La belleza del paisaje era innegable, Gabriel Raffa se maravillaba cada vez que ubicaba las maderas para comenzar el ritual del asado de fin de semana. Lejos de habituarse a lo que lo rodeaba, le dedicaba un preciado instante a observar el lago Nahuel Huapi, las montañas, y a permitir que el aire fresco ingresara a sus pulmones, puro, diferente al que había dejado atrás en Buenos Aires.
En la capital también supo ser feliz. Allí había trabajado como desarrollador para un banco y por aquellos días había conformado un grupo de compañeros inolvidable, amigos a la distancia hasta hoy. Pero su novia de aquel entonces, lejos de sentirse dichosa, añoraba escapar de la urbe que le resultaba asfixiante y de una relación tensa en el ámbito laboral. Fue así que, cuando a Gabriel le surgió la atractiva oportunidad de trabajar en Bariloche para una empresa tecnológica, la alegría fue protagonista. "Acepté sin dudarlo. En ese instante me di cuenta de que yo también estaba tras la búsqueda de un cambio", recuerda el joven de treinta y tres años, "Llamé a mi novia y le dije que empezara a hacer las valijas. Fueron tiempos hermosos. Ya en el sur no solo el empleo era sumamente interesante, sino que vivíamos alejados del centro y teníamos un terreno en el fondo de la casa que usábamos para tomar unos mates, desayunar y hacer asados mirando al lago, ¡qué vista deslumbrante! Una vida radicalmente distinta a la que llevábamos en la ciudad".
Pero un nuevo rumbo asomaba en el horizonte. Sucedió en una hermosa noche mientras acomodaba las brasas de su parrilla, cuando Gabriel inició una amistosa charla con su vecino que se encontraba en la misma sintonía. Separados apenas por un alambrado, la comunicación fluyó natural y con el tiempo se hicieron todos amigos: salían de a cuatro -con sus respectivas parejas-, y se juntaban a compartir las comidas y las cervezas. "Y en una cena comenzamos a fantasear con la idea de irnos del país y, a medida que pasaban las horas, los motivos y los argumentos se fueron reforzando. Decíamos: `Si no lo hacemos ahora, después no nos vamos a animar´", evoca hoy, "Finalmente decidimos dar el paso y, aliados en el proyecto, renunciamos a nuestros trabajos, vendimos las cosas y con mi novia pasamos primero por Buenos Aires para despedirnos de nuestros seres queridos".
En la mañana del 9 de diciembre del 2015, dos parejas que habían volado por separado se reencontraron en Milán. Allí, en aquel destino inesperado, Gabriel le daría comienzo a un nuevo capítulo de su vida.
Los primeros impactos de un nuevo hogar
Tras muchas horas de vuelo, Gabriel arribó completamente desorientado. Era su primera vez en el viejo continente, y de los cuatro, su novia era la única que hablaba italiano. Habían tocado suelo europeo sin trabajo, con ahorros y una inmensa esperanza; las emociones previas a la partida todavía flotaban en el aire. Gabriel aún podía sentir las sensaciones potentes que lo invadieron al despedir a su padre. En un momento dado él lo había mirado a los ojos con una sonrisa, para luego abrazarlo con fuerza sin decir una palabra, y para el joven fue imposible contener el llanto. "Fue un instante en el que no entendí nada, no sabía qué me iba a deparar el destino, ni cómo iban a resultar las cosas, pero, a su vez, es como que tu cuerpo sabe que estás frente a un acontecimiento importante, se trata de uno de esos puntos de inflexión en la vida que lo cambia todo y donde hay que tomar coraje y avanzar. Es una instancia en donde inevitablemente las emociones afloran por todas partes y con gran intensidad", asegura conmovido.
Pero a pesar del cansancio, Gabriel también se percibía contento. Todo era nuevo y estaba a su disposición para ser descubierto, como ese hablar de los italianos -más melodioso aún que el porteño-, el silencio de las noches, la ausencia del viento, el respeto cívico, ¡e incluso los supermercados!
"Recuerdo muy bien la primera vez que entré a un supermercado en Milán, me impactó", confiesa, "Por cada producto había una variedad interminable de marcas, estilos, de opciones, tantas cosas que al principio me mareaba. Y me asombró el idioma, tal vez porque al ser familiar me chocaba que no utilicen, por ejemplo, una `s´ para los plurales, las esperaba. Sin embargo, fue tal vez la calma nocturna lo que más me sorprendió en los primeros tiempos. Al ser una ciudad sin viento y con un respeto por los horarios extremo, no se oye ni un sonido por las noches. Me impresionó ser consciente de un silencio que ni en Bariloche podía sentir".
Vientos de cambio
Las semanas se transformaron en meses y la vida de Gabriel entró en torbellinos que lo enfrentaron a nuevos cambios, que incluyeron otro tipo volver a empezar, aunque esta vez en otro mundo. La pareja amiga, que tenía una hija pequeña, no logró adaptarse a una ciudad en donde las montañas y los lagos se sentían demasiado lejanos. Ellos decidieron dejar la vivienda compartida, el país, y volar hacia España para trazar un nuevo camino. De a dos la situación económica se había vuelto muy compleja y Gabriel decidió gastar 80 euros en un pasaje a Roma para asistir a una entrevista con la promesa de una mejora laboral.
"Me ofrecieron un contrato muy básico con un sueldo que era menos de la mitad de lo que me habían anticipado. Ya que estaba, antes de volver a Milán coordiné con una persona para ver un departamento en las afueras del centro de Roma. Para mi sorpresa el barrio era horrible, había prostitución callejera en las inmediaciones y la vivienda dejaba muchísimo que desear. Mientras observaba lo espantoso que era, una voz potente se oyó en mi mente, ella me decía: ¿Qué hiciste Gabriel?, y no pude evitar el recuerdo del Nahuel Huapi, los asados, la hermosa casa que teníamos, el trabajo y todo aquello que habíamos abandonado en la Patagonia".
El argentino regresó cabizbajo, pero, por fortuna, las buenas noticias laborales lo aguardaban en Milán y, al tiempo, el joven consiguió por fin un buen empleo. En busca de alquileres más accesibles se mudaron a Monza, a 20 kilómetros de la ciudad. Sin embargo, en su vida personal la suerte fue forastera. Lo cierto era que su novia tampoco se sentía a gusto en aquel rincón del planeta y de a poco la relación entre ellos empezó a deteriorarse sin remedio. Poco después, ella también dejó Italia. Gabriel se había quedado solo.
Hábitos y costumbres
Las circunstancias de la vida lo habían alejado de aquel sueño compartido, pero Gabriel no estaba dispuesto a dejarse vencer, decidió permanecer y dar pelea. Por un largo período se alojó en el centro de Milán, en un departamento no tan alejado de su trabajo pero que no le brindaba la paz que su corazón le solicitaba. Finalmente, decidió retornar a Monza, allí encontró una vivienda en una zona residencial muy tranquila, aunque muchos lugareños no acordaran con él. "Yo lo comparo con el barrio donde crecí; para mí es muy calmo", dice.
Más asentado en la cotidianidad, el joven comenzó a valorar ciertos hábitos culturales que lo habían sorprendido a su llegada, pero que ahora había aprendido a apreciar en profundidad, como la limpieza de la ciudad y la generosidad de una comunidad siempre dispuesta a ayudar en la calle cuando alguien se encuentra perdido o cae en la vereda o el asfalto. "Jamás son indiferentes y se llena de gente dispuesta a socorrer. Acá las personas no piensan a priori que serán engañadas. Hay mucha confianza y cuando un milanés te pregunta algo y vos le respondés una determinada cosa, te cree. Me viene a la mente la palabra inocencia, pero no estoy seguro si tiene o no que ver. Lo que sí puedo decir es que es algo muy lindo", afirma sonriente.
Pero a pesar de lo bello, Gabriel también comenzó a advertir con mayor fuerza el peso de las diferencias culturales, lo que lo llevó a sentir nostalgia en varias ocasiones: nostalgia de carne, de amigos, de abrazos de familia, de las navidades con los seres amados y las juntadas únicas de año nuevo; con el transcurrir de su rutina de viejo mundo reveló -como nunca antes lo había hecho- lo bueno de los argentinos, a pesar de los conflictos.
"Extrañás la espontaneidad de la gente, salir del trabajo y enviarle a un amigo: `Che, ¿vamos a tomar una birra?, y que te responda que sí sin haberlo programado. Acá en el norte de Italia si te querés juntar tenés que avisar mínimo una semana antes", asegura, "No todo es color de rosas. La burocracia es gigante, ¡superior a la nuestra!, ante un trámite tenés que armarte de paciencia porque es increíble la cantidad de pasos y vueltas extrañas que hay que dar. Por otro lado, hay costumbres a las que me cuesta adaptarme, como cuando quiero ir a desayunar a un café. El servicio deja mucho que desear. Tenés que ir al mostrador, siempre lleno, y llevarte la medialuna que pediste a tu mesa. Tienen la mala costumbre de tomar el café de parados y todos amontonados ahí, en la barra del bar. ¡Siéntense muchachos por favor!, grita mi mente en vano pese a saber que no tiene sentido luchar contra la cultura extranjera. En ciertas cosas a veces creo que los italianos no se saben tratar bien", ríe.
Y cuando los meses se transformaron en años, Gabriel terminó por aceptar que tal vez vivía en un entorno donde parte de la población tenía preocupaciones algo banales, así como comportamientos que otras culturas fácilmente podrían catalogar de superficiales. Ya en el primer año le había llamado la atención que lo miraran extraño, como si fuera rico, cuando por ejemplo ordenaba un postre en un restaurante, hasta que un amigo italiano le comentó que en Milán era usual evitar gastos supuestamente innecesarios durante la semana para ahorrar y comprarse ropa de marca, a fin de mostrarla el fin de semana.
"Como te ves, es como te tratan; les interesa mucho la estética. No sé si es tan extremo como me dijo mi amigo, pero creo que la realidad no está tan distante", opina, "Pero, a su vez, la población está sumamente envejecida. Los italianos no tienen muchos hijos y las mujeres que sí optan por la maternidad lo hacen de grandes. La mayoría de niños que veo en la calle son de padres extranjeros. A veces te sentís extraño cuando salís de tu casa y ves gente mayor por todos lados. Te preguntás: ¿y los jóvenes?"
Calidad de vida
Para Gabriel encontrar trabajo estable resultó un desafío que, con mucho esfuerzo, logró concretar. En Milán descubrió a un sector informático colmado de oportunidades atractivas y una industria interna mucho más amplia de lo esperado. Pero, aun a pesar de las bondades, tuvo que acomodarse a jornadas laborales más arduas en relación a las que había dejado en su patria. "Se trabaja a un ritmo mucho mayor. En ese sentido los italianos del norte no son personas relajadas. Me viene a la mente la frase `viven para trabajar´. El punto más importante en relación a la calidad de vida creo que me lo brindó la ausencia de inflación. Es increíble cómo cambia el paradigma de tu existencia cuando vivís en una sociedad que carece de ella. Podés organizarte, hacer planes a mediano y largo plazo. Invertir con tranquilidad. Te calma muchísimo. Comprás una gaseosa hoy en el supermercado y la vas a pagar lo mismo dentro de cuatro años, eso es algo que nunca pude experimentar en mi país".
Otra revelación la trajo la sensación de seguridad plena. Gabriel había escuchado hablar acerca de inexistente paranoia automatizada en otras naciones, pero no fue hasta que pudo experimentarlo en carne propia, que logró confrontarse a lo mal acostumbrado que estaba: "Si bien este país no es Suecia, podés estar en un restaurante cenando con alguien y dejar el celular en la mesa con la tranquilidad de que nadie va a venir a robarte. Podés caminar por la calle a cualquier hora sin estar pendiente de que te pase algo".
Establecido, el joven descubrió que era capaz de ahorrar, viajar y sentir paz en su rutina diaria, aunque a un costo -llamado desarraigo- demasiado alto: "Al principio es todo lindo, pero después uno comienza, sin quererlo, a luchar contra la cultura", observa, "Cuesta entender muchas cosas y te molestan actitudes tan simples como ver a italianos tomar el café de parados y a las corridas en lugar de tomarse cinco minutos y sentarse. Muchos dicen que la etapa superadora a este tipo de malestares se llama aceptación. Yo aún no estoy en esa faceta".
Regresos y aprendizajes
Para Gabriel, cada regreso comienza a sentirse antes del vuelo. Percibe cómo su cuerpo y su mente se preparan para el anhelado reencuentro con aquellas personas que ama profundamente. Días antes se reconecta con imágenes felices del pasado que lo llevan a fantasear con las postales del futuro: los asaditos, las conversaciones, una agenda apretada de reuniones alegres y un café con leche, medialunas, jugo de naranja y un preciado vasito de soda. Y rodeado de gente sentada, claro está.
"Volverse a ver es increíble. Estar suelto por varias semanas en la ciudad en donde te criaste y tener todo el tiempo del mundo para visitar a los amigos y familiares es realmente emocionante. Te sorprende cómo cambian algunas cosas, y otras permanecen inmutables", expresa emocionado mientras su mirada se pierde en los recuerdos.
Cuatro años pasaron desde aquella noche en el sur, cuando Gabriel Raffa inició una conversación - alambrado mediante - que le cambiaría la vida. Fue el comienzo de un viaje inesperado con amigos y un amor. Su destino, sin embargo, tomó rumbos separados, y aquello que comenzó como un proyecto de a cuatro se transformó en una travesía solitaria, aunque reveladora. Gabriel comprendió que, ante una decisión tan impactante como dejar atrás la tierra de origen, lo que uno emprende es un viaje hacia uno mismo.
"Uno se descubre a través de nuevos comportamientos, como aquellos que surgen ante a las vicisitudes de la vida en lugares alejados al mundo conocido. No todo es fácil. La mayoría de los que hemos decidido vivir en Europa no estamos manejando autos alta gama y tomando camparis todos los fines de semana, dándonos la gran vida como mucha gente tiende a imaginar. Hay que luchar, no te conoce nadie, no tenés a tus padres, no tenés a tus amigos, y si por alguna razón las personas con las que emprendiste el viaje ya no se encuentran más a tu lado -como en mi caso-, estás solo en el medio de una cultura diferente, con reglas de juego desconocidas, un idioma extraño y tenés que esforzarte día a día para salir adelante. Es verdad que caminás por una realidad sin todos los problemas de la Argentina, sí, pero el nuevo mundo al que uno ingresa (o viejo mundo) tiene otro tipo de conflictos", reflexiona.
"Pero acá aprendí a adaptarme, a ser más silencioso ya que, en general, uno no se desenvuelve al ciento por ciento en otro idioma como para expresar alguna idea profunda. Esto me enseñó a escuchar al otro y a ser más paciente. Actualmente estoy aprendiendo acerca de la tolerancia. Personalmente, me cuesta muchísimo entender a los milaneses en varios aspectos. Ya puedo predecir cómo se van a comportar, qué van a decir, qué van a responder, y estoy trabajando en no impacientarme. Por ejemplo, ¡ahora debo tolerar que me pregunten si voy a estar libre dentro de tres semanas para ir a comer una pizza! No son ellos los equivocados, los que están fuera de contexto y no saben comportarse adecuadamente, por supuesto. Es uno mismo el extraño, el sapo de otro pozo, y es uno el que tiene que adaptarse, aceptar las diferencias, y respetar al prójimo. Sin dudas, vivir en otra parte de la tierra te abre la cabeza. Por todas las grandes enseñanzas de estos últimos años me siento afortunado y agradecido", concluye sonriente.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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