La historia de Maureen tuvo un comienzo tibio una tarde de domingo del 2002, cuando su padre le comunicó que había visto una búsqueda para tripulante de cabina de la línea aérea de bandera de Malasia. Él admiraba el espíritu curioso e inquieto de su hija y sabía que, desde siempre, había deseado un empleo que le permitiera abrir las puertas a su sueño de conocer el mundo.
La joven se postuló, y luego de superar la primera entrevista personal, fue convocada a una segunda instancia en la que le tocó agruparse en un hall con más de dos mil mujeres, muchas de ellas con amplia experiencia y que aspiraban a ser elegidas tanto como ella. Fue la primera vez que Maureen tuvo contacto con un puñado de personas nacidas en aquel país tan ajeno a su cultura, y que la interrogaron íntegramente en inglés, un desafío que superó con éxito y le otorgó el pase a la última etapa. "No pude creer cuando me anunciaron que había quedado", recuerda, "Era julio de 2002 y supuestamente debía viajar en enero de 2003, pero el tema quedó demorado".
Desde aquel día, dos años transcurrieron hasta la llegada del llamado casi inesperado que le cambiaría la vida. "Tu visa de trabajo está lista", le dijo una mujer llamada Sonia, "En septiembre volás a Kuala Lumpur". Lo primero que hizo Maureen fue comunicarle a su jefa que debía renunciar lo antes posible. Quería prepararse con calma, ¡se iría a vivir al continente asiático, un destino que sentía que la esperaba hacía un largo tiempo!
A pesar de las sensaciones agridulces, su familia transitó la despedida con su misma intensidad y alegría. Ellos siempre la habían alentado a perseguir sus sueños y volar libre, desencadenada de mandatos, dueña de su propia vida. "De a poco, fui anunciando la partida a mi entorno. La mayoría no sabía dónde quedaba Malasia y lo sentía como un lugar muy lejano", cuenta, "Mi pareja, con quien convivía en ese momento, decidió quedarse en Argentina".
En septiembre del 2005, Maureen se subió por primera vez a un avión de Malaysia Airlines y emprendió su aventura hacia un nuevo destino.
Un nuevo hogar
Con veinticuatro horas de vuelo y once de diferencia horaria, Maureen partió de Ezeiza un domingo y arribó en Kuala Lumpur un martes por la tarde. Todavía recuerda la sensación que experimentó cuando se abrieron las puertas del avión; sus anteojos se empañaron y sintió un calor húmedo impregnado en su piel. Selamat Datang, bienvenida, le dijeron, había llegado a un país tropical de dos estaciones - la seca y la de las lluvias - en donde cada día solía llover a la misma hora y con una furia impresionante. "Así que, si pensabas salir caminando, mejor evitarlo, porque solo bastan un par de metros para quedar pasado por agua. Además, los truenos y relámpagos son muy potentes, por lo que es preferible no estar al aire libre o en piletas con las tormentas eléctricas, que llegan a quemar los motores de las bombas de agua de las piscinas".
El segundo impacto surgió de la mano de las sonrisas, eternas, constantes, inmutables de una cultura que considera que siempre se debe estar agradecido por estar vivo, a pesar de las enormes tristezas que uno pueda atravesar. "Y, al preguntarles por alguna ubicación, movían sus manos de adentro hacia afuera en sentido opuesto. No entendía lo que nos querían decir hasta que descubrí que significaba que no sabían", agrega divertida.
Durante el primer mes, Maureen se hospedó en el hotel de la aerolínea hasta que halló un departamento para compartir en el barrio de Sentral, desde donde se tomaban el tren para ir a clase en la academia. Su comienzo fue duro y, cada mañana mientras iba en micro, la joven llamaba a su casa o a alguna amiga para sentirse más cerca. Sin embargo, y dispuesta a integrarse con la nueva cultura, también resultaron ser días de emociones intensas, en los cuales comenzó a develar los hábitos del sudeste asiático tan diferentes a su mundo conocido, pero a su vez con ciertas similitudes, como el hecho de encontrar a sus habitantes incluso más apegados a su familia que en Argentina.
"Y tienen la costumbre de reunirse con amigos a comer con cualquier excusa, aunque es muy extraño que eso suceda en las casas, donde se conserva la intimidad del núcleo familiar. En la ciudad, suelen vivir varias generaciones bajo un mismo techo y generalmente tienen personas de limpieza y que preparan la comida. Les gustan los buenos coches, relojes y carteras. Es usual comer fuera, ya que los precios son muy accesibles", explica Maureen, "Y en la academia tuve que aprender los modales para comer con la mano, la cuchara, o los palitos en la mesa. Fue un desafío incorporar la cuchara, que se usa también para cortar. No hay cuchillo", continúa sonriente.
Aparte de "enseñarle a comer", los entrenadores tuvieron que encargarles a los sastres nuevos trajes a medida. Con las prendas que tenían, las pocas latinas no podían ni levantar los brazos; comparadas con las mujeres asiáticas, tanto más pequeñitas y usualmente de menor estatura, sus proporciones diferían.
En sus semanas iniciales, la joven se dispuso a probar todas las frutas y verduras exóticas y platos locales que tuvo a su alcance. La introdujeron en el picante, que descubrió que se consumía en grandes cantidades, aun con los 32 grados promedio de calor y el sudor en la frente y los poros de todo el cuerpo, y en el durian – el rey de la fruta – oloroso y prohibido en los hoteles y aviones por su aroma penetrante característico. "El mangosteen se convirtió en mi fruta favorita, y el roti canai, una especie de pan hecho a la plancha que se puede comer solo o con queso, banana u otros rellenos, pasó a ser uno de los platos al paso que más disfruto hasta hoy".
Nuevos vínculos, nuevas costumbres y mucha comida
Entre las cuatro tripulantes de habla hispana, Maureen entabló un sólido vínculo con una de ellas, que la presentó a su grupo de amigos locales, personas con quienes construyó una hermosa y rica relación. Ellos la introdujeron a la Malasia real, fuera de la gran ciudad, en donde la mayoría de la gente vive en casas de madera, elevadas para evitar inundarse cuando están en época de lluvias, y en terrenos donde cultivan su propio arroz, frutas tropicales y algunas verduras.
Fue así que, con el paso del tiempo, los sentimientos de nostalgia de Maureen menguaron. Atraída por su ritmo único, los días soleados, y un paisaje en donde los monos roban los frutos de los árboles, se dejó conquistar por las escapadas a la selva con sus cascadas de agua fresca, las playas azul celeste y las comidas sabrosas en cada esquina, acompañadas con una rica agua de coco, y siempre rodeada de amigos locales con nuevas historias para contar.
"A mi grupo le encanta descubrir lugares, el arte, los conciertos y viajar, así que compartimos aventuras juntos", afirma complacida. "Así mismo, son muy conscientes de hacer ejercicio, cuidarse mucho sus pieles y comer variado. La primera vez que fui a una farmacia me impresionó ver la gran cantidad de cremas blanqueadoras para el cuerpo y la cara; todo lo contrario a nosotros, que estamos felices cuando hay sol y nos sacamos la palidez del invierno. Acá, debido a la falta de veredas y el calor, el coche se torna un medio indispensable para escapar de las altas temperaturas y conservar la preciada piel clara, suave y sin arrugas. Por eso hay estacionamientos de cuatro a cinco pisos, donde es fácil perderse. Hay nuevas líneas de tren, pero no se generó el hábito de utilizarlas aún. Y Uber también hizo más fácil movilizarse, ya que los taxistas suelen cobrar tarifa fija y evitan el taxímetro con la excusa del tráfico, hora de rezo o la distancia".
Entre salidas y nuevas experiencias, Maureen se incorporó a una ciudad que no descansa, donde los negocios están abiertos los siete días de la semana y sus habitantes son capaces de hacer varios kilómetros para ir a disfrutar de su comida favorita o postre, junto a sus amigos y familia. "El alcohol tiene impuestos altos, pero se consume", aclara, "Se suele ir a algún speak & easy, una discoteca pequeña en donde se puede charlar o bailar un rato sin salir aturdido; generalmente suelen tener una puerta escondida para acceder".
Curiosas tradiciones
Con los años, las tradiciones religiosas comenzaron a formar parte de la vida cotidiana de Maureen. En Malasia, un estado cuya religión oficial es el islam y en donde conviven el budismo, el cristianismo e hinduismo, entre otras prácticas, la joven se interiorizó en las costumbres en torno a festividades como el Ramadan - Diwali, Thaipusam y el Año Nuevo Chino.
"En este último festejo es importante llevar algo nuevo y rojo para atraer la buena suerte, así como realizar una limpieza profunda en la casa, descartar lo que no se utiliza y renovar el vestuario para recomenzar con los mejores augurios. La celebración dura quince días y es esencial regalar mandarinas, al menos dos, y galletitas típicas", agrega, "Se iluminan y decoran los templos y las calles con faroles rojos. El animal del año nuevo aparece representado por todas partes. Además, el ananá se utiliza para decorar las casas y las calles. Es una fruta que simboliza fortuna, así como los omnipresentes gatos dorados que mueven la pata. En la cena familiar se come, entre otras cosas, pescado y albóndigas, que significan prosperidad y riqueza y el niangao, un pastel de arroz pegajoso, que representa la mejora".
Así mismo, Maureen aprendió acerca del Ramadan, otra festividad de suma importancia en su entorno, y que marca la culminación del mes sagrado de ayuno para los musulmanes. En esos días se celebra el triunfo personal, la victoria del autocontrol y la abstinencia, la purificación y renovación espiritual. "Durante esta época, los musulmanes que viven en las ciudades hacen su peregrinación anual a sus pueblos de origen, por eso son días ideales para quedarse en Kuala Lumpur, ya que las calles están vacías y la ciudad se queda muy tranquila. ¡Es algo raro verla casi sin coches ni motos! Y en todas las celebraciones se realizan open house, donde las familias abren las puertas de sus casas a sus amigos de otras religiones para compartir la alegría y las fiestas".
Los regresos
Para Maureen, cada regreso a la Argentina significa un momento para recargar energías, colmarse de amor y compartir experiencias con seres a los que ama profundamente. Cuando el avión toca la pista y escucha a los pasajeros aplaudir, una emoción inevitable emerge en ella, "esto ya me hace sentir como en casa", dice al respecto.Y al atravesar las puertas de arribo la conmueven los aromas del lugar, los modismos al hablar y, minutos más tarde, el camino a casa de su madre, donde suele hospedarse.
"Y ahí la veo, esperando en el balcón y mi corazón desborda", continúa, "Disfruto llegar a mi antigua habitación y dejar mis valijas, que serán mi armario durante toda mi estadía, y luego empezar a buscar los pequeños regalos que vienen desde Asia, que generalmente son unas galletas realizadas para el Año Nuevo Chino, Ramadan o comidas curiosas, que de alguna manera acercan a mis seres queridos a conocer un poco mi lugar adoptivo, con sus sabores y aromas. Luego llega la hora de cambiar el chip del teléfono y comunicarme con mis amigos del colegio y la universidad para organizar el primer asado de bienvenida. Sus abrazos y el cariño de sentirlos cerca es algo indescriptible, que me llena de alegría; estoy muy agradecida de que, a pesar de llevar tantos años viviendo fuera de mi país, nuestra amistad siga en pie".
Los aprendizajes
Maureen lleva quince años viviendo en Kuala Lumpur y ya no trabaja como tripulante de cabina. En aquel rincón del planeta siente que tuvo la fortuna de conocer el arte del batik, que formaba parte de su uniforme mientras volaba para Malaysia Airlines. Al dejar la aerolínea, se dispuso a aprender la antigua técnica hasta transformarla en su pasión. "Hoy me dedico a diseñar mi línea de ropa y modelos para el hogar realizados en telas naturales. Además, doy clases sobre esta técnica a expatriados y locales que disfrutan de este arte milenario. Acá se viste mucho con camisas de batik para eventos sociales, reuniones y casamientos".
Al vivir en un país en donde la medicina es costosa y de difícil acceso, Maureen aprendió así mismo acerca de importancia de cuidar la mente, el cuerpo, y el alma a través de la acupuntura, el reiki, la reflexología, la meditación y el yoga como forma de vida, para gozar con plenitud de un largo recorrido en el planeta.
Pero, por sobre todo, y a quince mil kilómetros de su amada tierra de origen, Maureen aprendió a valorar cada momento que comparte con sus seres queridos. "Comprendí que los lugares los hacen las personas. Tuve la suerte de conocer a mi grupo de amigos hace quince años atrás, que hoy son como familia. Aunque seamos muy diferentes en relación a nuestras comidas, hábitos y religiones, llegué a la conclusión de que todos buscamos pasarla bien allí donde nos toque estar, disfrutar de lo que nos ofrece el lugar, sentir cerca a nuestros afectos, volar libres, y cumplir nuestros sueños acompañados de todos los seres que amamos, aunque toque hacerlo a la distancia", concluye conmovida.
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Destinos inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .
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