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Aquella noche no fue diferente a las anteriores. Vicente Vitale llegó a su hogar en la zona norte del Gran Buenos Aires apesadumbrado, envuelto en aquella sensación de sinsentido tan recurrente en los últimos tiempos. El argentino sentía que nada cambiaba, que se encontraba siempre en el mismo lugar y que, sencillamente, nunca iba al frente.
Por aquel entonces tenía 25, y varios años de trabajo en su haber: primero como DJ en largos fines de semana sin descanso y, más tarde, en una empresa de reparación de artefactos electrónicos. En paralelo, viajaba junto a diversos artistas por el país desempeñándose como sonidista. A pesar de su esfuerzo, no lograba independizarse; una y otra vez, la coyuntura de la Argentina golpeaba la economía familiar y frenaba sus intenciones.
Fue entonces que comprendió que ya no podía lidiar con noches angustiadas y que era tiempo de encarar un nuevo rumbo que le proporcionara un horizonte algo más despejado. “Decidí tomarme unos meses para viajar, pero esta vez como turista y no por trabajo”, rememora.
Aunque aún no vislumbraba el sentido concreto de su futuro, Vicente sabía que aquella travesía era necesaria, no como escape, sino como un medio para despertar nuevas ideas y sensaciones que lo guiaran hacia una vida distinta a la conocida.
1984 estaba llegando a su fin y su destino elegido fue Brasil, más precisamente Río de Janeiro. La tierra carioca lo aguardaba para despertarlo a otra realidad y forma de vida.
Río de Janeiro y una cabeza colapsada: ¿Qué es este lugar? y la razón de la crítica
No eligió Río por la fama de sus playas, sus morros o su Carnaval, aunque por supuesto que todo aquello tenía su gran atractivo. Su objetivo central era asistir al primer Rock in Río de la historia, celebrado el 11 de enero de 1985. Allí, en aquel evento magnífico y prometedor, Vicente podría ver a sus bandas preferidas y, de paso, conocer otros aspectos de su área de trabajo.
“Cuando llegué a Río de Janeiro mi cabeza entró en colapso. ¿Qué es este lugar?, me dije, ¿Qué son estas personas? Aterricé en la ciudad como un argentino medio, que se las creía un poco: criticaba muchas cosas y me vi sorprendido por la simplicidad en las formas de encarar muchas cuestiones”, confiesa con una sonrisa.
Después del gran impacto de Río, Vicente recorrió la costa brasilera hasta Bahía y, al regresar a Buenos Aires, una tristeza lo invadió por completo. De pronto, algunas realidades y respuestas que no hallaba en el pasado emergieron claras: Había crecido y se había educado en un entorno muy conservador y él, en el fondo, no era así; tal vez, las típicas críticas surgían como mecanismo de defensa hacia la alteridad, por miedo a revelar que era posible vivir de otro modo, algo incómodo que podía poner en duda toda una vida.
Vicente, sin embargo, comprendió que él no le tenía miedo a lo diferente, todo lo contrario, estaba dispuesto a enriquecerse y aventurarse a otra cultura: “En mi lugar en Buenos Aires ya no me sentía incluido y me descubrí totalmente enamorado del estilo de vida brasilero que, después de 34 años viviendo acá, me sigue cautivando: me fascina cómo piensan y cómo reaccionan ante los problemas. Está tudo bem aunque se te esté cayendo el techo encima”.
Así fue que el argentino decidió dejar atrás todo lo que lo anclaba a los barrios que frecuentaba entre San Isidro y Tigre, hizo un pequeño bolso, juntó su pequeña fortuna de 600 dólares y partió a su nuevo hogar definitivo: Río de Janeiro.
Los impactos cariocas: Una vida sin dramas
En un comienzo todo fue intensidad, aprendizaje y búsqueda de oportunidades que, para su suerte, no tardaron en aparecer. En el camino, Vicente comenzó a revelar con mayor claridad aquellas características que lo habían hechizado en el pasado: la música como forma de vida, la comida carioca como camino de expresión a través de sus tradicionales botecos - bares abiertos a la calle para beber cerveza o caipirinhas y comer considerables raciones de comida a base de carnes, pescados o mariscos- y, por supuesto, la pasión por el deporte rey: el fútbol.
“Lo principal, lo que más me impactó y me sigue fascinando del país hasta el día de hoy, es el comportamiento del carioca ante los problemas: todo tiene una solución y encaran la vida sin dramas, ese tudo bem tan real, tan sentido que marca una actitud positiva ante los conflictos. En esta atmósfera se respira la alegría constante de las personas”, observa. “Pero, con ello, también viene una extrema informalidad que me impresionó en los primeros tiempos y a la que me costó acostumbrarme. Tal vez en Argentina no seamos de lo más puntuales, pero acá los horarios son mucho más laxos en lo personal y laboral. El `estamos llegando´ es una constante y, por supuesto, con eso siempre está tudo bem”, continúa entre risas.
Los años pasaron y la certeza de que estaba en su lugar en el mundo creció. En Río, Vicente se casó y, si bien se divorció, aquella unión le regaló lo más preciado: sus dos hijos, adoptados, y que ama con toda su alma.
Calidad de vida en Río: De 600 dólares a dos empresas
Aunque las oportunidades laborales llegaron desde el comienzo en diversos empleos relacionados a sus actividades en Argentina, en Brasil, Vicente tenía una meta: ahora quería estar al frente. Allí, en una gran nación con numerosas vetas culturales, se dedicó a mejorar sus conocimientos y crecer en el rubro de los eventos y espectáculos: “Hoy puedo decir que mi calidad de vida en Río de Janeiro es muy buena. De aquellos 600 dólares iniciales, pasé a tener dos empresas en el área de eventos, con varios colaboradores”.
“Acá siempre hay oportunidades, pero hay que saberlas aprovechar. Lo bueno es que existe mucho respeto por las profesiones, todas, más allá del rubro”, manifiesta. “Y, en cuanto a la calidad humana en Brasil, ¡es impresionante! Siempre hay un amigo dispuesto a ayudar, tomar algo o simplemente conversar. Después de tantos años vividos acá, esto lo noté como nunca este último 2020. ¡Fue tan difícil para todos! La solidaridad fue fundamental para sobrellevarlo. En nuestro caso, prácticamente toda la familia se contagió de Covid”.
En Río de Janeiro, Vicente no solo logró su deseo de ponerse al frente, sino que apostó por segunda vez a la pareja: en esta ocasión se casó con el amor de su vida, e incorporó un nuevo y agradecido regalo a su cotidianeidad: tres hijas por parte de su mujer que le aportan renovada alegría al hogar.
Los regresos y los aprendizajes de una tierra que quiere a los argentinos
Allá a lo lejos, en sus años de giras argentinas dedicadas a su trabajo de sonidista, hubo un tiempo en donde le ofrecieron un empleo en Chile, lugar donde Vicente se instaló por un corto período: no se adaptó; también poseía pasaporte italiano, pero jamás se le hubiera ocurrido irse a vivir a Europa: “Mi salida de Argentina no fue planeada. Creo mucho en el destino y el mío me llevó un día para Brasil, y era donde debía estar”.
“En tiempos normales, vuelvo regularmente a Buenos Aires una o dos veces por año y puedo apreciar lo bonita que es de una manera que antes no hacía. Al verla, también observo con sensación agridulce lo rica que supo ser antaño. Veo a los amigos, comemos milanesas y empanadas, pero siempre quiero regresar a mi hogar aquí en las afueras de Río, en la montaña, a una hora del mar”, expresa Vicente, quien hace unos años se instaló en la sierra fluminense, ubicada a 68 km de la ciudad, y que cuenta con temperaturas más amenas, naturaleza, buena gastronomía y un impactante legado arquitectónico en lo alto de la Sierra da Estrela en “La ciudad imperial”, rodeada por un paisaje montañoso.
Hoy, desde su amado país adoptivo, Vicente recuerda sus épocas en Buenos Aires con mucha paz y orgullo. Los días apesadumbrados quedaron atrás luego de animarse a vivir un pequeño período sabático, que lo llevó hacia su destino inesperado y a un pasar alejado de la sensación de estar en la última fila.
“Argentina hoy significa mis hermanos, mi papá y mis grandes amigos. Por lo demás, me da tristeza notar el deterioro de un gran país, siempre tan explotado por gente inescrupulosa, aunque no voy a entrar en política”, dice el hombre de 60 años. “En algunos momentos tengo alguna nostalgia de mi barrio. Pero mi experiencia me enseñó que atreverse a una transformación puede abrir las mejores puertas. En lo personal, siento que el cambio me hizo muy bien: si no hubiera emigrado creo que no sería un hombre tan feliz”.
“Y quiero resaltar que en Brasil los argentinos somos muy queridos y respetados, y manejamos un humor y una capacidad de diversión similar. ¡En Río tengo maravillosos y queridos amigos que me suelen llamar hermano, gringo, argentino falsificado... siempre a modo de broma cariñosa! Treinta y cuatro años después, puedo decir que ya soy un brasileiro con un pequeño extraño acento al hablar portugués, pero cultural y socialmente adaptado a mi nueva tierra, un lugar que me enseñó acerca de la alegría y en donde, sin dudas, también aprendí que, tener la playa cerca, no quiere decir que la aprovechemos demasiado”, concluye entre risas.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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