"Sol, decidimos otorgarte la beca", leyó incrédula mientras su cuerpo entero languidecía; de pronto, tuvo la sensación de estar parada al borde de un precipicio; sabía que daría el salto, tenía la determinación, pero ahora que la puerta hacia un nuevo futuro se había abierto, se sentía abrumada.
Para ella todo se había iniciado casi como un juego, se había postulado sin demasiadas expectativas y un día, para su sorpresa, el proceso comenzó a avanzar. Entonces, aun sin saber si la elegirían, no dudó en trabajar duro, ocuparse de los papeles, juntar información y dejar crecer aquella fantasía que la acompañaba desde su infancia . Es que, como buena estudiante de Turismo, desde siempre había soñado con salir a explorar el mundo, conocer gente y nuevas culturas.
En aquella jornada inolvidable, su pantalla le mostraba que su deseo al fin se había transformado en una realidad. El tan anhelado mensaje llegaba desde un sitio mágico, lejano y, en otros tiempos, inesperado: ante Sol, amanecía Islandia.
Hacia un nuevo hogar
Su entorno quedó sinceramente fascinado, ¿Islandia? Sin dudas se trataba de un destino intrigante y, al escuchar la novedad, la joven recibió únicamente sonrisas. "Creo que nadie pensaba que no iba a volver", considera hoy. "Mamá, que es mi pilar y la persona más cercana a mí, hizo hasta lo imposible desde el minuto cero para que concrete mi viaje, estaba orgullosa y le voy a estar eternamente agradecida, porque hizo mucho más de lo que cualquier hijo podría esperar de un padre. La familia también estaba contenta y, si bien sabía que había ciertas reservas con respecto al tema, decidí no focalizarme en ningún pensamiento negativo. Tuve las cosas muy claras desde el principio, tenía que hacer este viaje, tenía que salir de mi mundo conocido".
Los meses previos a su partida la joven los vivió con algo de ansiedad, pero plena en motivación. Y, sin embargo, en el último tramo la nostalgia la invadió súbitamente; tal vez, en el fondo, sabía que se trataba de un antes y después en su vida, y que no habría vuelta atrás. "También me dio un poco de culpa", confiesa, "Sentía que era a la única que iba a poder estar ahí, ver y disfrutar todo, y me hubiera gustado poder hacer chiquitas a algunas personas para guardarlas en el bolsillo, a fin de que pudieran vivirlo conmigo. A pesar de esto, el hecho de irme era un desafío personal, yo me tenía que forjar como individuo, rearmarme y reubicarme. A donde iba no tenía gente conocida, todo iba a ser a pulmón y desde abajo, todo iba a ser nuevo. La idea era un poco aterradora, pero esa incertidumbre terminó dándome la mayor fuerza que experimenté hasta hoy".
A su llegada, Sol sintió frío. Aterrizó un primero de enero, en pleno invierno, e Islandia era puro hielo. Pero aquel frío era también emocional; todo le resultó incierto, se sentía confundida, desorientada y exhausta luego de los dos días de travesía. Había viajado pocas veces en su vida y a lugares cercanos, "Pasar de eso a tener que estar en aeropuertos internacionales, hacer cinco conexiones, y estar pendiente de todo era como estar en un océano de grandes olas que tenía que navegar sola".
Sol recuerda aquel instante en el que abrió la puerta de su primera morada en Islandia, el cuarto de una residencia que debía compartir por un día con otros estudiantes. Escuchó algo familiar y no pudo salir de su asombro al comprobar que no era simplemente español lo que oía ¡era argentino! "Durante mi primera noche en la capital más nórdica del mundo dormí junto a cinco argentinos; no lo podía creer, pensé que era una broma, me había hecho todo ese viaje y lo último que me imaginé fue encontrarme con lo mismo que había dejado unas horas atrás, y del otro lado del océano. Sin embargo, no estaba muy de ánimo para socializar ese día. Caí rendida".
Impactos, hábitos y costumbres
Pasada aquella noche, la joven se acomodó en la habitación que le habían otorgado para su intercambio de cuatro meses y medio, y se enamoró de su espacio al instante. "Me acuerdo de haber sentido un olor muy particular a madera, me encantó".
Lo primero que hizo apenas tuvo un rato libre fue ir a Hallgrimskirkja, la icónica iglesia de Reykjavík. Había estudiado sobre aquel lugar, lo había observado en fotos, y no pudo creer que uno año después se hallaba parada frente a él. "Fue mi primer gran impacto, pero la pregunta debería ser ¿qué no me impactó de Islandia?", sonríe Sol, "Ante todo, me llamó mucho la atención la calidez de los islandeses. Uno tiene el prejuicio de que, al ser nórdicos, son más fríos o ariscos, y ¡nada que ver! Tienen unas de las sonrisas más lindas que vi, un acento muy gracioso, pero un inglés perfecto al mismo tiempo. Son muy afectuosos y el trato es siempre cordial e informal, eso me impactó muchísimo y fue una de las tantas razones por las que me quedé. Me sentí en casa desde un principio, me sentí protegida".
Con el paso del tiempo, sin embargo, fue otra la costumbre que la asombró aún más y que hasta el día de hoy no deja de maravillarla. Más que una costumbre, se trata de una expresión que los islandeses toman con mucha seriedad: Þetta reddast, suelen decir, y significa que, al final, todo funcionará, todo se va a resolver. "Para ser honesta este modo de ver las cosas es frustrante y al mismo tiempo admirable. Al estar lidiando con un trámite, o con papeles (cosa que tuve que hacer bastante seguido por estar con una visa) ellos se toman su tiempo siempre, sin importar cuán apurado esté uno. No entienden la urgencia o la ansiedad que uno maneja con esas cosas, pero la verdad es que tienen razón, al final todo se resuelve", asegura entre risas.
"Por otro lado, creo que tenemos tanto que aprender de los islandeses. Esta misma filosofía la aplican en lo personal, al estado de las cosas. Para ellos, no hay mal que dure cien años. Esto tiene que ver con la historia de resiliencia del país, por ser una isla en formación y en constante cambio por la actividad volcánica, la energía geotermal, por su tierra viva y en movimiento. Este concepto me resulta muy inspirador y es muy útil repetirlo cuando uno se ve en una situación en la que piensa que no hay salida. Siempre hay salida. Eso sí, me molesta el tiempo que tardan en responder mails. Ellos mismos lo admiten (y lo sufren), es una cosa que para mí no tiene explicación. Pero bueno… Þetta reddast", continúa riendo.
Ya desde las primeras semanas de febrero de aquel año, Sol supo que quería quedarse a vivir en Islandia y, hacia el final de su estadía programada, sintió que había aprendido más en cuatro meses y medio allí, que en toda su vida. Si pretendía permanecer debía seguir con la visa de estudiante, fue así que se inscribió de nuevo en la facultad y, tras muchos papeleos, consiguió el permiso para trabajar. Todo estaba en orden. El pasaje que tenía comprado para julio se perdió. "Me gusta fantasear que llamaban por mi nombre en el altoparlante del aeropuerto, pero nunca llegué".
Calidad de vida, calidad humana
Los meses pasaron y Reikiavik, una ciudad con una población estimada de 122 860 habitantes, se develó ante Sol como una sociedad con una calidad de vida excepcional, un suelo organizado, limpio y hasta algo inocente en sus usos y costumbres. "Creo que si alguien hubiera intentado explicarme cómo funcionan las cosas, cómo es la sensación de vivir acá a diario, no les hubiera entendido, hay que vivirlo para comprender", afirma, "Es un país muy seguro y tranquilo. Por supuesto que siempre hay una que otra persona que rompe con el estándar y se enoja porque `cómo puede ser que no hables islandés si vivís acá hace tres años´, y te lo hace sentir y notar en su idioma, que entiendo cuando me lo hablan, pero todavía no les puedo contestar bien. Aun así, diría que ese tipo de personas son los menos", suspira.
"Por otro lado, últimamente acá se está hablando mucho de lo racistas que son los islandeses, y yo no puedo dar fe de eso, mi experiencia es todo lo contrario. Creo que ni en Argentina me sentía tan cómoda con la gente como acá. Me parece que es un pensamiento natural que se desprende de una nación tan pero tan chiquita, que hace poco empezó a recibir una ola gigante de inmigración. Por supuesto que tienen que evolucionar en ese sentido, y eso lleva años. Por mucho tiempo estuvieron bastante aislados y nadie sabía de qué se trataba Islandia en realidad. De repente se encuentran con personas de todos colores, hablando diferentes idiomas y cada uno con sus costumbres y la verdad es que es entendible que haya una resistencia al principio, pero eso está cambiando cada vez más".
Sin embargo, resultó ser en el ámbito laboral y estudiantil donde Sol pudo dimensionar por completo lo que significa gozar de una buena calidad de vida. Desde el comienzo, en aquellos espacios se halló inmersa en una atmósfera colmada de valores y buen trato. "Mi última experiencia laboral en Argentina fue muy fea, me sentí muy mal y la verdad que me quedé como con miedo de encontrarme con otro ambiente similar. Cuando empecé a trabajar acá fue en un hotel como bartender, después como supervisora hasta que tuve la posibilidad de hacerlo en una de las empresas de turismo más grandes de Islandia. Siempre fui respetada y me di cuenta en seguida de que mi vivencia pasada no se iba a repetir. Si uno es constante, es honesto y trabaja bien, es reconocido y valorado. La actitud que uno tiene en el día a día es clave; las oportunidades son inconmensurables".
Y en relación a la calidad humana, tal vez fuera por un tema de suerte o de aquella calidez que respiró en aquel rincón del mundo desde las semanas iniciales, que Sol supo formar rápidamente un grupo de amigos muy estrecho. Ellos, junto a su marido, con quien contrajo matrimonio un tiempo atrás, conforman su pilar hasta el día de hoy. "Varios provienen de Letonia. Son las relaciones humanas más sanas y que más destaco en mi vida. Compartimos muchas cosas juntos y todos somos compañeros. Se manejan unos valores muy lindos, y uno pensaría que no se puede conectar así con gente de otras culturas y con un bagaje tan distinto, pero sí, se puede".
Los regresos
Desde que tomó la decisión de establecerse en Islandia, Sol regresó una sola vez a su tierra natal. Todavía recuerda los días previos al viaje, caminaba por las paredes, y ya quería estar allí, aunque sentía algo de temor. "No quería pasar por un choque cultural revertido, porque creía que si eso sucedía no iba a ser más de mi país de origen, no iba a ser de ningún lado. Y fue un poco así. Los lugares que frecuentaba a diario me parecieron un poco extraños, mis amigos no estaban igual y ni hablar de mi familia. Por supuesto que me sentí cómoda y fue muy lindo estar de nuevo en Buenos Aires, sentir sus olores y ver a su gente. Buenos Aires es preciosa y cautivante, y creo que eso nunca me va a dejar, pero al llegar sentí que ya no era mi casa. Me sentí un poco turista".
Así, y a pesar de los buenos momentos, a la joven el viaje le dejó un cierto sabor amargo, algo de desilusión y hasta tristeza. Sabía que los cambios en las personas eran inevitables, que los meses y la vida pasan para todos, sin embargo, ella hubiera deseado no sentir esa innegable desconexión, esa sensación de que algunos encuentros sucedían por compromiso. "Como que había que cumplir, porque claramente yo no voy seguido, pero no porque hubiera un interés genuino en cómo estaba o qué estaba pasando en mi vida. Intenté calmarme y reflexionar, entender que uno se va, pero que para los demás la vida sigue. Uno no puede pretender volver y que todos estén contentos y que te esperen con los brazos abiertos porque capaz ellos no están en su mejor momento. Faltará descubrir cómo será la próxima vez que vaya. Aun así, tengo que recalcar que aquellas personas más cercanas a mí sí estuvieron, y siguen estando a pesar del tiempo y la distancia".
Los aprendizajes
Tres años atrás, una joven llamada María Sol Lanosa recibió un mensaje que le cambió la vida. A través de él, se animó a dar un salto de fe hacia lo desconocido, emprender una aventura que la llevó a descubrir un nuevo mundo de emociones y a conocer personas increíbles con las que forjó lazos inquebrantables. Ella jamás hubiera imaginado que en su nuevo tramo de vida la esperaría incluso un gran amor, que se convertiría en su marido, un hombre oriundo de Alemania que en algún momento había iniciado su propia travesía hacia Islandia que lo llevaría hacia ella. Pero esa es otra historia...
Para Sol, la mágica Islandia se transformó en una tierra de grandes enseñanzas en todo sentido. "Acá aprendí cosas muy básicas, pero también muy complejas. Aprendí a ser más paciente, a que todo tiene que pasar por su proceso y que no podemos apurarlo por más que nos enoje. El Þetta reddast tiene que ver un poco con la noción de que nosotros no podemos controlarlo todo. Cada una de nuestras acciones se encadenan hacia un efecto que a su vez se ve alterado por tanta gente, que a veces lo mejor que se puede hacer es respirar profundo, esperar un poco, porque todo va a estar bien", reflexiona Sol.
"Islandia también me enseñó a ver la naturaleza bajo otra mirada. Acá uno la puede experimentar a diario. Cada tanto, cuando hay una tormenta muy fuerte, o cuando hay tanto viento que apenas te permite caminar, te sentís humilde, ves que todo alrededor tuyo está vivo. Lo siento después de un invierno largo y con pocas horas de luz, en ese mágico instante cuando me percato de que la situación se ha revertido completamente. Estas transiciones a mí me recuerdan que todo llega, que todo cambia, y que todo se adapta a las condiciones del momento determinado", continúa.
"Resiliencia, tolerancia y versatilidad es lo que más atesoro de todo lo que aprendí en este suelo. Es tan valioso poder hacer una experiencia de este tipo, nos abre tanto la cabeza, nos nutre de conceptos, ideas, postales. Aprendí a ser agradecida, a valorar lo que tengo y el apoyo de los que me rodean, ya sea acá o a la distancia. Cada día, este increíble lugar me sigue desafiando a cruzar mis límites y barreras, tanto físicas como mentales. Desde escalar una montaña, hacer una caminata sobre un glaciar o aprender un idioma que parece imposible, siempre me empuja a hacer más y mejor las cosas, a ser constante y determinada. Creo que no podría pedirle más a Islandia", concluye feliz.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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