que había elegido, Odontología, no era la suya y, sin embargo, la mañana lo reencontraba repitiendo una rutina que lo sumía en la infelicidad. Tal vez fuera por los años invertidos, o por la idea de que cuando uno comienza con un estudio debe finalizarlo con éxito, cueste lo que cueste. No sabía, pero él continuaba.
Todo cambió en el 2004, cuando su facultad tucumana decidió adherirse a un paro docente que duraría un mes, y que lo llevó a reflexionar sobre su vida y su futuro con detenimiento. ¿Por qué no animarse a otra existencia? Al fin y al cabo, percibía al tiempo como la divisa más cara y sabía que malgastarla en lugares errados equivaldría a un futuro colmado de sensaciones angustiantes. Tal vez, había llegado la hora de renovar la perspectiva y comprender que fracaso no era abandonar la carrera, sino continuar en un lugar en el mundo al que no pertenecía. Tal vez, éxito era tener el coraje de seguir sus emociones y animarse a cambiar. Quizás era tiempo de dejar de pensar y comenzar a actuar.
"Por aquellos días, también tuve conversaciones con mi hermano mayor, quien ya estaba radicado en Calgary, Canadá, con su propia familia. Él me motivó. Todo esto me llevó no solo a decidir dejar la carrera, sino a mudarme a aquella lejana ciudad, que conocía únicamente por la película Jamaica Bajo Cero y por las cosas que me contaban", asegura hoy.
Por otro lado, la intención de Juan era estudiar algo relacionado a la comunicación y la cultura, y el contexto socioeconómico no lo alentaba a vislumbrar un futuro en Tucumán ni en otro destino del territorio nacional. De pronto, las dudas se disiparon y el panorama emergió claro: quería irse a vivir a Canadá. "Contaba con el apoyo de mi hermano, pero aun así para un chico de 21 años tener que aprender una lengua nueva y emigrar como estudiante internacional a un país con una cultura diferente era un desafío que me llevó un tiempo asimilar".
Por aquellos días, los padres habían escuchado a su hijo sin tomarlo en serio. Para ellos, se trataba de un enojo momentáneo, inspirado por los contratiempos de la carrera. No fue hasta que anunció que dejaría Odontología y empezaría con clases de inglés, que se dieron cuenta de que no bromeaba. A partir de entonces, y a pesar de la aflicción, el apoyo de ellos y del resto de los hermanos fue incondicional.
En los días previos a su partida todo se sintió extraño. Las emociones de Juan Pablo oscilaban entre la curiosidad y los nervios, sin tanta percepción del dolor de sus padres y hermanos. Pero entonces llegó la fecha inolvidable que le cambiaría la vida para siempre. Allí, en el bullicio de Ezeiza, comprendió la dimensión del paso que estaba por efectuar. "Nunca olvidaré el llanto de mi mamá en el aeropuerto, lo tengo grabado en mi memoria", recuerda conmovido trece años después.
Los primeros impactos de un nuevo hogar
Arribó en Toronto en agosto del 2006 invadido por el temor, debía hacer una escala y se sentía como un intruso en el escenario de una obra a la que no pertenecía. "Una cosa es aprender inglés con un profesor en Tucumán y otra muy diferente es cuando hablás con alguien que nació con el idioma. Es un choque fuerte", afirma.
Con el soporte de su hermano, Juan se fue habituando a su nueva realidad muy de a poco. Se encontraba inmerso en un mar de sentimientos encontrados en donde predominaba el miedo, la ansiedad y una sensación de no saber bien en qué se había metido. "Es algo que no se siente hasta que uno no está realmente ahí, viviéndolo".
Calgary fue su primer hogar en Canadá, una ciudad que en sus comienzos lo impactó por la distancia, la frialdad aparente de las personas, aunque pronto descubriría que existen otras formas de calidez que no necesariamente van acompañadas de contactos corporales constantes. En aquella urbe tan cosmopolita de Alberta, asombrosa por sus rascacielos, experimentó en primera persona el respeto extremo por las reglas, los modales en el tránsito y la educación entre extraños. Allí estudió, forjó amistades, se recibió, trabajó y creció como ser humano. De pronto, un día amaneció más habituado a costumbres que en otra época le hubieran parecido absolutamente foráneas.
"Llegué como estudiante internacional, pagué mi universidad prácticamente solo y me costó muchísimo", revela, "Viví con numerosos compañeros de cuarto de todo el mundo: Libia, Taiwán, Jordania, Ucrania, Colombia, Canadá. Tuve trabajos de todo tipo: parando el tráfico en el campus de la universidad con temperaturas desafiantes, en la biblioteca, en jardinería pesada, en hoteles como mesero, en la residencia estudiantil reparando cosas, y la lista sigue. También trabajé en dos ONGs, primero como coordinador de un programa para ayudar a adolescentes de familias que recién habían llegado a Canadá, y en la segunda como asistente ejecutivo del CEO."
El esfuerzo del argentino lo ayudó a graduarse en Ciencias Políticas y a obtener un postgrado en Management de Recursos Humanos. Al poco tiempo, decidió buscar nuevos desafíos laborales y partir una vez más hacia otro rumbo: Ottawa, la capital de Canadá. "Hay quienes todavía se confunden y piensan que Toronto es la capital. Ottawa es una ciudad relativamente chica, de 1 millón de personas, y tiene una impronta muy europea, aunque mantiene algunos aspectos típicos de un destino norteamericano".
El trabajo y la cotidianidad
A pesar de que la mayoría de los rasgos culturales de los canadienses parecían ser similares a lo largo del país, Ottawa amaneció con sus diferencias. En Calgary, por ejemplo, aquellos besos en la mejilla que pronto aprendería a no dar más, lo sorprendían por su ausencia. En Ottawa, en cambio, los pudo observar en varias ocasiones entre amigos.
"Canadá comparte dos culturas, la francesa y la inglesa. En un lugar como Quebec (francesa) un beso en la mejilla puede ser bastante normal", observa, "En Ottawa también puede notarse la costumbre, así como el constante intercambio del inglés al francés al momento de hablar, acá casi todos son bilingües".
En su nuevo lugar en el mundo, el joven ingresó a trabajar primero en una inmobiliaria multinacional como reclutador y luego en el área de recursos humanos para un estudio de abogacía canadiense-británico,en donde experimentó la misma formalidad y multiculturidad que en sus años previos en Calgary y reafirmó que la fusión de los orígenes resulta siempre una ventaja capaz de potenciar cualquier proyecto. "Cada uno puede aportar lo mejor de su cultura. Los abrazos, el contacto amable, los chistes, hablar por momentos más apasionadamente, son todas características argentinas que me ayudaron tanto en mi vida personal como profesional", asegura.
Por otro lado, Juan Pablo develó un ambiente acelerado y con poca socialización entre colegas. "Acá se trabaja 8 horas y punto: venís, hacés lo tuyo y te vas a casa. Es cierto que hay días en los que uno irá a tomar unos tragos con compañeros, pero la realidad es que no es un ámbito en donde se acostumbre a hacer amigos. Muchos canadienses son workaholics, lo que quiere decir que están tan obsesionados con su actividad laboral, que a veces ocupa su vida entera. Definitivamente, la cultura del trabajo acá es muy fuerte, la gente entiende que para tener una vida cómoda tiene que trabajar duro para poder ganar más y darse lujos como, por ejemplo, ir a las playas del Caribe. Es un tipo de vacaciones que no elijo, pero comprendo que con un clima tan frío piensen en el mar y el calor".
"Esta forma de vida acelerada también se observa un poco en los hogares", continúa, "Comen muchísimo fast food, tal vez en Buenos Aires sea parecido, pero en Tucumán no lo es. Siempre cuento que mi primera vez comiendo en un McDonald's fue en Calgary a los 21 años. Cuando me fui de mi ciudad había uno solo. Mi mamá siempre nos cocinaba así que yo estaba acostumbrado a comer comida casera", sonríe.
Calidad humana, calidad de vida
Entre el trabajo y sus actividades amadas al aire libre, como el fútbol y el básquet, Juan Pablo forjó, poco a poco, un entorno de confianza y nuevos amigos. A pesar de no compartir la pasión por los deportes de invierno y no poseer tanta adoración extrema por el camping como los locales (las reservas para dicha actividad deben realizarse con meses de anticipación), el joven aprendió a apreciar la calidad humana de los autóctonos.
"Entendí que los canadienses son cálidos a su manera. Lo que más me gusta de esta tierra es su sentido de comunidad y generosidad. Acá la gente no juzga al otro cuando necesita ayuda, el canadiense está dispuesto a hacerlo incondicionalmente. Uno tiene que acomodarse a la realidad y al contexto en el que vive para entender y poder entrar en ese círculo, lleva tiempo, y como latinos nos cuesta adaptarnos a la falta de espontaneidad, pero realmente los lugareños son afectuosos. Lo lindo también de Ottawa es que hay una gran comunidad italiana. En mi caso, tengo más amigos que tienen esa herencia, ya que manejan un comportamiento similar al nuestro".
En relación a la calidad de vida, para el tucumano cada uno de sus empleos significó una generosa ofrenda de un país lleno de oportunidades, y una demostración de que no hay techo más que aquel que uno se imponga. "Uno puede trabajar durísimo, de forma honesta y entonces, tal como se dice en inglés, ´el cielo es el límite´. Sin dudas, la calidad de vida es alta porque las necesidades básicas están más que cubiertas".
Regresos y aprendizajes
Para Juan Pablo, volver a la Argentina representa un viaje al pasado y a la nostalgia, un sentimiento que se acentúa con el pasar de los años. "Regresar es hermoso, pero también debo admitir que advierto pocos cambios sociales, económicos y políticos. Esa parte me entristece, tengo casi a toda mi familia en mi lugar de origen y sé lo difícil que es para ellos vivir y hasta sobrevivir dentro de una sociedad en donde hay muchas cosas por mejorar".
"Reencontrarme con mi padres y hermanos es siempre lo mejor que me puede pasar. Son mi fuente de energía y conexión con los valores y sentimientos que me recuerdan de dónde vengo y quién soy realmente como persona. Ver a mis amigos es también gratificante, disfruto al rememorar el pasado y saber de qué manera sus vidas han progresado. Volver a Tucumán es siempre un recordatorio de que lo material es lo menos importante en esta vida", dice emocionado.
Hoy, a sus 35 años y después de tanto tiempo transcurrido, Juan Pablo evoca con orgullo a aquel chico que fue capaz de comprender que, a veces, abandonar ciertas carreras y caminos significa abrirle las puertas al verdadero éxito, uno coincidente con los anhelos auténticos, el disfrute y el bienestar del alma.
Lejos de su patria, el joven percibe su vida como una travesía de aprendizaje continuo. "Entendí que las relaciones humanas con mi familia, mis amigos, y mi país son lo más valioso que tengo en la vida. Aprendí que tener dos perspectivas tan diferentes, de dos mundos tan dispares, me ayuda a ver y analizar la vida de una forma más profunda. Tengo la ventaja de vivir en una nación completamente multicultural, con gente de todo el planeta. Uno aprende a través de ellos cuando comparten sus historias personales, cuando te cuentan de sus países y costumbres, es un poco como viajar a esos destinos a través de sus relatos".
"Y, finalmente, creo que la distancia te da la posibilidad de tener una visión mucho más crítica e informada de la realidad de Argentina y entender por qué todavía tenemos muchas cosas que mejorar como sociedad. Canadá tampoco es una comunidad perfecta, es diferente a la nuestra, con sus virtudes y sus defectos. Hay costumbres argentinas que no las cambiaría por nada en el mundo: la merienda, el mate, el Fernet, el asado, el choripán, la pasión por el fútbol, el beso en la mejilla, el sándwich de milanesa, la empanada tucumana y el achilata, las tres últimas son muy tucumanas, las tenía que agregar...", ríe, "Pero lo cierto es que no me sentía identificado con mi país. Mis padres me enseñaron a hacer las cosas por derecha y yo notaba que Argentina no premiaba a los que querían tomar el camino correcto. Aun si, estoy convencido de que nuestra patria tiene muchísimos ciudadanos que son trabajadores honestos y los admiro por quedarse a vivir y a luchar por un futuro mejor para la hermosa tierra", concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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