Diego siempre fue un soñador. En sus días de juegos infantiles salía a explorar los rincones de su barrio en Resistencia, Chaco, y solía imaginar que era el protagonista de una gran aventura viajera. El planeta Tierra, dueño de un sinfín de rincones mágicos, emergía fascinante en sus historias impregnadas de obstáculos, paisajes imponentes y triunfo.
Los años adolescentes transcurrieron entre lecturas obligatorias y aquellas otras, cuyas páginas narraban crónicas de viaje que lo transportaban hacia un mundo lleno de posibilidades. Y cuando la primera juventud golpeó su puerta exigiendo definiciones de vida, su deseo de convertirse él mismo en el personaje principal de una magnífica peripecia jamás lo abandonó: no le bastaba viajar a los mismos lugares de siempre como lo hacían en su entorno, él quería irse lejos. Frankfurt, sin embargo, jamás había ingresado en sus fantasías.
Un plan minucioso para progresar: ¿Canadá o Alemania?
Pero con el paso del tiempo, hubo otros rasgos que comenzaron a manifestarse en sus hábitos cotidianos: Diego se sentía ajeno al ritmo de su suelo; a pesar de su espíritu volador, le gustaba bajar a tierra planes concretos, y ser muy eficiente en sus labores y tiempos. Tal vez, se dijo, no estuviera destinado a quedarse en su lugar de nacimiento.
Su primera oportunidad de volar llegó a los veinte, cuando, junto a sus mejores amigos de la universidad, emprendió una travesía de trabajo y viaje (Work and Travel) hacia Colorado, Estados Unidos: "Esto fue a fines del 2008, en plena crisis económica, por lo que fue muy duro ir a trabajar como extranjero. Habíamos ido con ahorros limitados, pero con una valija llena de sueños y expectativas; la compañía de mis amigos fue decisiva. Fue la primera experiencia emancipada: ganaba mi sustento y me valía por mí mismo en un país y cultura que no conocía tanto. Ese viaje, a pesar de su corta duración (cuatro meses) fue la confirmación de que yo estaba hecho para irme a otro país".
Dos años después, el joven decidió repetir su experiencia y, una vez graduado de contador en la UNNE en Resistencia, se mudó a la capital argentina, que se convertiría en una de sus ciudades favoritas en el mundo. Sin embargo, su necesidad de desplegar con más fuerzas sus alas se manifestó clara cuando partió por un año a trabajar a Boston en su especialidad. De regreso a Buenos Aires, trazó un plan minucioso para irse más lejos aún. Luego de una búsqueda intensa, en el 2014 recibió dos ofertas: una en Canadá y otra en Alemania. No tenía dudas, él quería cruzar el océano.
"En mi entorno hubo distintas reacciones, en su mayoría positivas. En mi provincia `irse lejos´ es percibido como progreso, mejora, oportunidades, y se celebraba", afirma. "Una minoría fue más reacia a la idea. Decían que tenía que apostar al país y quedarme a ser el factor de cambio para la sociedad que quería. Para mi madre sí que fue difícil: la aplastante realidad de la distancia la entristeció mucho, pero Frankfurt me esperaba y, al mismo tiempo, estaba orgullosa y alegre de verme realizar mis sueños y en cierta forma triunfar".
Frankfurt: un lugar que no le gusta "andar a la deriva"
Diego jamás olvidará cómo le tembló el pulso cuando compró el pasaje. ¡Era un ticket intercontinental solo de ida! Sentía que su gran sueño, por fin, se iba a concretar. Al avión embarcó alegre, ansioso y realizado, pero cuando los impactantes motores se encendieron y el tubo metálico comenzó a carretear, lloró desconsoladamente de felicidad y tristeza e, incluso, por un instante dudó si estaba haciendo lo correcto.
La llegada resultó ser lo más sencillo del comienzo de su nueva vida en una urbe que le presentaría sus retos. Aquel julio de 2015 lo recibió con una temperatura récord en la ciudad, nada muy difícil de sobrellevar para alguien acostumbrado al verano chaqueño: "Vine diez días antes de comenzar a trabajar para buscar casa, y se me dio todo bastante rápido", revela el argentino, quien hoy se desempeña como gerente del área impositiva en una de las empresas de servicios profesionales más importante del mundo.
"Pero lo cierto es que Frankfurt es una ciudad difícil para los que llegan. Fue complejo adaptarme y lo escucho de otros que atravesaron por la misma experiencia. No sé cómo explicarlo exactamente, pero no es una ciudad que se abre y se muestra fácilmente cuando llegás. Frankfurt no es permeable. Por el contrario, le muestra una sonrisa amigable al nuevo, pero lleva tiempo e interacciones penetrar esa corteza y conocerla como realmente es, con el potencial de todo lo que tiene para ofrecer".
"Una vez superada esa fase, es una ciudad encantadora. Con uno de los aeropuertos más grandes de Europa, se está a un paso de casi cualquier lugar del mundo", continúa con una sonrisa. "Pero en relación a los hábitos, lo que más cuesta - y nos cuesta a los latinos en general- es el temperamento alemán, rígido. No suele ser afable con la gente impuntual, que no tiene planes concretos y que `anda a la deriva´. En Alemania se planifica a largo plazo y eso está presente incluso en la vida privada de la gente. A mí este es un aspecto que me encanta y que en Argentina me costaba sobrellevar. Por otro lado, me interesa y apoyo la movilidad sustentable, los alimentos orgánicos, el veganismo y salir a la naturaleza, cosas que se practican mucho en este entorno".
Fue así que, a pesar de un comienzo un tanto áspero, Diego rápidamente se habituó a sacarse los zapatos en los interiores, comer más temprano, a lidiar con un idioma que mejoró con el tiempo y a compartir vino blanco en vez de cerveza: "Frankfurt es la capital del vino Riesling y del Apfelwein (vino de manzana), típico de la región. Cada pueblito y ciudad alemana tiene varias marcas de cerveza locales y, sin embargo, no es el caso de Frankfurt".
La alegría de poder discutir en alemán
El argentino había llegado a Frankfurt con un muy buen inglés. Al alemán, un idioma que siempre había sido de su interés, lo había estudiado en Resistencia y en Buenos Aires, pero, por alguna razón, de su garganta salían las palabras desordenadas y le costó mucho lanzarse a hablarlo.
"Me llevó casi un año soltarme y hacer mi día a día en alemán. Sentía culpa por haber invertido tanto tiempo y dinero en aprender un idioma que no estaba usando", confiesa. "No sé cuál fue el interruptor que despertó en mí un cambio, pero sucedió más o menos al mismo tiempo en el que internamente sentí que Frankfurt era mi hogar. Dejé de lado la lucha interna de cuestionarme si este es mi lugar en el mundo y, de pronto, todo fluyó. Hoy considero que el idioma es una de las llaves más importantes para el acceso a la integración. De hecho, me sentí definitivamente alemán la primera vez que pude discutir con alguien en el idioma. ¡Se sintió tan bien poder expresarme correctamente en un momento de emociones intensas!", continúa entre risas.
A pesar de contar con un trabajo estable, el joven argentino no tardó en descubrir en Frankfurt un mercado laboral amplio. Supo que era posible cambiar de puesto con facilidad, aunque no de especialidad o ámbito: "En Alemania existe una rigidez en el mercado laboral vinculada con el nivel de tu educación, que se comienza a perfilar en el colegio, y que determina el acceso al campo profesional".
"Siempre que me preguntan qué es lo que más aprecio de vivir acá, noto que mi respuesta suele incluir términos relacionados a la calidad de vida y en cierta forma lo que, al menos en Argentina, vemos de alguna manera como `lujo´. Con una educación y empleo promedio, acá uno tiene acceso a muchas cosas para las cuales en otros lugares hay que ahorrar por un buen tiempo o hacer sacrificios. Por ejemplo, con un trabajo a tiempo completo uno recibe seis semanas de vacaciones pagas, puede viajar a otros países a bajo costo, y adquirir todo tipo de bienes y servicios".
Y del mismo modo en que el nivel de educación adquirido determina en forma certera el acceso a los diversos ámbitos laborales, Diego develó que algo similar sucede en relación a la calidad humana y al rol que a cada habitante "le toca" desempeñar en la sociedad: "No es lo mismo el trato del círculo de trabajadores rurales, al de los banqueros, o de los profesionales y los técnicos, por dar ejemplos. Y creo que los miles de refugiados que llegan a Alemania en busca de asilo podrían decir mucho en este apartado", reflexiona.
"Por mi parte, considero que acá existe un sentido de comunidad muy fuerte, incluso en una ciudad grande como Frankfurt. En general, el Estado provee de mucha y buena ayuda en cuestiones de seguridad social. Asimismo, la idiosincrasia es la de la ayuda mutua. La gente alrededor tuyo se interesa por vos y porque te vaya bien. O quizás soy tan suertudo que conocí a mucha gente buena, no lo sé", sonríe.
Los regresos y los aprendizajes de un país estable
Hoy, a sus 32 años, Diego Müller Mina recuerda a aquel niño soñador que solía ser. En sus fantasías viajaba lejos, conocía otras culturas y conquistaba metas. Al mirar atrás desde su presente en Frankfurt, puede reconocer y unir los puntos en el aire que lo llevaron hacia sus logros actuales. Y en aquella travesía distingue la pulsión del deseo genuino, la pasión y el esfuerzo; comprende que, a veces, el país de nacimiento no está hecho a la medida de uno, y que existen otros lugares capaces de acompañar y fortalecer aquello que queremos aportarle al planeta. Sin embargo, también observa con cierta nostalgia una tierra argentina que ama y dejó atrás.
"¡Me encanta visitar Argentina! Cada vez que regreso es un sueño. De hecho, a menudo me seduce la idea de volver, por los amigos, los lugares, y tanto más. Me tengo que recordar constantemente que solo estoy de visita y que cuando uno vive ahí el día a día no es lo mismo: la vida a largo plazo es difícil y sacrificada".
"Siempre se menciona lo que uno busca a la hora de emigrar, pero poco se habla de qué pasa luego, cuando ya sos parte activa de la sociedad a la que llegaste", asegura pensativo. "Siento que lo más enriquecedor a un nivel personal es tener el contraste con la propia cultura e historia que uno trae. Lo que uno a veces llama `bueno´, `malo´, `lindo´ o `feo´ es relativo, y es enseñado y absorbido en un contexto. Cuando cambiás ese contexto se genera un contraste y uno reflexiona sobre cuestiones existenciales de otra manera".
"En Frankfurt aprendí que trabajar duro da frutos y que esos frutos están resguardados. Aprendí a sacar jugo de la estabilidad en general ¡y a superar el aburrimiento o descontento que consigo trae! En muchas ocasiones sentís que, al ser extranjero, tenés que demostrar que sos capaz de las mismas cosas como cualquier otro local; una especie de presión por tener que hacer algo extra para probarte. Llevo cinco años y medio en Alemania y a esta altura me siento integrado y parte de esta sociedad. Soy un ciudadano de este lugar, pero con un bagaje distinto a alguien que nació e hizo toda su vida acá. Sigo trabajando en integrarme aún más y en ser un ciudadano ejemplar".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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