"¡Gibraltar!", lanzó al aire con un suspiro triunfal. Martín Wilson observó el mapa una vez más, sonrió, levantó la vista y miró el paisaje a su alrededor, complacido. Nada había cambiado; de hecho, todo seguía exactamente igual que antes y que cada día. Los rostros, las mesas y los cuadros en las paredes de aquel café del Gran Buenos Aires habían permanecido casi inmutables y, sin embargo, ya nada era lo mismo: había tomado una decisión.
A partir de entonces, el territorio británico ubicado al sur de España y en ultramar ocupó todos sus pensamientos, alejándolo cada vez más de una Buenos Aires extraña. Pero ya poco importaba, en definitiva, hacía mucho que había renunciado a su universo conocido para transformar su mundo en lo que muchos consideran una locura, pero que Martín denomina ser "un buscavidas".
La depresión, un nuevo golpe y el porqué de Gibraltar
Para la mirada social, Martín Wilson era considerado un hombre exitoso. Durante quince años se había desempeñado como publicista, redactor y trabajaba para uno de los canales de aire líderes de la televisión argentina. Su vida llevaba una velocidad vertiginosa, y su cotidianidad estaba regida por el minuto a minuto del rating, el ambiente competitivo y los egos extremos. Con un espíritu desdibujado y absorbido por un sistema sin concesiones, su esencia hacía mucho que se había adormecido.
Pero un día, cuando ya había pasado los 40, la muerte llegó para dar vuelta el tablero, mirarlo de cerca y cambiarlo todo: inesperadamente, perdió a su mejor amigo, y su padre murió un día después. "De pronto la vida que llevaba me pareció absurda y dije basta. Dejé todo y me fui a Mozambique, donde viví un tiempo, luego crucé África, subí a Etiopía, donde hice base y quedé maravillado, y desde ahí viajé a la India para luego retornar a Buenos Aires".
El regreso fue desgarrador. Martín quiso reinsertarse en la maquinaria de la que había escapado, pero pronto tomó consciencia de que ya no era el mismo y que le sería imposible. Buenos Aires, por otro lado, ya no conectaba con él de ninguna manera: luego de su último viaje la halló foránea a sus anhelos.
Pero fue la muerte de otro íntimo amigo, la que terminó de arrimarlo a la sensación de sinsentido. Decepcionado de la ciudad, en duelo tardío y presente, y perdido en su rumbo, Martín cayó en una depresión grave en donde soltó toda pulsión de vida: "Tuve la suerte de pedir ayuda. Algo había explotado en mi cerebro y parecía no existir un nuevo camino posible", afirma tranquilo, como si no se tratara de su propia existencia. "Me entregué a un tratamiento psiquiátrico- cosa que jamás había imaginado en mi vida- y durante un año me senté en el mismo café de siempre, y allí, entre trabajos freelance, mapas y escritos, me propuse develar el destino de mi vida", rememora el hombre de 45 años.
"¿Por qué Gibraltar?", continúa. "Porque ya había estado en lugares exóticos, no quería ciudades, ni un lugar paradisíaco con vida nocturna; lo que buscaba era un suelo tranquilo para encontrar estabilidad, dejar ir el pasado y la vorágine laboral que siempre había marcado mi vida. Investigué y descubrí que tenía unos 33 mil habitantes, hablaban perfecto inglés británico y castellano andaluz y me dije: ¡Qué lindo! Me encantan los idiomas y soy bilingüe, en casa hablé y escribí inglés desde la infancia. La decisión final, sin embargo, la trajo el hecho de que está en España, país que amo, enfrente de África, continente al que siempre quiero volver, y que poseo pasaporte inglés. ¡Al fin le podía dar un uso conveniente, al igual que al idioma!"
Vivir en Gibraltar y el deseo de no volver a lo mismo
En un comienzo, Martín creyó que su condición - aún vulnerable - podría significar un impedimento para emprender el viaje. Consciente de esto, decidió seguir adelante en silencio. No hizo despedidas y a muchos les dijo que volvería pronto, aunque jamás regresó.
Disfrutó del vuelo como pocas veces en su vida, con la impresión de que se había liberado de una carga, algo que se reforzó al llegar a Madrid, donde su espíritu respiró un bienestar olvidado y sensación de aventura: "Me moví sin apuro, como nunca antes. Quería ir despacio. Paré en una pensión en el camino a Gibraltar y disfruté del momento, alejado de un mundo de preocupaciones".
Martín llegó a La Línea y al primer impacto. La frontera con Gibraltar se presentó gris, con una atmósfera que le recordaba a imágenes de la vieja Unión Soviética. Finalmente, arribó a su destino sin alojamiento ni plan, aunque con la misma paz con la que había emprendido su viaje.
"Comencé a recorrer la ciudad en busca de un alojamiento accesible, pero encontré todo carísimo y en libras. Pasé horas preguntando y nadie parecía conocer algo barato, por lo que estuve a punto de rendirme y dar marcha atrás", confiesa. "Pero en un último intento entré en un supermercado y, al tiempo que me reiteraban que no sabían de nada, divisé un cartel que decía Emilse café y Lo de Lawrence. ¡Era una pensión!".
A partir de aquel suceso todo comenzó a salir bien para el argentino. En un principio buscó trabajo de lo suyo confeccionado listas mínimas de medios gráficos, agencias y canales televisivos. Pero enseguida comprendió que no había dejado su otra vida atrás para volver a lo mismo: "Me dije no. Prefería trabajar de lavacopas, antes que retornar a mi vieja profesión".
Martín consiguió trabajo de guardia de seguridad y más tarde en una joyería, donde, por ser un amante de las piedras y un gran conocedor del tema, resultó ser un excelente vendedor. Con el paso de las semanas entabló una gran amistad con el dueño de la pensión y parte de su personal, y decidió quedarse a vivir allí: se sentía sereno y en un buen lugar en el mundo.
Hábitos, costumbres y paisajes de un pueblo fusionado
Los días fluían y Martín seguía sorprendido: había encontrado una pequeña Inglaterra en España y a sus habitantes orgullosos de aquella situación: "En las votaciones la gran mayoría vuelve a elegir la contención de la corona, algo que les brinda mucha comodidad. Igualmente, la primera impresión es la de habitar en suelo inglés, pero de los años 70. Hasta los impuestos quedaron viejos, y hay tan poco espacio que el único teatro está debajo de La Roca", sonríe. "Sin embargo, a medida que pasa el tiempo uno descubre que es mucho más que eso y que la mezcla andaluza británica está por todas partes: Su idioma – el llanito – es maravilloso, los apellidos son del estilo Lawrence Muñoz, ¡parecen todos primos, los nombres se repiten!, y hay paella para el desayuno, scons por la tarde y, por supuesto, mucho fish and chips", continúa entre risas.
"Lo que me gusta de Gibraltar es que es un territorio pequeño y fácil. Todos tienen dos autos, pero yo camino, disfruto del aire de mar, de las gaviotas, y la cercanía con África. Sobre las rocas está lleno de monos procedentes de Marruecos y Argelia, que nos contemplan como dioses. ¡Es increíble divisar un paisaje así en Europa!"
Por otro lado, Martín quedó impresionado con La Roca o peñón de Gibraltar, tan encimada y originadora de sombras imponentes, así como con los dos tipos de viento – el levante y el poniente –, provocados por el Mediterráneo y el Atlántico, que se unen en aquel rincón del planeta.
"En esta tierra no solo se unen los mares, sino las culturas. Hay una fusión entre británicos, genoveses, portugueses, andaluces, malteses, y mucha influencia persa, judía y de la india", explica. "El lugar es también un enorme free shop, donde vienen a comprar artículos de lujo, hay muchos casinos y empresas financieras. A mí hasta me ofrecieron pasar cigarrillos a través del alambrado y se habla de actividades secretas que suceden bajo La Roca", dice divertido.
"El aeropuerto es muy impactante por estar a 500 metros del casco histórico y, en lo personal, me llama la atención la cantidad de equipos de fútbol que hay, pero que ninguno se destaque. Parece que llegó un argentino a jugar en una liga, creo que es la segunda persona de nuestro país viviendo acá, ¡Lo iré a alentar!", exclama. "Y, en relación a otras costumbres, me asombra que no haya librerías: como gran lector me impactó. Quizás no leen, o por ahí pueda ser una veta de negocio a explorar".
Calidad humana, calidad de vida de un puerto pirata
Tal vez, para unos cuantos Gibraltar no sea el lugar más hermoso del mundo para habitar y, sin embargo, Martín le encontró su encanto. El simple hecho de saber que allí, en su peñón, se ubicaba una de las últimas columnas de Hércules, y que era considerado el límite del mundo conocido, siempre le pareció fascinante.
En su gente halló a personas cerradas, castigadas en su momento por el bloqueo de las fronteras del franquismo, que separó a varias familias durante años. "Son bravos por su historial y por las lógicas tensiones políticas con España. A su vez, la expresión pueblo chico infierno grande es muy aplicable. Acá son más rústicos, atractivos a su modo. La mezcla cultural de este territorio, que se siente como vivir en un puerto pirata, es muy linda. Me hice de varias amistades, como un amigo vendedor marroquí que me invita todas las tardes con dos tazas té en la plaza, ritual que me da sensación de pertenencia", asegura.
"Oportunidades laborales hay pocas, pero cuando uno es un buscavidas como yo, se consigue", continúa riendo. "Ahora con la pandemia todo está trunco, pero la calidad de vida es linda, el clima con su mezcla de mares es precioso y siempre podés salir a España".
Aprendizajes de un buscavidas
Para muchos, Martín Wilson había alcanzado lugares exitosos que muchos aspiran conquistar. Sin embargo, la pérdida de varios seres queridos y su sensación de estar inserto en una maquinaria despiadada, le revelaron que el éxito no habita necesariamente allí donde priman las etiquetas, las posesiones y la aprobación social, sino que se conquista cuando el camino que se transita coincide con los propios principios y deseos, así como con la identidad esencial. Sin coincidencia, la sensación de pérdida de tiempo y angustia emergen crecientes e inevitables.
"Soy un buscavidas, no soy un ser especial ni me fui para cambiar el mundo. Y sé que Gibraltar no es bellísimo, pero no me molesta. En mi camino reafirmé que, a pesar de tener un espíritu explorador, me gusta la vida doméstica e imperfecta, ver las mismas cosas en el mismo lugar: mi café, mi almacén, mis esquinas preferidas", reflexiona. "En este giro de mi vida aprendí cosas tan sublimes y cotidianas como la jardinería o a cocinar, ¡y mucho! Pero lo cierto es que lo que más me enseña cada día es callar y escuchar. A través de las historias de otros uno se llena de aprendizaje".
"Jamás dejamos de aprender y, sin dudas, esta experiencia me enseñó que nunca es tarde para trazar otro trayecto, empezar de cero y aventurarse a un destino inesperado. Pero entendí que nadie te prepara para vivir en ningún lado, que no está todo en google, y que hay que accionar, porque no es como te la cuentan, tenés que ir al lugar de los hechos y ver qué sentís, qué te pasa, tal como en una relación".
"La vida me demostró que todos los contratos con tus ideas no sirven para nada. Crees que tenés todas las respuestas y de pronto cambian todas las preguntas", continúa pensativo. "Lo que puede decir es que jamás imaginé esta etapa de mi vida. El cambio llegó cuando atravesé situaciones que me impactaron, y comprendí que el planeta es un lugar muy resbaladizo y que, hoy más que nunca, está al límite. Por eso creo que hay urgencia de vivir realmente, no sobrevivir, y eso incluye elegir tu lugar en el mundo. A su vez, cambiar de escenario te renueva y te inspira. Aún así, creo que siempre hay que tener un pie en la Argentina; vamos por la vida creyendo que los argentinos somos especiales... no, no somos especiales, pero Argentina es uno de los países más hermosos del mundo, de eso no tengo dudas. Tal vez uno se va para darse cuenta".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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