La primera sensación que experimentó Soledad Avalos al llegar a Holanda fue de encantamiento absoluto. Todo era belleza a través de su mirada. La gente le parecía hermosa, y los paisajes y su arquitectura, maravillosos. "Me sentía como en una nube rosa. Creo que realmente no tenía conciencia de que había emigrado a otro país", confiesa.
El entendimiento llegó apenas unos meses más tarde, junto al extrañar emergente, las dificultades del idioma y la persistencia de la lluvia. "Pero, por suerte, el sol vuelve a salir y aprendés a tomar lo mejor y a aceptar lo que menos te gusta".
Hacia un destino inesperado
Antes de Holanda, Soledad había pasado un tiempo en Andorra, el suficiente como para conocer a Mark, oriundo de los Países Bajos, y enamorarse. Juntos, llegaron a la conclusión de que lo conveniente sería vivir en Europa por una cuestión económica y porque les sería más sencillo viajar a Buenos Aires a visitar a la familia, que al revés. "Cuando me fui a Andorra mi familia no lo entendió demasiado, pero me apoyaron", cuenta, "Saben que cuando se me mete algo en la cabeza no paro hasta conseguirlo. Cuando les dije que me iba a vivir a Holanda, en cambio, lo comprendieron mejor. Tal vez ya estaban acostumbrados, lo que no quiere decir que no fuera difícil, pero me veían feliz y eso para ellos es lo más importante".
Antes de partir, Soledad tuvo que esperar seis meses su permiso de residencia. Un paréntesis de vida mágico en Buenos Aires junto a Mark, aunque también un tiempo de incertidumbre y numerosas preguntas: ¿Obtendría el permiso?, ¿Qué haría cuando llegara a Holanda?, ¿Sería capaz aprender a hablar neerlandés? "Igualmente yo estaba muy entusiasmada y eso me ayudó a mantener la calma; creo que el que tenía un poco más de miedo era Mark", afirma pensativa.
El nuevo hogar
Soledad jamás hubiera imaginado que estaría destinada a vivir en una comunidad de 9058 habitantes llamada Eemnes, un pueblo típico, pulcro y bonito ubicado a 36 km de Ámsterdam en la provincia de Utrecht, al límite de Noord Holland.
"Es tan chico que hasta lo propios holandeses la desconocen. Cuando me preguntan dónde vivo tengo que nombrar los pueblos de alrededor para que puedan ubicarse", revela, "Nos quedamos porque nos gustó y porque la hermana de Mark también vive acá. Por otro lado, tiene buena ubicación y la familia y los amigos están cerca".
Al principio, el lugar le pareció muy tranquilo, demasiado, tanto que se aburría. Soledad hubiera elegido Ámsterdam para vivir, pero para Mark no entraba en cuestión. "Con el tiempo entendí que fue una excelente decisión y estoy muy contenta. Acá encuentro la tranquilidad que necesito, están nuestros amigos y Ámsterdam no está tan lejos; voy casi a diario", continúa con una sonrisa.
La barrera del idioma, estudiar, trabajar
Soledad comprendió que lo primordial sería aprender el idioma para poder comunicarse y conseguir trabajo. Si bien descubrió que en Holanda todos hablan inglés, no dominar el idioma en la vida cotidiana presentaba sus dificultades, tanto prácticas como emocionales."En reuniones sociales, por ejemplo, arrancan hablando en inglés y después se olvidan y cambian al suyo", cuenta.
Comenzó a estudiar neerlandés en una escuela subsidiada por la Municipalidad a la que concurrían personas de diversos países. Un curso que le resultó lento por la cantidad de gente agrupada con distintos niveles de dominio del lenguaje. "Entonces, me recomendaron ir a un instituto muy bueno, pero carísimo. Tuve la suerte de que la mamá de Mark me regalara los cursos, así que no tuve otra opción que ponerme a estudiar y aprovechar la oportunidad", afirma y se ríe.
Al finalizar el curso empezó a estudiar Derecho, carrera que dejó al darse cuenta de que no era lo que disfrutaba, que tan solo se trataba de una cuenta pendiente que traía desde Buenos Aires. Pero la experiencia no había sido en vano, gracias al estudio consiguió su trabajo en el Ministerio de Justicia, donde trabaja actualmente mientras cursa Comunicación en la Universidad de Ámsterdam y ‘Spaans taal en cultuur’, un estudio sobre el español y la cultura de España y Latinoamérica. "Me sorprendo aprendiendo mucho de nuestra propia cultura latina desde otro punto de vista", dice Soledad.
Vínculos y nuevas costumbres
De a poco, la joven pudo adaptarse a las nuevas costumbres, algunas que a primera impresión parecían menores, pero que aun así le resultaron desafiantes. "Creo que una de las cosas que más me impactó al llegar a Holanda fue la comida. Se manejan distinto. Aprender a comer solo sándwich a la hora del almuerzo es algo que me pareció muy raro. Al principio siempre me quedaba con hambre", asegura. "Por otro lado, acá se cena normalmente entre las 18 y las 20 y me resultaba temprano, así que por un tiempo seguimos cenando como en Argentina, pero me fui acomodando, porque cuando vas a comer afuera o a la casa de alguien es así. También me llamó la atención que la gente se movilicé en bicicleta para todos lados, aun bajo la lluvia. Ahora me encanta usar la bici como medio de transporte, pero si llueve elijo el auto".
Desde el comienzo, Soledad se sintió bienvenida en los Países Bajos. Generar vínculos le resultó sencillo, aunque comprendió que hacer amigos es algo diferente. "Los holandeses son muy simpáticos y sociales, siempre encuentran un tema de conversación para hablar incluso con personas que no conocen. Pero hacer amigos te lleva un poco más de tiempo. Conocí personas muy lindas acá y tengo amistades de diferentes grupos y todas las edades: del trabajo, de la universidad, de estudios anteriores y que conocí por Mark", dice sin dejar de mencionar la influencia que tiene Máxima en relación a la recepción de los argentinos.
"A la gente le interesa mucho nuestra cultura y les gusta saber la razón que me trajo hasta aquí. La verdad es que Máxima también es un referente importante para los holandeses, están encantados con ella y por eso asimilan todo lo que tenga que ver con Argentina de una forma muy positiva", afirma.
En relación a la marihuana y las creencias en torno a un país que tiene su consumo legalizado, Soledad pudo observar que no era un hábito demasiado arraigado y que en su entorno estaba ausente. "Se consume en lugares específicos llamados ‘coffeeshop’. Normalmente son visitados por turistas. Lo llamativo de estos sitios es que ahí solo se puede fumar marihuana, pero no tabaco normal. Personalmente, me parece bien que esté legalizado el consumo, porque de esta forma está controlado", opina, "Pero este tema trae otros problemas, como el turismo de masas que solo viene a Ámsterdam a consumir y me da pena, porque Holanda tiene cosas más lindas e interesantes para ver que los ‘coffeshop’".
Según el World Happiness Report 2019, Holanda se encuentra entre los cinco países más felices del mundo y Soledad cree quetiene que ver con la seguridad y la libertad con la que se vive. "También por las oportunidades que ofrece y por ser un país tan organizado", expresa convencida.
Volver
Los regresos a la Argentina se hacen cada vez más difíciles, las emociones más intensas y los cambios que Soledad percibe en cada viaje, más grandes. Ella siente que, con el paso del tiempo y su propia maduración, hoy se replantea cuestiones que antes no tenía en cuenta.
"Ir Argentina es volver a casa y volver a mi pasado, siempre digo que tengo dos vidas, la que tenía antes en Buenos Aires y la que tengo ahora en Holanda. Los recuentros con la familia y mis amigos son bellísimos y, aunque pasen años sin vernos, siempre parece como si fuera ayer que nos hubiéramos visto. Sin dudas es raro volver y ver que tus amigos de pronto tienen hijos. Es lindo contemplarlos en el rol de padres y me da orgullo verlos crecer", dice conmovida.
Sin embargo, para Soledad lo mejor de las vueltas no es solo el recuentro, sino las comidas. "Cada vez que voy todos quieren invitarme a comer y eso me hace sentir agasajada, aunque me vuelva con kilos de más", ríe. "Pero las despedidas son duras. Irte y ver a la familia llorando es muy triste, te quedás con una sensación rara que dura un par de días hasta que entendés que no estás más allá, sino acá. Antes lo llevaba mejor, pero con el paso de los años se me hace más complicado despedirme. Sobre todo, porque no sabés cuando vas a volver a verlos", continúa y vuelve a emocionarse.
Los aprendizajes
Ya pasaron once años desde que Soledad dejó su país natal. A sus 35, continúa viviendo su destino inesperado con una mirada exploradora, grandes enseñanzas y mucha intensidad.
"Una de las tantas cosas que me enseñó Holanda es a disfrutar y agradecer del sol, que acá es sagrado. No contamos con su presencia diariamente y es algo que se disfruta mucho cada vez que aparece. En días despejados los holandeses invaden las terrazas y tratan de extraer al máximo toda la vitamina D posible. Para Mark es inexplicable que en Argentina la gente se siente adentro con 30 grados de calor con el aire acondicionado cuando pueden disfrutar del sol y el aire libre", explica Soledad con una sonrisa.
"Y lo que aprendí y sigo aprendiendo en mi día a día es a vivir con menos prejuicios, libre y respetando las decisiones de vida de otros. Además, a adaptarme, pero sin dejar de vivir a mi manera, con mis formas y mi cultura. Siento que logré sumar lo bueno de Argentina y de acá, siempre sintiendo un profundo respeto por el lugar en donde vivo y el lugar de donde vengo. Pero tal vez, y por sobre todo, aprendí a valorar más a mis padres. Al tenerlos lejos me di cuenta de cuán importante fue la educación que me dieron y las posibilidades que me ofrecieron para que hoy pueda ser quien soy", concluye.
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