El matrimonio dejó Argentina para vivir en Nueva Zelanda, hasta que a ella le ofrecieron un proyecto en Maldivas, donde durante dos años puso a prueba sus capacidades y su amor
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Motos, superpoblación, contaminación y más motos. La argentina, Laureana Sahilices, no salía de su asombro, ¿dónde estaban las playas paradisíacas de las fotos? Maldivas, en su primer impacto, poco se parecía a las imágenes que tanto la habían maravillado apenas unos días atrás. Malé, la pequeña isla y capital a la que había arribado, emergió caótica en una explosión de colores, olores penetrantes, sonidos y voces superpuestas; aquel cuadro desalentador le trajo emociones encontradas y dudas acerca de la decisión que había tomado, un salto osado en su vida que la había llevado a alejarse de su atmósfera conocida y de su marido.
Pero, por fortuna, pronto comprendió que Malé era tan solo un fragmento de aquel país tropical ubicado en el océano Índico que abarca veintiséis atolones en forma de anillos y que componen más de mil islas de coral. Era apenas un rincón que le demostraba de manera peculiar que el paraíso y el agobio de las urbes conviven en la tierra y que, más allá del caos, la calma reposa cerca. Y hacia allá fue, hacia su segundo y más fuerte impacto, el de la calidez del agua, la arena blanca, los extensos arrecifes y los inolvidables atardeceres.
Irse de Argentina: una decisión en pareja, dueña de su propio destino
Laly, como la llaman en argentina, siempre tuvo una manera de pensar particular, formas de ver la vida que tantas veces encontró detractores. Convencida de que las oportunidades no emergen por arte de magia, a lo largo de los años ella persiguió y trabajó fuerte para que sus deseos se materializaran.
“Y cuando una oportunidad surge, por más que esté fuera de tu zona de confort, hay que arriesgarse y tomarla”, manifiesta. “Esto es lo que he venido poniendo en práctica desde que inicié mi carrera en Comunicación y Marketing Digital para hoteles en 2009, la cual me llevó a vivir en lugares increíbles como Playa del Carmen, Islas Canarias, Nueva Zelanda y Maldivas”, continúa Laly, quien además es licenciada en Relaciones Públicas y tiene un posgrado en Marketing Digital.
En Argentina, como muchos profesionales que comienzan a insertarse en el mercado laboral, la joven intentaba forjarse un rumbo prometedor y estable, sin demasiado éxito. Llevaba cuatro años de noviazgo con Juan Pablo –su compañero de vida durante ya doce años y actual marido – y juntos trataban de costear un alquiler y trazar planes para desarrollar esa vida en familia con la que soñaban.
“Los dos recibidos, nos encontramos una y otra vez con requisitos ilógicos para insertarnos en el mercado y, luego, a pesar de tener trabajo, apenas llegábamos con los sueldos. Así, empezamos a contemplar la idea de irnos”, cuenta Laureana. “Durante mis estudios había tenido la oportunidad de hacer dos pasantías en el exterior y siempre le contaba a mi marido lo diferente que era todo”.
Tras varias charlas, la pareja miró el mapa y los requisitos para ingresar a Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica, Europa y Estados Unidos. Nueva Zelanda fue el país elegido para emprender la aventura en pareja.
“Como todas las madres, mi mamá prefería que nos quedáramos en el país, pero sabía que éramos dueños de nuestro propio destino y nos apoyó igualmente. Por parte de la familia de Juampy fue diferente, ellos son siete hermanos y era la primera vez que alguien de la familia se iba a vivir tan lejos, a un país desconocido y sin hablar el idioma. No fue fácil, pero también comprendieron”.
“Salir a descubrir lo enorme que es el mundo, no viene exento de inseguridades, miedos, sin embargo, ambos entendimos que no había nada por perder y que teníamos todo por ganar, aunque también sabíamos que hay mucho a lo que se debe renunciar”.
De Nueva Zelanda a vivir sola en Maldivas: la importancia del apoyo en la pareja
Auckland los albergó por cinco años, tiempos que hoy atesoran en su corazón. Desde el primer instante, la ciudad neozelandesa había surgido maravillosa, amplia y organizada. Su desorientación inicial, poco a poco, fue reemplazada por la sensación de pertenencia, gracias a las personas que aparecieron en sus vidas en el tiempo y lugar indicado, siempre dispuestos a ayudar.
“Un sentimiento que siempre tuvimos y desarrollamos aún más en Nueva Zelanda, fueron la fe y confianza en nosotros mismos y el de agradecimiento ante todo lo bueno y no tan bueno, porque al final lo que queda es el conocimiento y la experiencia”.
La posibilidad de trabajar en Maldivas surgió por una oferta laboral dentro de la cadena global de hoteles donde Laurean -como la llaman en suelo extranjero- trabajaba. Desde sus comienzos en la industria hotelera, allá por el 2007, soñaba con ser parte de la apertura de un hotel y ahí estaba frente a ella la oportunidad. Corría el año 2019, Maldivas era el destino y la mujer argentina dudó en decir que sí.
“En un principio era un traslado por seis meses. Juan Pablo tenía su trabajo en Auckland y no podíamos desmantelar todo por ese período. Tuvimos varias charlas en pareja, donde evaluamos los beneficios y desventajas de vivir un matrimonio a distancia a tan solo unos pocos meses de habernos casado”, revela.
Laly obtuvo todo el apoyo por parte de su marido. Dispuesta una vez más a dar un salto a lo incierto, se aventuró sola hacia un país desconocido en búsqueda de desarrollo profesional y experiencia personal.
“Island time”: vivir cada uno a su tiempo, en un lugar donde no hace falta el último modelo de celular para ser feliz
Después del primer shock de la llegada a Malé, Laurean fue trasladada a una de las tantas islas privadas, en donde lo único que había era el hotel. Su experiencia inicial fue en el centro de Maldivas, en Baa Atoll, donde de inmediato se dejó enamorar por la calidez del agua, los azules y turquesas, la arena fina y blanca, y las puestas de sol en tonos amalgamados conmovedores.
“Como vivía en un hotel en construcción, una vez cada diez días solíamos ir a comprar comida a una isla local, a 30 minutos en barco. Sinceramente me llamó mucho la atención las casas bajas y coloridas, la gente de la isla sentada en la puerta de la casa y los niños jugando al fútbol, me dio la sensación de que el tiempo se había parado… la gente local vive en ‘island time’, es decir, a su tiempo, sin apuros ni preocupaciones, de manera sumamente sencilla donde no hacen falta centros comerciales gigantes, carteras de marca o el último modelo de celular para ser feliz. Con poder jugar o sentarse bajo una palmera o nadar en el mar, es suficiente”.
“En las islas locales no viven más de trescientas personas”, continúa con una sonrisa. “Me asombró que no había un diario para informar, sino un community board, es decir, una pizarra en medio del pueblo en donde se escriben las noticias de la isla o los clasificados”.
“Respecto a la cultura, llegué al comienzo de Ramadán, lo cual fue toda una experiencia diferente para mí, que nunca antes había vivido en un país musulmán. Conocí más de cerca detalles de esta celebración tan significativa - periodo de agradecimiento y oración - y tuve la posibilidad de sumarme a uno de los Iftar (celebración que sucede al atardecer cuando rompen el ayuno) en una isla local en la casa de uno de mis compañeros, donde su familia armó un banquete. Esa celebración cultural fue increíble para aprender más sobre esta cultura, probar nuevas comidas, conocer un hogar local por dentro y compartir un momento muy especial”, se emociona.
Convertirse en directora de marketing en un país musulmán, en un rubro donde la mayoría de los puestos gerenciales están cubiertos por hombres
El primer proyecto de apertura fue de seis meses, para la cadena IHG, un período intenso, de puro aprendizaje profesional, personal y cultural. La distancia con su marido no era fácil de sobrellevar, pero el trabajo intenso, el amor, y la comunicación diaria demostraron a Laurean que se podía crecer individualmente, aun estando en pareja.
Fue así que, cuando la primera etapa finalizó, decidió aceptar otra propuesta para liderar el equipo de marketing para dos hoteles de la cadena Accor (Pullman y Mercure Maldives). De pronto, a sus 30 años, la argentina se convirtió en la directora de marketing más joven del equipo, en un país musulmán, y en una industria donde la gran mayoría de puestos gerenciales están cubiertos por hombres.
“Al vivir y trabajar en el hotel no había posibilidades de terminar y salir a un bar a distraerse con amigos o ir al super a hacer las compras, por el contrario, todo pasaba en la isla, es decir, los más de 350 empleados que vivíamos allí, éramos parte de una gran familia. Por un lado, era muy bueno no tener que perder tiempo en manejar, cocinar, limpiar o lavar la ropa, sin embargo, lo más difícil fue poner límites a no trabajar fuera del horario, ya que en el camino de la oficina a la habitación siempre me encontraba con algún colega que preguntaba temas de trabajo. Hoy podría decir que establecer límites entre la vida laboral y personal es fundamental si uno vive en el mismo lugar donde se trabaja”.
“A diferencia de Nueva Zelanda, en Maldivas se respetan mucho las jerarquías y, según el puesto de trabajo, cambian los beneficios que uno recibe. En mi caso, me tocaron varios, como ser cenas gratis y descuentos en los restaurantes para huéspedes, spa y actividades acuáticas”, continúa.
En Maldivas, Laurean puso en práctica un nuevo estilo de vida, que incluyó un curso de buceo pendiente y en donde desarrolló una rutina en base al libro de Robin Sharma, “el club de las 5 am”. Cada mañana, a las 5, iniciaba sus días con una rutina de entrenamiento en el gimnasio o de SUP (Stand Up Paddling) en las aguas cristalinas, luego desayunaba en un restaurante frente al mar, mientras leía algún libro y después iba a trabajar. Por la tarde solía hacer actividades acuáticas y luego se sentaba a estudiar, para finalizar un postgrado de Marketing Digital.
“Con respecto a la calidad humana, la gente de Maldivas se caracteriza por ser muy amable y servicial, están dispuestos a ayudar y siempre contentos por compartir algo de su cultura y vida en las islas locales. Al trabajar en una cadena global, el ambiente es multicultural, con empleados de países como India, Sri Lanka, Indonesia, Filipinas. Si bien todos teníamos culturas e idiomas muy diferentes, estábamos lejos de nuestras familias, amigos y seres queridos, por lo cual siempre nos apoyamos mediante actividades grupales fuera del trabajo”.
Volver a la Argentina, el conflicto de opiniones y quedar varada
Laly volvió tres veces a la Argentina. La primera fue luego de tres años en Nueva Zelanda y, entre charlas con sus padres, familiares y amigos, el reencuentro con su tierra natal resultó inolvidable. Los siguientes regresos, sin embargo, tuvieron ciertos sinsabores: su manera de ver la vida había cambiado y los conflictos de opiniones no tardaron en arribar; a sus oídos llegaban creencias que percibía limitantes, consecuencia, tal vez, de los propios miedos, deseos reprimidos, y barreras mentales.
“Entonces quedan esos dos o tres amigos, que siempre están tal como si el tiempo no hubiera pasado”, reflexiona.
Pero todo cambió a principios de 2020. Su marido, Juan Pablo, regresó a la Argentina tras una oportunidad laboral. Su idea siempre había sido volver y traer su experiencia y conocimiento al país. Lamentablemente el trabajo no prosperó, la pandemia había golpeado y él, involucrado en el mundo del deporte, quedó en su suelo patrio, envuelto en dudas, sin saber cuándo volvería a ver a su mujer.
“Por suerte pude llegar dos días antes de que cierren las fronteras. Sin siquiera saberlo, con mi marido y nuestro perro `kiwi´ pasaríamos seis meses en Argentina con mucha incertidumbre, como la gran mayoría, pero felices de poder volver a vivir juntos unos meses mientras yo seguía trabajando remoto. Ese regreso fue muy distinto, porque pensaba que vendría solo unas semanas de visita y luego tuvimos que mudarnos de casas temporarias varias veces durante la pandemia, ya que en Argentina no teníamos un lugar donde vivir”.
Otros 365 días sola en Maldivas, alejada de un mundo material e hiperconectado
Como directora de marketing, Laurean debía regresar a Maldivas apenas fuera posible. La fecha fue septiembre del 2020 y, esta vez, separarse de Juan Pablo fue duro; la pandemia modificaba el mapa mundial constantemente y, una vez más, no sabían cuándo se iban a volver a ver.
Las islas la recibieron con los brazos abiertos, sus aguas cristalinas y una extraña sensación de paz. Allí no parecía haber pandemia, la vida sencilla continuaba, la pizarra en el centro del pueblo seguía indicando que aquel era un lugar remoto, alejado de un mundo material e hiperconectado que luchaba por entender los acontecimientos.
365. Ese fue el número de días en los que Laurean vivió como suspendida en el tiempo, sola, pero rodeada de su familia maldiva, conectada con la naturaleza, con su ser y con su marido, allá a lo lejos.
“Finalmente, en septiembre de 2021 volví a la Argentina, esta vez para trabajar a distancia y acompañar a mi marido en su desarrollo laboral y compartir más en familia”, cuenta Laurean. “Sinceramente, tomar la decisión de regresar no fue nada fácil, ya que luego de vivir en una isla y tras ocho años en el exterior, reinsertarme en la sociedad ha sido y es todo un desafío. El sentimiento de `no encajar´, ya sea tanto con familiares y amigos, es el más común”.
Las islas inolvidables, el autoconocimiento y “fortalecer la pareja, donde lo más importante es el apoyo mutuo y no dejar de tener objetivos en común”
Ocho años atrás, cuando Laureana y Juan Pablo decidieron emprender un nuevo camino, jamás imaginaron los desafíos venideros, donde pusieron a prueba su madurez y amor, dejando de lado los egoísmos, para poner en práctica aquello que tanto cuesta: respetar la autonomía y jamás cortar las alas de los que amamos.
“Mantener un matrimonio a distancia no ha sido para nada fácil porque se mezclan demasiadas emociones constantemente, sin embargo, ha sido de un gran crecimiento para ambos, un camino de autoconocimiento, y para no olvidar la fuerza de nuestro amor a pesar de las distancias físicas o espaciales. Es un constante aprendizaje para fortalecer la pareja, donde lo más importante es el apoyo mutuo y no dejar de tener objetivos en común”.
“Creo que una de las principales cosas que aprendí en mis dos años en Maldivas fue a vivir con menos cosas materiales y desarrollar nuevos hábitos más enfocados en mejorar mi productividad y calidad de vida como, por ejemplo: entrenamiento diario, leer más, estudiar siempre, meditar a diario en la naturaleza y aprender a poner límites al trabajo y focalizarme más en mi desarrollo personal”.
“En cuanto a la Argentina, volví con muchas ganas de reencontrarme con mi marido y seres queridos; fue lindo ver el crecimiento de mis amigos, cada uno en sus proyectos. Creo que la vida es un constante aprendizaje y me ha servido mucho la capacidad de adaptación que tenemos los argentinos y nuestra calidez humana. Considero que, sin importar el país donde uno viva, el poder de resiliencia es una de las claves del éxito”.
“Vivir en una isla en el medio del océano Índico ha sido una experiencia inolvidable donde, por sobre todas las cosas, aprendí a conectar con la naturaleza y conmigo misma”, concluye Laly, expectante ante los nuevos caminos que puedan abrirse en su futuro.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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