Luego de una infancia dura, logró tener trabajo, estudio, novia y amigos, pero no era feliz; una mañana cualquiera un suceso cambió su vida para siempre.
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El argentino Ismael El Kosht tuvo una infancia signada por ciertas carencias. Si bien sabía que no era pobre, percibía que no vivía como sus amigos de la escuela. Había perdido a su padre a los diez años por un cáncer y su madre trabajaba día y noche para mantenerlo a él y a sus tres hermanos. A veces, ella les daba a elegir entre la luz y el gas, porque no alcanzaba. La luz era siempre la elección, necesitaban estudiar de noche y, en esos casos, pedían la ducha al vecino o compraban un tanque de gas para calentar el agua y llenar algunos baldes para el aseo.
Desde muy corta edad salió a trabajar para colaborar con la familia y, aunque siempre había sido de carácter optimista, no podía evitar compararse con sus compañeros, tan afortunados por poseer a ambos padres y una mejor economía. La educación siempre había sido clave para la familia y fue así que, con mucho esfuerzo, el joven ingresó a la Universidad de Buenos Aires a estudiar informática. Entre tanto, su barrio se había tornado un sitio muy inseguro. A su casa entraron cuatro veces a robar y en una de aquellas ocasiones se llevaron su bicicleta, que era su medio de transporte para trabajar y estudiar, y por la que había ahorrado durante un año.
“A los 20 ya tenía todo lo que mis padres de muy chico me habían contado que era la llave del éxito: un medio de transporte (mi bici), una novia, un celular, tres años universitarios en el bolsillo, un trabajo como repartidor y muchos amigos”, rememora Ismael.
El despertar: cuando perder el 60 Fleming te cambia la vida
Pero en la soledad todo era distinto. ¿Qué es ser exitoso?, se preguntaba Ismael. De pronto, una mañana pudo distinguir una sensación desconocida creciendo dentro de su ser, en su cabeza, en su pecho: algo no estaba bien y, peor aún, aquella opresión no le daba tregua, robándole su paz interior.
“La rutina me estaba carcomiendo”, revela. “Sentía que podía ver mi futuro con absoluta claridad: me despertaba cada mañana sabiendo qué hacer ese día, esa semana, ese mes, por los siguientes años de mi vida. Y en esa proyección había algo que no poseía: felicidad, que nada tiene que ver con el optimismo, que me ayudó a tirar para adelante siempre”.
Fue un pequeño suceso significativo lo que cambió su destino. Como todas las mañanas, desayunó a las 6:30 para salir como siempre a las 7 en punto a fin de tomar el colectivo 60 Fleming, que no venía seguido. Caminó 150 metros hasta la parada y, de pronto, Ismael “despertó”. La vida parecía transcurrir en cámara lenta y se detuvo a observarla. Escuchó el canto de los pájaros, vio los árboles, sus colores, sintió el viento, percibió los rayos de sol sobre su piel y, por supuesto, perdió el colectivo.
Los rostros en el medio de transporte siguiente eran otros y entre ellos halló a viejos amigos. Por primera vez el viaje fue entretenido y a la facultad llegó 40 minutos tarde. Observó a su alrededor y, sin dudarlo, comprendió que para él nada de aquello tenía sentido. Tomó sus cosas y se fue. Ya sabía qué hacer.
“¿Cuáles son tus planes en Egipto?”, un descubrimiento y una ventana a Mónaco
Corría el año 1998 cuando llegó a Egipto gracias a un medio hermano que vivía allí y con el que había decidido tomar contacto. En apenas una semana había dejado la universidad, a su novia, posesiones, amigos, su vida entera para emprender un viaje a la otra punta del planeta, a un país con una cultura y un idioma desconocidos para él: “Llamé a todos mis amigos y los invité a mi fiesta de despedida. Fue difícil convencerlos de que no se trataba de una broma. Mi vida comenzó a tener sentido cuando mi mamá me llevó a Ezeiza. Ya no podía ver más el futuro. Cada segundo, cada paso de mi vida era incierto, pero, al fin, me sentí feliz”.
“¿Cuáles son tus planes acá, en Egipto?” “¿Cómo está tu inglés, tu francés?” Ismael observaba los nuevos paisajes por la ventana, atónito, veía caos, pobreza y polución mientras oía a su hermano hablar. Le dijo que había llegado a trabajar, tal vez en informática, y aclarar sus ideas. En las cuatro horas que los separaban entre El Cairo y su destino, Hurghada, Ismael tuvo tiempo para reflexionar ante la inmensidad del desierto: “¿Qué iba a hacer?” “¿De qué iba a vivir?”
“Fue al día siguiente que mi hermano me presentó a un conocido, un alemán, que trabajaba en turismo internacional. Se ocupaba de buscar clientes al aeropuerto y llevarlos a los barcos para hacer excursiones al Mar Rojo. Me ofrecía hacer tareas múltiples, de limpieza, cocinero, chofer, ocuparme de los equipajes y debía estar siempre disponible. Yo estaba más que contento”.
A partir de entonces, para Ismael comenzó una nueva era. Descubrió el poder de los idiomas, la simpatía y los buenos modales para generar contactos. Y fue en ese mundo inédito que apareció ante él el buceo y su vida, una vez más, cambió para siempre. En una experiencia increíble, tuvo la oportunidad de conversar con un instructor belga, que le contó acerca de la actividad: “Siendo instructor, a través de un portal te envían por seis meses a destinos all inclusive a disfrutar de un trabajo maravilloso y pago”, cuenta Ismael. “A partir de ese día, ahorré cada centavo para pagar mi curso de buceo”.
Con aquella decisión, el argentino le dio comienzo al capítulo más emocionante de su vida. Obtuvo su título de guía de buceo y luego una certificación de profesor, lo que le abrió las puertas a trabajar en cualquier rincón del mundo: “Pude comprender el sentido del poema de William Ernest Henley: Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.
Con un inglés ya fluido y un francés decente, Ismael le dedicó el siguiente período de su vida a recorrer lugares paradisíacos, como Maldivas, Cuba, México, Indonesia, Tailandia, Costa Rica, Isla Mauricio, Bahamas, Santa Lucía, entre otros rincones del planeta donde aprendió nuevos idiomas, conoció otras culturas y gente influyente: “Las personas que frecuentan estos sitios y buscan la experiencia de bucear, suelen serlo”.
Luego de varios años felices, un día Ismael se sintió cansado y las valijas comenzaron a pesar y otro sueño emergió potente: el de la familia. Eligió Italia para su próximo periodo de trabajo, un destino que sentía más cercano a la Argentina. Y allí se enamoró y consiguió un empleo a 30 km de la frontera con Mónaco, un rincón del mundo que comenzó a observar con cariño. Sabía que sus experiencias en viajes, su manejo de idiomas y su facilidad con la gente, podría introducirlo a un lugar en apariencia inaccesible. Tenía razón.
“La calidad de vida en Mónaco es lo mejor que he visto”
A Montecarlo llegó en el 2008, no como instructor, sino con un empleo estable. Con su sueño de la familia firme, consiguió un trabajo en un área que había desarrollado en paralelo, en sus años rodeado de paisajes de ensueño: camarógrafo y fotógrafo. Lo contrataron para una empresa dedicada a grandes eventos deportivos y de lujo, galas y matrimonios: “Los idiomas son parte fundamental de Mónaco para interactuar con varios tipos de clientes internacionales y, a esa altura, ya manejaba muy bien cuatro lenguas: inglés, español, italiano y francés”.
Lo primero que vio al llegar a Mónaco fue lujo. En solo 2 km², Ismael descubrió en aquella pequeña tierra a un paraíso fiscal con un estilo de vida muy elevado, buenos salarios y uno de los sitios más seguros del mundo, junto a una limpieza irreprochable, calles impecables, autos de alta gama en grandes cantidades, tiendas de diseñador, un puerto impactante colmado de yates con helicópteros sobre sus plataformas, una seguridad continua con cámaras de video vigilancia cada 50 metros, todo preparado para grandes eventos, como la prestigiosa carrera de automovilismo del Gran Premio de Fórmula 1.
Adaptarse a aquella atmósfera, sin embargo, no fue sencillo, no por el nivel de vida, sino por la mentalidad algo rígida desde el punto de vista de Ismael: “Más comparando con nosotros, los latinos”, observa. “Pero obviamente una vez que uno los conoce, son simpáticos y amables, aunque no como nosotros. Y, si bien manejaba el idioma, el choque fue fuerte, en especial porque tuve que perfeccionarme en una gramática y escritura más compleja que el inglés o italiano”.
“Sin dudas, la calidad de vida en Mónaco es lo mejor que he visto y vivido en toda mi vida, aunque sinceramente las oportunidades de trabajo no son muchas. Es pequeño, lujoso y hay un orden de prioridad protegido por la ley monegasca que obliga a los empleadores de sociedades y compañías a dar trabajo primero al ciudadano monegasco, luego al residente, luego al francés, seguido por el italiano, luego al portador de un pasaporte europeo y al final viene el resto del mundo. Pero también está la ley universal de la banca de favores, que en francés le dicen copinage, donde, a más conocidos tienes, más oportunidades posees de entrar a trabajar en Mónaco. Y gracias a mi experiencia, nuestra forma de ser argentina, nuestra cultura, nuestro calor, nuestro ADN, encontré trabajo con facilidad”.
Vida en familia y educación en Mónaco: “Es un lugar seguro y próspero que les da posibilidad de ser lo que quieran ser en esta vida”
Como padre de familia, para Ismael hoy la prioridad son sus hijos. Los acompaña a la escuela y luego de su trabajo de 9 a 18, los ayuda con los deberes, juega, y los fines de semana tratan de salir a la naturaleza.
“Tenemos la suerte de vivir en Montecarlo y tener el mar a cinco minutos y las montañas a diez”, sonríe. “Mi mujer también tiene trabajo en Mónaco y tenemos la fortuna de poder tomar vacaciones seguido y ahorrar para darle a nuestros hijos la educación que se merecen. En Mónaco la escuela tiene un sistema de educación de lunes a viernes de mañana y tarde, donde el miércoles es solo por la mañana. Cada seis semanas las escuelas tienen dos de vacaciones, lo que por suerte nos obliga a estar mucho con los niños, dándoles la posibilidad de viajar para conocer nuevas culturas”.
“Asimismo, el nivel educativo es alto, los niños concluyen su primaria con un dominio de tres idiomas. Al finalizar el secundario ya tienen una carrera asegurada en cualquier parte del mundo. La educación en Mónaco es gratuita para nosotros, los residentes”, agrega Ismael, quien tuvo una hija en Italia, le dio la bienvenida a su segundo hijo en Mónaco y es padre de corazón del primer hijo de su mujer: “Es un lugar seguro y próspero que les da posibilidad de ser lo que quieran ser en esta vida”.
Regresos y aprendizajes: “Pude darles a mis hijos lo que no tuve en Argentina”
A la Argentina, Ismael regresó un par de veces por trámites, para que su familia conozca a los suyos y que su mujer e hijos pudieran recorrer el hermoso país y su gente.
“Me da melancolía, tristeza, es como si el tiempo estuviera parado en Argentina. Apenas me bajo del avión regresa esa ansiedad, el recuerdo de experiencias pasadas, en especial la inseguridad, tuvimos episodios traumáticos y vivía alerta. Lo único que extraño horrores son los amigos, la familia, la calidad humana”, confiesa el hombre de 43 años.
Veintitrés años pasaron desde que Ismael tuvo su “despertar”. Hace más de dos décadas emprendió una travesía de autodescubrimiento y sentido de la existencia. Ya hace trece años que lleva una vida como padre de familia en Mónaco, pero, en el camino, las enseñanzas fueron numerosas.
“Aprendí tres nuevos idiomas, me embebí de múltiples culturas y esto me despertó el deseo de aprender cosas nuevas continuamente. Gracias a lo vivido, entendí que la felicidad no está en un lugar, sino dentro de cada uno, que el que no arriesga no gana, que cumplir sueños es posible”, dice emocionado.
“A su vez, pude encontrar una estabilidad y estilo de vida que permite darles a mis hijos lo que nunca tuve en Argentina y siempre quise tener, pero enseñándoles que deben aprender a apreciar, más acá, en Mónaco, que siembra una jaula de oro y es una excepción, comparado a cualquier país del mundo”.
“Un viaje, para mí, es mucho más que un ticket a un lugar desconocido. Te conecta con el mundo, con la naturaleza y con vos mismo. Conocer el planeta de la mano de un trabajo apasionante ¡es posible y real! Es una información valiosa que pocos te van a compartir, hubiera pagado por saberlo antes. Si eres joven, con salud y mucha voluntad, es una de las mejores inversiones para el espíritu y la vida. Luego, cuando se tiene hijos, ya la cosa cambia porque tu felicidad depende en parte de ellos”.
“Creo que aprender a viajar es un don que se desarrolla a cada paso”, manifiesta pensativo. “Espero que puedan encontrar la misma pasión que tengo en lo que hacen diariamente, ya que es una de las llaves del éxito en la vida, y que tengan la bendición de poder viajar y sentir la misma llamada de la naturaleza para conectarse con el mundo y con ustedes mismos. Que aprendamos a cuidarla, preservarla y a poder compartir estas experiencias con las personas que amamos”.
“Estoy seguro de que todos, alguna vez, escuchamos con gran fuerza y claridad esa voz interior que nos intenta mostrar el camino de la felicidad. La cuestión es que cuando crecemos nos habituamos a la rutina de la vida, dejamos de aprender cosas nuevas y acallamos ese llamado. Les deseo, en especial a los más jóvenes, que lo escuchen. El éxito no está en el deber ser, sino en transitar lo que uno auténticamente quiere ser. Lo material siempre puede ser comprado, pero la experiencia de viajar y aprender cosas nuevas no tiene precio”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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