Llegó a Sídney con visa de turista, consiguió la ciudadanía y una buena calidad de vida, pero con los años comenzó a valorar lo que había dejado atrás.
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Buenos Aires, 1986. En las calles argentinas los problemas parecían haberse disuelto y en la atmósfera tan solo se respiraba felicidad. Las personas celebraban, incansables, aquel triunfo brillante, enorme, paliativo de todos los males, que significaba haber conquistado un Mundial. Ricardo Seitune, sin embargo, se hallaba en otra galaxia. Acompañado por su pareja, lo único que cabía en sus pensamientos era que pronto dejarían el país para irse a vivir a otro rincón lejano del planeta Tierra.
La decisión fue repentina, inesperada y arriesgada. Ricardo trabajaba en Aerolíneas Argentinas como auxiliar de a bordo y, en una reunión de amigos, uno de ellos narró sus maravillosas vacaciones en Australia y puso un peculiar énfasis en la hermosura y el prometedor futuro de aquel suelo.
Las palabras quedaron resonando y fue entonces que las fantasías crecieron, así como los “¿Y si nos vamos a vivir a Australia?” a modo de juego. Ricardo tenía la posibilidad de viajar sin cargo hasta Nueva Zelanda y tan solo restaría pagar un pequeño tramo de Auckland a Sídney. “Lo que comenzó como una idea alocada, se agrandó como una bola de nieve y, una vez que empezó a rodar, no pudimos volver atrás”, rememora el argentino. “Un día nos levantamos avisando a nuestros amigos y familiares que nos iríamos”.
La aventura ya estaba en marcha y decir adiós resultó duro. Oriundo de Chubut, a Ricardo le tocó viajar por tierra a su hogar para despedirse de la familia y abrazar fuerte a su madre: Aerolíneas estaba de paro.
Vendieron los muebles, rescindieron el contrato del departamento y con apenas 300 dólares emprendieron vuelo. A Sídney arribarían con visa de turista y la decisión de permanecer ilegales hasta lograr tramitar los papeles. Su familia y amigos lo aceptaron, con la súplica de que por favor se cuidaran mucho.
“Renuncié a mi trabajo y nos fuimos en agosto de 1986. Era muy joven y hoy, pensándolo bien, no haría algo así por nada en el mundo”.
Magnífica Sídney: el período de enamoramiento de una ciudad organizada y de ensueño
La llegada a Sídney fue impactante. Ricardo, que ante todo conocía aeropuertos regionales, jamás había visto un entorno tan limpio y organizado. Las calles australianas emergieron excepcionales en el camino hacia su primer alojamiento, un hostel en la zona de King Cross, donde compartirían el baño y dormirían en una habitación con varias camas. “De aquellos días siempre recuerdo el grito de los cuervos; nunca los había visto ni oído antes y su canto es muy especial”.
Las primeras semanas transcurrieron en un estado de encantamiento profundo y Ricardo era incapaz de distinguir algo que le resultara negativo, todo, absolutamente todo le parecía perfecto. Sídney surgió maravillosa, pulcra y educada ante su mirada sorprendida; los parques del centro, el jardín botánico, el magnífico Opera House y los diferentes ferris que unían los barrios de la bahía, lo encandilaron a tal punto, que por momentos creyó estar inmerso en un sueño.
“Sídney es una ciudad increíble. Todas las zonas exclusivas están sobre el mar abierto, o sobre la misma bahía. Hay muchísimas playas; las más famosas son Bondi, en el sur, y Manly, en el norte”, describe Ricardo. “Al comienzo me impactaba ver a las personas tan relajadas y la mayoría en shorts: ¡en Buenos Aires, en esa época, no se usaba! Y fue asombroso ver que las mujeres también eran choferes de autobuses”, continúa.
“En los primeros tiempos, a la hora del almuerzo en pleno centro de Sídney, me fascinaba observar a la gente reunida en los parques para comer y compartir. Se cena pasadas las 19, por ello, al principio, fue una sorpresa ver el cierre de los negocios a las 18 y que las calles de la ciudad quedaran vacías en pocos minutos. A esa hora la gente regresa a sus domicilios en auto, tren, bus o ferry”.
Vivir alejado de las noticias: nadie habla de la Argentina
El enamoramiento aún no había menguado. Joven y dispuesto a grandes esfuerzos, de a poco Ricardo fue develando otros aspectos de aquella Sídney única, con un centro de la ciudad impregnado de edificios muy altos, y suburbios en donde abundaban apartamentos de no más de tres o cuatro pisos, sin ascensor.
Con el correr de los meses, una sensación extraña comenzó a crecer en su interior. Aquel sentimiento era provocado por algo que, de pronto, le resultó increíble: no tenía noticias de Argentina.
“No había internet y nos comunicábamos por carta con nuestros allegados”, cuenta con una sonrisa. “En Sídney existía un periódico en castellano, El Español, y The Spanish Herald, salían dos veces por semana y corríamos a comprarlos anhelando tener alguna noticia de nuestra tierra. Realmente nadie hablaba de la Argentina y no se tenía ninguna información. Apenas había un canal, SBS, que trasmitía noticias desde Madrid y mostraban producciones en diferentes idiomas. ¡La novela Rosa... de lejos estaba muy de moda en Sídney! En un momento la quisieron levantar y hubo una protesta para que no la dejen de transmitir”.
Al observar a los niños y a la juventud, arribaron otros impactos. A pesar de compartir hemisferio, Ricardo descubrió que las escuelas manejaban otros ritmos y horarios: “Empiezan las clases la última semana de enero y terminan el ciclo la segunda – a veces tercera – semana de diciembre; los horarios son de 9 a 15hs.”.
“Otro aspecto que me chocó al comienzo fue ver a grupos de jóvenes de ambos sexos beber sin freno, ¡en especial las chicas! Increíble verlas mareadas y despreocupadas caminando descalzas por la calle”.
Las dificultades de ser ilegal en el extranjero: hacer lo que los locales no harían
Cuando el estado de “luna de miel” australiana inició su descenso, los paisajes y las cualidades de Sídney conservaron su encanto, pero los tonos de la cotidianidad, como habitante ilegal, comenzaron a revelarse.
Si bien el trato australiano mantuvo siempre una gran calidad humana y una honestidad inaudita, Ricardo, con el tiempo, comprendió su amplia desventaja: “Existen infinidad de oportunidades laborales para aquellos que llegan legalmente, ¡no lo hagan como yo!, fue muy difícil en su momento para mí, y se ha vuelto cada vez más complejo llegar en esa situación”.
“Sin embargo, la calidad de vida es excelente”, asegura. “Mi primer trabajo fue en un restaurante italiano de lavaplatos. El aviso salió en el periódico italiano, La Fiamma, y recuerdo que en mi primer día Joe, el dueño, me dio el delantal muy largo, de plástico y color amarillo. `¿Vine a Australia para esto?´, pensé”, confiesa entre risas. “Fueron años de trabajar duro. Realmente creo que los que nos vamos de nuestro país, muchas veces hacemos lo que los locales no quieren hacer”.
Con su primer sueldo, Ricardo fue a una inmobiliaria y anunció que quería alquilar un departamento. Tan solo le preguntaron donde trabajaba, y jamás le pidieron ningún tipo de garantía: “Confían en la gente y no asimilan la maldad, lo que los hace ver como inocentes. Sin dudas, no tienen esa clase de picardía del latino”.
En los primeros años, el argentino recolectó experiencia en diversos restaurantes y, más tarde, realizó un curso de turismo que lo llevó por caminos inolvidables, como lo fue trabajar para los Juegos Olímpicos del 2000, y recorrer el interior de Australia, una vivencia extraordinaria.
Y un buen día obtuvo su residencia y luego su ciudadanía. Australia le había abierto finalmente todas las puertas y, sin embargo, había algo innegable: su fascinación por el país del Pacífico había menguado y no podía sacar a la Argentina de su corazón.
Volver a la Argentina: de triste nostalgia y despedidas complejas
En un comienzo, Ricardo no extrañaba su suelo natal. Pero, con el paso de los años y el adiós a la primera juventud, algo se transformó y la añoranza a la familia, amigos y, sobre todo, al país, creció, irrefrenable. La nostalgia, triste, cobró protagonismo, y la dificultad de adaptación a su patria adoptiva se hizo evidente: “Recuerdo que una vez, cerca del aeropuerto de Sídney, vi un vuelo de Aerolíneas aterrizar ¡y yo sin poder viajar por culpa de mi situación legal! Traté de no llorar, pero no fue posible”.
Ricardo regresó seis años después de su partida por primera vez. No durmió en aquella travesía; cuando por fin supo que el avión sobrevolaba suelo argentino y divisó los picos nevados de la cordillera, su emoción fue desbordante. Fue un día feliz, inolvidable, ¡por fin regresaba a su familia y a su tierra!
“A partir de entonces volví todas las veces que pude a la Argentina a visitar familiares y amigos”, revela. “Y con cada viaje mis emociones se extremaban y se hacía más y más difícil retornar a Australia. Las últimas veces, en Ezeiza, fueron despedidas desgarradoras”.
El regreso definitivo: emigrar para aprender a valorar la Argentina
Treinta y cinco años atrás, en un 1986 inolvidable, Ricardo tomó una decisión arriesgada que lo expuso a años de esfuerzo, impactos culturales y enorme crecimiento. Su aventura devenida en toda una vida, le abrió la mente y le brindó la posibilidad de encontrarse como persona y comprender verdades que nunca antes había visto: no solo extrañaba a la Argentina, la valoraba.
“Finalmente tomé la decisión de volver definitivamente en septiembre de 2012”, cuenta el hombre de 63 años, emocionado. “Arreglé todas mis deudas, regalé la mayor parte de mis cosas y regresé a mi amada Argentina. Me sentí feliz de volver a empezar, buscar trabajo y asentarme nuevamente en esta maravillosa tierra”.
“Muchos de mis amigos de allá me decían que era una locura regresar después de tantos años. Sí, quizás sí, pero era mi decisión y lo que yo quería. Argentina no es el paraíso y tiene muchos problemas, pero es mi lugar, mi gente, mis olores y mis cosas queridas”, continúa. “Conozco compatriotas en Sídney que solo consumen medios argentinos; muchos también desearían volver, pero, al tener una familia formada, con hijos y nietos, es casi imposible. Los domingos se reúnen a comer asado en grupos de latinoamericanos y cantan y escuchan canciones que ya en Argentina no se oyen. Personalmente, al volver tuve que reeducarme y actualizarme con la música”, sonríe.
“Me pregunto: ¿Se gana o se pierde yéndote de tu país? Creo que hay ganancias, pero se pierde demasiado. Encuentro que en nuestro país se mira diferente al que vive afuera; veo como una envidia, y yo me digo, ¿no tendríamos que valorar más a los que se quedan en Argentina y dan pelea, ponen el hombro día a día?”, cuestiona Ricardo, quien actualmente perdió su trabajo en el rubro del turismo, un sector muy golpeado por la pandemia: “Estoy en la búsqueda de un nuevo empleo, lleno de esperanzas, ¡y siempre en suelo argentino!”
“Ante todo, mi experiencia me enseñó que, a pesar de haber logrado finalmente la residencia, emigrar como ilegal es muy difícil. ¡No lo aconsejo!”, reflexiona. “En Australia también aprendí a amar y valorar mi país. ¡Nunca escuché tanto tango y folklore como allá! Sí, elegí volver a la Argentina, pero no tengo palabras para agradecer a Australia; tal como contó mi viejo compañero de trabajo en el 86: es una tierra maravillosa y me brindó muchas oportunidades”, concluye conmovido.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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