Llegaron con poca información y descubrieron un lugar avasallante, que los enfrentó a numerosas dificultades y a un gran interrogante: ¿Por qué lo hacen?
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De todos los lugares en los que le tocó vivir, para Mariela Gallardo, la India fue el más impactante. Aquella tierra, tan lejana a su Mendoza natal, emergió intensa, caótica, avasallante y llena de resistencias.
Lo cierto era que, con su marido Gustavo, no habían llegado en un viaje de placer o atraídos por un camino espiritual. La India que los recibió – la verdadera – les abrió sus puertas por trabajo, para abrumarlos con sus postales agridulces, tantas veces chocantes, aunque, sin dudas, inolvidables.
“La India nos dejó marcas fuertes. Es el caos de la superpoblación, es la pobreza en extremos desoladores, los matrimonios arreglados, las castas, los olores extraños, las comidas raras pero apreciadas por la escasez, y las costumbres tantas veces incomprensibles”, cuenta Mariela en un tono calmo. “Llegamos sin haber investigado, creo que si alguien nos hubiera contado cómo era, no hubiéramos ido. Nos lanzamos casi a ciegas, ¡por suerte!, ya que pisamos suelo indio sin prejuzgar y nos abrió a la posibilidad de vivir incontables momentos increíbles y llenos de aprendizajes”.
“La India no es para cualquiera, es extremadamente diferente a lo que podamos conocer y, sin embargo, fue una maravillosa experiencia. Nos obsequió conocimientos, agradecimientos, amistades, pero, por sobre todo, una nueva manera de entender la vida, que nos cambió para siempre”.
Del sur de Mendoza a la India: “Si el proyecto nos gusta, vamos para adelante y ya estamos empacando las valijas”
Mariela y su esposo, Gustavo Agostini, fueron criados en una pequeña ciudad al sur de Mendoza, llamada General Alvear. Carente de centros educativos terciarios o universitarios, a los 17 años se mudaron a Mendoza Capital para iniciar sus estudios superiores. Sin saberlo, aún adolescentes, habían comenzado su vida nómade.
Los años pasaron y, gracias a su esfuerzo, ambos comenzaron a construir una carrera en el mundo de la hospitalidad y la enología. Gustavo, trabajador incansable, se recibió asimismo de ingeniero agrónomo y ocupó diversos puestos, hasta que un buen día fue nombrado Gerente de Enología para bodegas Chandon. A partir de allí, fue trasladado a diversos puntos del planeta por largos períodos.
“Gustavo trabajó durante 20 años para la marca”, cuenta su esposa. “Primero vivimos en el sur, en La Patagonia y luego fuimos trasladándonos a otros países. Yo estudié educación física (nunca ejercí) y técnico en seguridad e higiene, finalmente, me transformé en sommelier y, por ese camino, he trabajado mucho en restaurantes con bodegas internacionales, por lo que también estuvimos siempre ligados a la gastronomía”, explica Mariela, quien a su vez se desempeñó como Gerente de Alimentos y Bebidas en el Sheraton Mendoza.
Cuando India apareció en las conversaciones, Mariela y Gustavo no lo dudaron. Él debía hacerse cargo de la inauguración de Chandon India y nadie se sorprendió cuando anunciaron que partirían hacia el país asiático y que se instalarían allí por tiempo indefinido.
“Amamos viajar y adentrarnos en otras culturas. Si el proyecto nos gusta, vamos para adelante y ya estamos empacando las valijas. Nuestra familia se ríe, lo tienen naturalizado”, afirma Mariela. “El desarraigo no es fácil nunca, aunque, al tener espíritu nómade, no somos tan apegados a una tierra, pero sí se extrañan muchas cosas, como las juntadas y la espontaneidad argentina. Sin embargo, India fue diferente”.
India extrema: tránsito infernal, caos y carencia de comida
Apenas arribaron sintieron el impacto. En aquel instante, Mariela no imaginó que algún día se llegaría a acostumbrar a las postales que desfilaban ante ella. Gente y más gente por doquier, siempre en movimiento, de edades indefinidas y miradas evasivas. Polución, colores extremos, cálidos y terrosos, olores penetrantes y calor agobiante: “Todo es extremo en la India, tenés 50 grados con alerta amarilla por tres semanas, o tres meses de lluvia seguidos”.
Se instalaron en Nashik, una ciudad menor en comparación a Bombay, pero que surgió repleta de personas, como cada rincón del país. De Bombay los separaban 180 kilómetros y, aun así, demoraron cuatro horas y media en cubrir el tramo desde el aeropuerto hasta su nuevo hogar: “El tránsito es infernal”.
“La ciudad tiene muchos templos hinduistas, por lo que su cultura es muy fuerte, arraigada a la religión, y se peregrina mucho, entonces encontrás numerosos caminantes que lo hacen durante días. Es una de las cuatro ciudades donde se hace el Kumbh Mela, uno de los festivales hinduistas más grandes del mundo, que congrega miles de personas y donde se pueden ver a algunos de los brahmanes pintados de blanco con cenizas de muertos”, cuenta la argentina.
“Llegamos cerca de la festividad, que dura más de una semana. Nos recomendaron que tratáramos de irnos de Nashik porque colapsaba, de 1 millón 600 mil habitantes la ciudad pasaba a recibir 10 millones de peregrinos”, continúa. “Nos fuimos, volvimos a los tres días y fue tremendo, no solo por el caos, sino porque prácticamente no podíamos conseguir comida. Ninguna ciudad del mundo está preparada para recibir tanta gente”.
Una moto y un pasaje a la libertad: “Realmente no creo que esta India, la auténtica, sea para todo el mundo”
Los primeros meses fueron difíciles, el matrimonio vivió situaciones complejas que significaron un gran desafío para su adaptación, pero que iban experimentando a medida que surgían, sin miedos y dispuestos a enriquecerse.
Uno de los primeros problemas tuvo que ver con la alimentación, la mayoría de la comida era callejera y Mariela la observaba reticente, ya que carecía de cualquier control y perdía la cadena de frío. Carne vacuna, por su religión, no había, y el búfalo era muy difícil de conseguir: “En Nashik no hay facilidades para el extranjero como en Bombay, pero hacer cuatro horas y media de ida y otro tanto de vuelta, solo para comprar comida, era complicado”.
Primero los salvó Davidas, el chofer que les habían asignado en un contrato, que especificaba que Gustavo no debía manejar en la India. Con el tiempo, el indio se transformó en su sol, su guía, su hermano, su todo: “Nos fue enseñando y mostrando lo diferente que era la India y su gente, de nosotros”, cuenta. “Y cuando encontramos un grupo de amigos conformado por franceses, alemanes, una pareja chilena, y también indios, fuimos superando las dificultades”, continúa sonriente.
Un solo día había pasado desde la asignación del chofer, cuando Mariela comprendió que no podía vivir en la India así, alejada de la independencia y sintiéndose presa. Ella quería buscar empleo (siempre había trabajado en todos los destinos en los que había vivido), recorrer y disponer de su tiempo sin depender de otros.
“Davidas me consiguió una motito y, a partir de ahí, todo cambió”, cuenta complacida. “Primero me manejé en seis cuadras a la redonda, hasta que ya no hubo límites. Nuestro chofer me decía que no lo haga, pero yo empecé a recorrer una región que, como toda India, nunca para: todos trabajan siempre”.
Rodeada de un tránsito imposible, Mariela se sumergió, de a poco, en la verdadera India. Primero exploró el viejo Nashik, para luego emprender diversos viajes a los poblados vecinos y descubrir en ellos escenarios extremos.
“La verdadera India, esa que se encuentra por fuera de sus centros turísticos, está llena de poblados tan pero tan pobres, tan en el medio de la nada, tan perdidos en el mapa”, manifiesta pensativa. “Realmente no creo que esta India, la auténtica, sea para todo el mundo, hay que acostumbrar la retina y es impactante. A cada amigo que nos decía de venir, yo les contaba el panorama, porque tenés que acostumbrar desde la nariz, hasta tu cuerpo entero”.
El rol de la mujer: “A mi amiga india le arreglaron el matrimonio y lo conoció veinte días antes”
Amante de los deportes, una de las primeras actividades de Mariela fue salir a correr. “Las mujeres no pueden vestir musculosa”, le dijo Davidas para su sorpresa, aunque comprendiendo que debía obedecer. A partir de entonces, procuró vestir mangas y pantalón largo; aquel episodio, sin embargo, resultó ser tan solo una pequeña muestra del papel de la mujer en su nueva sociedad.
“Me impactó el rol de la mujer en la India, muy relegada en nuestro pueblo. En las ciudades más grandes reciben turistas y la apertura es otra, porque ven otras realidades, pero en el pueblo el panorama para la mujer es muy complicado”.
“Sentí que no la respetan porque están acostumbrados a eso. Si estás en una cola de supermercado y llegan hombres, ellos pasan primero y una va quedando atrás. O, si tomás un ascensor, entran primero los hombres y, si no hay más lugar para vos, tenés que esperar otro o ir por la escalera. Es algo que me costó entender”.
“Las castas existen, los matrimonios arreglados existen. A mi amiga india, Amita - mi profesora de inglés-, le arreglaron el matrimonio y se casó mientras estuvimos allá. Lo conoció veinte días antes, ¿y el amor? El amor llegará... me decía. Se fue a vivir al lugar de donde es el marido, que fue elegido por el padre y que, por supuesto, es de la misma casta”, revela.
“Mis amigas locales tampoco beben alcohol en sociedad, en los restaurantes no les venden a las mujeres y te separan de los hombres. Pero en casa sí lo hacían, con el tiempo comprendí que ellas están insertas en un mundo de donde no pueden salir y en donde, si quieren dar un paso al costado, será en falso, porque te quitan el apellido, te quitan la casta y pasás a ser una indeseable”.
“En las castas más bajas la mujer trabaja la tierra, mientras el hombre está bajo la sombrilla controlándolas y los bebés corren alrededor; ellas son también las que suben, con fuentones en la cabeza, el cemento para las construcciones; los hombres dirigen la obra y las mujeres hacen el trabajo pesado. Así se erigió la construcción frente a casa, me costó verlo. Esto en las castas altas no existe, aunque sí existe eso de que te arreglan el matrimonio”.
Entender, pero no entender la India: “¿Por qué lo hacen?”
Mariela había llegado a la India con ganas de trabajar. Traía consigo un buen currículum y en sus largos recorridos intentó dar con un empleo acorde a sus conocimientos. En su incansable búsqueda, reconoció a un territorio lleno de falencias por cubrir en su rubro, pero, a pesar de poseer las capacidades, no pudo lograrlo: “Como mujer extranjera fue difícil”, asegura. “Me dediqué entonces a conocer a fondo su cultura, a tratar de entenderlos, y a trabajar ayudando en sus asentamientos”.
“A pesar de que en la India se hablan veintidós idiomas oficiales, y que no era el inglés el que se manejaba en nuestra región, nos entendíamos con señas”, continúa complacida. “Y, durante los años que vivimos allí, traté de comprender sus motivaciones tras ciertos comportamientos culturales. No fue fácil. India te genera esos contrastes, esos choques ideológicos, ese amor odio permanente. Entender, pero no entender, ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué se denigran a veces entre ellos? ¿Por qué muchos no te miran a los ojos? ¿Por qué no se respetan en tantos aspectos, si somos todos humanos?”.
Sentirse millonario en la Argentina: “La niña que no tiene posibilidades de estudiar, lo único que le resta es tener hijos”
Después de tres años y medio, en un regreso a la Argentina, el matrimonio decidió que no iban a volver. Las marcas que les había dejado la India eran importantes, tanto que creyeron que nunca más regresarían. Pero hoy, tres años después de dejar el país asiático, comprenden que extrañan y desean volver a visitar aquella tierra contradictoria, pero que dejó sabor a hogar.
“Y llegar a la Argentina fue impactante, me sentí millonaria cuando entré a mi casa. Ya en ese sentido el viaje nos había enriquecido; ir al super y comprar mi comida, ver y escuchar a nuestros pájaros, fue increíble”, se emociona Mariela. “Antes de la India habíamos vivido en Francia y, después de la India, en California, Estados Unidos. Son países donde todo está solucionado. Es extraño, pero no nos despertó el sentimiento que causó en nosotros la India”, reflexiona.
“En India el 70 % de las cosas no funcionan, en especial por el caos provocado por la gente que hay, por la superpoblación, que lleva a falta de educación. El hombre tiene acceso a todo, por ejemplo, a educarse, a diferencia de la mujer, que solo accede en un 20%. La niña que no tiene posibilidades de estudiar, lo único que le resta es tener hijos, entonces las casan enseguida con ese fin; de hecho, son muy chicas y las violan, y en su ignorancia no saben ni qué les está sucediendo, y tienen hijos desde que pueden hasta que pueden. Entonces ves mujeres que no tienen más de 40 años y son ancianas, porque sus cuerpos se han desgastado”.
“La India no es el curso de Yoga, no son las grandes ciudades, el corazón del país está en otro lado. Hay que prepararse para ir a la India. Pero cuando dejás esa tierra, donde tantas veces costaba conseguir comida, y pasás al consumismo extremo que hay en Estados Unidos, por ejemplo, el choque es fuerte. Ahí comprendés que te da miedo contagiarte de eso, del consumismo, al que te va llevando el sistema”.
“India es un universo contradictorio, puro aprendizaje, otra comprensión de la vida. India es difícil, pero inolvidable”, concluye Mariela, quien hoy lleva adelante un emprendimiento de gastronomía y vinos junto a Gustavo en la Argentina, aunque el año que viene tienen pensado volver a partir.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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