"No voy a viajar con vos", le anunció su novia de aquel entonces poniéndole fin a su relación y a las pequeñas certezas que parecían otorgarle cierta seguridad al camino de su vida. Inesperadamente, Ramiro González Fernández llegó a Australia solo, cabizbajo, con una visa de trabajo, pero sin sentir conexión por aquel destino. Los días se transformaron en semanas y, lejos de amigarse con su nuevo entorno, el tiempo le demostró que ese rincón del mundo no era "su lugar" para tan particular momento de su existencia. Tan alejada estaba Australia de su ser, que hasta su cuerpo parecía sentir alergia por aquella tierra preciosa, pero que no lo conmovía.
"De repente, mi piel había desarrollado una afección crónica que perjudicaba mis actividades diarias y comencé un tratamiento costoso", rememora. "Temía que se tratara de una enfermedad grave. Comencé a replantearme qué era lo que quería de la vida y no me animaba a hacer por los miedos de siempre. Fue entonces que puse la mirada en Asia, un lugar que me atraía y en donde creía que podía tener un golpe de suerte para mi destino. En Australia tenía un buen salario, un buen pasar, pero poca compensación personal".
Luego de varios meses de investigación, Ramiro tenía confeccionada una lista de cosas que tenía que hacer. Al final de ella podía leerse "Destino final: Filipinas", un lugar inexplicable para todos sus conocidos: "Nadie entendió que eligiera Asia, ni siquiera los asiáticos que había conocido en Sídney. Mi familia lo aceptaba, ya me habían visto ir y venir de Buenos Aires con lágrimas en sus ojos. Tampoco les había explicado muy bien por qué lo hacía, no quería preocuparlos. Cambiar un país del primer mundo, como lo es Australia, para adentrarme en el universo de la incertidumbre, no es fácil de comprender. Pero por primera vez en mi vida la idea de no saber qué iba a pasar me empezó a gustar. Creo que lo que buscaba era alguna aventura".
¡Mabuhay! Bienvenido a Filipinas: ¿Llegada y despedida?
Antes de llegar a Filipinas, Ramiro vivió dos meses en Bangkok, donde continuó con su tratamiento y, para su fortuna, una especialista en dermatología lo tranquilizó, le recetó unas medicinas y, al cabo de unas semanas, su afección cutánea casi había desaparecido, al igual que su angustia australiana.
Al comienzo, el argentino poco vio de Manila, su destino final. Había volcado su energía en postularse a todos los empleos relacionados a sus saberes en sistemas y a no faltar a ninguna entrevista. En el camino, sin embargo, pronto tuvo que admitir que no le resultaba sencillo moverse en aquella ciudad: "El transporte público no es moderno, la descoordinación es total y la infraestructura vial no es de lo mejor, para hacer diez cuadras se puede demorar una hora. Las paradas están mal señalizadas y a veces los colectivos no paran. Debo decir que los filipinos tienen una paciencia enorme para eso. La contaminación del aire también es un punto en contra, los medios de transporte no ayudan a mejorar su calidad, algunos vehículos son muy antiguos y no están regulados. Y la basura en sus ríos, o en la calle, es algo que nunca voy a entender", manifiesta Ramiro, a quien le gusta salir a correr y participar en maratones.
Inmerso en el caos de su nuevo hogar el joven tuvo que organizarse al extremo para no perderse ni llegar tarde a las entrevistas laborales, que surgieron sin dificultad. Pero, a pesar de la amplia oferta, Ramiro no estaba seguro si seguir viaje a otro país. "Tal vez este no sea el lugar", le comentó a un amigo. "Tal vez esté equivocado".
Tras dos semanas de búsqueda incansable, un Ramiro agotado decidió tomar parte de sus ahorros y viajar por las islas de Filipinas para aclarar su cabeza y pensar mejor. Recorrió parajes increíbles, como Puerto Galerna y Boracay, en una travesía que en otros tiempos jamás hubiera imaginado poder hacer solo. Y fue en Boracay, donde recibió una llamada prometedora:
"Era de una empresa interesada. El problema es que me encontraba en el medio de un tifón que venía azotando la isla hacía algunos días y no me permitían salir por cuestiones de seguridad", cuenta con una sonrisa. "Pero me esperaron. Recuerdo que había estudiado todo acerca de la empresa. La entrevista fue tan buena, que me volvieron a llamar a los diez minutos. Las oportunidades que me dieron fue algo que nunca imaginé, esa experiencia me llevó a trabajar primero tres meses en San Luis Potosí, México, y luego otros tres meses en Santiago de Chile por unos proyectos de migración de una base de datos".
Cómodo en su entorno laboral y su nueva comunidad, Ramiro se descubrió retornando de cada viaje de trabajo ya sin registrar ni extrañar Buenos Aires; con cada partida, en cambio, añoraba el encanto de Manila: "Pude entender que ya estaba en mi hogar", revela. "Buenos Aires es mi lugar de origen, pero ya no mi lugar de pertenencia. Siempre había extrañado Argentina y a veces contaba los días para regresar a la ciudad, que es una de las más lindas del mundo, sin embargo, ya no tenía esa necesidad de saber cuándo iba a volver; ya no estaba atado por un cable, limitado por ese lugar. Hay un dicho que dice que cuando llegás a Filipinas en una semana sabés si te quedás aquí toda la vida, o te vas para siempre".
Nuevas costumbres: comida poco atractiva y una herencia ignorada
"¡Qué mágica resulta esa conexión inexplicable con una tierra nunca antes vista!", se decía Ramiro. Había tanto que no le gustaba de Filipinas y, aun así, amaba aquel rincón del mundo. Tal vez, lo que más le costó fue adaptarse a la comida local, "la menos destaca de las asiáticas", solía contarles a sus amigos argentinos. Sin embargo, a medida que fue intimando con los residentes, aprendió a disfrutar del Chicken Adobo, Pinakbet, Sisig, Pancit Canton y Sinigang. "Hasta he probado Balut, que es un huevo de pato ya fertilizado con su embrión dentro, es un plato de alto contenido proteínico, y dicen que tiene propiedades afrodisiacas. Fertilizado significa que en el interior hay ya un pequeño embrión que nunca llegó a ser pato, pero que estuvo madurando durante tres semanas".
Y, al poco tiempo, el joven develó que Filipinas había pertenecido a la Corona española durante 300 años y que solía depender del Virreinato de México: "No recuerdo que algún profesor haya mencionado que el imperio español se extendía hasta Asia. De ahí es que puedo ver que tengamos ciertas coincidencias en nuestra cultura, ¡hasta compartimos más de 3 mil palabras! Como, por ejemplo: `lamesa´ (la mesa), `kutsilyo´ (cuchillo), `tinidor´ (tenedor), `kutsara´ (cuchara). Estas palabras fueron introducidas porque estos instrumentos no existían en su vocabulario ni en su cultura. Algo llamativo es que no haya cuchillo en la mesa. Una de las teorías dice que, en la época de la colonia, los españoles no les daban uno por miedo a que lo usaran en su contra".
"Y creo que el karaoke debería ser considerado como deporte nacional, los filipinos son muy talentosos, son artistas completos: actúan bien, cantan bien y bailan bien. Cuando estoy en la oficina me gusta cuando la gente canta, primero empieza uno, y luego se suma otro, y otro y se forma como una sinfonía a capella; les encantan las canciones de la década del 80, ¡se las saben todas!", continúa riendo.
Calidad de vida en un pueblo que siempre busca integrar
Enamorado de aquella tierra, Ramiro también se enamoró de una mujer. La conoció en el trabajo en el año 2016 y, en el 2017, llegó al mundo su hija Aria, mitad argentina, mitad filipina: "Ella me cambió completamente, es el sentido que le faltaba a mi vida", confiesa. "Es muy social, divertida, es encantadora", continúa conmovido.
"Los filipinos nunca me hicieron sentir que fuese de otro lugar, siempre intentaron integrarme a sus grupos, me hicieron y hacen sentir parte de su cultura y del país; de hecho, son personas muy inclusivas, amables, confiables, extrovertidas, alegres, ¡no son personas tímidas!, y te sonríen en la calle. Cuando tengo un mal día no hago más que salir y ya me cambia la cara. Aprendo mucho de ellos: me han ayudado con el trato hacia las personas, a ser más abierto, desarrollar la paciencia y a tomarme las cosas con más calma. Creo que si vuelvo a Buenos Aires y me meto en el subte y veo las caras de la gente diría, ¡pero qué pasó acá!", exclama a carcajadas.
Sin dudas, y con el correr de los años, Ramiro quedó impresionado por el crecimiento anual del país durante la última década (sin contar el tiempo de pandemia), algo que vio reflejado en la expansión de las ciudades. "Los primeros años los pasé en un barrio totalmente nuevo dentro de la ciudad de Taguig. Estaba lleno de pastizales, sin muchos edificios y, al cabo de cinco años estaba irreconocible por la cantidad de rascacielos que se habían erigido. La tasa de pobreza se redujo de forma considerable y muchos han pasado a una clase media en un corto tiempo. Espero que Filipinas vuelva a ser algún día la Perla de Asia, como se la conocía antiguamente".
"Sin embargo, me llama la atención la falta de planeamiento a futuro que tienen las ciudades, teniendo en cuenta que, tan solo Manila, tiene una población de más de 22 millones de habitantes. Van emparchando constantemente. Por ejemplo, no hay subtes y el tren es el más pequeño de Asia con muy pocos vagones y con tan solo tres líneas, la gente viaja como sardina enlatada. Una alternativa puede ser el jeepney, que son el vehículo insignia que representa a Filipinas, una mezcla de los jeeps estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial y un minibús".
Aprendizajes en una tierra donde lo importante prima
Nueve años atrás, Ramiro González Fernández se despidió de una Buenos Aires que siempre lleva en su corazón, para encontrar su lugar en el mundo. No dejó Argentina porque le causara desilusión, a veces, simplemente el suelo de nacimiento no es el suelo que nos conmueve en lo profundo. Y, darse cuenta, implica vencer miedos y lanzarse a la aventura de encontrar dónde es que uno se siente en su hogar.
"Entre Buenos Aires y yo hubo una ruptura, un divorcio consentido y, aunque no nos veamos hace mucho, siempre me imagino caminando por sus calles con mi familia y mostrándoles nuestras playas de Mar del Plata. Espero algún día poder llevarlos para que mi hija conozca también a mi familia", expresa emocionado.
"Con mi experiencia me demostré que fui capaz de adaptarme a un nuevo ambiente, de vivir y trabajar en un entorno extraño y desconocido. Llegué sin conocer a nadie y comencé desde cero. Hubo varios obstáculos, pero también hubo un gran esfuerzo para superarlos; y eso, quizá, no se note demasiado porque generalmente solo se tiende a ver el resultado. Por eso mismo he aprendido a valorar más el camino recorrido", reflexiona.
"Tengo un diario en el cual escribo desde hace ocho años; en primer lugar, porque me ayuda con los problemas de memoria que tengo, nunca he dormido lo suficiente y la vida ya está pasándome factura. Y, en segundo lugar, porque en él releo la travesía emprendida y no puedo creer las cosas que me animé a hacer para llegar a donde estoy hoy. Es cierto que tomar la decisión de emigrar no es tan fácil, hace falta deseo, coraje y un espíritu aventurero; y, sobre todo, no hay que pensar demasiado sobre la decisión ya tomada, se puede tornar agobiante".
"También aprendí a no depender de nadie, a ser más libre, y a darme cuenta de que era más valiente de lo que creía, a tener una mayor autoestima, a ser más tolerante y paciente con la gente y conmigo mismo. Lo bueno que tiene Filipinas es que es un país hermoso para hacer amistades por la calidez de la gente, ¡eso ayuda!, esta tierra me obsequió los vínculos más importantes de mi vida. Mucho antes de venir a vivir a Filipinas me replanteé cuál era realmente mi hogar. Ahora, a tantos años de mi llegada a Manila, con mi mujer y mi hija, creo que lo he encontrado".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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