Como contador, en Argentina estaba bien, pero sentía un vacío inexplicable; Dinamarca apareció en el mapa, emigró, y experimentó un coque cultural impactante.
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Bruno Migliaro estaba bien en la Argentina, no había nada de qué escapar. A sus 26 años, contaba con un buen empleo como contador y, junto a su novia, llevaban una vida agradable rodeados de familia y grandes amigos. Pero, a veces, volar hacia otro destino poco tiene que ver con una huida, la desesperanza hacia el país, o una desilusión. Existen seres que simplemente observan el globo terráqueo y, en lugar de distinguir fronteras y mandatos, reconocen un planeta vasto, intrigante, impregnado de culturas y enseñanzas enriquecedoras a disposición. Bruno, como tantas otras almas de esta tierra, dejó suelo argentino para aprender más acerca del mundo y de sí mismo.
“Estaba muy cómodo en Argentina, pero no estaba lleno. Me atraían mucho las anécdotas de aquellos que dejaban el país para conocer otras costumbres. Sus historias despertaban en mí la necesidad de tener una experiencia nueva, ver qué hay más allá de lo conocido y, a su vez, sentía que tenía una buena edad para emprender la aventura de vivir en otro suelo. Entendí que si no lo hacía me iba a arrepentir”, cuenta con una sonrisa.
Bruno no estuvo solo en su proyecto, su pareja, Maira, también estaba dispuesta a emigrar por un tiempo indefinido. Pero, ¿a dónde ir? Luego de investigar, Dinamarca, ¡tan lejana y distinta! fue la nación elegida: “Contaba con pasaporte europeo, lo que facilitó el camino”, aclara. “A mi mamá le costó procesar el tema, pero, junto con mi hermano y la familia de Maira, nos apoyaron mucho al ver las ganas. En mi entorno hubo dos tipos de reacciones, por un lado, los que me decían: `Qué bueno, me parece una decisión increíble, aprovechá si podés hacerlo´ y, por otro, los que me preguntaban: `¿Qué vas a hacer allá? Sos contador, ¿te vas a lavar copas?´”
Dinamarca y las costumbres de una ciudad “demasiado perfecta”
Cuando el avión encendió sus motores y comenzó a carretear, Bruno tomó consciencia de lo que había hecho: aquello que tanto había anhelado ya no era un sueño. De sus amigos y familiares se había despedido a lo grande en su Rosario natal, donde hubo emotivos festejos por el campeonato ganado por su equipo, Deportivo Español, y por su nuevo comienzo. Definitivamente, había dejado una vida confortable atrás, pero estaba ansioso por conocer el siguiente capítulo de su existencia.
Aquellas horas de vuelo, signadas por la adrenalina y la incertidumbre, trajeron un buen augurio. Allí, entre los tantos pasajeros, Bruno conoció a Mariela, Lucía, Matías y Cami, otros seres con su mismo espíritu, que en Dinamarca se transformarían en verdaderos amigos.
Copenhague emergió hermosa en cada esquina. El joven jamás había visto tanta perfección: “¡Hasta demasiada! El choque cultural fue muy fuerte”, exclama siempre sonriente. “Pero su belleza no fue lo que más me impactó, sino el silencio en las calles. Acostumbrado a vivir en Rosario, con gente gritando por todos lados, bocinazos, insultos, acá, en Dinamarca, todo me parecía en extremo silencioso. Cabe aclarar que extraño un poco ese lío”, agrega entre risas.
“Otra cosa que me asombró y me sigue impactando es la cantidad de muebles que sacan a la calle para regalar. Es una costumbre típica: los primeros días de cada mes, aquellas personas que van a renovar algo de su casa, en vez de venderlo, lo sacan a la vereda para quien lo necesite. Suelen encontrarse camas, televisores, sillones, mesas, de todo y en buen estado”, continúa. “El hábito que me gusta bastante, que coincide con tantos países, pero que en Argentina no se incorpora, es el de entrar a las casas sin calzado para no ensuciar los pisos”.
“En otro orden de las cosas, no me gusta la falta de espontaneidad, tanta agenda anticipada para organizar algo, aunque sí se puede observar una hermosa camaradería entre los más jóvenes. Una costumbre muy linda es que, cuando terminan el secundario, alquilan un camión grande, todos se suben a él y, en el recorrido, pasan por cada una de las casas de los alumnos, donde bajan un rato y los padres los esperan con comida y bebida, y siguen viaje a la siguiente, gritando y cantando como locos”.
Patriotismo y calidad de vida: “Acá el esfuerzo tiene su gran recompensa”
Las semanas se transformaron en meses en los cuales Bruno seguía maravillado por los paisajes de su nueva vida en aquella ciudad donde parecía haber más bicicletas que personas, y en donde podía respirar un patriotismo evidenciado a través de las innumerables banderas lucidas en tiendas, hogares y hasta tortas de cumpleaños.
Con nuevos amigos acompañándolo desde el inicio, su camino de adaptación fue mucho más fácil de lo esperado. Dispuesto a no limitarse en sus opciones, de inmediato consiguió un empleo en una empresa de mudanzas, un trabajo rentable, aunque agotador.
Para su sorpresa, el argentino descubrió un mercado laboral activo y pronto decidió cambiar de empleo. Se incorporó a una compañía logística dedicada al trabajo en depósitos de rubros tan variados como la cosmética, las bebidas alcohólicas o la chocolatería, un espacio agradable y que trajo consigo nuevas enseñanzas.
“Siento que estoy aprendiendo un montón. Me encanta lo que hago y el ambiente que se genera”, asegura. “Hablo desde mi experiencia: acá las oportunidades laborales sobran. Si venís abierto, sin trabas mentales, se consigue empleo muy rápido. De hecho, es más fácil conseguir trabajo que alojamiento”.
“La calidad de vida es muy buena. El costo de vida es muy alto, pero los sueldos están a la par, entonces te queda una gran capacidad de ahorro. Por otro lado, la seguridad con la que te manejás por la calle es sorprendente y el transporte funciona muy bien. Acá el esfuerzo tiene su gran recompensa”, continúa.
“En relación a la calidad humana, la gente es en extremo amable y siempre te responden a tus dudas con respeto. En mi caso, mantengo vínculos con los daneses por temas de trabajo y otros aspectos cotidianos, pero mis amigos son argentinos, rumanos e italianos. El idioma es bastante difícil y eso complica forjar una mayor intimidad y meterse de lleno en la sociedad”.
Vivir en otro destino para crecer y enriquecerse
Más de un año ha pasado y mucho cambió desde que Rosario lo vio partir. El regreso es incierto; para Bruno, las fronteras del planeta se han comenzado a diluir completamente presentándole un universo de posibilidades, aunque por ahora su destino inesperado, Dinamarca, tiene mucho más por ofrecer.
Hoy, desde su hogar en Copenhague, Bruno rememora su pasado argentino y sonríe. Alguna vez temió que el tiempo se le esfumara entre sus dedos, dando paso a la pregunta “¿Qué hubiera pasado si...?” Animarse a vivir su sueño, no solo apartó aquel interrogante, sino que despertó en él nuevas formas de observar el mundo.
“Vivir en otro lugar no solo te enriquece a través del aprendizaje cultural, sino que te enseña a valerte por vos mismo, sin la ayuda de un tercero. En tierra extranjera surgen numerosas instancias donde uno se halla aislado, sin apoyo, no solo en los momentos duros, sino en lugares cotidianos, como hacer un trámite, buscar trabajo, conseguir vivienda, mudarte y tanto más”, reflexiona Bruno. “Esta misma experiencia me enseñó a relacionarme con gente de culturas y costumbres muy diversas (¡hay muchos extranjeros en Copenhague!), y eso te abre mucho la cabeza; vivir una larga temporada fuera de tu tierra de origen te enseña empatía: en mi caso, de cada persona trato de ver lo positivo, más allá de lo que nos cuesta entender, más allá de nuestras diferencias”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, NO LOS PROTAGONISTAS. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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