Dejó Argentina por amor, se enfrentó a una encrucijada, y el destino la llevó a Galicia, un lugar con desafíos y lleno de calidez humana
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“Guadalupe viene, Guadalupe va, ¿desde dónde viene?, ¿hacia dónde va? ¿Dónde estuvo antes?, ¿con quién habló antes? ¿Qué caminos vio? …” Un nudo en la garganta de Guadalupe Anzoátegui se instala, inevitable, mientras recorre la letra de su canción, porque es suya, toda suya, y fue creada con el amor más puro de la existencia. A cada uno de sus cinco hijos su padre, el folklorista Ignacio Anzoátegui, les compuso una zamba antes de que nacieran. Y, como un adivino, para su hija menor escribió una melodía acerca de su esencia y su destino.
“Me resulta mágico que me conociera tanto, incluso antes de salir del vientre de mi madre”, dice hoy emocionada, mientras rememora su historia. “De algún modo, con esa zamba y sin saberlo, papá le anunció a la familia que había llegado a la casa una hormiga viajera. Supongo que todos siempre supieron que viajaría mucho y que en algún momento encontraría el lugar de mis sueños, donde armaría mi hogar fuera de la Argentina. Aunque los extraño y me extrañan, el amor cruza el océano ida y vuelta, a diario”.
Irse por amor: Roma, Barcelona y una encrucijada
En un comienzo, Guadalupe dejó la Argentina por amor, sin saber que con aquella decisión una difícil encrucijada se presentaría en su vida. Se había enamorado de un romano en 2012, cruzó el océano un año más tarde y se casó colmada de ilusiones ante la perspectiva de un nuevo comienzo. Pero cuando llegó a Roma el impacto fue más grande de lo esperado.
“Se suele decir que los italianos son muy parecidos a los argentinos. A mí me parece bastante lo contrario. El primer año sin hablar el idioma fue duro. Pero estaba enamorada y tenía el empuje que te da el querer que algo funcione”.
Pero el matrimonio no funcionó y el 2018 la encontró perdida. Barcelona fue la ciudad que entonces eligió para tratar de reorganizar su mente y su corazón, con la esperanza de responder a una pregunta crucial: ¿Iba a volver a Buenos Aires o iba a quedarse en Europa? Contaba con la documentación necesaria y hacía tiempo que trabajaba freelance como traductora, una actividad que le rendía buenos frutos.
Los meses pasaron como suspendidos, entre la arquitectura modernista catalana y el aire del Mediterráneo, hasta que un evento inesperado aclaró el nuevo sendero de su vida. Un hombre alto y varios años más joven que ella conquistó su corazón, pero hizo mucho más que eso: encendió la llama de su espíritu viajero, que siempre había formado parte de su esencia. Junto a él, Guadalupe recordó a esa niña que desde muy pequeña hojeaba las revistas de su madre, Paris Match y Madame Figaro, y recortaba paisajes verdes, montañas y casitas en el medio del bosque: “Creo que siempre supe que viviría en el extranjero. Mi inglés alto se convirtió en mi gran compañero de aventuras”.
Reino Unido, dos sueños y una solución: ¿Por qué no buscar en Galicia?
Guadalupe dejó Barcelona y se mudó a Inglaterra junto a su novio. Mientras el amor crecía, las conversaciones fluían por aquellos deseos que anhelaban ver cumplidos. El sueño de Jack, su pareja, era convertir una furgoneta en una casa rodante, mientras que el de ella, comprarse un terreno en algún rincón del Reino Unido y construir una tiny house.
Entonces, mientras se dedicaban a sus respectivos trabajos y a delinear sus planes, las noticias del COVID llegaron, así como el tiempo para concretar una de sus metas: convertir la furgoneta en un vehículo habitable. Por fin, entre confinamientos, emprendieron con su casa rodante un largo viaje a Escocia, tras la caza del tan ansiado terreno: “La furgo, hermosa, Escocia aún más. El terreno, demasiado caro”, cuenta Lupe. “Y en eso, un buen día, mi buen inglés me dice que, si quería verde y clima lluvioso, por qué no buscar en Galicia”.
La pareja se sumergió en Internet y halló cuarenta casas a precios muy accesibles en territorio español. Entre ellas, seleccionaron las que consideraron como las diez mejores y, finalmente, eligieron una casa de piedra en la Galicia rural, de 160 mts2 en un terreno de 4 mil, con árboles frutales, nogales, horno de barro y fuente de agua natural: “¡Menuda tiny house! La encontramos en una aldea de quince casas con tan solo treinta habitantes”.
Ir a ciegas a una casa de piedra en una aldea poco habitada: “Ay, ay ay...”
Guadalupe y Jack partieron hacia la zona rural de Galicia en plena pandemia, no sin antes conseguir una autorización de viaje otorgada por un escribano. Ya habían enviado la seña y efectuado la promesa de compra, todo sin conocer la inmobiliaria, ni la nueva morada, y sin saber realmente dónde quedaba aquel pueblito perdido.
A pesar de la incertidumbre su intuición les decía que hacían lo correcto y su instinto de aventura comenzó a latir con fuerza: “Mandamos la seña, cargamos la furgo y nos subimos al ferry en Portsmouth rumbo a Santander. De ahí, Google maps hasta la aldea y cuando llegamos, ay ay ay... “, cuenta Guadalupe.
“La casa `habitable´ tenía veintiún goteras, pisos de castaño del siglo pasado, instalación eléctrica del medioevo y fosa séptica. Ahora bien, sobre dos cosas no nos habían mentido: el paisaje y la calidez de los vecinos. Hoy, a un año de ese día, sabemos que no nos equivocamos cuando, al día siguiente de ver la casa por primera vez, firmamos la escritura para hacernos dueños de esta maravilla y comenzar nuestra nueva vida”.
Un estilo de vida dispar, una gran solidaridad y un camino para retribuir tanto amor
La aldea Vilar de Conforto, ubicada en el ayuntamiento de A Pontenova, recibió a la pareja con sus maravillosas postales a la vera de un río encantador llamado Eo. A una hora de Lugo, pronto descubrieron que estaban apartados en apariencia, aunque no todo quedaba tan lejos. “Viven en el medio de la nada”, le dijo su cuñada a Guadalupe cuando fue a visitarlos desde Londres. Y, en algún punto era cierto, su nuevo hogar estaba en la montaña y a su alrededor rara vez podían divisar algún ser humano.
“Y, a decir verdad, ya nos acostumbramos a ver menos gente y nos encanta”, asegura Lupe, pensativa. “Vivir en un lugar con menos acceso a todo te obliga a organizarte. Cuando vamos al supermercado es porque realmente necesitamos algo, y cuando viene una visita es todo un suceso. Jack y yo siempre fuimos muy viajeros y los dos vivimos en grandes ciudades, pero ambos teníamos siempre el sueño de encontrar nuestra base en un lugar así, ¡digo base porque los viajes no se terminan aquí!”
Para Guadalupe y Jack, el impacto más profundo llegó de la mano de su estilo de vida. Veganos ambos, se hallaron ante una población alejada de sus costumbres, aunque siempre dispuesta a ofrecer su ayuda para facilitar la cotidianidad de los nuevos integrantes de la región.
“Todos se van acostumbrando y el supermercado del pueblo incluso nos trae hamburguesas y quesos veganos solo para nosotros. Nuestros vecinos son super solidarios y nos abrieron los brazos como si fuéramos familia”, revela emocionada.
Tanto amor y ayuda por parte de su nueva comunidad conmovió a Guadalupe de tal forma, que decidió retribuirlo. Todos los martes dicta clases de yoga, sin cargo, para su pueblo. En un principio creyó que nadie estaría realmente interesado y, sin embargo, se sorprendió al encontrarse rodeada de su nueva gente compartiendo una actividad que siente que los une y crea entre ellos un vínculo valioso.
Dar y recibir, y una encrucijada resuelta: “Soy una argentina muy desarraigada, pero muy argentina”
“Guadalupe viene, Guadalupe va, ¿desde dónde viene?, ¿hacia dónde va?...”, Hoy, Guadalupe sabe que esa “hormiguita viajera” que su padre predijo, vive en ella, a pesar de que el amor haya sido el motor de su espíritu nómade y de haber encontrado un puerto seguro en la Galicia rural.
Y así, la encrucijada está resuelta: “Soy una argentina muy desarraigada, pero muy argentina”, asegura sin dudarlo la mujer que ya sabe de dónde viene, aunque no sabe con seguridad hacia dónde va (¿alguien lo sabe?) y, eso mismo, es lo que siente que transforma la vida en una aventura.
Mientras tanto, hoy Jack y Lupe viven en el pueblo, a cinco minutos de su nueva morada, ya que la casa está en la fase final de reconstrucción. Van a diario y allí los espera un gallo (Marta, porque pensaban que era gallina), tres gallinas (Coca, Ginger y Peluda), tres pollitos recién nacidos (los poliitos), dos gatos (Pippa y Flynn) y Pluma, la border collie “a la que solo le falta hablar”.
Su casa de piedra está a punto de cobrar nueva vida. Allí, Guadalupe se imagina sumergida en las letras de sus poemas y traducciones - actividad en la que ya lleva quince años-, disfrutando de la naturaleza, de la calidez gallega, del clima verde y melancólico, y de la planificación de su próxima travesía junto a su amor.
“Acá la calidad de vida creo que es muy buena y se puede vivir con poco. Asimismo, la gente en Galicia tiene bastante afinidad con los argentinos, ya que muchísimas personas tienen parientes en nuestro país, por lo que siento a mi tierra cerca cada día”, agrega. “Por otro lado, voy a Argentina una vez al año, casi religiosamente. Es siempre una emoción ir”.
“Esta vida en la Galicia rural es totalmente nueva para mí. Nunca había vivido en el campo y la verdad es que me fascina. Tengo algo con el contacto con la tierra y los animales que sabía que estaba allí, pero que floreció viviendo acá. Siento que mi pareja y yo nos amoldamos bien al pueblo y a la gente. Antes de llegar nos habían prometido belleza y calidez y fue lo que encontramos, todo en una comunidad donde prevalece el ida y vuelta de favores y, sobre todo, de enseñanzas muy valiosas para las dos partes”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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