Dejó Rosario para vivir un tiempo en Estados Unidos, pero la vida la llevó a Berlín, donde halló una sociedad inesperada, multicultural, y que prioriza la vida personal
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“Socialmente, los alemanes tienen algo distinto a nosotros: son directos y transparentes. Decir la verdad puede ser ofensivo en nuestra cultura, donde siento que se prioriza el mantenerse positivo o no transmitir `malas energías´. Ellos, en cambio, simplemente expresan lo que desean y les parece. Así que, si tenés un amigo alemán, ya sabés: si hay algo que no va a ser con vos, es falso. Esto es uno de los pilares, creo yo, que los hace construir relaciones de amistad más sólidas, profundas y duraderas con unos pocos, antes que intentar sostener amistades con muchos”.
Quien lo manifiesta es Sofía Calvo, una argentina que en otros tiempos soñaba con vivir en Estados Unidos -un país que conoció y la conquistó- hasta que un día llegó a Berlín, para enfrentarse con una explosión de diversidad y una cultura inesperada.
Ver qué hay más allá de las fronteras: una experiencia en Estados Unidos
Sofía quería ver qué había más allá de las fronteras conocidas. Siempre había sentido fascinación por Estados Unidos y anhelaba volar hacia aquel país impregnado de intrigas, para romper mitos acerca de su cultura y comprobar si las cosas allí sucedían tal como en las películas.
Decidida a estudiar administración de empresas, pronto supo que su universidad ofrecía un programa de intercambio. Apenas le fue posible, la joven armó las valijas y se dispuso a cumplir su primer gran sueño. Estados Unidos, tal como lo había fantaseado, la maravilló y, si bien halló aspectos de la cultura que no le resultaron tan positivos, en aquel suelo encontró a la gran nación de las oportunidades, un territorio ideal para quienes desean crecer en lo profesional y alcanzar una mejor calidad de vida.
“Berlín es el lugar”
Tras un año en Estados Unidos, su ciudad, Rosario, se sintió extraña. La independencia, seguridad y la multiculturalidad que había experimentado en los últimos tiempos habían dejado su huella; Sofi había dejado de naturalizar ciertos comportamientos argentinos y, al finalizar su carrera, decidió abrirse al mundo una vez más, para vivir otra experiencia, ya no de estudio, sino de trabajo. Fue así que, con su pasaporte italiano en regla, la joven posó su mirada en el continente europeo. “Berlín es el lugar. Hay mucho de esta ciudad que te va a encantar, es muy diversa, un encuentro de todas las culturas del mundo”, le contó un día su gran amiga, Lara, una española a quien había conocido en su intercambio.
“Mi corazón seguía en Estados Unidos, pero las oportunidades laborales parecían abundar en Berlín y mi pasaporte lo facilitaba todo”, cuenta Sofi. “Poco a poco, empecé a postularme a diversos puestos, hasta que finalmente quedé en una startup de software, en un puesto de ventas”.
A Sofi le informaron que tenía que estar allí en tres semanas. De inmediato les contó a sus padres, buscó vuelos y emprendió la tarea titánica de hallar vivienda: “En Berlín hay un dicho que dice que es más fácil encontrar trabajo que lugar donde vivir”, observa. “Cierto miedo ante lo desconocido fue inevitable, pero en mi entorno me decían que no perdía nada yendo a ver qué tal. Lo peor que podía pasar era que no me guste y vuelva. El que no arriesga no gana y, si perdés, en el fondo, tampoco lo hacés: te llevás el aprendizaje”.
Con el apoyo incondicional de sus padres, llegó el día de la despedida en Ezeiza. Su madre no pudo contener el llanto y en los ojos de su padre podía adivinarse la tristeza. Tras un largo abrazo, Sofi dejó atrás Argentina para darle comienzo a una nueva aventura
Una ciudad que cuida el nivel de estrés: “Pensé que me iba a encontrar con el mismo primer mundo que viví en Estados Unidos”
Arribó en Berlín llena de consejos y advertencias, pero, aun así, no pudo evitar asombrarse a cada paso. Ante Sofi, emergió una sociedad cuyos comportamientos distaban mucho de todo aquello que había vivenciado en sus días norteamericanos. Y, para su sorpresa, pronto comprendió que los alemanes ni siquiera sentían admiración por ciertos rasgos estadounidenses, tal como le sucedía a ella.
“Pensé que me iba a encontrar con el mismo primer mundo que viví en Estados Unidos, sin embargo, acá la gente no admira el capitalismo de la misma manera, ni la sociedad se basa en el sistema meritocrático”, manifiesta Sofi. “Por ejemplo, en Berlín (y en Europa en general) se valora muchísimo el balance entre la vida personal y profesional. Tal es así, que se ve reflejado en las leyes: ¡25 días de vacaciones al año pagas, sin importar la antigüedad! Raramente se trabaja más de las 8 horas diarias sujetas por la ley y los empleadores se aseguran de que sus empleados estén bien en este aspecto. Ya van cuatro veces que mi jefe me dice que, si me estoy sintiendo triste o mis niveles de estrés son muy altos, me vaya a mi casa y me tome el resto del día. Los alemanes no viven para trabajar y no viven `a mil´ como los americanos”.
Para la “antipatía” que le habían anticipado sí estaba preparada, aunque Sofi enseguida entendió que no era bueno generalizar. En los alemanes halló ciertos rasgos comunes: los encontró no muy sonrientes, reservados y repelentes a la “charla de pasillo”: “No les gusta el smalltalk, eso que los argentinos hacemos tan bien, es decir, hablar al divino botón”, dice la joven entre risas. “De hecho, un día le pregunté al CTO de la startup qué tal había estado su día (para dar charla nomás), a lo que abrió su calendario y me describió reunión por reunión qué había hecho, incluyendo hora de inicio y finalización de cada una de sus actividades”.
Amistades y romances en Berlín: “Se dice siempre que, después de las primeras citas, es la mujer la que tiene que dar el primer paso”
Poco tiempo atrás, en una conversación con dos compañeras alemanas de trabajo, Sofi les propuso ir a tomar algo y ellas reaccionaron con mucho entusiasmo. Días después, inesperadamente le llegó una invitación por Google Meet llamada “Girls night”, programada para dentro de cuatro semanas: “La había enviado una de ellas, literalmente calendarizaron una juntada como si fuese una reunión laboral, ¡y para dentro de un mes! No paré de reírme con eso”.
“Sí, cuesta mucho llegar a los alemanes y que se abran con vos, pero muy de a poco lo van haciendo, aunque recién después de un año podés llegar al mismo nivel de confianza al que llegarías después de una semana con un latino o español, aunque, claro, el idioma influye”, reflexiona Sofi, quien en Berlín se maneja en inglés, como la mayoría en su entorno. “Luego serán leales, muy directos y transparentes”.
A Sofi, la cultura de las citas románticas también le resultó muy llamativa. Se encontró ante un panorama mucho más igualitario, en donde normalmente cada uno paga la mitad desde el comienzo y los acercamientos en nada se parecen a los mecanismos de los hombres en suelo rosarino.
“Acostumbran a dar paseos por los parques en las primeras citas. El argentino es famoso por `chamuyar´, y el alemán por no saber cómo encarar a una mujer”, agrega sonriente. “Se dice siempre que, después de las primeras citas, es la mujer la que tiene que dar el primer paso, porque los chicos `son lentos´ y vergonzosos a la hora de animarse a dar un beso, ¡muchas amigas dieron el primer paso con alemanes! Y, si alguna vez vas a una cita con un alemán/alemana, preparate para las preguntas existenciales o de vida, muy profundas. Con amigas hablamos mucho al respecto”.
Discotecas nonstop y mucha cerveza, en una ciudad sin edulcorante y muy vegana
Al tercer día de su llegada a Berlín, sumida en pleno modo “turista”, Sofi pidió un café en un Dunkin Donuts ubicado en la Puerta de Brandemburgo. “Edulcorante, por favor”, le dijo a la vendedora en inglés, quien, para su sorpresa, no sabía lo que era y, cuando se dirigió a la segunda mujer en la caja, esta le anunció que allí no tenían. “A partir de ahí me di cuenta de que nadie usa edulcorante porque es artificial; por costumbre, usan azúcar blanca o negra, miel, o nada para sus infusiones”.
“Otro aspecto llamativo es que las discotecas abren viernes a la noche, de corrido, hasta el lunes a la mañana. ¡Mi jefe fue el finde pasado y se quedó desde las 2 am del sábado hasta las 2 am del domingo! La mayoría pasa música tecno y en muchos lugares se debe tapar la cámara del celular, porque no se permite filmar ni sacar fotos para respetar la privacidad y que todos puedan expresarse libremente”, continúa Sofi. “Se puede fumar adentro de los bares y ¡hay fernet! Se puede tomar en todos los lugares públicos, así como dentro de los trenes y en los parques”.
“Es 100% verdad que toman mucha cerveza. En mi oficina tenemos bebidas gratis a disposición y hay una heladera llena de variedades de cervezas. He visto a más de uno tomándose una antes de almorzar. Entre las bebidas también tienen dos que particularmente me llaman la atención: una que se llama `mate´, aunque no se parece al nuestro, y otra llamada Fritz Kola, que viene en varios sabores, incluido sabor coca cola. El Glühwein (vino caliente con especias) es también muy tradicional. Esto de consumir sus propios productos locales en vez de seguir la tendencia internacional, se repite en otros rubros”.
“Interesante, sin embargo, es que una de las comidas más tradicionales alemanas es el famoso Schnitzel. ¡Me encantó!, no podría haber sido de otra forma, si es prácticamente como comer una milanesa argentina”, dice con una gran sonrisa. “Otro aspecto singular de Berlín es que está plagada de veganos. La ciudad es un sueño para cualquier que está intentando dejar los productos de origen animal. ¡Y la variedad de panes que tienen es genial! Los mismos panes que encontrás en una panadería boutique en Buenos Aires, están en un supermercado en Alemania a precios extremadamente accesibles”.
Calidad de vida en Berlín
Caminar por las calles de Berlín fue una experiencia enriquecedora desde el comienzo, con sus edificaciones cargadas de historias de oscuridad y resurrección. Para Sofi, sin embargo, la arquitectura de la ciudad le resultó uno de los rasgos más llamativos. Amante de los tiempos modernos, se encontró ante numerosas construcciones de viejas épocas, de no más de siete pisos, todas sin ascensor. Jamás olvidará aquella vez, cuando una amiga embarazada tuvo que subir las escaleras y, en el camino, rompió bolsa.
“Para mí lo más sorprendente es que a todos los alemanes les encantan sus edificios”, observa, mientras rememora varias anécdotas. “Tienen una fascinación por este tipo de arquitectura, especialmente por los techos altos. No les importa que los baños y las cocinas sean viejas, de hecho ¡les gusta! Bajo mi mirada, están estancados en la historia y no desean avanzar, aunque esto implique una mejora en su calidad de vida”.
“Pero, aun así, hablando de calidad de vida, acá es sin dudas mejor. El sistema de transporte (incluido las bicicletas, que se ven por todos lados aunque hagan 15 grados bajo cero) está muy bien organizado y mantenido, al igual que los parques, que son muy frecuentados. La educación y la salud es pública, y está a disposición de manera impecable”, agrega. “Y no hay asaltos, te sentís segura caminando de madrugada. Eso sí, el robo de bicicletas (cuando no estás presente) está en alza, por lo que se podría decir que Berlín es muy segura, pero tampoco perfecta”.
“En cuanto al reciclado, hay unos aparatos en todos los supermercados en donde uno lleva las botellas de plástico y vidrio, y la máquina te devuelve dinero en base a qué tipo de envase ingresaste. Por lo general, es 25 centavos de euro por botella, no mucho, pero sin dudas lo suficiente como para motivarte a separar la basura en tu casa”, asegura. “Los alemanes son estrictos y sumamente puntuales. Si una reunión es a las 11 am, a las 11 am estarán todos conectados, un minuto después llega el italiano y diez minutos más tarde el latino. El respeto por todas las normas acá a mí me gusta mucho, creo que este orden es en parte lo que los lleva a hacer el país que son”.
“Jamás olvidaré cuando vi la cantidad de impuestos que me habían sacado de mi sueldo”, recuerda Sofi. “El director de IT me dijo: `Yo estoy feliz de pagar mis impuestos acá´, nunca había escuchado algo así. Después entendí dos cosas: si bien son altos, no son más altos que en Argentina y, segundo, no perdés nada, su valor está reflejado en los servicios públicos”.
“En Argentina nos encerramos en nuestros límites geográficos y mentales”
Perderse de las comidas en familia, las juntadas con los primos y los tíos, y las salidas con amigas de toda la vida, duele. Para Sofi, Argentina siempre se extraña, contra ello no se puede. Y, aun así, a esta altura no puede evitar sentirse un poco forastera en sus regresos. Sofi eligió un camino que no todos en su país de origen comprenden, donde la soledad por momentos se presenta fuerte, pero las ganas de vivir otra cultura y aprender de ella prevalecen siempre.
“A veces, cuando volvés no es fácil reintegrarse. Si bien las relaciones de amistad se mantienen, hay amigos que tal vez redefinieron su identidad o grupos que cambiaron sus miembros. Pero te das cuenta también de quiénes son realmente tus amigos y quiénes no, quiénes te ven felices por lo que hacés y quiénes te resienten”.
“Creo que lo que más me enseña mi experiencia en Berlín es a no tener prejuicios. Todos nosotros pensamos y decimos que no somos racistas, y no digo que lo seamos, pero en el fondo todos tenemos esos sesgos de razas y proveniencias culturales que inconscientemente nos nublan la cabeza”, reflexiona. “En Argentina, desde que nacemos nos rodeamos de personas parecidas, todas de apariencia similar y con la misma cultura. Nos encerramos en nuestros límites geográficos y mentales, sin embargo, más allá de las fronteras hay un mundo de gente muy diversa, que nos enseña que, a pesar de todo, no somos tan diferentes”.
“Somos todos personas, y si bien el chico de Pakistán que trabaja conmigo está acostumbrado a eructar (porque no es de mala educación para él, lo que a mí me choca mucho), él también se siente estresado al final del día, también extraña a sus padres que no ve hace años, él también quiere tener un lugar lindo donde vivir, y quiere ir al parque, divertirse y recibir cariño. Mientras más diferencias veo, más me convenzo de que somos todos iguales”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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