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El 2 de abril de 1999, en tiempos de distancias sociales nulas, en Ezeiza se respiraba aquel aire habitual, mezcla de felicidad, tristeza, tensión, y emoción desbordante generada por los intensos abrazos de bienvenida y despedida, tan impactantes.
Allí, en el largo ascensor que separaba migraciones del “resto”, Josefina Giuffré observó con ojos vidriosos a su madre, su hermana, una amiga del alma y a tantos más, mientras saludaban entusiasmados y le deseaban todo lo mejor. Aún podía verlos cuando decidió girar la cabeza: “No vuelvo a mirar hacia atrás”, se dijo. Y así fue. Aquella escalera la separaba de todo su universo conocido. Naperville, en los suburbios de Chicago, Estados Unidos, la aguardaba para cambiarle el destino.
¿Por qué irse si todo marcha bien en Argentina?
Fue en el año 98 que Josefina decidió irse, aunque en aquel momento todavía no sabía bien a dónde ni cómo lo lograría. Tal vez Londres, les comentó a sus amigos. Como supervisora en una empresa de marketing multinacional la tarea no fue sencilla. Durante meses buscó los caminos para un traslado poco probable, debido a que no ostentaba con un alto rango. Sus allegados, por otro lado, la miraban extrañada, ¿por qué irse si las cosas parecían marchar bastante bien en la Argentina?
“No había motivos aparentes para dejar el país, tenía buenos ingresos y vivía bien. Pero algo en el ambiente se sentía raro”, recuerda. “Por otro lado, mi vida cotidiana se había estancado y necesitaba un cambio”.
En el día menos pensado llegó el tan anhelado anuncio: le habían conseguido una posibilidad en Estados Unidos, una contratación por parte de la empresa que manejaba a la compañía en Argentina; debía entrevistarse, y si la tomaban, renunciar para luego empezar de cero en alguna de las varias ciudades donde se encontraban las sucursales: “Elegí Chicago porque allí estaba la casa matriz y porque mi tan querido papá, Héctor, vivía a una hora del lugar donde me iba a instalar: Naperville”.
“Me dije y les dije a todos que me iba por dos años. Así, al ser algo temporal, nadie se tomó mal mi partida”, continúa con una sonrisa. “Aunque algo me decía que había un 50% de posibilidades de que me quede”.
Josefina jamás olvidará cuando el avión aterrizó en su escala en Miami. “¡Lo logré!”, lanzó al aire, “¡Ahora empiezo una nueva vida!” No tenía idea de lo que le esperaba y, sin embargo, la felicidad superó sus nervios.
En aquel abril inolvidable, una joven argentina llegó a un nuevo mundo que se presentó ante ella enigmático, para volver a empezar en una empresa intrigante y compartir su vida con una sociedad estadounidense que creía conocer a través de las películas.
“Apenas sé manejar”, las divisiones raciales, el idioma y otros impactos iniciales
Su primera impresión arribó maravillosa de la mano de sus compañeros de trabajo. Con una enorme sonrisa y una amabilidad extrema, la recibieron con los brazos abiertos y de inmediato la empresa le ofreció un auto alquilado para que, tranquila, pudiera trasladarse hacia su nuevo hogar y acomodarse. Josefina apenas sabía manejar y no tenía demasiada idea de cómo llegar a destino.
“Alertada por la importancia de conducir en Estados Unidos había tomado un curso en Argentina, pero realmente sabía hacerlo a duras penas”, rememora entre risas. “Manejé con unos nervios impresionantes y no sé cómo llegué con el susto que tenía. Claro, para todos es absolutamente normal, no hay otra manera de moverse en los suburbios”.
Aquella primera postal de emociones tan intensas marcó el inicio de su nueva aventura. Josefina pronto comprendió que, a pesar de tener a su padre más cerca, aún estaba a una hora de distancia, debía instalarse desde cero, comenzar a trabajar de inmediato y asimilar una cantidad de nuevos rostros y hábitos, todas instancias que, en un comienzo, absorberían su tiempo completo: “Me di cuenta de que estaba sola y, sin embargo, jamás me sentí así gracias a mis nuevos compañeros”.
Los primeros paseos por el barrio, por otro lado, fueron otro de los grandes impactos. ¡Aquella ciudad era como un pueblo! Los gansos caminaban por las calles y los campos rodeaban la urbanización. Para Josefina fue un shock pasar de vivir en el centro de Buenos Aires, a dos cuadras del Obelisco, a hacerlo en un paraje donde convivía con el silencio y los animales.
Chicago y sus alrededores, a su vez, trajeron sus propias sorpresas: “Me asombró el tema racial”, confiesa. “En Argentina no había casi gente de color y, en los inicios, fue fuerte que me tengan que explicar la división que había en la ciudad y me aconsejaran por donde caminar y los barrios que debía evitar”.
“Otro gran choque fue el tema del idioma, en especial en lo laboral. Traía conocimientos de inglés, pero no es lo mismo saber un idioma que vivirlo. Me ponía la tele todos los días y traté de no estar en contacto con nadie que me hablara en español por un tiempo. Fue toda una adaptación”.
“Que en Estados Unidos no te invitan a sus casas es mentira”
Josefina, como tantos seres en este mundo, había crecido mirando series y películas de Hollywood. De la mano de los policiales, en su imaginario había construido a las grandes ciudades de Estados Unidos como lugares colmados de persecuciones y una gran cuota de violencia.
“No es que no haya absolutamente nada de eso, pero no es lo usual bajo ningún punto de vista”, observa. “¡Y las personas son excelentes! En el día a día, lejos de mi familia, pude comprobar la calidad humana del estadounidense, o al menos, de la gente de mi región en Chicago. Desde el primer momento todos me ayudaron a alquilar, organizarme con la documentación y a equiparme”.
“¡Eso de que en Estados Unidos no te invitan a sus casas es mentira!”, exclama. “A mí desde el principio me integraron a todas las reuniones, a todas las fiestas, y siempre pasé acompañada el thanksgiving. Me presentaron a todo el mundo y jamás me sentí sola”.
Trabajar de sol a sol para que las oportunidades abunden
A pesar del idioma, de que el contrato laboral implicaba recomenzar desde abajo y que las costumbres le resultaran desconocidas, Josefina se sintió a gusto desde el primer día laboral y durante los diez años que trabajó en la misma empresa, rodeada de un grupo de personas que se convirtieron en su familia y con quienes sigue en contacto.
Allí, la argentina trabajó incansablemente y, poco a poco, logró ascender sin freno en la compañía: “Acá las oportunidades están si te movés, trabajás y te relacionás”, continúa Josefina, graduada en Letras, con años de desempeño en el área de marketing y quien actualmente se dedica a la importación de vinos argentinos de la mano de su propia empresa, Authentic Vine Corporation.
“Durante mis diez años de carrera corporativa visité países, logré comprarme un departamento al año de mi llegada con un sueldo que al principio era bajo, pero que me permitió hacerlo gracias a préstamos bancarios, y también hice un máster cubierto por mis contratantes. La verdad, trabajaba desde que me despertaba hasta que me dormía. Si lo hacés, las oportunidades son increíbles”.
“Si querés ser carpintero, vivís de carpintero, y si querés hacer changas, también. Se respetan todos los oficios y cada uno vive con comodidad de lo que sea. En Estados Unidos si no te va bien es porque no hacés demasiado. Eso sí, hay obstáculos: en la zona de Chicago vivir es muy caro y uno se endeuda. También hay gente inescrupulosa como en todos lados, pero no lo comparo con Argentina, son diferentes idiosincrasias. Por otro lado, los países deberían focalizarse en lo positivo que tienen y sumar lo bueno de otras experiencias”.
Los regresos: “Ahora Argentina me recuerda que soy más grande”
Antes, volver era una necesidad impostergable. Durante los primeros años, Josefina regresaba con ansias a la Argentina para reencontrarse con su madre, abuela, hermana, amigas. Era soltera y, a pesar de los costos, se hacía más sencillo.
En Ezeiza la recibían con bombos y platillos y cada visita funcionaba como un bypass hasta su regreso definitivo a la Argentina.
“Amo a la Argentina. Tal vez un día vuelva... creo que el argentino siempre piensa que va a volver, aunque no suceda”, asegura entre risas. “Pero lo cierto es que mi plan de dos años ya se extendió más de lo esperado. Primero se postergó por la crisis argentina del 2001 y, luego, porque la vida fue sucediendo: me casé y tuve a mis bebés (que ya tienen 8 años). Los años pasan, la gente cambia, se van perdiendo amigos, comienzan los entierros familiares, entonces ahora, después de veintidós años, los regresos son para otra cosa: arreglar papeles, mudanzas, temas de salud, menos reencuentros y más duelos. Ya no hay bombos y platillos como antes ni todo el mundo espera”.
“Mis emociones en cada regreso son encontradas. Volver marca el cambio drástico que se produjo en mi vida. Ahora Argentina me recuerda que ya soy más grande”.
Fusión de aprendizajes: “A los argentinos que emigramos nos va bien”
Más de dos décadas transcurrieron desde aquel momento en el que Josefina subió aquellas esclareas mecánicas de Ezeiza que la llevarían hacia otra realidad. Unas escaleras que creía que la separarían del país por poco tiempo, pero que significaron una transición de toda una vida.
“Siento que me convertí en otra persona. Soy argentina de base y estadounidense en el proceder. Aprendí a manejarme con otros parámetros, aunque sigo siendo extranjera, por más título que te de la ciudadanía que me otorgaron”, reflexiona.
“Con mi experiencia de vida aprendí a fusionar estos dos mundos. A mis hijos, por ejemplo, los crío a un modo más argentino. No los vuelvo locos con cien mil actividades como hacen acá. ¡También cocino a lo argentino! Parece una pavada, pero es muy nuestro hacer todo a ojo: una pizca de esto, un poco más de aquello. Acá no existe. ¡Mi marido, que es norteamericano, se vuelve loco!, ríe.
“En el fondo uno sigue siendo quien es, pero enriquecido por la suma de las culturas. Algo que me enseñó Argentina y que traje para acá es la forma de trabajar. Somos muy trabajadores y, hagamos lo que hagamos, a los argentinos que emigramos nos va bien. Todos los que conozco son de primera. Hay un respeto al argentino por ser profesional en lo que hace: sea mecánico, físico, matemático o marketinero, tiene una manera de hacer las cosas que es apasionada, perfeccionista y obcecada a la vez; y tiene orgullo por su trabajo”.
“Existe el mito de que todo es perfecto en Estados Unidos y no es verdad: hay miserias, dificultades, problemas. Y eso enseña también. Aprendés que la gente vive diferente, pero que no necesariamente es mejor o peor. Acá hay crisis ¡algunas terribles! de las que se sale – aunque algunos no, pero tal vez no se nota tanto porque en este país hay tanta gente... Con esta perspectiva, uno aprende a tener mayor humildad, a aceptar a su nación adoptiva como es y a entender que, si uno vive en ella, hay que dar lo mejor y apostar por ser feliz”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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