Patricia Wouters se mudó a Noruega en el 2002, después de casi tres años de relación a distancia y tras la llegada de su hija, Sara. Por entonces, tenía 34 años y su bebé apenas un mes. Para ella, dejar Argentina fue particularmente difícil no solo por lo que implicaba volver a empezar en un país tan diferente, sino porque también era madre de dos hijas adolescentes de un matrimonio anterior, lo cual hizo mucho más dura la partida.
En su lugar de origen, Mendoza, Patricia trabajaba como profesora de Comunicación Social en colegios secundarios, mientras que su pareja tenía un buen puesto en una empresa multinacional de Kongsberg, Noruega. "La posibilidad para él de conseguir un trabajo similar en Argentina era prácticamente inexistente, por lo que la mejor opción era que yo me fuera a vivir allí. Mis hijas se quedaron en Argentina con su padre, pero estaba convencida de estar haciendo lo correcto. Sabía que, aunque fuera difícil en el momento, era lo mejor para todos. El tiempo demostró que no estaba equivocada. Gracias a esta decisión, mis hijas tuvieron -y tienen- posibilidades de crecimiento personal y enriquecimiento cultural, que no hubieran tenido si yo no hubiera emigrado: estudios en Noruega, viajes, idiomas, posibilidades laborales, amistades y mucho más", explica.
Antes de enamorarse, Patricia jamás había imaginado a Noruega como un destino crucial en su vida, por lo que su resolución llegó tras un largo proceso de maduración, que terminó de definirse cuando quedó embarazada. Al comienzo, hicieron planes para que su hija naciera en Noruega, pero, a medida que se acercaba la fecha de la partida su angustia fue en aumento y no pudo viajar. "Sentía que no estaba lista para irme. Finalmente, con mi marido tomamos la decisión de que Sara naciera en la Argentina. Llegué a Noruega a finales de octubre, en pleno otoño: frío, oscuro y con las primeras nevadas cubriendo el paisaje", recuerda.
Ya instalada en tierras lejanas, al comienzo Patricia no pudo evitar la sensación de estar viviendo una vida partida en dos: una parte en Noruega, feliz con su marido y su bebé, y la otra en Argentina, pensando en sus hijas, en sus padres, extrañando todo y a todos. "Me llevó años aprender a convivir con esa realidad dual", confiesa.
El nuevo hogar
Konsberg, su nuevo lugar en el mundo, era un pueblo chico de 27.000 habitantes, considerado uno de los polos industriales y tecnológicos más importantes del país. Patricia ya había estado en Noruega antes de instalarse, "pero una cosa es estar en un lugar como turista y otra como residente. Las cosas que como visitante me parecían agradables y divertidas, como la nieve y el frío, al cabo de un tiempo de vivir aquí, empezaron a no resultar tan divertidas", cuenta.
Con 15 o 20 grados bajo cero, Patricia descubrió que la logística era crucial. Para estar apenas 10 minutos afuera, necesitaba campera especial, guantes -a veces dos pares-, gorro, zapatos de suela especial, calzas de lana, y más. "Por supuesto que, al comienzo, siempre me olvidaba de algo o me ponía la ropa equivocada, pero a la fuerza aprendí a tener más control. El frío es brutal y no da ningún margen para el error de cálculo u olvido", explica.
Pero con el tiempo, y a pesar del duro invierno, Patricia comenzó a apreciar a Noruega por su belleza geográfica, su limpieza y orden; por ser un lugar en donde las cosas funcionan. "Cuando digo `cosas´ me refiero a todos los componentes que le dan forma a una sociedad: instituciones, servicios, política, educación y demás. Es un país justo, previsible y racional, en donde es posible disentir -con respeto y sin violencia-, planificar y reclamar por lo que uno cree justo sabiendo que, sea cual sea la respuesta al reclamo, va a ser racional y transparente", describe.
Así mismo, Patricia se encontró ante una nueva concepción de lo que significa la comodidad y una vida simple, en especial para los noruegos. "Podría decir que en Noruega los noruegos pueden elegir libremente la vida que quieren vivir. Este país cuenta con los más altos índices de bienestar y desarrollo humano del mundo", continúa.
Trabajar y comunicarse
Sin embargo, y aunque la aceptación y el respeto por el extranjero estén absolutamente internalizados en los pueblos escandinavos (sociedades que cuentan con una política activa de recepción y protección de refugiados y exiliados), Patricia descubrió que las cosas no son tan simples para los extranjeros que deciden vivir allí.
"Al extranjero se lo acepta y respeta, pero, cuando de dar trabajo se trata, frente a un noruego y un extranjero en igualdad de condiciones, o inclusive si el extranjero cuenta con cierta ventaja, se preferirá al noruego. A mí me llevó algunos años conseguir trabajo fijo en una empresa, a pesar de que aprendí el idioma en el primer año, tenía título universitario, y trabajaba con mi firma en capacitación de empresas", revela Patricia, que además de ser Licenciada en Comunicación Social, cuenta con un máster en Comunicación Corporativa e Institucional, estudió filosofía en la Universidad de Oxford y acaba de terminar de escribir un libro sobre filosofía estoica, que pronto será publicado. "El altísimo costo de vida y el idioma son otras dos barreras. A pesar de que casi todos los noruegos hablan muy bien inglés, es imprescindible hablar el idioma local para integrarse a la vida social y laboral", continúa.
Y fue precisamente en la comunicación en donde Patricia halló las mayores diferencias entre ambas culturas. "Un noruego le da valor matemático a las palabras; las escucha con extrema atención y cuando le toca el turno de hablar va derecho al punto, sin rodeos ni preámbulos. Hablan poco y bajo, no derrochan palabras, les encanta el silencio, los colores, sabores y olores neutros, y se sienten muy incómodos con la ostentación de cualquier tipo", afirma Patricia, quien también se encuentra trabajando en un libro acerca de la cultura escandinava.
En este sentido, y basada en las teorías de la comunicación intercultural, Patricia describe a los europeos del norte como "culturas de bajo contexto", donde lo que importa es qué se dice. "Latinoamérica, el sur de Europa y países africanos son culturas de `alto contexto´ en donde importa más quién lo dice y cómo lo dice, que lo que se dice", argumenta.
En relación a los noruegos, Patricia se halló frente a una sociedad muy minimalista en gestos y expresiones faciales y en donde, hasta hoy, le resulta muy difícil interpretar lo que piensan o sienten."Esto es un problema para nosotros, los latinos, acostumbrados a querer leer al otro para saber lo que le pasa. Admito que esto todavía me genera inseguridad e incomodidad, porque espero una reacción, una expresión que me indique si la otra persona está de acuerdo o no, si le interesa lo que digo, si le caigo bien, etc.", confiesa.
Los regresos
Años atrás, Patricia solía viajar a la Argentina una vez por año. Ahora, con su hija en el secundario, no le resulta tan fácil. "El sistema escolar en esta etapa es muy estricto en cuanto a las faltas y es complicado coordinar las vacaciones de todos para ir a Argentina. Otro problema es que las vacaciones largas de verano de aquí coinciden con el invierno en Argentina, y ¡realmente necesitamos vacaciones de verano, sol y calor después de 6 meses de invierno y oscuridad!", manifiesta.
Pero cuando es tiempo de regresar, y cada vez que el avión está por aterrizar primero en Ezeiza, y en el Plumerillo de Mendoza, después, a Patricia se le acumulan diversas emociones y sensaciones, cargadas de recuerdos y expectativas. "A los cinco minutos de reencontrarme con mi familia, siento que el tiempo no ha pasado y que la distancia no existe. Pero cuando las emociones del reencuentro empiezan a disiparse y cada uno sigue con su vida normal, siento que ya no formo parte de esa realidad cotidiana. Es una sensación extraña", revela.
Los aprendizajes
En Noruega, Patricia asegura que aprendió el valor de lo simple. "Si tuviera que elegir una palabra que sintetice a esta sociedad, sería `simple´. Noruega y los escandinavos hacen las cosas simples, o para decirlo de otro modo, no las complican innecesariamente", explica.
Desde su perspectiva argentina, Patricia distingue la enorme diferencia que existe entre la mentalidad basada en lo simple y la mentalidad argentina, que considera que suele mostrar una tendencia a la dramatización y desproporción de los hechos. "Frases como `¡No podemos más!´ `¡No aguantamos más!´ `¡Esto va explotar!´ se repiten a diario. Los destinatarios de estas dramáticas exclamaciones son diversos y variables: el trabajo o el jefe; el marido o la esposa; el auto o el país en general. Los noruegos cuidan lo que dicen y le dan valor a sus palabras. No dramatizan y evitan complicaciones; en general, los escandinavos les huyen a las exageraciones y conflictos como al mismísimo demonio", asegura.
"También aprendí que la adaptación cultural es un proceso que lleva tiempo y que modifica la identidad y el sentido de pertenencia: hay momentos en que uno se siente extranjero en su país de origen y también extranjero en el país de adopción. Pero comprendí que la cultura y las raíces se llevan adentro, independientemente del tiempo que uno lleve viviendo en otro país. De repente, un sabor, una canción, una remembranza, un nombre, una foto, me recuerdan que soy argentina. Son esas pequeñas cosas que, como canta Serrat, `uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia´, pero siguen y seguirán ahí, y que, - sigo con Serrat- `nos hace que lloremos cuando nadie nos ve´", concluye.
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Destinos inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones y culturas del mundo a través de la mirada argentina. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .
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