La idea no fue nuestra, sino de Florencia y Agustín, que nos seguían por Instagram y se animaron a preguntar. Ellos fueron los primeros huéspedes de El Barco Amarillo, apenas arrancaba la temporada de verano 2019 en Ilha Grande, Río de Janeiro. Esos cuatro días con esta pareja resultaron tan bien que decidimos abrir la escotilla, oficialmente.
La escotilla se abrió a otros pasajeros a partir de una pregunta por Instagram: "¿podemos parar con ustedes?"
Desde entonces ya compartimos días a bordo con unas 50 personas. Hubo parejas de larga data y alguna otra que se terminó de formar con la bendición del Amarillo; familias de 4 y hasta 6 personas que vinieron a pasar el día y aprender a navegar; hubo amigos, hermanos, bebés, una madre y su hija de 9 años; y todas las experiencias, sin excepción, fueron hermosas y muy distintas. Como viajes dentro del viaje, los planes, las charlas, las comidas, la energía, todo se configura de una forma nueva según la persona o el grupo que se arme.
Probablemente, el éxito del encuentro con otros, absolutos desconocidos hasta el momento en que se embarcan, radica en las redes sociales. Quienes vienen ya saben perfectamente adónde y con quiénes a través de los posteos e historias que subimos todos los días; nos conocen como pareja y como tripulantes; saben que tenemos un hijo pequeño con todo lo que significa y hasta una cachorra que adoptamos en el camino; ya nos vieron ducharnos al aire libre y servir caipirinhas al natural porque no tenemos heladera. Y vienen justamente por eso, porque les divierte dormir en el camarote, les resulta un desafío meterse al mar desnudos y pescar con arpón, porque se olvidan del celular y hacen todo distinto a como lo hacen en sus casas.
En Brasil dicen que "nada es por acaso", y si bien muchos de los que pasaron por el barco nos aseguran que no volvieron igual, seguramente todos vinieron buscando algo especial.
Hubo casos extremos. Como Franco, que regresó a Rosario decidido a comprar un velero con su hermano; o Guadalupe, que ya desde el Tienda León hasta Mar del Plata nos contó en un audio de WhatsApp que estaba dispuesta a dejar su trabajo de oficina para dedicarse, como lo está haciendo, a desarrollar productos de belleza y limpieza que cuiden y respeten el medio ambiente; o como Fernando, que el próximo verano vuelve a Angra dos Reis para quedarse, porque ama remar y ahí encontró el lugar perfecto para hacerlo.
En todo caso, los días en el barco son transformadores, porque se aprende a cuidar el agua y se mide la basura, porque se come lo que se pesca, por el bajo consumo en general, los atardeceres al ancla y las rutinas sanas, relajadas. Porque abrimos el juego, y es un juego muy contagioso.
La ecuación da positivo también de este lado, y eso lo sabemos hace muchos años, cuando a través de Couchsurfing alojábamos extranjeros en nuestro primer departamento, de 25 metros cuadrados, pero corazón muy grande. Recibir amigos nos hace salir a pasear y a navegar, incluso bajo la lluvia, aprovechar cada día; también tenemos compañías que se renuevan y nos enseñan cosas diferentes; charlas con científicos, maestros, artistas, músicos, empleados, periodistas, que nos protegen de convertirnos en navegantes ermitaños, solo preocupados por barcos, pronósticos y fondaderos. Con Ulises es todavía más intenso, porque con sus 3 años sabe aprovechar al máximo cada relación: muchas veces se despiden con abrazos y entre lágrimas, esperando volver a verse pronto en alguna otra escala.
Los próximos meses vamos a estar recibiendo amigos en el estado de Bahía, entre Morro de São Paulo y Camamú, paraísos naturales donde no caben autos ni demasiada infraestructura, con cascadas y ríos de agua dulce, trilhas para explorar, playas, mar templado, mucho sol y vida marina. Una escala justa y necesaria para detenernos, barajar de nuevo y pensar hacia donde seguimos.
Más info en www.instagram.com/el_barco_amarillo