Años atrás, cuando Natalia Paradiñeiro conoció a Andreas Tosstorff, no imaginó que algún tiempo después terminaría viviendo en el viejo continente, o al menos no en Alemania, un destino que siempre le había parecido algo ajeno y lejano a su universo conocido. Sin lugar a dudas, aquel país no estaba en sus planes pero ¿por qué no aventurarse?, en definitiva, y tal como decía Freddy Mercury, "si es planificado, es aburrido".
A su novio, un alemán que había nacido y se había criado en Trier - un pueblo al suroeste de Alemania cercano a la frontera con Luxemburgo -, no le era extraña la cultura argentina: su madre había nacido en el país del sur y le había hablado su español local desde pequeño, idioma que compartió con Natalia desde el comienzo.
Se conocieron un poco por casualidad y otro poco por algunos contactos en común, y la conexión fue casi inmediata, se entendían, reían juntos y pronto creció el amor. Aun con el obstáculo de la distancia, decidieron embarcarse en el desafío de perpetuar su relación. Andreas, que tenía familia y amigos en Buenos Aires, venía de visita dos veces al año - con suerte-, en alguna ocasión fue ella y en otras, elegían un destino para ir de vacaciones en algún país relativamente cercano para ambos.
"Yo estaba terminando mi carrera de abogacía en la Universidad de Buenos Aires, y él estaba en pleno doctorado en Múnich (es científico)", cuenta Nati, "Un día me preguntó qué me parecía la idea de irme a vivir con él para allá -momentáneamente-, al finalizar mi carrera. Fue un sí rotundo: estábamos enamorados y yo no tenía ningún empleo increíble que me atase a Buenos Aires, descubrí que trabajar como abogada no me hacía feliz; sumado a esto, tuve que admitirme que sí había fantaseado con la idea de vivir en Europa, pero sin saber muy bien adónde y sin creer realmente que alguna vez sucedería. Todo cerraba".
Hacia un nuevo hogar
Natalia estaba emocionada por la decisión y, sin embargo, cuando pronunciaba su destino inesperado en voz alta no podía dejar de notar las expresiones de sorpresa en los rostros de sus familiares y amigos, ¿Múnich?, le preguntaban con mirada curiosa, Alemania no era tan común ni quedaba tan cerca; aun así, ella estaba dispuesta a emprender aquella gran aventura.
"Lo más difícil fue asumir que iba a tener que distanciarme de mi mamá, con quien siempre tuve un vínculo muy cercano, pero todos me apoyaron", rememora, "Algunos me indagaban acerca de cómo iba a hacer con el título, con el idioma….. lo cierto es que no lo tenía demasiado resuelto. Yo, la que pensaba cien veces cada decisión que iba a tomar, había sacado un pasaje solo de ida. Muchos otros me felicitaron diciéndome que con la situación del país era lo mejor que podía hacer. Lo cierto es que nada estaba más lejos de mi sentir, me iba motivada por razones totalmente distintas, que incluían el amor, por supuesto, pero también crecer como persona, enriquecerme".
La fecha de partida se acercaba y las despedidas tomaron protagonismo. Fue recién durante aquellas últimas semanas que Natalia asimiló el salto que estaba por efectuar y, de pronto, una emoción clara, aunque impensada, copó su alma: nostalgia, una nostalgia que crecía incontrolable a medida que la cuenta regresiva llegaba a su fin. "Es que ya sentía la falta de los afectos, mi perrita, mi casa, el barrio. No todo era color de rosa. La despedida fue más difícil de lo que hubiera imaginado. Era el comienzo de una nueva etapa, lejos de lo que había sido mi hogar por veinticuatro años. Tiempo después, aprendería una palabra en alemán que definía perfecto mis emociones: Heimweh, que significa `nostalgia de hogar´, `dolor por la falta del hogar´".
Sumida en sensaciones saturadas de claroscuros, Natalia llegó a Múnich una tarde de pleno invierno nevado. Eran las 16:30, el día ya había comenzado a despedirse y el frío comenzó a calarle los huesos, no recordaba un invierno así en Buenos Aires... Ante ella la ciudad había emergido bellísima, pero su corazón aún se hallaba extrañado.
Otras costumbres y el impacto de la historia
Su nuevo hogar la esperaba en un barrio llamado Schwabing-Freimann, muy cercano al centro de la ciudad. Una zona pintoresca de calles impecables, casas de colores, espacios verdes por doquier y subtes y trenes a mano, y siempre en horario. Natalia quedó sorprendida ante tanta armonía arquitectónica y belleza histórica; pasado y presente fundidos para crear una energía especial.
Pronto aprendió que el Apfelstrudel (Strudel de manzana) era una especialidad del país muy consumida en la región, que en los restaurantes la comida típica era el Goulash (un tipo de guiso alemán) y el Schnitzel (milanesa); que los Pretzels no podían faltar en las fiestas y que la norma al llegar a una casa era siempre, y sin excepción, descalzarse al traspasar la puerta de entrada. "Lo más raro para mí, sin embargo, fue el horario que manejan para comer en esta zona: al mediodía lo hacen cerca de las doce y la cena se sirve entre las dieciocho y las diecinueve. Imposible acoplarme a esos horarios, seguí con los tiempos argentinos".
A pesar de aquellos hábitos lejanos a sus costumbres, para Natalia el mayor impacto arribó de la mano de la inconfundible atmósfera que se podía respirar en las calles de aquella maravillosa ciudad, un rincón del mundo que supo reinventarse magníficamente luego del régimen nazi. "Atrás quedaron esos años oscuros en la historia de la humanidad", observa, "Cuando mi novio me llevó a recorrer Múnich, durante los primeros días me resultaba conmovedor, cuanto menos estremecedor estar pisando lugares donde Hitler organizaba sus reuniones y daba sus discursos. Al pasar por edificios que aún conservan en sus paredes agujeros de balas, solo podía hacerme una vaga idea del horror sufrido por esta ciudad. Múnich cuenta su historia en muchos rincones: monumentos a las víctimas del nazismo elevados en los atajos por donde solían transitar, placas en las casas de personas que vivieron allí antes de ser vistas como el enemigo, museos con pertenencias personales que solo muestran un atisbo de lo vivido".
Junto al reconocimiento de una comunidad que supo renacer de uno de los crímenes más atroces de la humanidad, Natalia comenzó a apreciar con otros ojos todo aquello que en tantas ocasiones se suele admirar tan solo por lo que se puede observar a simple vista, como la belleza de los inmensos parques, los jardines de todo tipo, y a la vida en torno a ellos. "Nosotros tenemos la suerte de tener a diez minutos el Englischer Garten, el más pintoresco de Múnich me atrevería a decir, y que es considerado uno de los parques más extensos del mundo. Los alemanes le dan mucha importancia al tiempo al aire libre. Al tener pocos meses de sol, cuando empieza el clima estival todas las cafeterías y restaurantes se llenan de gente que se disputa las mejores mesas sobre las veredas".
De fiestas y autos
A las pocas semanas de pisar suelo germano, llegó el Carnaval y Múnich se transformó en una ciudad alocada y sumamente alegre. Natalia estaba maravillada, a donde fuera todos llevaban disfraces coloridos y graciosos, incluso los días de semana, en horario de estudio o en el ámbito laboral: las celebraciones tradicionales sin dudas ocupaban un espacio muy importante en su nueva comunidad.
"Después, todos se reúnen en el centro a festejar y obvio, a tomar cerveza", ríe, "En cuanto a la Oktoberfest, la gente se viste con ropas típicas de Baviera. El traje se llama Tracht. La fiesta dura dos semanas, montan un parque de diversiones en el predio y la cerveza que se toma se prepara especialmente para la ocasión, siendo más fuerte que la regular alemana; se sirve en un vaso llamado Maß (chopp que carga un litro) e impresiona ver a las mujeres que atienden cargando de a más de diez".
Los autos, siempre impecables, también captaron la atención de la joven, así como el car sharing ofrecido por marcas de alta gama como BMW y Mercedes Benz; un sistema de alquiler de autos por minuto, que luego de su uso se deja estacionado en cualquier punto de la ciudad en forma gratuita. "Lo cómodo de esto es que la app te dice dónde está el auto más cercano a vos; siempre son vehículos modernos, limpios y entregados con el tanque lleno. Alemania tiene la particularidad de poseer tramos de autopistas en los cuales no hay límites de velocidad (por eso obtener la licencia no es tan fácil y en el curso, que es largo, hacia el final te sacan a la autopista a manejar a velocidades muy altas). Se está evaluando eliminar ese sistema para reducir accidentes y el impacto ambiental. Este último punto - la ecología - es algo en lo que los alemanes se fijan mucho. Por otro lado, varias marcas de autos de alta gama del mundo son de ingeniería alemana como BMW, Audi, Mercedes y Porsche. La sede central de BMW está en Múnich".
Calidad humana, calidad de vida
Con el paso del tiempo, Natalia concluyó que en la vida cotidiana y social el idioma no era un tema menor. Le resultó evidente que para el turista el inglés era más que suficiente para manejarse con comodidad, pero que en aquella región bávara el lugareño prefería que le hablen en su idioma, especialmente en el ámbito laboral.
"No hay vuelta que darle, y en gran mayoría de los trabajos requieren un excelente dominio. Sin embargo, a pesar de las dificultades, en la gente encontré una recepción abierta, cálida, y descubrí que acá son muy amigueros. A los alemanes se los tilda de fríos, pero yo sinceramente no lo creo ni lo siento así, siempre trataron de hacerme sentir parte del grupo, y se interesaron por saber de mí y de mi vida en argentina. Lo que sí es que son personas en extremo cultas y educadas, me costó aprender a saludar con la mano, pero fue una cuestión de tiempo", afirma Nati sonriente, "Lo que más me gusta de la gente de Múnich son las costumbres conservadoras que tienen: se siguen mandando cartas y postales, todos los regalos se envuelven en papel y la tarjeta que acompaña tiene hasta más importancia que el regalo en sí mismo".
Aun a pesar de tantas bondades, la experiencia de Natalia en relación al sistema de salud no estuvo a la altura de sus expectativas. Como hija de médica, y ante las malas experiencias vividas en su nueva tierra, la formación de una visión crítica le resultó inevitable. "Para mí acá es un negocio, punto a favor para la Argentina, donde viví de cerca un trato mucho más humano con el paciente y una sensación de que la medicina no se maneja de forma tan comercial. Y no tiene que ver con que sea extranjera: mi novio – local - también tiene esta misma percepción negativa", asegura.
"Igualmente la calidad de vida en Múnich es indiscutible", continúa, "Acá incluso el sueldo más básico te permite margen de ahorro y tenés paisajes de ensueño a la vuelta de la esquina. A menos de dos horas te encontrás con castillos y pueblos, montañas y lagos escondidos que parecen salidos de un cuento, sumado a una historia rica. Mi lugar preferido es Eibsee Zugspitze, que divide la frontera entre Alemania y Austria, Zugspitze es la montaña más alta del país y pertenece a los Alpes Calizos del Norte; el contraste del color del agua turquesa con la nieve de la montaña es una postal difícil de olvidar. Otra de mis postales cercanas preferidas es el castillo Neuschwanstein, famoso por haber inspirado a Walt Disney para crear la Bella Durmiente. Pueblos salidos de otra época, como Tegernsee, quedan a un tren de distancia. Allí se observan balcones de madera tallada, calles tranquilas, pocos autos y gente que parece caminar a otro ritmo, más pausado, o que está sentada a la sombra de un árbol, disfrutando la calma del lago".
Regresos y aprendizajes
Para Natalia, que regresará este mes de noviembre a Buenos Aires por un mes, tachar los días le resulta inevitable. Extrañar intensamente es un sentimiento que la envuelve tanto como el agradecimiento por haber tenido la oportunidad de adentrarse en tan maravillosa travesía.
"Al emigrar siento que podés acostumbrarte y adaptarte un poco más cada día, pero que el corazón está en Buenos Aires, aunque sea esa caldera que siempre es noticia por estar a punto de estallar", dice con mirada agridulce, "Pero en este regreso, y después de tanto tiempo transcurrido, tengo una ventaja: ya sé lo difícil que va a ser la despedida. Aunque esta vez, por fortuna, la vuelta en el avión será de a dos".
Ambrose Bierce decía que planificar es preocuparse por encontrar el mejor método para lograr un resultado accidental, algo que sin dudas en la vida de Natalia comenzó a manifestarse desde muy joven, cuando conoció a Andreas casi por casualidad. Gracias a los sucesos de su vida ella comprendió que, sin importar cuál sea la línea de nuestros pensamientos y la forma que estimamos que tomarán nuestras elecciones, en el camino siempre surgirán un sinfín de variables capaces de hacer girar nuestro timón hacia destinos inesperados.
"Antes solía creer que sabía más o menos cómo seguiría mi vida y, no solo ella viró hacia un nuevo rumbo, sino que ahora lo hará una vez más; en unos meses nos espera Suiza y una nueva ciudad por vivir: Basilea", revela Natalia, "Mi tiempo en Múnich me está obsequiando uno de los mayores aprendizajes de mi vida: conocí una cultura totalmente ajena, formé lazos increíbles con personas tan variadas como amables, aprendí y me conmoví con la capacidad de resurrección histórica de un pueblo, estudié un idioma que nunca hubiera imaginado necesitar hablar y trabajé en un hotel de moza, algo antes impensado. A través de esta experiencia descubrí que todo se aprende en la vida y que nuestra existencia está llena de incertidumbres. Esta certeza me enseñó a que hay que estar listos para los nuevos desafíos, incluso los que no estaban en nuestros planes".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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