Su hogar tiene cuatro ruedas, su jardín tiene la extensión de los Bosques de Palermo: “viajando en familia alrededor del mundo”, siempre encuentra sitios y personas que les dan la bienvenida
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Eva Membrilla Pastor era maestra. No fue difícil encontrar su vocación: desde chica, cuando veía un bebé o una criatura pequeña quería cargarlos, siempre elegía el rol de la maestra aunque su pizarra fuera una pared. Aplicada, tímida, “se le daba bien el estudio”, y aprobaba sin esfuerzo. Tal vez por eso, años más tarde, pensó que en su vocación había encontrado su lugar. Le costaba dejar a sus alumnos para irse de vacaciones; sufría el obligado desapego. Estaba tan metida dentro del sistema que no se imaginaba haciendo otra cosa, “Por eso cuando Juan me propuso pedirme unos días extras para ir a Ushuaia, yo me negué en absoluto”. Ni siquiera había llegado la Navidad, todavía quedaba entregar los informes así que le dijo que mejor no.
La apacible vida en Barcelona
A comienzos del milenio vivían en Barcelona, a unos 20 kilómetros de la ciudad, en un pueblo rural que se dedica al cultivo de la cereza. Era fácil ver los tractores, la gente de campo. Durante la época de la cosecha, con los niños iban a visitar las plantaciones para observar las primeras flores, aprovechaban ese entorno para conectarse y dibujar la experiencia.
Cuando nació su primer hijo, Eva tuvo que pedir un traslado para estar más cerca, porque se le hacía difícil cumplir con todo. Así que terminó por trabajar en una escuela pública de Castelldefels, un pueblo conocido porque ahí vivió Messi mientras jugaba en el club Barcelona. Aunque ella no conocía a ninguno de los jugadores, desde la escuela de al lado los veía pasar en sus autos lujosos hacia The British School of Barcelona.
Eva y Juan tenían una vida sencilla, les gustaba salir a la ruta, así que todo lo que ganaban, lo ahorraban. “Nunca fuimos personas de querer grandes cosas materiales, nuestro apartamento era común, mi hijo soñaba con un auto que cerrase las puertas con un mando a distancia pero nunca tuvimos eso”. Como Juan trabajaba en una empresa privada, lo máximo a lo que podían aspirar era a un mes de vacaciones. “Habíamos estado en Asia, por ejemplo, en China y en India. Pero, claro, si te alojas en un albergue, no tienes tanto contacto con la gente, no puedes ir a comprar el pan todos los días y conocer a la gente”. Decidieron ahorrar más dinero, juntar horas extra y cargar su equipaje en una furgoneta Volkswagen T3.
Un niño de 5 años y Turquía como destino
Ya con un hijo de cinco años, mucha gente les decía que estaban locos, ¿cómo iban a ir a un país de religión musulmana? “Deja al niño con tu madre, te lo pueden robar”. Pero lo que les pasó en tierras turcas sobrepasó cualquier expectativa. Para los descendientes de los nómadas de las estepas de Asia, la costumbre era ser hospitalarios con el viajero, así recibían invitaciones, les ofrecían comida o cualquier cosa que necesitaran. “Yo quedé enamorada del pueblo, ahí aprendes que te puedes comunicar con la gente sin saber el idioma, las mujeres me invitaban a ir al parque y Juan me preguntaba, ‘¿de qué estás hablando?’ No sé, pero hablamos. O sea, nos entendíamos”. La configuración de cómo eran las cosas se empezaron a mover. “Se nos cayeron todas las etiquetas, los prejuicios de que lo extraño es peligroso”. Cuando tuvieron que volver, a los dos meses, Eva se sintió un poco vacía. Pero eso no duró mucho, era 2011 y estaba embarazada de Violeta.
De embarazos y decisiones
Había perdido un embarazo, así que el dolor estaba ahí, profundo en su vientre. Cuando supo que un nuevo proceso había empezado, lo tomó con mucho cuidado, no soportaba la idea de que ocurriera otra vez. Entonces pensó que era el momento de detenerse. A los cuatro meses, dejó su trabajo. Y se tuvo que enfrentar a los prejuicios. “Hay un feminismo muy mal entendido, y las mujeres a veces somos duras con nosotras mismas”. Ella dejó de correr en la ruedita de hámster de trabajo, cursos y formaciones contínuas que la dejaban agotada y sin tiempo para la familia.
—La maternidad en la ciudad es un acto heroico. Perdimos la tribu y eso es muy necesario. Con Violeta conseguí esa tribu pero, ¿por qué? Porque al dejar de trabajar pude tener tiempo y vida social, y conocer a mujeres que estaban en la misma situación que yo. O sea, mujeres con una carrera, con una profesión, pero que también han podido apartarla durante un momento de su vida y dedicarse a la crianza.
De esa época con sus amigas se juntaban, no solo para hablar de pañales, también sobre cuestiones intelectuales y filosóficas. Con ellas se daban el lujo de armar rutinas compartidas, como preparar almuerzos mientras los niños jugaban.
Así también comprendió que la vida laboral no necesariamente tenía que ser en relación de dependencia y soltó los paradigmas en los que había crecido. Un nuevo viaje, esta vez a los Balcanes, los convenció de dar el salto al abismo, Juan renunció a su trabajo y alquilaron su departamento para que les ingresara dinero. Rumania, Bulgaria, Macedonia y Albania. El otro, como persona, como cultura, como territorio a descubrir. Vivir libres, en viaje, con dos niños, preparar sus alimentos, saber que se puede vivir con poco, con lo indispensable.
El primer paso: la clara convicción de que querían ser nómades
Volvieron a España en 2017 con la clara convicción de que querían ser nómades. A partir de aquel primer paso, se desencadenaron nuevas decisiones. Con su único departamento hipotecado y cuotas a largo plazo, a la familia solo les faltaba animarse a soltar la falsa seguridad del techo propio, y el consejo del padre de Eva que le decía que no se podía vivir alquilando. Lo vendieron. Armaron una venta de garaje y así vieron cómo se llevaban la ropa y los vasos, pero también la deuda con el banco y la sensación de estar encerrados como “animalitos salvajes” cuando lo que más querían era conocer otros mundos.
En un primer momento, la familia empezó a recibir invitaciones de amigos que se iban de viaje y les dejaban el hogar. “Con el gato César, íbamos los cuatro. Era muy genial”. Apenas compraron una autocaravana, se les desplegaron infinitas posibilidades, pero el sueño de llegar hasta Ushuaia persistía, así que eligieron América como destino. Una amiga colombiana les ofreció recibirlos en Miami, enviaron su transporte hasta el puerto de Georgia y conocieron el lado B de un país tan grande como diverso, en donde la desigualdad se hace evidente. Difícil de recorrer sin auto o encontrar parques en las ciudades, no se acostumbraron a que el paseo fuera por los centros comerciales y que la opción más común de consumo fuera la comida chatarra.
La familia tiene una larga lista de amigos del camino, tanto que en el mapa que dibujaron sobre su caravana marcaron con puntos los sitios significativos en donde dejaron gente querida. Y si bien el norteamericano promedio suele ser distante, Eva recuerda con cariño la propuesta de una pareja de ancianos de Oklahoma que los invitó a su finca.
Después de recorrer Estados Unidos profundo, por la Ruta 66, ver las plantaciones, lagos y montañas, dormir cerca de la playa y de la nieve, y retratar todos los autos antiguos que se les cruzaron, empezó la mejor etapa -al menos para Eva-. Fue cuando ingresaron en México.
Más allá de los paisajes, y la cambiante geografía, quedaron deslumbrados por la cultura nativa y, una vez más, la hospitalidad de su gente. Atravesaron zonas calientes con total desconocimiento del peligro, entraron por Tijuana, pasaron por Sonora, Sinaloa y Durango. “Ustedes están vivos de milagro”, les repetían cada vez que contaban que habían pasado por las rutas del narcotráfico que conectan ambos países. Pero ellos, tal vez por inocencia, ni siquiera advirtieron algo extraño. Hoy Eva tiene grabada en su memoria la expresión de sorpresa cuando una mujer de 74 años, Doña María, le dijo que no podía creer que nunca hubiera visto un palo (un árbol) de aguacate. Y le pareció lo más natural del mundo aceptar el convite a su rancho, con la familia, montaña arriba, por un camino que solo se podía hacer a pie.
Cocina Viajera: amasando por América Latina
La fantasía de vivir de viaje está latente en muchas personas. Tal vez los ancestros nómadas aún tengan su influencia en nuestra cultura o tal vez sea una reacción a la forma deshumanizada de vincularnos con la tierra. Cada vez que les preguntan de qué viven, ellos explican los beneficios de trabajar en línea desde cualquier lugar del mundo. Eva Membrilla cocina desde que tiene memoria, publicó un libro con recetas de cocina que vende online, además escribe artículos sobre cultura, viajes y gastronomía para revistas de Barcelona, organiza talleres para adultos y niños. En la cuenta de Instagram @lacocineraviajera se puede espiar algunos de sus platos, y en @arreveure, seguir el recorrido de sus existencias. Ellos se adaptan a cada país, siempre se puede hacer intercambio o vender artesanías.
La cocinera recuerda que espiaba, asombrada, cómo su mamá preparaba los platos. Ella era del sur de Andalucía, y con una infancia muy humilde, era común que prepararan “potajes” de lentejas o de papas, comidas muy simples y económicas. Pero mientras crecía, la hija curiosa se aburría de la misma casa, los mismos muebles y la misma alimentación. En la adolescencia empezó a meter mano, descubrió la comida del mundo y supo que tenía que experimentar otras opciones. “¿”A todo le vas a poner curry?”, le decía su hermano mayor cuando ella hacía comida de la India. Años después, cuando invitaba a comer a su mamá platos de Marruecos, ella se quejaba, un poco en broma, ¿Cuándo vamos a comer cristiano?
Durante su época de maestra en la escuela rural, volvió a la cocina como terapia. Recibían niños que estaban a cargo del Estado porque su familia había perdido la guarda legal. Sus historias, muchas veces, la dejaban literalmente de cama. Cerca de los 40 eligió ser vegetariana, pero nada de eso impidió abrirse a conocer la deliciosa comida latinoamericana y aprender a amasar, moler y mezclar vegetales que nunca antes había probado. Aunque confiesa que las más exitosas son sus clásicas tortillas. “En España cada persona te va a dar una referencia diferente de cómo haces la tortilla de papas, con cebolla, sin cebolla, si echas las papas al huevo, si echas el huevo a la sartén. Como acá, me imagino, con el asado, allá puede haber una gran discusión”.
Imposible resumir en pocas líneas cinco años de viaje por el continente americano, los nueve meses de pandemia que pasaron en Panamá, la generosidad de la gente que les regalaba comida recién cosechada; la variedad de cultivos que vieron en los mercados andinos de Bolivia y Perú, la belleza de Argentina y la emoción de arribar a Ushuaia. Es cuestión de ver las fotos del perro colombiano Sheldon y de los hijos, Pedro y Viole, creciendo entre cientos de paisajes diferentes, jugando con lo que les propone el camino.
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