Cuando Javier Rossetti llegó a Dublín, el 4 de diciembre del 2001, ante él surgió un mundo extraño. Eran las cuatro de la tarde, casi había anochecido y hacía mucho frío. Allí estaba finalmente, con su alma atravesada por un torbellino emocional, sorprendido por sus propias decisiones de vida, aunque seguro de que por aquellas tierras su rumbo lo encausaría hacia un mejor destino.
En Buenos Aires trabajaba en un hotel cinco estrellas como maitre de banquetes, le iba muy bien y, sin embargo, se encontraba invadido por un miedo profundo que temía naturalizar. En el lapso de dos meses el joven había sufrido dos robos violentos a mano armada, que lo habían impactado irremediablemente y lo sumergieron en un estado de alerta y paranoia que lo llevaron a sentir que su vida ya no era vida; volver a experimentar una sensación de paz se transformó en uno de sus mayores anhelos. "Y también tenía otro deseo menos ambicioso quizás: aprender bien inglés", agrega, "Por aquel entonces Deborah, quien era mi novia y hoy es mi esposa, me ayudó a darme el empujón final para buscar empleo en un país de habla inglesa. Las opciones eran Australia o Inglaterra, pero al poner mi Currículum online empezaron a llegarme ofertas de Dublín, Irlanda".
La familia y los amigos estuvieron de acuerdo desde el comienzo. Opinaban que era una gran idea que viajen por una temporada, tal vez un año o dos, para alejarse de los fantasmas, recobrar el buen espíritu, aprender y trabajar en el marco de otra cultura. Lo que nadie imaginó es que para la pareja la temporada se extendería tanto, que ya lleva dieciocho años de esfuerzo, sacrificio y enseñanzas que trascendieron los límites iniciales tan ansiados.
Un nuevo hogar
Antes de partir, ambos se dispusieron a leer diarios de aquellas tierras por internet para informarse y Javier, que viajaba primero, comenzó a chatear con irlandeses, sin demasiado éxito, le costaba más de lo pensado.
Fue así que llegó a aquel rincón del planeta sabiendo poco y nada de él, contando los días hasta la llegada de su novia, que arribó unas semanas después. Por aquellos tiempos de soledad brotaron ciertos sentimientos encontrados. Llovía mucho y el sol parecía inexistente, ¿habían tomado la decisión correcta? Por otro lado, la comunicación con los suyos era complicada, debía ir a un cyber café a comprar una tarjeta de larga distancia que costaba diez euros y le daba siete minutos para hablar a la Argentina y catorce los domingos. Dublín, a su vez, se había presentado algo hermética tal vez por el invierno y porque no conocía a nadie, se trataba de una ciudad capital pequeña, llana, y con pocas edificaciones altas, algo que llamó su atención.
"A los irlandeses les gusta vivir en casas y no en departamentos. Nosotros empezamos alquilando una habitación en la de un indio y una pareja china, la convivencia no fue fácil, son culturas muy diferentes. Luego vivimos un año en el centro de la ciudad, pero tuvimos la suerte de que el hombre a quien le alquilábamos nos explicara cómo poder comprar una vivienda y, después de dos años y medio y muchos sacrificios, accedimos a una hipoteca a 35 años", cuenta Javier, "Recuerdo que los irlandeses nos preguntaban cómo lo logramos en tan poco tiempo (había que juntar un depósito significativo) y nosotros les señalábamos que mientras ellos cenaban afuera, iban al pub y pedían delivery cinco noches a la semana, nosotros comíamos en casa y salíamos una vez cada tanto", ríe.
Fue así que la pareja se instaló definitivamente en un pueblo acogedor a pocos kilómetros de Dublín y del aeropuerto. Un lugar tranquilo, pero con acceso a todo lo necesario: supermercados, un centro comercial, cines y mucho verde. "Me hace acordar mucho a Buenos Aires en los setentas u ochentas, acá los chicos juegan afuera hasta tarde y pasan camioncitos vendiendo helado".
Los primeros impactos
La primera vez que fueron al supermercado sintieron deseos de llorar. Lo único que había era mucha panceta, cerdo, papas y repollo de todos los colores. El pan les parecía horrible y los pollos se veían desabridos. "Se puede encontrar carne buena, pero me acuerdo que al principio cuando poníamos un churrasco a la plancha, esta se llenaba de agua. Por esos años muy de vez en cuando conseguíamos calabazas y las vendían como fruta exótica y costaban como cinco euros. Por suerte, toda la gastronomía y el comercio mejoró".
Dispuesto a no renunciar a su amor por los asados, Javier decidió que se enfrentaría como fuera a las vicisitudes del clima, misión que por momentos resultó imposible. Pronto descubrió que en Irlanda llovía mucho, pero mucho, demasiado. El frío del invierno no era tan insostenible y rara vez nevaba, pero las tormentas de viento similares a las sudestadas los sorprendían con frecuencia y les alteraba cualquier plan. "Así que hacer un asado resulta un programa siempre improvisado y de último momento", aclara Deborah.
Con los años, sin embargo, el clima fue lo único que tal vez para el matrimonio permaneció inalterable. Tanto Dublín como ellos atravesaron cambios sustanciales, todos positivos. "Es un país que se transformó notoriamente para bien y eso se vio reflejado en nuestras vidas".
Vivir y trabajar
En su destino inesperado, la pareja halló la paz que tanto anhelaba desde el primer día. En aquella nueva cotidianidad encontraron un entorno muy seguro, copado por niños correteando o andando en sus bicicletas y monopatines por las calles y las plazas en sus tiempos de ocio. "Dejan sus bicis tiradas por ahí y a nadie se le ocurriría pensar en que se las puedan llevar", observa él, "Más de una vez nos olvidamos la puerta de casa o del patio sin llave y no sucede nada. Lo que sí hay es un poco de violencia entre las bandas, pero se da entre ellos. ¡Y la policía no usa armas! Sí hay unidades armadas especiales, pero llevan un cartel en el patrullero, los demás no las portan".
Con aquella sensación de habitar en una atmósfera segura, el matrimonio dejó que los años pasaran hasta darle la bienvenida a sus dos hijas, Isabella y Olivia, de once y diez respectivamente. Para ellas, dos niñas que se sienten irlandesas y hablan fluido el español, eligieron una educación pública con principios de enseñanza muy modernos, que abordan como premisa fundamental la inclusión y la aceptación por el prójimo. "Se llama Educate together. A modo de ejemplo, en la clase de una de ellas hay un chico con una discapacidad muy grande, pero es tratado como uno más. Uno de los lemas es que todos somos iguales sin distinción de sexo, raza, nacionalidad ni color. Les enseñan un poco de todas las religiones, algo que nos encanta. A veces, las nenas vienen y nos cuentan que aprendieron sobre el islam o budismo o alguna otra religión y nos parece fantástico. También hay mucha aceptación con las parejas gay (Irlanda es uno de los primeros países europeos en legalizar el casamiento de personas del mismo sexo), y ellas lo toman como algo natural".
En cuanto al ámbito laboral, ambos comprobaron que, con esfuerzo, en Irlanda resultaba sencillo acceder a buenas oportunidades. En los primeros años, Deborah trabajó en un bar típico y luego fundó su propio negocio de repostería. Javier se desempeñó en el ámbito de la hotelería y el supermercadismo, primero como gerente de restaurante, luego de alimentos y bebidas, y finalmente ejerció como gerente en un supermercado. "Acá se confía en la responsabilidad de cada uno, si estás enfermo o te sentís mal te vas a tu casa y tu jefe no te pregunta nada. Tampoco te preguntan cuántos años tenés o por tu familia cuando te postulás. Son mundos muy distintos, ni mejores ni peores, distintos. Las personas en esta parte del planeta no viven para trabajar y, por eso, cuando nacieron nuestras hijas me di cuenta de que no tenía mucho tiempo para ellas", rememora, "Así que, con casi cuarenta, decidí ir de nuevo a la universidad a estudiar IT y ahora hace seis que trabajo como desarrollador de aplicaciones web".
"En 2008 hubo una recesión muy grande en Irlanda, mucha gente emigró y el país se paralizó. A la par de eso el gobierno decidió reconvertir la economía a una de servicios y de IT, así que ofrecía cursos gratis en esas áreas. Tomé ventaja de ello y hoy trabajo para una empresa canadiense con sede aquí en Dublín; las mayores compañías de IT están acá: Facebook, Google, Twitter, Indeed, Apple, Microsoft y muchos bancos de inversión. Esto explica que cuando un gobierno se propone algo y trabaja fuerte y en serio, los logros llegan. Aunque es cierto que la economía acá es pequeña, y tal vez por ello más fácil de manejar. También hay una red amplia de soporte a los desempleados y existen algunas personas que abusan del sistema. En todos lados se cuecen habas ¿verdad?"
Calidad humana
Javier recuerda que llegó a Irlanda creyendo que sabía suficiente inglés, pero pasó los primeros tres meses tratando de adivinar lo que la gente le decía. Encontró un manejo del idioma muy coloquial, con una cantidad llamativa de modismos y slang. Sin embargo, develó a un pueblo abierto de mente y de corazón, lo que le facilitó el camino para formar lazos amistosos.
"Tenemos muchos amigos irlandeses, aunque varios de ellos están casados con españoles o latinos. Los cumpleaños, velorios, casamientos, acá todo sucede en el pub, el alcohol juega un rol muy importante en esta sociedad, toman muchísimo y se vuelven más amigables aún", dice entre risas, "Es entendible, el clima es terrible y se lo pasan adentro de las casas, así que cuando salen a socializar no van a un café. Es muy difícil salir con irlandeses y no tomar alcohol, casi imposible. Lo que sí es que tienen un muy buen sentido del humor y son muy acogedores. En tantos años nunca hemos sufrido un episodio de racismo. Aún más cuando les decimos que somos argentinos, todos nos hablan de Guillermo Brown, hijo de irlandeses, y del Che Guevara Lynch".
"Muchos recuerdan que durante la guerra de Malvinas el gobierno irlandés se manifestó en contra de Margaret Thatcher, es que Irlanda estuvo más de setecientos años bajo dominio inglés. El sentimiento en oposición a ellos está latente, aunque todas las empresas inglesas están aquí y muchos se han ido o han vivido en Inglaterra en tiempos de mayor pobreza".
Regresos
Javier, Deborah y sus hijas disfrutan enormemente de sus viajes a la Argentina. Ellas adoran los asados, las facturas, los alfajores, el dulce de leche y, sobre todo, el helado, que - en su opinión - en Irlanda no se asemeja ni un poco.
Para el matrimonio, reencontrarse con los amigos, un pequeño grupo que ha permanecido unido a pesar de la distancia y el tiempo, es una caricia al alma. "No se compara la fuerza del vínculo. Los irlandeses son muy reservados en los temas más profundos y muy rara vez dicen lo que realmente piensan, es muy difícil ‘leerlos’ y tratar de entender lo que están queriendo decirte, nunca se van a quejar de vos en tu cara".
Javier siente, por otro lado, que en cada regreso al principio le cuesta adaptarse a su país de origen, que a la semana siente como si nunca se hubiera ido, pero que, de pronto, en él surge un deseo por regresar a su ámbito cotidiano. "A pesar de lo triste que es dejar familiares y amigos, supongo que para nosotros casa es Irlanda, pero nunca renegamos ni nos olvidamos de Argentina. Sucede también que la gente en Buenos Aires está como enojada todo el tiempo, peleándose unos contra otros. Es extraño, por un lado somos tan familieros y amigueros y, por el otro, cuando estamos en la calle somos todo lo contrario. Acá son muy educados, te piden perdón si te empujan sin querer y siempre se dice gracias. Se respeta mucho a los ancianos y no hay esa animosidad ni ganas de pelear constantes. Es muy raro escuchar un bocinazo y menos un insulto".
Y fue en el 2017, que Javier tuvo su regreso más complejo. Viajó tres veces al país a ver a su padre enfermo, quien finalmente falleció, y le costó sobreponerse al desasosiego de no haber podido estar allí a cada instante, junto a todos sus seres queridos para ayudar. "Queda ese sabor amargo de no estar cuando te necesitan, lamentablemente es el precio que uno paga por estar lejos".
Aprendizajes
Dieciocho años atrás, un joven que se encontraba atrapado en un universo sitiado por los miedos se animó a soñar con otras realidades en donde pudiera transitar con un alma más liviana y feliz. Creyó que tal vez pedía demasiado, pero gracias a Deborah, su gran amor, descubrió que ellos eran capaces de todo y que existían ciertas cosas de la vida que no tenían por qué naturalizar. Entonces llegó el primer aprendizaje: hay un tiempo para soñar y un tiempo para accionar. Y allá fueron.
"Al principio me costó soltar los fantasmas, pero hoy puedo afirmar que aprendimos a valorar el día a día, a vivir tranquilos y sin sobresaltos. Entendí que los esfuerzos en el marco de una economía estable rinden buenos frutos, en nuestro caso ambos tenemos un trabajos que nos gustan, podemos irnos de vacaciones, y vivir dignamente y en paz".
"Mi experiencia, a su vez, me demostró que siempre se puede estudiar y cambiar sin importar la edad, y que la educación es fundamental para abrirnos un sinfín de oportunidades. La distancia me enseñó a valorar los amigos y a la familia como nunca, y a cuidar nuestro núcleo familiar, somos cuatro y nos ayudamos entre nosotros siempre. Acá entendí de manera profunda lo que es el respeto y que ser buen ciudadano no cuesta nada; preguntarnos cuáles son las raíces de tantos enojos y accionar para vivir con mayor calma es algo que le deseo a mi país y a todos los ciudadanos del mundo. Sentir paz es invaluable".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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