Su padre, Adolfo Holmberg, fue el tercer director del jardín zoológico de Bs As. Estela (88) y Eugenio (83), junto a sus cinco hermanos, vivieron diez años en el medio del parque
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El edificio, su antiguo hogar, no existe más: lo demolieron. Era una casa de una sola planta, con varios dormitorios. Estaba rodeada por un jardín y un cerco vivo de baja altura que marcaba el límite entre la vivienda y el fascinante parque animal. “Tenía una puertita que cualquiera podía abrir, porque en esa época no se usaban las llaves”, recuerda Estela Holmberg (88). La dirección, que recitan de memoria, era Acevedo 2914. Eugenio (83), el menor de los siete hermanos, aclara: “La calle Acevedo hoy es República de la India, en aquella época estaba llena de conventillos”.
La casa donde vivieron durante una década, entre 1933 y 1943, estaba ubicada en el corazón del Jardín Zoológico porteño. “Entre la administración y la pajarera grande, un poco más allá asomaban los camélidos”, precisa Estela. Tenía una ubicación estratégica, según Eugenio, ya que estaba en el recorrido que hacía el elefante Kango cada mañana, cuando daba la vuelta al parque junto a su cuidador, un tal Rodríguez, levantando chicos. Apenas escuchaba su berrido, Eugenio corría a su encuentro.
Algunos años más tarde, en un taller de escritura, Estela recordó que su hermano “a lomo de elefante recorría su territorio, donde era recibido en cada sector con lo más entretenido para hacer: darle pescado a las focas, alimento a las jirafas, panes a los elefantes. Siempre, Conti, el cuidador de los pájaros, lo esperaba con una caja de plumas multicolores (…) Las vacas, los guanacos, los camellos, así en el orden habitual, visitaban a los distintos amigos”. Con total naturalidad, dirá más tarde, que así era su vida.
“Aparentemente, el sótano es lo único que ha quedado, dicen que se utiliza como depósito. No construyeron nada arriba, adonde estaba de la casa”, insiste Estela.
PAPÁ, DAGO HOLMBERG, EL TERCER DIRECTOR DEL ZOOLÓGICO
Estela, Eugenio y sus cinco hermanos (Ernesto, Enrique, Ezequiel, Ernestina y Elena) llegaron al zoológico de la mano de su padre, Adolfo Holmberg. Su historia se repite en Internet, en los diarios de la época, pero suena encantadora en la voz de sus hijos. Comienza Eugenio: “Papá, Adolfo María, a quien todos llamaban Dago, era cuarta generación de Holmberg nacida en Argentina. Su padre fue un bon vivant que lo abandonó y lo dejó, con el resto de la familia, en la pobreza. Mi padre tenía fama de tragalibros: imaginate que entró a Medicina con quince años… Pero dejó en cuarto año, cuando ganó una beca para estudiar Ciencias Naturales en la universidad de Friburgo, Alemania. Se graduó allá y consiguió trabajo en un instituto de oceanografía en el puerto de Brest, extremo occidental de Francia, donde hizo amistad con un compañero que, al cabo de un año, lo invitó a que se fueran juntos a trabajar en un instituto que su familia tenía en Mónaco. ¡Este muchacho resultó ser un príncipe de Mónaco! Ahora no logro recordar cuál, entiendo que el padre de Rainiero III, suegro de Grace Kelly. Tras seis años en Europa, papá volvió al país, pero antes Rainiero lo nombró cónsul honorario de Mónaco en Argentina, rol que ejerció durante décadas. De regreso en Buenos Aires, terminó la carrera de Medicina. Es decir que papá era Médico de la UBA y doctor en Ciencias Naturales de Friburgo”. Con sintonía perfecta -si lo hubiesen ensayado no hubiese resultado tan preciso- retoma el relato Estela: “El tío de mi padre, Eduardo Holmberg, era la pasión de papá. Era médico, un pozo de ciencia. Por encargo de Sarmiento creó toda la disciplina de las Ciencias Naturales en Argentina: creó la Facultad de Ciencias Naturales, el Jardín Zoológico, el Botánico, ayudó al museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia… Cuando murió, asumió la dirección del zoológico Clemente Onelli. Recién cuando murió Onelli, el intendente le ofrece el zoológico a mi padre. Lo nombraron en 1923, pero se mudó al zoológico diez años después, con su mujer, Ernestina Lanusse, nuestra madre”.
Completa Eugenio: “Ser director del zoológico es un trabajo full time. Muy científico, que abarca una cantidad enorme de disciplinas, amén de los problemas administrativos y gerenciales. No tiene horarios, requiere una dedicación de 24 horas. Un mono se enferma en cualquier momento…”.
Los historiadores reconocen a Adolfo Holmberg como “el último hombre de las ciencias” que dirigió el Jardín Zoológico porteño.
“MIS COMPAÑERAS DEL COLEGIO MATABAN POR VENIR A CASA”
Estela y Eugenio recuerdan con ternura aquellos años felices, con la familia completa y el privilegio de vivir en uno de los lugares más increíbles de la ciudad. Luego, muchos años después, conocerían el horror con el secuestro y asesinato de su hermana Elena, que tanto lucharon por esclarecer. Pero ahora, en el departamento de Estela en Recoleta, hablamos de su increíble infancia.
-¿Qué recuerdos tienen de aquellos primeros años en el zoológico?
Estela: En esa época las chicas de la familia íbamos al Mallinckrodt. Llegábamos del colegio a las 16 y nos poníamos como locas a hacer los deberes. Oíamos a Evita que empezaba en la radio… Después salíamos corriendo a buscar las hamacas que estaban sobre la Avenida Sarmiento, al lado de las jaulas de las aguará guazú, junto a los árboles de moras. Andábamos muy bien en trapecio y anillas las tres mujeres: Ernestina, Elena y yo. Mis compañeras del colegio mataban por venir a casa. Ojo, nosotros no teníamos jurisdicción libre en el zoológico: no éramos “dueños” ni teníamos beneficios especiales por ser hijos del director. Nuestro territorio, donde los chicos jugaban al fútbol, era el jardín de la casa. Después, si cruzábamos la puertita que daba al zoológico nos convertíamos en unos visitantes más. Tampoco podíamos salir después de hora porque papá largaba muchos animales. Sobre todo los osos hormigueros…
Eugenio: Teníamos terminantemente prohibido acercarnos solos a los animales.
Estela: A las 19, como todos los visitantes, teníamos que retirarnos del zoológico. Minutos antes aparecían los guardianes arriando gente, desde Avenida Libertador –que entonces se llamaba Alvear- hacia Plaza Italia. A medida que la gente se iba, soltaban a los osos hormigueros. No nos podíamos quedar, además, porque el oso hormiguero, que parece tan inofensivo, tiene unas garras que pueden causar mucho daño. Quizás, uno de nuestros privilegios, fue conocer el detrás de escena del zoológico. Atrás de las hamacas, cerca de los elefantes, había una jaula circular, con muchas plantas, donde estaban los ocelotes. Si nos retrasábamos un poco camino a casa, llegábamos a ver cuando los alimentaban, cómo cazaban palomas. No era un espectáculo agradable, pero recreaba lo que sucede en la naturaleza. A muchos carnívoros les daban de comer animales vivos o recién muertos. Los caballos que le daban de comer a los leones, que tenían un pabellón sensacional (que después convirtieron en acuario, ¡qué disparate!) se faenaban en un depósito que quedaba sobre Las Heras. Eran caballos viejos de la municipalidad. Imaginate que los recolectores de basura, por ejemplo, eran carros tirados por caballos…
Eugenio: Entre mis recuerdos más felices están esos paseos en el elefante Kango, que podían disfrutar todos los chicos que visitaban el parque. Había otros dos elefantes: Jumbo, un macho africano, y Dalia, que era un macho asiático. También teníamos debilidad por tres monos: la Bobby, la Negrita y la Chichí. La Bobby tenía un atractivo muy especial porque había sido la amiga de mis hermanos. Yo la llamaba por su nombre, y la mona aparecía. Nos saludábamos a la distancia, moviendo la mano.
-¿Qué se escucha en el zoológico de noche?
Estela: Yo recuerdo perfectamente el sonido de los pavos reales, que es muy especial. Los vecinos se quejaban del olor, pero nosotros no sentíamos nada. Ojo, después de que nos fuimos, sucedió algo particular: los caminos, que eran de tierra colorada, fueron asfaltados, lo que impidió que absorbiesen la orina de los animales. En esa época estaba todo muy cuidado.
LA MUDANZA FRUSTRADA DEL ZOOLÓGICO
Durante su dirección, Dago Holmberg desarrolló un proyecto absolutamente de vanguardia: trasladar el zoológico fuera de los límites de la ciudad para crear un espacio con animales libres, como un parque nacional africano que se recorrería con vehículos.
-¿Cuán avanzando estaba el proyecto de traslado del zoológico? ¿Habían definido dónde lo relocalizarían?
Eugenio: Sí, en Parque Saavedra, que en esa época era absolutamente campo.
Estela: Recuerdo haber visto a Luis María Campos Urquiza, arquitecto de la municipalidad, en el living de casa, tirado en el piso junto a papá, desplegando los planos del proyecto.
-¿Por qué no prosperó la mudanza del zoológico?
Eugenio: Mi padre, que era fondista –editorialista- del diario La Prensa, escribió un artículo alertando que la revolución del 43 no era lo que decía que era y se ganó el odio eterno de todos los alcahuetes de Perón. ¡La primera intervención del gobierno del 43 es al Jardín Zoológico! Un absurdo total. A papá lo echaron como a un perro y todos sus proyectos quedaron truncos.
Estela: Le dieron una semana para que nos fuéramos del zoológico.
Eugenio: Cuando lo echan a papá se hace cargo del zoológico el hermano de Perón, Mario Perón, que era comisario de un pueblo en La Pampa. En el medio hubo un interventor, un tal Benavente, y otro director que era vegetariano y se horrorizaba por que le daban de comer animales a otros animales… Eran tiempos cambiantes, convulsionados. Unos años después, el proyecto de traslado llegó a oídos de Juan Domingo Perón. Le pareció extraordinario, pero el terreno original había sido ocupado por algunas instalaciones, como Energía Atómica. Le mandó un emisario a mi padre preguntándole si estaba dispuesto a efectuar el traslado. Mi padre le respondió que sí, pero puso dos condiciones: que él no cobraba un peso y que no se hiciera política con el traslado. Nunca tuvo respuesta.
VOLVER AL ZOOLÓGICO, VOLVER A CASA
Estela y Eugenio Holmberg apenas guardan un puñado de fotos de su infancia. Sin embargo, los dos tienen escritos donde volcaron los recuerdos de aquella etapa tan dulce y animal. Sienten un profundo orgullo por el trabajo de su padre, que hizo historia en el zoológico. A lo largo de la charla, reviven nuevas anécdotas. Cuentan sobre un mono tití que les robaba periódicamente la pasta de dientes. O la vez que Eugenio encontró un oso hormiguero debajo de la mesa del comedor. Estela cierra con un cuento que le hizo su padre. “Si non è vero è ben trovato”, advierte. Y se lanza: “Papá tenía unos horarios muy particulares y, si bien se llevaba bárbaro con mamá, tenía su cuarto particular. Quedaba enfrente al de Ernesto. Una noche papá estaba durmiendo en ese cuarto, en un sofá cama muy ancho, y creyó que era mamá la que se estaba queriendo meter en la cama con él. “Pero Chola...”, le decía. Resultó que era un tapir que había entrado a la casa y quería dormir en la cama de mi padre”, dice y se mata de risa.
-¿Cuándo visitaron el zoológico por última vez?
Eugenio: Yo no regresaba desde el 55, cuando mi padre tuvo un breve paso como interventor. Pero fuimos hace un par de años, antes de esto que han llamado ecoparque…
Estela: Un mamarracho total. El proceso de deterioro empezó cuando estuvo este señor de la televisión, Sofovich, que quiso hacer un parque de diversiones con el zoológico. Pero lo de ahora es, sencillamente, incomprensible...
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