"¿Dónde están los muebles? ¿Acaso no usan sillas o mesas?", solía preguntarse durante el día Paola del Moral, entre tantas otras incógnitas que emergían de aquella comunidad tan extraña como amable. "¿Qué hago acá?" era, sin embargo, el interrogante que la asaltaba, una y otra vez, por las noches.
Las islas Fiyi, esas mismas con las que soñaba Truman antes de revelar que era el protagonista de un show, jamás habían formado parte de los planes de la mujer argentina que, cada mañana y durante casi un año, despertó sin comprender bien dónde estaba. "La sensación de estar de vacaciones no terminaba más, me tomó muchos meses asimilar que este destino en el mundo, Fiyi, es mi hogar. El lugar es hermoso, la gente es increíble, pero sentía que no era mi casa. Faltaba la rutina, faltaban las costumbres. Fue difícil".
Hacia un nuevo hogar: Fiyi
Como paracaidista profesional, Sebastián, el marido de Paola, había recorrido varios rincones de la tierra, pero ninguno lo había conquistado. A Fiyi llegó por primera vez en el 2016 por trabajo, y se enamoró de su atmósfera irremediablemente. A la Argentina regresó con la idea fija de armar valijas y mudarse:
"Yo no quería saber nada", confiesa ella al recordar la insistencia y lo descabellada que le resultaba la idea. "Soy ingeniera en sistemas y trabajé dieciséis años en la misma empresa. Soy muy estructurada. Tenía un trabajo cómodo, mi casa, mi familia, mis dos hijos, mis dos caniches. Era un rotundo no".
Pero un día, ante un lamentable suceso de inseguridad, de pronto la idea dejó de ser tan alocada y, en apenas unas semanas, se transformó en una decisión. Ante su propia incredulidad, Paola despidió a su marido, que partió primero hacia aquel lugar remoto de la Tierra:
"Me tocó la parte difícil, vender todo, alquilar la casa que construimos con tanto sacrificio para que, finalmente, la habiten extraños, y dar en adopción a las perritas, ya que los costos y requisitos para la zona hacían el traslado casi imposible y temíamos que algo les sucediera durante el viaje. Fue una de las decisiones más duras, por suerte conocemos a la chica que las adoptó, nos envía videos y las visitamos cuando viajamos para allá".
Renunciar a sus logros laborales, despedir a los tantos amigos que la vida le había obsequiado, a la familia y al sobrino en camino, significaron un sinfín de lágrimas compartidas. Por fortuna, sus padres la alentaron a buscar una mejor calidad de vida. Pero para Paola, que siempre había sido de esas personas que se juntan todos los domingos en mesas largas, irse al Pacífico no equivalía viajar al paraíso.
A pesar de todo, y como una caja de sorpresas, Fiyi la aguardaba.
Otros hábitos en un paraíso
En un comienzo todo fue "bula", "bula", ese saludo fiyiano acompañado por risas tan estruendosas, que a Paola le resultó imposible no contagiarse y reír a la par. Fue así que Nadi, su nuevo lugar en el mundo de aquel país del Pacífico Sur compuesto por más de 300 islas, amaneció agradable ante sus ojos, aunque foráneo para su alma. Todo, absolutamente todo a su alrededor se develó sorprendente:
"En comparación con Argentina, el fiyiano es lento y a esto se lo denomina Fiji time, es el tiempo de la isla, tan particular", cuenta sonriente. "Asimismo, los policías, los hombres del gobierno, y los que asisten a la iglesia los domingos visten zulu, que es una pollera. ¡Nadie usa zapatos en Fiyi! Van descalzos o con tipos de ojotas. Acá conviven varias culturas - la autóctona, la china, hindú y los musulmanes- todo en un marco de respeto y tolerancia. Los habitantes en este rincón del mundo son desinteresados, amables y muy religiosos", continúa.
Con el transcurso de los meses, ya enamorada de la belleza del puerto Denarau, hubo otras costumbres que a Paola le resultaron inesperadas. Le impresionó la gran libertad de elección sexual y el claro avance en relación al cuidado del medio ambiente. A pesar de ser muy antigua y tradicional en costumbres, y no estar habituada a los usos clásicos occidentales de la tecnología, Fiyi se presentó moderna en otros aspectos:
"Todas las casas tienen paneles solares y el 70% de los autos son híbridos. No se ven motos como en otras geografías similares: no les gusta ni las saben manejar. Por otro lado, el Facebook acá se usa para el trueque, para cambiar pescado por verduras. Acá no se pasa hambre: si tiene el estómago vacío, el fiyiano pesca", asegura. "¡Y no hay muebles tal como los esperaríamos! Usan una manta tejida de paja, allí se sientan a comer y se reúnen a rezar. Algunos tienen colchonetas en el suelo, pero no hay televisores, mesas o sillones".
Calidad humana, calidad de vida
A pesar de sus dificultades por hallar una sensación de hogar, la risa y predisposición allanaron el camino de Paola, que, a la distancia, se reconoció como una argentina apegada a sus costumbres. Allí, en aquel paraíso terrenal, descubrió otro nivel de alegría y a los seres más amables del mundo: "tal cual dice Wikipedia".
"El cambio de vida acá es comparable a venir manejando un auto a 160 km/h y de repente no poder ir a más de 40. Eso pasa cuando venís a Fiyi, las rutinas no se sienten, incluso a pesar del cole, que es de 8 a 15:30. Antes de venir estaba aterrada porque a mis hijos los metía en un colegio donde hablan solo en inglés. Acá el español no existe más que en la melodía Despacito. A los dos meses mis hijos no solo hablaban mejor que yo, sino que adquirieron un acento envidiable. Ahora ya saben escribirlo y hablarlo a la perfección. A su vez, utilizan una plataforma llamada SEAD para argentinos que vive en el exterior. Si vuelven a nuestro país quedan certificados como si nunca se hubiesen ido de su escuela. Siguen un programa, hacen tareas y tienen cuatro exámenes. Las maestras son muy buenas y aprenden de todo como si viviéramos allá. Funciona, es gratis y es argentino", continúa Paola con orgullo.
"La playa y la diversidad, por otro lado, ya son parte natural de nuestras vidas. Mis hijos surfean olas y hacen snorkel; también atrapan cangrejos. No miran el color de piel ni de dónde son sus compañeros de clase; van descalzos y saludan a todas las personas sin conocerlas", agrega. "Acá celebramos tres años nuevos: el de diwali (hindú), el tradicional, y el Año Nuevo chino. Tenemos suerte de tener amigos indios, fiyianos y de China. Esas experiencias son cosas que quedan..."
Los regresos y aprendizajes
Paola habla cada día con su padre, sin falta, sin importar la hora. Junto a su familia, en dos años regresó dos veces a su suelo natal, una odisea tan cara, que sabe que para la próxima visita deberá esperar un largo tiempo más. Allí, en sus reencuentros indescriptibles, su papá llora, algo que su hija jamás había presenciado en su vida: "El costo de irse es alto", asegura conmovida. "Los sobrinos crecen tan rápido que uno teme que no te reconozcan, están los hermanos, mamá... Volver a verse con amigos es mágico, pero ya no es lo mismo. La lejanía te distancia de lo diario, del abrazo, entonces, a veces, se siente la soledad".
Para Paola, una mujer arraigada a sus rutinas, dejar su tierra equivalía a un no rotundo, pero la vida y su costado trágico cambiaron el trazo de su destino. Ya hace más de dos años que dejó de trabajar como ingeniera, tras dieciséis años de esfuerzos y reconocimientos laborales. Hoy, alejada de su naturaleza estructurada, tiene tiempo para sus hijos, vive con la puerta de la casa abierta y con la playa como segundo hogar. Sin dudarlo, reconoce que lleva una calidad de vida privilegiada: vivir en Fiyi, es vivir en un paraíso:
"Sin embargo, algo siempre falta. El desarraigo es cruel, aunque te vayas a vivir al mismísimo edén. Falta el mate en una reunión, el domingo en familia, el asado el finde con una pareja amiga. No es fácil dejarlo todo, incluso aquello de lo que uno a veces reniega", reflexiona.
"Aun así, este pedacito del mundo, tan bello, llegó para enriquecerme. Acá aprendí a vivir despacio, a que la ropa no es importante; a que un mejor auto o una casa pasen a un quinto plano", continúa pensativa. "Este lugar me enseñó que uno no dimensiona lo que tiene hasta que lo extraña. Pero, a pesar de todo, acá también aprendí a disfrutar un poco más el atardecer, meterme en el agua calentita a cualquier hora del día sin prisas, o tan solo escuchar el sonido de las olas. Pienso que soy muy afortunada, sin embargo, no pierdo las esperanzas de que algún día las cosas en mi patria mejoren para que mis hijos puedan volver".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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