Tenía un buen empleo en el sur de la Argentina, pero decidió ir a España para estudiar y alcanzar nuevas metas; aquel viaje le abrió puertas y lo llevó hacia un destino inesperado
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“Siempre digo que `Suiza te estropea´ ya que, sin darte cuenta, empezás a naturalizar que todo funcione a la perfección, te vas acostumbrando a eso, sin alardes, sin estridencias; Suiza te estropea… de hecho, es una frase que han adoptado muchos amigos tras vivir en estas latitudes”.
Quien lo dice es Gustavo Melgarejo, un argentino que hace veintidós años dejó la Argentina por primera vez. Como ingeniero, en un comienzo trabajaba para el grupo Pérez Companc en la producción de petróleo, y vivía junto a su mujer y sus dos pequeñas hijas en la Patagonia, primero Río Negro, luego Neuquén.
Gustavo siempre tuvo sueños, metas, que, como potentes motores, lo impulsaron a mirar más allá de los horizontes conocidos. Uno de ellos era estudiar un máster en Administración de Empresas, algo que, tras un tiempo de preparación, lo llevó a Barcelona y luego a Berkeley, siempre junto a su familia: “Un MBA de dos años con dedicación total. Ya teníamos a nuestras dos hijas, Connie y Jazmín, de 7 y 5 años por aquel entonces; irnos fue toda una decisión, una aventura familiar. Ellas debieron aprender catalán, el idioma de instrucción escolar en Cataluña, durante el primer año”, rememora.
Durante el segundo año, Gustavo realizó un intercambio en Estados Unidos, en la Universidad de California, donde sus hijas siguieron su escolaridad en inglés. Al graduarse, decidieron regresar a Buenos Aires, luego de que fuera contratado para cubrir un puesto en una compañía farmacéutica suiza, Novartis: “No era un buen momento para regresar a la Argentina, pero mi esposa extrañaba y yo estaba entusiasmado por la oportunidad”.
En suelo natal estuvieron casi dos años, sin embargo, la idealización del regreso se diluyó rápidamente, entonces surgió la oportunidad de un traslado a Perú (otro capítulo, otra historia de dos años), hasta que, finalmente, Suiza emergió en el mapa.
Su vida en el “país que te estropea” comenzó en el 2005.
Del caos latino al orden de Basilea
“Nosotros no decidimos irnos de Argentina, sino ir a Barcelona por mis estudios. No teníamos ni idea de lo que podría traer el futuro, ni que Suiza formaría parte de él. Esta salvedad es muy importante, ya que nosotros fuimos con un plan de desarrollo, para estudiar, conocer, recorrer el mundo, construir algo positivo, convencidos de que esa capacitación abriría muchas puertas. Vemos mucha gente de tantos países que emigran por situaciones políticas o económicas adversas, personalmente creo que cuando emigrás como reacción ante algo negativo, se nota, de algún modo, pesa. No fue nuestro caso y eso colaboró en nuestra integración en Suiza”, reflexiona Gustavo, mientras repasa su historia.
Para la familia Melgarejo, dejar el caos de Lima y emerger en el orden de Basilea –sin escalas- fue un impacto inolvidable. Habían arribado a la segunda economía más grande del país después de Zúrich, a la capital cultural de la nación y a uno de los centros mundiales de la industria farmacéutica. Situada junto al Rin en el noroeste de Suiza y cerca de las fronteras de Francia y Alemania, el poblado se presentó ante ellos impregnado de postales clásicas europeas.
“A nuestra llegada nos asombraron las famosas horas de silencio, durante las cuales no se puede hacer ruido ni realizar trabajos domésticos que impliquen sonidos como cortar el césped, escuchar música fuerte, o incluso tirar la cadena del baño o ducharte si vivís en algunos departamentos. Y que los negocios bajen sus persianas temprano, casi siempre a las 6 de la tarde y que todo esté cerrado los domingos, todo eso nos obligó a organizarnos de un modo diferente… o, más bien ¡a ser organizados!”, exclama Gustavo, entre risas.
Lo primero que el matrimonio les obsequió a sus hijas fueron abonos de tranvía y un par de celulares para que pudieran estar en comunicación en todo momento. Corría el año 2005 y ellas ya tenían 13 y 11 años: el poder trasladarse en transporte público sin depender de los padres, las abrió a un mundo nuevo, tras los casi cuatro años entre Argentina y Perú.
“Perdimos calidad de vida individual, pero ganamos calidad de vida en sociedad”
Al comienzo, la familia atravesó una situación que tan bien conocían: organizar el tema logístico, como el alquiler del departamento, realizar trámites y conseguir un colegio para las chicas.
Por aquellos días la sociedad no los hizo sentir en casa. La distancia, las reglas, las multas por todo, surgieron extrañas, pero, al cabo de un tiempo, la disciplina se transformó en su normalidad: “No es fácil, pero siempre depende de la cultura de donde uno venga. Para nosotros, en particular, no resultó un problema. Eso sí, tema aparte, acá los servicios son muy caros, carísimos”, agrega.
“Sin dudas, lo más positivo, valioso e importante fue la seguridad”, afirma Gustavo. “Tengo muchas historias, por ejemplo, la de una amiga que perdió en el baño de un centro de esquí un billete de 200 francos suizos (unos 200 dólares) con el que pagaría las lecciones de sus hijos, avisó en la recepción del lugar y al otro día se lo devolvieron en su hotel, alguien lo había encontrado en aquel centro, como allí sabían de la pérdida se lo hicieron llegar al hotel. Muchas manos pudieron quedarse con el billete, pero no lo hicieron”.
“En otra ocasión pagamos por equivocación la cuenta de energía de un vecino. Mi esposa fue a la empresa, explicó el caso, le sirvieron café, le trajeron el reembolso al contado y le pidieron disculpas por el error de haber dejado la boleta en el buzón equivocado”.
“En pocas palabras, cuando llegamos perdimos calidad de vida individual, pero ganamos calidad de vida en sociedad”.
Vivir en la naturaleza en una Suiza “que estropea”
Al cabo de unos años, Gustavo comprendió que Suiza ya “lo había estropeado”. Se habían instalado en un pueblo de 1600 habitantes, en las afueras de Basilea, rodeados de varios bosques, entre ellos, uno que desemboca en un hermoso río. La naturaleza se transformó en su lugar sagrado, colmado de paseos, juegos y deporte.
“Salimos cada día a pasear por ahí con nuestro perro. Entrenamos habitualmente combinando los muchos senderos que hay. Durante la pandemia, vivir en un lugar así fue impagable”, cuenta Gustavo, quien ahora comparte el hogar solo con su mujer, ya que sus hijas, ya crecidas, partieron hacia sus destinos inesperados.
“Mi oficina queda a 21 minutos en auto, sí, 21, ni 20 ni 25, actualmente voy dos o tres veces a la semana. Los viajes por trabajo también han ido regresando de a poco. Mi trabajo pre COVID me requería hasta un 30% del tiempo viajando a otros países”.
“Este es un país con muchas oportunidades, el 25% de su población actual es extranjera. Y la calidad de vida que ofrece es excelente, al menos para nosotros. Suiza es de lo mejor que hay en el mundo, además de ser una sociedad sin mayores diferencias sociales y casi sin pobreza”.
Los regresos, la importancia de tener sueños, y los “niños de la tercera cultura”
Argentina nunca quedó atrás. Su querido país siempre los vio volver para pasar las fiestas en familia. Gustavo, proveniente de Río Gallegos y su mujer, de Villa Elisa, Entre Ríos, se disponen entonces a emprender una odisea que requiere de un enorme ejercicio de logística, por lo que de sus “vacaciones” regresan exhaustos.
“Me toma un par de días desengancharme del modo ‘trabajo’. Me encanta visitar a mi madre, que siempre nos espera con mucha alegría, con sus alfajores de maicena frescos para nuestra llegada, un clásico. Asimismo, me encuentro con los viejos amigos del colegio, la universidad, del petróleo, mi hermano y también con mis primos. En Argentina todo encuentro social gira alrededor de la comida, así que solemos volver con algunos kilos de más”, sonríe.
Para Gustavo, el amor a la patria es fuerte, pero en el mundo habitan muchos sueños que merecen ser alcanzados, más allá de las fronteras. Veintidós años pasaron desde el comienzo de una gran travesía de la que el argentino se siente orgulloso, ya que en ella predominó siempre el esfuerzo por conquistar metas, abrir la mente y enriquecerse.
“Destaco la importancia de tener sueños, proyectos personales ambiciosos, la disciplina y el esfuerzo por ir tras ellos y generar (y aprovechar) las oportunidades”, dice Gustavo, pensativo.
“Mi experiencia también me enseñó la importancia del estudio, que abre puertas. Entendí que, para que una sociedad progrese, deben existir reglas de juego claras, que se respeten, iguales para todos, que den estabilidad, previsibilidad, ya que de ese modo se puede proyectar a largo plazo. Y que es esencial el hecho de que, si no se cumplen, habrá consecuencias”.
“Hoy, viendo los resultados, estamos muy satisfechos, pero no todo fue un camino de rosas, con mi esposa le pusimos mucha garra. Ella, por ejemplo, dejó el ejercicio de su profesión (es fonoaudióloga) durante mucho tiempo. La clave es el hogar, la familia, si eso no está bien, es muy probable que el proyecto no prospere. Siempre digo que con mi señora somos un equipo”, continúa. “Un equipo que transmitió su espíritu nómade a nuestras hijas, Connie (29) y Jazmín (27), quienes estudiaron sus carreras en Holanda y Escocia, y hoy viven en Zúrich y Dubái respectivamente”.
“A ellas les inculcamos el amor a su país a pesar de las distancias. Sus vidas son totalmente diferentes a las nuestras, forman parte de los llamados ‘niños de la tercera cultura’ (TCK, Third Culture Kids), una generación con otra apertura, y otra forma de ver y comprender el mundo”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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