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Mario Vivas jamás olvidará su primer café en Nueva York. Encontró un rincón acogedor en Carmine Street y por un largo tiempo simplemente se dedicó a contemplar a las personas y dejarse hechizar por la atmósfera de tan magnífica ciudad. A su alrededor la gente leía o escribía, el silencio dominaba la escena y las pocas conversaciones flotaban en el aire en susurros. ¿A qué se dedicarán? ¿Qué estarán leyendo? ¿Dónde vivirán? Las preguntas emergían en la mente del argentino, intrigantes. Ante él pudo percibir una cierta dualidad, que con los años cobraría más fuerza: había elegido vivir en una gran urbe colmada de dicotomías muy extremas y, sin embargo, su conexión con la gente y la ciudad fue inmediata.
“Nueva York es muy cansadora, pero estimulante; la multitud te rodea, pero es muy solitaria”, manifiesta Mario. “Es desafiante e inspiradora, pero por sobre todas las cosas es una ciudad muy libre. No quiero idealizar Nueva York, pero si hay algo por lo que se caracteriza es por hacer lugar a aquellos que sienten que quieren `algo más´. Pero, sin dudas, está lejos de ser perfecta, y eso es lo que la hace tan atractiva”.
La obsesión por irse del argentino y dejar atrás una Buenos Aires estática
Para Mario, armar una valija y subirse al avión fue la instancia más fácil o, tal vez, la menos difícil. La decisión de emigrar había sido absolutamente personal. Irse no fue producto de un impulso, sino el resultado de días y noches en donde podía verse a sí mismo en sus rutinas cotidianas y la pregunta surgía inevitable: ¿Lo que hay es lo que quiero?
En su haber, Mario tenía familia y amigos, una profesión de odontólogo, y horas interminables invertidas en arreglar dientes. La vida, de pronto, se sintió chata; las calles porteñas, apesadumbradas y nostálgicas: “A Buenos Aires la sentía estática, muy tradicional y mirando siempre al pasado”.
“Argentina tiene una obsesión con el `irse´ como solución”, agrega Mario, pensativo. “Pero todo es más difícil cuando uno finalmente emigra, y más para nosotros, los argentinos, que culturalmente tenemos una tendencia a aferrarnos al hogar con un fuerte sentido de pertenencia. En este mundo, en todas las culturas, el proceso de emigración siempre existió y es bueno normalizar para entenderlo y aceptarlo como realidad, para ser más empáticos”.
Fue así que en aquel 2011, atado a una ciudad que parecía fomentar los intensos apegos, Mario decidió desanudarse y volar. Entre los familiares y amigos surgieron las reacciones más variadas, pero, ante todo, reinó la confusión. Al tener su carrera, su casa y una vida organizada, creían insólito que deseara dejarlo todo: “La paradoja es que muchos de estos amigos hoy viven fuera de la Argentina”.
Nueva York, ciudad extrema que despierta emociones extremas: “uno la odia o la ama”
El arribo fue impactante y su entrada a escena neoyorquina, abrupta. Mario conoció mucha gente muy rápido, pero su atención se focalizó en hallarse en una rutina diaria. Fue entonces que comprendió la verdadera dificultad de emigrar: el desafío personal no estaba en tomar coraje y subir a un avión sin pasaje de regreso. El verdadero reto comenzaba al llegar. Nueva York, tierra extranjera compleja para un nuevo extraño, se había presentado en su vida para ponerlo a prueba en otro contexto y desafiarlo a sobrevivir en el intento. A pesar de sentirse cómodo desde el primer día en aquella emblemática ciudad, el argentino tuvo que atravesar un proceso de desacostumbramiento a sus hábitos y costumbres arraigadas.
Con el transcurso de las semanas, las facetas de la ciudad se revelaron con fuerza y Mario se dejó embeber por la vorágine. En las calles, las personas iban y venían apuradas, con sus BlackBerry y sus semblantes de humores cambiantes, ensimismados. “Parece cercano el 2011, pero no lo es, en diez años todo cambió de manera muy rápida. En aquellos tiempos las fotos todavía se sacaban con cámara digital y las redes sociales eran para compartir imágenes de vacaciones con esa tía lejana. El acceso a la información existía, pero no era tan masivo, absorbente y express como lo es hoy. Estar desprendido de tu tierra todavía se vivía con sabor a estar lejos”.
En aquellos primeros meses, Mario no pudo dejar de observar a la gente, ver sus comportamientos, escuchar sus expresiones en un camino por tratar de entender las maneras de relacionarse y sus tiempos.
A sus allegados argentinos les describía a Nueva York como “un desorden ordenado”, tan contradictoria era a veces: “En la Gran Manzana cada uno vive en su burbuja, pero cada neoyorquino es una fotografía de una historia”, cuenta con una sonrisa. “Nueva York es una ciudad extrema y despierta emociones extremas: uno la odia o la ama. Su verdadera esencia no está en casi ninguna de las cosas que uno admira cuando la visita por primera vez, aunque ese primer impacto es mágico e inolvidable”.
Nueva York: una ciudad que admira y valora la cultura del trabajo
Con el paso de los años y los múltiples trabajos que surgieron en su camino, Mario descubrió las aristas que hacían de su nuevo hogar, un lugar que enamora a algunos y repele a tantos otros. En Nueva York, reveló a una ciudad caracterizada por la cultura del multitasking, donde es muy fácil distraerse: “Es una forma cultural que uno puede elegir o no, pero que te exige una metodología y una disciplina”.
A Mario, las oportunidades laborales le llegaban sin dificultad. Nueva York ofrecía empleos e incluso hubo tiempos, pre COVID, en donde llegó a tener dos trabajos, lo que lo obligó a mantener un ritmo y cierta versatilidad: “Aquellas ocupaciones - asistente durante el día y bartender de noche- me expusieron a conocer todo tipo de gente”, continúa. “Culturalmente, acá es muy común tener múltiples empleos y todos son respetados. Hay gente que tiene hasta tres. Valoro mucho que en este país haya orgullo y admiración hacia el trabajo sin importar su ámbito: en Argentina siento que hay mucho prejuicio y condicionamientos en lo laboral”.
“Tuve buenas experiencias casi siempre. En donde no la pasé bien o no veía un propósito, no duré mucho. Aprendí a no darle tanto peso a las cosas, a que todo trabajo es una experiencia y un aprendizaje. Disfruté, y sigo disfrutando, de compartir con gente apasionada por lo que hace y de la puedo tomar excelentes ejemplos. Trabajar y vivir el día a día en Nueva York no es fácil, requiere de estar muy atento y tener mucha paciencia. Pero creo que lo más importante es siempre conservar la propia esencia. En una urbe donde hay mucho de todo es crucial mantenerse fiel a uno mismo y ser auténtico. Así, por default, lo indicado termina llegando a uno por sí solo”.
“Pero debo agregar que, el COVID, afectó seriamente el comportamiento de la gente y el folclore al que uno estaba acostumbrado. Una vez más nos toca reinventarnos y redireccionar hacia lo desconocido. Parece ser un proceso de nunca acabar, pero creo que son buenos tiempos para hacer una exhaustiva autocrítica y entender otras perspectivas que antes no considerábamos”, reflexiona Mario, quien, años atrás, creo una empresa de eventos y, finalmente, tuvo volver a empezar durante la pandemia e inauguró, de la mano de un inversionista, Criollas, una casa de empanadas distinguida por Andrew Cuomo.
Enseñanzas de una Nueva York que obliga a mirar para adelante
Diez años después de su partida, Mario contempla su pasado de odontólogo en una Buenos Aires que lo oprimía, y siente que observa a su ser en otra vida. En su travesía, signada por la reinvención constante, el argentino aprendió a “morir” para renacer las veces que fueran necesarias. Y, Nueva York, en su soledad acompañada, lo permitió cada vez y le abrió las puertas como ciudadano.
Regresar, entonces, es casi como embarcarse en un viaje hacia una dimensión que supo ser tan suya, pero cuyo pulso ya no corre por sus venas. “El tiempo”, suspira Mario. “Me impacta ver cómo el tiempo en Argentina transcurre de manera diferente, con lo bueno y lo malo. Disfruto muchísimo de mis visitas a Buenos Aires y siento que la distancia fortaleció mis vínculos, pero lo vivo así, en un aquí y ahora sin añoranzas. Yo creo que no es sana la nostalgia; es mejor soltar las cosas y dejarlas ser”.
“Salir de mi universo conocido empezó como una aventura que evolucionó a lo que mi vida es hoy. Viendo hacia atrás desde el presente, uno comprende la inmensidad de los desafíos y la conexión en cada evento. Pude haber vuelto a la Argentina en muchas oportunidades, pero no lo hice. Acá sigo. Y ahí está el verdadero valor de emprender un nuevo camino. Por eso pienso que el `irse´ no es más que una percepción desde el afuera. Una cosa es dejar el país y algo muy distinto es animarse a realmente transitar una nueva vida”.
“Hay un dicho popular en Nueva York que dice: `Uno no elige el departamento en donde quiere vivir, el departamento lo elige a uno´. Yo creo que esta ciudad hace lo mismo con sus habitantes: elige quién quiere que la habite”, continúa el argentino, oriundo de Ramos Mejía. “Si Nueva York te elige, es una ciudad que te enseña a pararte fuerte, salir a buscar los recursos y no esperar a que lleguen a uno; te enseña a no sobre pensar tanto y tomar más acción. En esta ciudad no se trata de formación académica, se trata del crecimiento personal y de romper con el fuerte condicionamiento social que dicta lo que está bien y lo que está mal. Nueva York me enseñó a plantearme si estoy haciendo todo lo posible para cumplir una meta. Desde el primer día, Nueva York aceptó mi identidad y me obligó a mirar para adelante”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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