Cuando Mariana y Agustín regresaron de sus vacaciones en 2016, descubrieron que aquel destino que habían dejado atrás había comenzado a ocupar casi todas sus charlas y pensamientos: Japón los había enamorado. Amantes de los viajes y de adentrarse en nuevas culturas, en el pasado se habían preguntado si podrían alejarse de sus raíces y animarse a vivir en otro país. Fue en tierra nipona, que aquella semilla encontró suelo fértil para poner el sueño en marcha. "Es que en Japón nos volvimos locos, nos encantó", afirman.
Creyeron que sus conversaciones se trataban de delirios de sobremesa hasta que una mañana, leyendo las noticias, Mariana encontró una nota sobre becas para posgrados en Japón. "Y se la mandé a Agus preguntándole si finalmente nos íbamos a vivir allí. Cuando lo charlamos en la cena él pensó que lo estaba cargando, pero a mí me pareció que con probar no perdíamos nada. Así fue como empezó a ser un proyecto serio", rememora Mariana.
Lo primero que hicieron fue tomar clases de japonés con una profesora que había sido becaria en aquel país y que los guió durante todo el proceso. "Llegamos a la última instancia, pero a él le dieron la beca y a mí no", recuerda Mariana, "Fue un golpe duro, pero no nos rendimos y empezamos a pensar en alternativas para no bajarnos. Finalmente, con ahorros y vendiendo algunas cosas, los números cerraron. Me postulé como estudiante particular a la maestría que tenía en mente, preparé varios exámenes internacionales y por suerte me aceptaron. Fue una experiencia larga, con muchos momentos complejos. Siento que el viaje empezó esa mañana al leer aquella nota; en todo ese año en Argentina nosotros ya estábamos afuera", continúa.
Hacia una tierra ajena y lejana
Al principio sus familiares creyeron que se trataba de una broma, pero a medida que pasaban las instancias comprendieron que era una meta seria. "Tuvimos todo tipo de reacciones: gente inicialmente muy contenta, pero que en el transcurso del tiempo se fue poniendo triste; otras personas que acompañaron siempre todo el proyecto, y amigos a los que todavía les debe parecer una locura, pero que incluso aunque estuvieran muy afligidos nos apoyaron y nos ayudaron muchísimo", afirma Mariana.
Agustín llegó a Japón un abril y Mariana en septiembre. Durante los meses que estuvieron separados ella se dedicó a vender sus cosas y, un mes antes de viajar, renunció a su trabajo. "Fue intenso y estresante", confiesa, "Con mucha conciencia de las despedidas, de lo que me iba a perder de mis afectos. Cuando llegué a Japón estaba muy mareada y me sobrepasó la situación. Agus ya estaba adaptado y me ayudó mucho, pero yo pensaba que me iba a manejar mejor con el idioma y me di cuenta de que no entendía nada. Todavía me cuesta un montón y estudio todos los días. Por suerte los japoneses son muy amables, muy generosos y serviciales. Hay que entrar en su forma de hacer las cosas, que tal vez en un principio uno no entiende. Pero a la larga te das cuenta de que todo tiene sentido y, lo que es mejor, que funciona", explica Mariana.
El nuevo hogar
A pesar de haber alcanzado el sueño por el que habían trabajado tanto, a Mariana la experiencia inicial le resultó más impactante de lo esperado. "No entender nada cuando vine de vacaciones me parecía divertido, liberador. De pronto, ya viviendo acá, me aterró. Apenas llegué tuve que hacer muchos trámites y no sabía por dónde empezar. Agus me llevaba a los empujones, porque con el jet lag me sentía fatal, pero tenía que hacerlos para poder empezar a tener una vida como residente. Se me hizo difícil. No entender el idioma del país en donde vivís a veces te sobrepasa y todo te parece una pesadilla. Pero son momentos", confiesa Mariana.
La pareja se instaló en un barrio residencial muy tranquilo llamado Chiba, de un paisaje pintoresco y familiar. Desde su hogar se puede observar a las personas andando en bicicleta y realizando diversas actividades al aire libre. "Nuestro balcón da a una plaza en donde ves gente grande jugando al croquet o haciendo Tai Chi por las mañanas; nenes del jardín jugando en el arenero al mediodía o policías tomando sol cada tanto. Es muy calmo, se escuchan los pájaros y en los árboles, con sus cambios de colores y aspecto, vemos pasar las estaciones del año. Y pronto nos vamos a mudar a Odaiba, que es un barrio impresionante. Allí hay una playa artificial; nos ilusiona saber que en esas costas vamos a tomar mate en verano", cuentan.
Calidad de vida
Superadas las instancias iniciales, ambos reconocen que Japón los acogió muy bien y que tuvieron buenas oportunidades desde el comienzo, como vivir en residencias universitarias completamente equipadas, conseguir trabajos con facilidad y hasta recibir nuevas becas sin siquiera solicitarlas; Mariana es Bioquímica y Farmacéutica, y Agustín Licenciado en Artes Electrónicas. "Tantas alternativas nos maravilla. A veces decimos `Basta Japón´, es increíble", cuenta Mariana con una sonrisa. "La calidad de vida en líneas generales es muy buena. Cosas tan sencillas como pensar en dormirte en el tren con el celular en la mano, ir al baño en un bar y dejar la computadora en la mesa, o volver tarde caminando sin sentir miedo, eso es increíble. Es una paz que te libera la cabeza para pensar en otras cosas", continúa.
Aun así hay cuestiones que reconocen que no les gustan tanto, en especial en relación a la organización familiar. "A veces siento que es como de otra década. Muchas mujeres dejan su trabajo después de tener hijos, los hombres vuelven a cualquier hora a su casa, muy cansados. Trabajan muchísimo, no se dan tanto lugar para el ocio. Pero hay gente que le escapa a ese modelo. Me impresiona que los nenes viajen solos en subte desde chicos, son muy independientes y muy respetuosos. Creo que, como en todos lados, hay cosas buenas y malas", reflexiona Mariana.
En relación a la calidad humana, el matrimonio encontró en Japón una sociedad muy amable, risueña y especialmente entusiasta cuando descubren que hablan su japonés inicial. "La verdad es que difícil hacer amigos japoneses. La gente es muy reservada y está ocupadísima. Gracias a la universidad tengo una compañera con la que intercambiamos sesiones de idiomas de manera informal. Básicamente nos juntamos a charlar, tomar café o almorzar y así nos fuimos haciendo amigas. Si no es en un contexto o por algo en particular siento que es difícil generar relaciones, pero lo seguiré intentando", afirma.
La distancia y los aprendizajes
Agustín y Mariana aún no regresaron de visita a su país, aunque esperan poder hacerlo pronto. No solo están en tierras lejanas, sino que la diferencia de 12 horas a veces complica las comunicaciones. "Pero trato de hablar bastante, de estar en contacto lo más posible, en especial mientras desayuno", dice ella. "Todos los días pienso en mi familia, sobre todo en mis sobrinos. Por momentos me pone triste perderme cosas, pero trato de no darle mucho lugar a esa emoción, porque no me suma nada. Algunos fines de semana vemos fotos de juntadas o de asados y nos dan ganas de teletransportarnos por un rato, pero por ahora creo que la llevamos bastante bien. Obviamente los vínculos y las comunicaciones se tienen que adaptar y eso se va aprendiendo en el camino", continúa.
Mariana siente que con esta experiencia está aprendiendo a vivir en la incertidumbre. Para ella no tener todo bajo control, no saber cómo se van a dar las cosas, es nuevo. "Y me genera mucho vértigo; un vértigo que comencé a sentir desde el día en que me di cuenta de que iba en serio, de que lo cierto es que, si de verdad lo queríamos y le poníamos garra, nos veníamos. Y acá, en esta cultura, todos los días estoy aprendiendo que existe otra forma de vivir, otra forma de relacionarse. La sociedad japonesa es muy colectivista, se piensa en el conjunto por encima del individuo. Aquí hay que desarmarse y volver a empezar. Quiero tratar de incorporar todo lo que me sirve, lo que me enseña, lo que me da la posibilidad de ser mejor persona", concluye sonriente.
Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com .
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