En su vida como fotógrafo en un crucero, descubrió un país impactante y la ciudad donde quisiera ser enterrado; hoy, en un mundo azotado por la pandemia, añora poder volver a su hogar en altamar, ¿será posible?
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El crucero, enmarcado por el magnífico paisaje neozelandés, emergió ante el fotógrafo, Nicolás Glassman, absolutamente impactante. Minutos después, el argentino percibió el latido de su corazón, que golpeaba con fuerza su pecho, al tiempo que un amable hombre lo guiaba por los interminables pasadizos de aquella gran mole. En vano, intentó retener en la memoria las subidas, bajadas y vueltas hasta la oficina de recursos humanos, donde lo aguardaban para darle la bienvenida y llevarlo hasta su habitación.
En inglés, el idioma que utilizaría casi exclusivamente por los siguientes años, el jefe de fotografía le explicó unos cuantos detalles, le entregó un cronograma con horarios y dejó que se acomodara. Nicolás observó la diminuta cabina sin ventanas y posó su mirada en el plano del barco: él estaba ubicado en uno de los dos subsuelos destinados a la tripulación, debajo de la planta baja y los subsiguientes pisos reservados a los pasajeros.
“Al principio estaba totalmente perdido”, revela hoy al recordar el primer día. “Hay muchas escaleras y pasillos que salen a lugares inesperados y es todo muy confuso. Con el paso de los días entendés que hay un corredor principal que conecta todo y ya sabés dónde es adelante y atrás, y qué pasadizo te lleva a qué lugar”.
Los miedos y el autoboicot: un vuelo hacia Nueva Zelanda
“¿Vas a vivir en cruceros?”, la familia de Nicolás quedó atónita, no tenían idea de que aquel plan estuviera en su mente. Lo cierto es que nunca lo había considerado, los acontecimientos sucedieron con demasiada prisa y ni él mismo lo podía creer. Un amigo le había contado que conocía a alguien que reclutaba fotógrafos para cruceros y ese mismo diciembre se postuló, sin imaginar que en abril ya volaría a Auckland, Nueva Zelanda, para embarcarse en su primera aventura por el Pacífico.
Los días previos a su partida, la ansiedad se apropió de Nicolás a tal punto que enfermó de anginas, con fiebre y llagas en su boca: “No sabía con qué me iba a encontrar y, si bien hablaba inglés, jamás lo había hecho las 24 horas del día, algo que me inquietaba mucho”.
Por fortuna, el fotógrafo recuperó su salud a tiempo para sentarse en el avión, ya más tranquilo. Cuando el enorme tubo metálico comenzó a elevarse por los cielos, los miedos menguaron para dar paso a un feliz entusiasmo y curiosidad por lo que lo aguardaba en su nuevo destino.
El gran choque cultural y el instinto de buscar otros argentinos
“Vivo en un laberinto”, les contó días después a sus seres queridos que, después del primer impacto de la noticia, lo apoyaron con entusiasmo. Pero no solo vivía en un laberinto, Nicolás pronto comprendió que había mudado su vida a una gran burbuja multicultural, en donde debía convivir con una vasta cantidad de nacionalidades, con todo lo que aquello traía consigo.
Como le suele suceder a cualquier emigrante, su primer instinto fue buscar a otros tripulantes argentinos para hablar en los propios códigos, compartir sentimientos y mates. Luego, las búsquedas humanas se ampliaron a colombianos, chilenos, mexicanos y otros latinos, pero no eran muchos: el 80% de la tripulación provenía de la India y Filipinas: “Al grupo humano lo completaban unos pocos de Europa y también de Estados Unidos”.
Con su curiosidad característica, Nicolás optó por abrirse a escuchar otras formas y experimentar extraños sabores en las comidas, un camino que le abrió las puertas a nuevas amistades de países desconocidos: “Convivir juntos fue un desafío”, observa pensativo. “El choque de costumbres es muy fuerte, pero eso te enseña. ¡Y muchas comidas son extrañas! Pero también es algo bueno, porque se aprende a comer de todo. Igualmente, la tripulación tiene tres bufetes a su disposición con lo inimaginable y uno puede comer lo que quiera. En mi caso, al principio quise probar todo lo desconocido y extravagante”.
Cuando el viaje de su primer crucero llegó a su fin, otro comenzó de inmediato, y de esta manera los ciclos continuaron. En hermosos caminos de agua, Nicolás atravesó el planeta y tocó tierra en lugares tan variados como Alaska, Canadá, Hawái, Polinesia Francesa, Nueva Zelanda, Australia, México, Puerto Rico, las Islas Caimán y Estados Unidos y, una mañana, comprendió que había perdido la noción del tiempo.
“Recuerdo que cuando hicimos el crucero por Alaska y Canadá, llegamos a Victoria un jueves, pero estaba convencido de que era domingo. Al vivir arriba de un barco los días de la semana dejan de interesar y pasan a llamarse Seattle, Victoria o Juneau (Alaska) en vez de lunes, martes o miércoles”.
“La calidad de vida en un crucero es como en la vida misma”
El impacto humano, con sus alegrías y dificultades, no siempre fue fácil de sobrellevar y, aun así, para Nicolás fue más liviano que para algunos de sus compañeros de viaje. Él, como fotógrafo, tenía la fortuna de dormir solo en una pequeña cabina, pero no era la suerte que corrían otros, que debían compartir el espacio, lo que a veces dificultaba la calidad de vida en el crucero: “Aunque uno solo va a la cabina a dormir, la mayoría del tiempo estás afuera”.
“Creo que la calidad de vida que uno puede llevar al vivir en un crucero depende de cómo te tomes las cosas, al igual que en la vida misma. Podés ser una persona activa, querer descubrir, relacionarte y pasarla muy bien, o podés elegir sufrir, pasarla mal y volverte a tu casa. Vi casos en los que ha pasado, y es normal, no es para todo el mundo este estilo de vida”.
“Si tu espíritu es positivo, hay mucho para disfrutar: podés aprovechar el bar - a cinco minutos de tu cama-, el gimnasio, los días de sauna para la tripulación, la pileta, los días de cine y, lo mejor, explorar en cada puerto una nueva ciudad”, observa Nico, quien tiene un portfolio en donde se pueden hallar decenas de imágenes de lugares recorridos (behance.net/nicoglassman).
“Ahora si no te gusta nada de eso y pensás que la cabina es chiquita y que la comida no te gusta, que tu jefe está todo el día encima tuyo, que no sabés si estás cumpliendo tus objetivos, te vas a amargar. Creo que la vida en tierra de cualquier persona es igual, todo depende de dónde se ponga el foco y de la capacidad de apreciar. En un crucero hay mucho para pasarla bien, los de recursos humanos saben que la vida arriba de un barco puede ser dura e intentan darte lo mejor que pueden”.
Un evento extraordinario, el paisaje más bello y una ciudad mágica
A bordo no había un día típico. Nicolás recibía la planilla una semana antes y esta siempre variaba, sin mantener actividades ni horarios fijos. Lo único que solía mantenerse constante era su trabajo nocturno. Y, a veces, cuando las labores del día llegaban a su fin, el joven se dirigía al bar de la tripulación, que contaba con instrumentos, para sentarse en la batería y practicar: “Es algo que disfruto”.
“La tripulación no puede participar de los eventos de los pasajeros, pero jamás olvidaré la noche de la aurora boreal en Alaska. Todos, pasajeros y tripulación, estuvimos autorizados a verla en la cubierta superior, mientras el capitán nos contaba la experiencia única que estábamos presenciando. No sé de qué otra manera hubiera podido vivir algo así, estoy profundamente agradecido”, se emociona.
Y cuando el barco amarraba en algún puerto, el argentino salía ávido por descubrir aquel suelo, ya sea en sus comidas típicas, escalando alguna montaña o incluso nadando con tiburones en aguas hermosas y cristalinas: “Fue en Hawái, un destino increíble, al igual que la Polinesia Francesa. Sin embargo, el lugar que más me maravilló fue Alaska, porque me atraen las montañas, los lagos, la fauna, con sus osos y águilas; no soy muy amante de la playa”.
“Y Victoria, en Canadá, es la ciudad que más me impactó. No sé qué tiene, es mágica, las casas son hermosas, la gente es muy amigable y se respira un ambiente increíble. Siempre cuando cuento que fui ahí al cementerio a pasear la gente se sorprende, ¡pero es bellísimo! Se trata de una pradera con ciervos caminando entre las tumbas, con mis compañeros decíamos: me gustaría vivir en Canadá y ser enterrado en ese cementerio mágico”.
“Argentina es una burbuja que nunca cambia”
Nicolás jamás olvidará el viaje desde Ezeiza a su casa argentina, tras casi dos años de cruceros y ochenta extraños días flotando en el mar, apartado de la alegría de los pasajeros y de un mundo terrenal azotado por el Covid. Miraba a Buenos Aires desde la ventana del auto y esperaba encontrarse con algo, aunque no sabía qué: ¿Un cambio, tal vez?
“Regresar a la Argentina es regresar a la rutina, a las mismas charlas de café, la misma televisión, el mismo debate político de siempre. Ahí me di cuenta de que arriba del barco vivía en una burbuja que tiene un principio y un fin y un nuevo comienzo, en un ritmo estable, pero dentro de ella todo es cambiante”, reflexiona.
“Argentina es una burbuja que nunca cambia. Por el contrario, en el barco un día abrís la puerta y del otro lado hay una nueva ciudad, al otro día es noche de tacos mexicanos y al siguiente se festeja el día de la independencia de la India. Las visiones multiculturales compartidas en un barco es algo muy bonito. Uno a bordo extraña las costumbres propias, pero volver a la tierra de origen se siente extraño, como aburrido, aunque el encuentro con los seres queridos siempre es grato”.
“Uno aprende de otras culturas: las cosas malas que no querría hacer nunca y las buenas que quiere seguir de ejemplo”
Un año se cumplirá desde que Nicolás fue repatriado a la Argentina. Hoy se pregunta si el mundo volverá a ser lo que alguna vez fue. Sin una fecha de regreso clara a lo que se convirtió en su hogar por adopción, hoy observa a los cruceros realizar algunas pruebas en Grecia y el Caribe, y su esperanza de que lo devuelvan al mar, crece. Pero ya aprendió: nada es seguro.
“Y en este camino también aprendí que todo se puede y que uno es más fuerte de lo que cree, que lo desconocido aterra, pero una vez que se traspasa la línea surge una nueva normalidad”, afirma. “Sin dudas, mi experiencia me enseñó que, si uno toma una actitud positiva en la vida y la encara con ganas de descubrir algo nuevo, el crucero siempre te da muchas posibilidades, de la misma manera que lo hace probar experiencias nuevas en tierra. Para mí en eso se basa la vida, aventurarse a lo desconocido, aprender en el camino, e ir creciendo y cambiando a la par”.
“Elijo una y mil veces la vida en barco. Hay momentos que estás cansado, obvio, pero esa es la vida misma. El crucero me regaló lo más preciado: tener amigos por todo el mundo. Uno aprende de otras culturas: las cosas malas que no querría hacer nunca y las buenas que quiere seguir de ejemplo”, concluye Nicolás, quien cada día anhela que el mundo sane y llegue el llamado para abordar y seguir aprendiendo.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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