En 1963 Oklahoma se filtró en las conversaciones y le dio inicio a uno de los años más difíciles de su vida. Con una punzada en el alma, Oscar Quiroga, nacido en San Rafael, Mendoza, y trotamundos de su país y su provincia, se dispuso a dejar su tierra amada para trazar un nuevo destino alejado de sus raíces.
Durante su infancia y adolescencia, en tiempos ajenos a la idea del exilio, había vivido en varias localidades provinciales. Junto a su familia, seguía los pasos de su padre, un maestro rural, quien optó por establecerse en Luján de Cuyo al momento de su retiro. Fue desde allí que, con apenas 15 años, Oscar partió hacia Buenos Aires para ingresar en la Escuela Mecánica del Ejército Fray Luis Beltrán.
"Para cuando cumplí los 18, caímos en momentos económicos críticos", rememora. "Como mi hermana residía en Oklahoma, mis padres me imploraron que emigre a Estados Unidos a fin de proveer un sostén para mi familia. ¡Qué difícil fue decidir! Para mí, la escuela militar significó la transición de niño a hombre, fue la base sólida que luego me ayudaría en mis logros profesionales. Jamás olvidaré las travesías en el tren El Cuyano: solía visitar a mi familia dos veces al año y en aquellos viajes disfrutaba mucho de la camaradería de mis compañeros mendocinos y sanjuaninos. Dolía irme, por primera vez experimenté un adiós y pude aprender el porqué de una lágrima".
A pesar de su aflicción, Oscar decidió encarar su nuevo viaje con el espíritu aventurero que siempre lo había caracterizado; una odisea que comenzó en la embajada de Estados Unidos antes de dejar la patria: "El proceso de trámites duró seis meses, lo cual acrecentó mis temores de emigrar hacia un país extraño, con costumbres desconocidas. Pero fue allí, en la embajada, que conocí a un joven mendocino que estaba atravesando por lo mismo y con el que entablé un vínculo increíble. El destino me había unido a un amigo para compartir las mejores experiencias y proyectos de mi vida".
Oscar tiene grabado en su memoria el frío que azotaba a su provincia aquel agosto que lo vio partir. Los interminables abrazos de sus seres queridos contrastaban con la helada; los recibió acongojado y los atesoró para siempre. En especial el de su padre, que sería el último que le daría antes de que muriera, tres meses después.
Finalmente, a un año de graduarse de la escuela militar, Oscar Quiroga emprendió su viaje a Estados Unidos. A sus amigos les dijo que se iba por un tiempo, sin saber que "por un tiempo" resultaría toda una vida.
Un nuevo hogar: Oklahoma, Estados Unidos
Llegó a Miami un caluroso día de agosto. Allí se encontró con una ciudad alegre, en constante movimiento, en donde no precisó hacer uso de su poco inglés. Decidió que quería conocer aquel rincón del mundo y compró un boleto a Oklahoma City que partía tres días después.
"Los primeros consejos de bienvenida al nuevo país fueron dados por don Manuel, propietario español del hotel donde me hospedaba. Como siempre fui muy atento a los relatos de mis mayores, le presté mucha atención y quedé sumamente agradecido", recuerda con una gran sonrisa. "Me decía que había llegado al país de las oportunidades y me aseguró que, con mis conocimientos de maquinaria de taller adquiridos en la escuela militar, nunca tendría problemas de empleo. No se equivocaba".
Llegó después de 18 horas de viaje en un micro donde nadie hablaba español, atrás había quedado la comodidad del lenguaje. Oklahoma City lo recibió embebida de sol y un calor agobiante. Su hermana y cuñado lo esperaban para abrazarlo y calmar, muy de a poco, los choques de su exilio inesperado:
"Desde el primer día en Oklahoma y en las semanas posteriores, me impactaron de sobremanera el orden y respeto en el tráfico, y la paciencia que la gente tenía conmigo para tratar de entenderme y enseñarme la correcta pronunciación de las palabras. Quedé asombrado por la planificación para todo y por el hecho de no ver nunca una cola de espera, por ejemplo", afirma pensativo. "Y me pareció extraño que muchos jóvenes de mi edad - 19 por aquel entonces- contrajeran enseguida matrimonio, adquirieran una vivienda y formaran una familia. También me sorprendió su libertad y el hecho de que se esperaba que dejen sus hogares apenas terminaban la secundaria. Ninguno de estos aspectos cambió demasiado".
Oscar no tardó en adaptarse al nuevo ambiente, pero añoraba su tierra y todo lo que había dejado atrás. Sin embargo, la vida lo sorprendería una vez más: su amigo, el de la embajada en Argentina, llegó tres semanas después, y le anunció que lo visitaría en el camino a su destino final, California:"Bueno, Art, nunca se fue", sonríe. "Juntos comenzamos a trabajar, estudiar, y nos ayudamos mutuamente a conllevar la nostalgia que nos invadía a veces. Sinceramente, para mí el primer año fue muy difícil, lleno de recuerdos, sumado al hecho de que había perdido a mi padre, mi primer maestro. Me sentía endeudado con quien me educó y me guió en mis primeros pasos".
El mendocino comenzó a trabajar en una tienda de ramos generales e ingresó a un instituto que le otorgó el diploma de dibujante técnico. Allí tuvo su primer logro académico cuando, en un concurso, obtuvo el primer puesto en Oklahoma y estuvo dentro de los primeros diez a nivel nacional.
Dos años después de su llegada, Oscar ingresó a la Universidad de Oklahoma a estudiar ingeniería mecánica, carrera que costeó con su propio trabajo en su totalidad: "Cursaba durante el día y trabajaba de noche como dibujante técnico en una fábrica", dice con orgullo. "Y en esos años conocí a una joven mejicana que cursaba un postgrado en bioquímica. Se convirtió en mi esposa y juntos formamos una familia con tres hijos (un varón y dos mujeres), y hoy tenemos ocho nietos".
Calidad de vida, calidad humana
Tal como se lo había anunciado don Manuel en Miami, Oscar develó en Estados Unidos a un país de incontables oportunidades disponibles para todo aquel que se esforzara. Y Oklahoma no era una excepción:
"Es un Estado tranquilo. Algunos neoyorquinos creen que todo acá es tribus de pieles rojas y cowboys", ríe. "Bueno, es una zona ganadera y con varias industrias. Por supuesto, conserva mucha riqueza histórica indígena y hay festivales en Anadarko, donde asisten tribus de diferentes Estados, acampan y celebran durante una semana, con sus danzas e idioma propio. Pero Oklahoma también es reconocida por la industria petrolera, aunque la producción ha caído", continúa Oscar, quien luego de ejercer como ingeniero mecánico durante toda su carrera profesional, estudió finanzas al jubilarse y se certificó en el área de inversión.
"La gente, en general, es muy amable y muy solidaria. Personalmente, nunca padecí discriminación y desagravio por el hecho de ser hispano", asegura. "Siempre tuve bien en claro la importancia de acatar las leyes y el lenguaje de mi país adoptivo. Desafortunadamente, hay muchos habitantes hispanos que llevan más de diez años acá y aún no pueden hablar inglés. Para mí es inaceptable".
Los años se transformaron en décadas. Con su patria siempre en el alma, pero agradecido al suelo que le abrió sus puertas, en el 2003 Oscar fue nombrado presidente del Concilio Consejero en Asuntos Hispanos del Estado de Oklahoma, y se focalizó en temas trabajo, salud y educación para la creciente comunidad hispana: "Fue una manera de devolver al Estado la generosidad de aceptarme y ayudarme a través de los años".
Regresos y aprendizajes
Oscar no lo duda, volver a su patria, es volver a casa. Significa la pura alegría de retornar a esos abrazos tan argentinos de sus primos, sobrinos y amigos. Y su esposa, sus hijos y nietos lo disfrutan tanto como él.
"La primera vez que regresé a Argentina fue después de diez años de ausencia. Me identifico mucho con aquel poema de Olegario V. De Andrade, Vuelta al hogar: Todo está como era entonces, la casa, la calle, el río. Los árboles con sus hojas y las ramas con sus nidos. Todo está, nada ha cambiado, el horizonte es el mismo, lo que dicen estas brisas, ya otras veces me lo han dicho", se emociona el argentino. "Mis compañeros de curso de la escuela militar están siempre presentes, cada visita es una gran fiesta con ellos. Tuve la suerte de estar para el aniversario de los 50 años de nuestro ingreso a la escuela: fue un magnífico reencuentro en La Falda, Córdoba".
Cincuenta y siete años han pasado desde aquel 1963 que vio a Oscar Quiroga partir. Tiempos en los que jamás olvidó sus raíces, siempre extrañó el buen asado, el ritual del mate compartido y el dulce de leche. Años en los que nunca alejó a su familia y amigos de sus pensamientos, en especial a su padre, un hombre único y su primer maestro:
"Por fortuna, el destino me dio la oportunidad de homenajearlo con un proyecto extraordinario: Con la ayuda de mi amigo Art de la embajada, estamos a punto de inaugurar una biblioteca en una escuela rural de Mendoza, que llevará su nombre. Este colegio carecía de libros, de manera que se acondicionó un aula como biblioteca y se abasteció de numerosos títulos para cubrir las necesidades educativas. Lo curioso es que está situada muy cerca de donde mi padre enseñó por primera vez", revela Oscar, quien actualmente también brinda clases gratuitas de finanzas personales a la comunidad hispana en Oklahoma. "A pesar del largo tiempo que llevo acá, amo mi país y me siento en deuda por la formación básica que me permitió alcanzar mis logros profesionales. Por ello, deseo contribuir al bienestar de mi tierra en todo lo que pueda".
"En todos los años viviendo en Estados Unidos aprendí a extrañar mucho. Físicamente dejé Argentina, pero espiritualmente aún recorro rincones de calle Corrientes o la Avenida San Martín en Mendoza. Mi casa es una réplica aproximada del ambiente de mi niñez: mi patio está equipado con una parrilla argentina y un hornito de barro, el interior está decorado con mates que pasaron de uso y se convirtieron en adorno. Los colores de mi equipo preferido de Argentina se hacen ver fácilmente y esa misma tradición la siguen mis hijos y nietos, lo cual me enorgullece de sobremanera", revela conmovido el hombre de 75 años.
"Con mi experiencia aprendí a valorar más la vida, y en ese aprendizaje se acopla el deseo de ayudar al necesitado. Siempre estoy informado de lo que acontece en mi patria y llega el dolor a mi corazón cuando mi tierra sufre. Como argentino, siento la obligación de aportar a mi nación en estos tiempos difíciles de pandemia, aunque se dificulta y me da impotencia. Mi consejo a jóvenes de mi país es que, si pueden, viajen en la juventud, vean el mundo y regresen a sus raíces; o por lo menos, nunca olviden sus inicios en la tierra que los vio nacer".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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