En el comienzo de una etapa crucial de la vida, sus padres le anunciaron que iban a dejar Argentina en busca de un futuro mejor; sin idioma y amigos, ¿podría adaptarse?
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Matías Lipman tenía 13 años cuando sus padres le anunciaron, a él y a su hermano, que se irían a vivir a Suecia. Sumido en los comienzos de la adolescencia, aquella información llegó confusa y no comprendió del todo la dimensión de semejante noticia. Su mamá, abogada, y su papá, comerciante, les hablaron de un mejor futuro y él eligió dejarse envolver por una exquisita sensación de ansiedad provocada por lo desconocido. Corría el año 2001 y sus recursos de investigación eran limitados, se conformó con escuchar la descripción de sus padres, seguirlos y confiar: “Porque es lo que uno hace con los seres queridos, ¿no? Confiar”.
“La primera mujer de mi padre había tenido cáncer y se fueron a Suecia por un tratamiento. Lamentablemente ella falleció, pero mi padre se quedó a vivir allí por unos años, por lo que tenía contactos. Ante la idea de volver a residir en Suecia, viajó tres meses antes para conseguir trabajo, luego lo seguimos nosotros”, explica Matías.
Sus amigos le organizaron una despedida en el colegio y todo fue risas y buenos deseos, poco se dijeron desde el lado emocional, aún no tenían edad para dejarse invadir por la nostalgia, pero Matías tenía bien en claro a quiénes iba a extrañar.
La llegada a Suecia: “Mis padres lo veían como un lugar próspero y seguro para sus hijos”
Pisó suelo escandinavo con la información básica: le habían dicho que el verano transcurría entre junio y agosto, que había inviernos largos y oscuros, que en el país se hablaba sueco y que jugaban muy mal al fútbol.
Arribaron en junio, ¡pleno ciclo lectivo en Argentina!, Matías podría disfrutar del verano en invierno y tendría dos meses de vacaciones por delante: “¡Para un chico eso es una fiesta!”, observa hoy al recordar aquellos días.
Los dos primeros meses durmieron en el living de una amiga de sus padres. Fue difícil. Y el joven argentino no había prestado demasiada atención en las clases de ciencias naturales, por lo que vivió las primeras semanas inmerso en una sensación de extrañeza: irse a dormir y que aún fuera de día le parecía una locura, al igual que verse rodeado por lo que, en un comienzo, le pareció una marea uniforme de seres humanos rubios y de ojos celestes.
“Recuerdo el primer paseo en auto por Sveavägen, que sería como nuestra Avenida del Libertador en CABA. El clima era hermoso, todavía no sabía a qué colegio iba a ir de los cuatro a los que nos habían postulado mis padres, todo era nuevo y lindo. Sin embargo, hoy creo que ellos me invitaban a verlo de esa manera. De chico uno percibe todo y es importante que los mayores transmitan bienestar”, reflexiona. “A su vez, ellos en Argentina la estaban pasando mal en lo económico y parecían aliviados de escaparle a su crisis personal con el país e involucrarse en una sociedad que veían segura, próspera para ellos y sus hijos”.
“En una situación de desarraigo y negatividad, creo que pensás que cualquier cosa puede ser mejor. Calculo que ellos estaban en ese estado mental. La crisis del 2001 fue realmente devastadora en lo emocional y ellos, como muchos, vieron en la emigración una solución en búsqueda de la felicidad. Para mí, en realidad, emigrar no debería ser un acto de escape, sino de búsqueda interior, una elección, un camino enriquecedor en experiencias humanas y culturales. Lo que quizás mis padres no pensaron en aquel momento es que así sería para mí, una vivencia irrepetible, eterna en mi corazón. Comencé a vivir cosas distintas, no mejores, sino únicas, como las que se viven en Argentina y se dan por sentado”.
Adaptarse a un nuevo colegio: “No es fácil, existen muchos riesgos para los padres al emigrar”
El primer día de clases, Matías llegó junto a su madre, se sentó al lado de un compañero, la profesora se acercó a saludarlos, y su mamá lo despidió deseándole lo mejor. Las vacaciones habían terminado, el verano también. De pronto, el joven comprendió que aquella era su nueva realidad, no conocía a nadie y, si bien podía manejarse en inglés, apenas entendía. Por otro lado, no existía el uniforme, el horario escolar era más corto y a su casa tenía que volver en colectivo, sin una palabra de sueco.
Al segundo día de clases, Matías se aventuró, incómodo, al comedor, que tenía un largo mostrador en donde se servían las comidas. El menú de la jornada era salchicha alemana (que él no identificaba como tal, acostumbrado a la típica argentina del supermercado) y decidió comer solo el arroz que la acompañaba: “Tampoco identifiqué la salsa que venía con el plato, entonces decidí ponerle manteca. En la mesa, cuando empecé a comer, todos murmuraban y me miraban. Me puse rojo: no se comía arroz con manteca en Suecia”.
“Reconozco que no era fácil, pero estoy seguro de que los profesores ya intuyen el trato que deben tener con los chicos en ese escenario, con lo cual no me sentí incómodo después del tercer o cuarto día”, asegura Matías. “Las clases y las actividades escolares, unen. Pienso que esto es fundamental para los chicos y el proceso madurativo”.
Fue recién a los 23 años, que su madre le confesó que aquel primer día de clases del 2001, lo dejó y se fue llorando. Temía por su adaptación, temía que no hubieran tomado la decisión correcta y jamás imaginó que la experiencia de Matías, en todos sus años suecos, sería maravillosa: “No es fácil para los padres, existen numerosos riesgos al emigrar. Riesgos que podés evitar si te quedaras en tu lugar, y elegís no salir de tus comodidades. Requiere valentía y pilares fundacionales; la voluntad de aguantar los malos tiempos y recorrerlos a la par con los tuyos”.
“El sistema educativo en sí es muy bueno”, continúa Matías, quien, ante la pregunta acerca del manejo de la educación por vouchers, no le encontró real relación con Suecia, país que maneja una educación pública y gratuita, y que cuenta asimismo con instituciones privadas. La familia puede elegir a qué colegio asistir y el Estado aporta igual dinero para todos (públicos y privados). “El Estado deposita una suma de dinero en una cuenta bancaria que te abren desde chico (sin costo alguno ni de apertura o manutención mensual), el 60% de ese monto se lo lleva una tarjeta de transporte para poder circular todo el mes, aunque vos o tus padres deciden si destinar los fondos a eso o en otro lado. Lo tomábamos como un derecho adquirido, un ingreso que sabías que percibías todos los meses. Desde chicos, todos allí manejamos una especie de tarjeta de débito”.
“A fin de cuentas, esto se lo puede tomar como un subsidio por parte del Estado, y al considerarlo derecho adquirido, no es una retribución que obtenés por haber hecho algo, sino solamente por ser ciudadano de aquel país. Esta sensación se puede, quizás, ver como algo negativo. Pero, el sistema educativo en Suecia se ocupa de educar con determinados valores socio culturales, como por ejemplo, el de trabajar ad honorem dos veces por semestre en cualquier negocio/industria cuyo empleador te acepte como estudiante trabajando en esas condiciones. Las empresas tienen bien en claro de qué se trata y está muy bueno para los chicos”, continúa Matías, quien ve factible un sistema similar en Argentina: “Pero su implementación debería ser en el mediano plazo, dado que instalarlo con prueba y error llevaría, imagino, mínimo tres o cuatro semestres, pero tener algo universal para nuestros distintos estratos sociales, puede funcionar como un factor de unión”.
El idioma en Suecia: “Creo que no está bueno conformarse con las amistades solo por la coincidencia del lenguaje”
Familiarizarse con el lenguaje fue difícil en un comienzo. El joven manejaba un inglés rudimentario de la primaria, que poco servía en las calles de un país que, si bien dominaba aquel idioma, parecía no sentirse cómodo hablándolo: “En Argentina pasa lo mismo”.
“Todo es más complejo porque los tonos del lenguaje, los gestos corporales, y hasta los silencios y los significados de los mismos, son otros. Entonces se viven momentos extraños e incómodos. La sensación de exclusión, en ese sentido, para un adolescente es dura y la sectorización social es difícil de revertir. Cada sociedad tiene su círculo de entendimiento básico, formas de vivir y actuar, y es usual, entonces, que los extranjeros no formen parte de este, por ello muchos eligen emigrar a países con el mismo idioma”.
“Pero se puede vivir una buena experiencia en un país que no comparte tu lengua. Creo que no está bueno conformarse con las amistades o relaciones tan solo por la coincidencia en el lenguaje, pero entiendo que esto es difícil cuando estás en un lugar tan alejado de tu origen”.
La calle como hábitat natural y el fútbol como lenguaje universal
“Qué cosa extraña la realeza”. Con 13 años, Matías ya era grande como para entender varios aspectos de las políticas del mundo y, sin embargo, se sentía limitado en sus conocimientos históricos como para comprender las razones y funciones de un rey, una reina o un príncipe. Y entonces, cuando llegaban las celebraciones relacionadas y algunas devociones, nunca hubo manera de que pudiera sentirse identificado.
En cambio, sí podía sentirse identificado con aquellos compañeros extranjeros del colegio, con quienes compartía una historia de vida similar. Había exiliados políticos de Chile o Etiopía, así como hijos de embajadores o artistas: “El inglés pasó a ser el lenguaje de unión y convivíamos todas las nacionalidades que uno imagine”.
Pero Matías pronto aprendió a hablar sueco fluido, porque la calle pasó a ser su hábitat natural. Jamás en su vida volvió a sentirse tan libre como en su adolescencia sueca. Se vestía como quería para asistir a clase, en el colegio todo era muy abierto - sin protocolos como en las instituciones privadas de Buenos Aires-, e hizo amigos a lo largo y ancho de Estocolmo: “Era como si en Buenos Aires me tomara el colectivo de Villa Devoto a San Isidro o Barracas a ver un amigo. El sistema ayuda: te ofrece movilidad segura, paga, con horarios fijos, entonces uno podía calcular cuándo ir y volver”.
Matías asistía al colegio durante la mañana y en los últimos tres años del secundario eligió una orientación (esta podía ser desde economía hasta especializarse para bombero). Y, entre las actividades estudiantiles, el fútbol de barrio lo unió a un mundo de amistades inquebrantable.
“En los deportes aprendí que el habla, el lenguaje, los prejuicios... todo eso desaparece. El deporte une porque tiene un patrón en común y es único para todas las nacionalidades. Me encantaba jugar al fútbol y bajaba a la cancha pública todos los días. Un día estaba uno, otro día el otro... Después del partido había un tercer tiempo en la plaza, en el bosque, en la casa de alguno o alguna amiga”.
Tocar las puertas de amigos espontáneamente y volver de noche: “La interacción que generás cuando hay libertad es invaluable”
En los inviernos, Matías tuvo que hacerse de armas: campera gruesa, calzoncillos largos y botas, y en ninguna temporada salía sin su tarjeta de débito, tipo SUBE, para su traslado cotidiano: “Todos tienen una cuenta bancaria desde la adolescencia, donde el Estado deposita los fondos para el transporte. En Suecia todo lo básico es gratuito hasta que la persona cumple 21: salud, transporte público, el colegio... hay privados, pero contados con los dedos”.
Fue así que desde los 13 hasta los 19 años, Matías se levantaba a las 7:30, desayunaba, llegaba al colegio en un colectivo cronometrado, almorzaba allí y regresaba a las 15 para practicar deportes y ver amigos: “Tocábamos las puertas de las casas espontáneamente, o las ventanas de los cuartos para ver si estaban en casa. Era ver que estaba prendida la luz y lanzarse. Muchas veces, entonces, cenaba en lo de alguno de ellos y volvía de noche caminando. En una sociedad así los padres están, por lo menos, algo más tranquilos de dónde y cómo están sus hijos a la noche. Creo que eso apoya la idea de calidad de vida que uno imagina en el exterior”.
“Tal vez, en Argentina, se encuentra en los countries o barrios cerrados: si le preguntás a alguna madre qué es lo que más le gusta del barrio cerrado, te va a responder que su hijo agarra la bici o sale caminando y vuelve 5 horas después. Para un niño y adolescente esto es maravilloso. Para un padre también. La interacción y las amistades que generás cuando hay libertad es algo invaluable. Creo esto se ha perdido bastante dentro del cordón de la Capital Federal, no así en muchos lugares del interior argentino”.
“En otro orden de las cosas, si hay algo que destaco de Suecia es la cultura del trabajo. En cualquier escuela en la que te encuentres, hay planes ad honorem dos veces por año para empleos temporarios. Los empleadores saben de qué se trata, pero uno debe tener el talento para conseguirlo. Trabajé en una cocina, en un supermercado, en un local de venta de anteojos, en un banco y en un estudio de abogados. Desde chico aprendés el respeto por el trabajo y a desempeñarte en equipo”.
Volver a la Argentina de visita y tocar el cielo con las manos
Volver a la Argentina era raro. ¡Tanto le había costado aprender el idioma de su país adoptivo y ahora, cuando regresaba de visita, lo hacía con acento y le decían “El Sueco”.
Pero era mágico, sentía que tocaba el cielo con las manos. Regresaban por un mes entero, en enero, y escapaban de la oscuridad escandinava del invierno. Los quince días previos a la llegada, Matías no dormía de la emoción, reconocía con su cuerpo y mente adolescentes, que algo suyo era argentino. Y a su llegada sentía que volvía para vivir lo que a los trece recién había comenzado a conocer: los boliches, las chicas argentinas, ir a la cancha a ver un partido. “Me daba cuenta de que tenía experiencias distintas y que me faltaban vivencias que mis amigos argentinos habían tenido y yo no. Todo de Suecia les sorprendía, lo veían como un mundo lejano”.
“Era feliz en Suecia, pero cuando la estadía se acababa, volvía triste. Y, de más grande, a los diecisiete o dieciocho, los regresos a Escandinavia eran muy reflexivos: a esa edad las emociones vuelan. En los días argentinos veía a mis seres queridos todos los días. Los amigos de la infancia y primera adolescencia no se olvidan... es la relación más simple y sana que hay”.
“Queremos volver”: la despedida desgarradora, elegir Argentina y convertir el sufrimiento en orgullo
En el último año del secundario, luego de seis años suecos y un período fundamental en la vida de todo ser humano, los padres de Matías le anunciaron que deseaban regresar a la Argentina, algo que, finalmente, aconteció un año después. Despedirse de sus amigos fue desgarrador, Matías no recuerda momento más triste en su vida.
“Tenía casi veinte años cuando regresamos, apoyé la elección, pero fue muy duro, pasé por mucha ansiedad. Durante mucho tiempo viví confundido en mi verdadero deseo. ¿Dónde quería vivir? Soy sueco. Pero también soy argentino. Junté motivos para quedarme en Argentina. Seguí mi pasión, el fútbol. Logré cambiar el sufrimiento de no tener a mi gente sueca conmigo, por la felicidad de que sean parte de mi vida y recuerdos; recuerdos del cariño, del amor de adolescente. Aprendí a convertir ese sufrimiento en alegría y orgullo”.
“Hoy, dieciséis años después de nuestro regreso, sigo eligiendo a la Argentina, pero siempre agradecí a mis padres llevarnos a Suecia, con todos los riesgos que ello implicó”, se emociona Matías. “Hace poco leí una nota de un reconocido artista argentino, que decía que encontraba fundamental que los jóvenes tengan una experiencia de vida en el exterior, de por lo menos un año. Opino lo mismo, pero también sé que lo mismo piensan los franceses, los alemanes, los suecos o los ingleses. Todos tienen curiosidad de ver qué hay más allá de los propios límites, mandatos, deseos, conocimientos y experiencias que uno pueda tener en su lugar de origen y con su entorno emocional”.
“Los argentinos no somos los únicos que piensan que afuera se vive mejor. En todo el mundo ocurre esto, simplemente los motivos difieren. La razón puede ser el clima, por ejemplo. Muchos suecos me dicen, y claro, ¿quién quiere vivir acá en Suecia con este clima?”, sonríe el argentino de 35 años, hoy representante de jugadores de fútbol, entre ellos, Lucas Beltrán, jugador de la Selección Argentina.
“En Suecia hice amigos que hoy me definen como persona. Amigos que intento traer una vez por año a la Argentina, y que veo dos veces por año cuando voy de visita por trabajo. Suecia estará presente en mi vida para siempre. Vivir mi adolescencia allí fue maravillosa, invaluable, una experiencia que me hizo comprender que, en la búsqueda personal de cada uno, el paso de emigrar no debería pensarse desde el escape, sino en un encuentro con otra cultura para enriquecernos de ella y, en el camino, ver cómo nos sentimos”, concluye conmovido.
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