Con los hijos el panorama cambió y nuevas emociones surgieron. “Nos empezó a picar el bichito del querer volver y que los chicos no crecieran en un ambiente tan alejado de la familia”
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Dinamarca sonaba muy alejado de su universo conocido, sin embargo, la pareja decidió embarcarse en una nueva aventura. Ellos habían explorado algunos rincones del mundo con anterioridad y estaban familiarizados con las emociones previas a los largos viajes, esas sensaciones intensas y a veces confusas, en donde la felicidad y la excitación se funden con la ansiedad, los miedos y la curiosidad.
En sus días de soltera, Juliana Caviglia había estudiado en Nueva York y San Pablo, mientras que su actual marido, Patricio Luppi, había vivido por algún tiempo en México, Brasil, Estados Unidos y Venezuela. Pero, aún a pesar de estar habituados a los cambios residenciales, Copenhague asomaba como un enigma. Se oía extraña e inesperada; sin dudas, imperdible.
Por aquellos días, sus pensamientos y conversaciones vagaron por su futuro excitante y prometedor, sin imaginar que aquel destino les abriría las puertas en dos instancias diferentes y fundamentales de sus vidas: con y sin hijos, una oportunidad que les permitiría experimentar un mismo país de diversos modos.
Hacia un nuevo hogar
Se fueron por primera vez hace más de diez años, cuando todavía eran novios. A Patricio le habían ofrecido un trabajo en la empresa danesa A.P.Møller-Mærsk, y luego de un viaje para entrevistarlo, aceptaron la propuesta y se mudaron a la capital de aquel país escandinavo. "Nuestra familia se lo tomó bárbaro, era una gran oportunidad laboral y una buena experiencia como pareja para aprender sobre una nueva cultura", rememora Juli.
Antes de la partida, la joven se descubrió algo nerviosa. Aquel nuevo horizonte se había acercado lo suficiente como para sentirse real y, aun así, era incapaz de visualizar lo que se dibujaba en él. De pronto, sintió como si estuviera por atravesar un portal hacia lo desconocido; sin whatsapp y con las redes sociales apenas emergentes, allí no tenía contactos, ni sistema de contención, no sabía qué esperar. "Ahora mudarse a otros lugares no es tan desconcertante porque hay mucha información disponible", opina.
Su alegría era notable y, sin embargo, algo se sentía diferente. Ya no se trataba de un viaje de estudios, sino de una travesía por un tiempo indeterminado lejos de sus costumbres y de sus seres queridos; una pequeña angustia, intrusa pero clara, se sumó a su dicha y la acompañó, innegable, hasta la despedida.
Llegar a Dinamarca
En un día templado de junio del 2008, el portal se abrió definitivamente y Dinamarca les dio la bienvenida. Allí, vivieron de a dos hasta el año 2011, para luego regresar con sus hijos en el 2016. En el paréntesis atravesaron otras peripecias en Angola y Escocia, pero esa es otra historia...
Los primeros impactos, sin niños
Aquella primera vez Juliana arribó a Copenhague abrumada. A diferencia de un viaje de placer, en donde uno suele moverse en una especie de burbuja distanciada de la rutina lugareña, ella se dispuso a organizar cuestiones relacionadas a la vida cotidiana, que de inmediato la contactaron con la realidad. "Lo primero que sucedió fue que me sentí impactada por los precios. ¡Todo me resultaba carísimo! Claro, es un país con una de las cargas impositivas más altas del mundo. La gente aporta con gusto porque vuelve en prestaciones sociales diferenciales (como el pago de una mensualidad considerable para los estudiantes o seguro de desempleo) y servicios. Los sueldos son buenos y con el tiempo me pareció de lo más normal. Como nos suele ocurrir con cada situación, uno naturaliza. El ser humano se acostumbra a todo".
En un comienzo se instalaron en un pequeño departamento acogedor en el corazón de la capital, atrás del centro comercial Illum, sobre la calle Silkegade, una zona muy turística, céntrica y definitivamente anti-niños. Fueron tiempos de explorar con ojos de turista, de adecuarse a la llegada de un invierno áspero y de experimentar un choque cultural decisivamente fuerte. "El idioma fue una de las barreras más grandes a superar ya que, si bien todos, pero absolutamente todos los daneses hablan inglés - algo que facilitó muchísimo la vida diaria-, los anuncios, carteles y las comunicaciones están en danés. Es un idioma simple a nivel gramatical, pero extremadamente difícil de hablar. Hoy, después de muchos años de haber vivido acá, entendemos y podemos manejarnos, pero aún no podemos mantener una conversación fluida o sentirnos integrados por el idioma", revela.
Para la joven pareja, recorrer las calles de Copenhague resultó una experiencia maravillosa e incansable. A Juliana le costaba salir de su asombro al ver lo prolijo y sencillamente bello que era todo a su alrededor. Allí donde sus ojos se posaban podía reconocer el buen gusto y el amor de los daneses por la estética.
"Tienen tiempo y dinero para esmerarse en que todo se vea lindo, para que sus hogares tanto por dentro como por fuera sean agradables. Resulta muy satisfactorio", observa, "También me impactó la actitud saludable de los daneses: se transportan en bicicleta, hacen mucho ejercicio, comen muy sano y les importa estar bien física y estéticamente. Así mismo, me sorprendió lo rápido que encontré trabajo, sucedió a las tres semanas; y a los dos meses me cambié a la misma empresa que mi marido. Trabajábamos 37 horas semanales, todas muy eficientes. Uno va a hacer lo que tiene que hacer, sin perder tiempo, y se vuelve temprano a su casa".
Así, los años se sucedieron entre la vida laboral, los viajes cortos por el continente y una rutina cotidiana de a dos, tal vez demasiado tranquila y algo chata para su gusto, pero en donde su vínculo se afianzó hasta el matrimonio. Entonces llegó el año 2011, en el cual les tocó emprender otra aventura inesperada. En aquel transcurrir inusual llegaron sus dos hijos al mundo, vivieron otra vida de una de sus tantas vidas, hasta el día en que su amada Copenhague les dio la oportunidad de experimentar otro volver a empezar.
La segunda vuelta, con hijos
El barrio que Patricio y Juliana habían elegido en el pasado ya no era apto para su nueva vida, por lo que decidieron mudarse a una majestuosa y bella zona residencial llamada Hellerup. Un rincón en las afueras de grandes casonas con jardines, un silencio llamativo y una atmósfera familiar ubicada sobre el mar. "Soñado, simplemente soñado".
De ensueño, sí, y sin embargo para Juliana no todo fue sencillo de asimilar. Para ella, el choque cultural que había experimentado en los años previos seguía siendo sobrecogedor y, por momentos, difícil de sobrellevar, algo que la había motivado a intercambiar acaloradas conversaciones con su marido en varias ocasiones. "Me asombran los modales de la gente en la calle", explica, "Patricio dice que son costumbres, y para mí es sencillamente cierta falta de modales. Los daneses son muy directos, no mantienen conversaciones que consideran que no tienen sentido – small talk - y en su lengua no se usa el por favor, o sea que cuando piden algo van al grano: ¿me darías esto? Simple. Y así son con todo en la calle, en la mesa para comer, para con el prójimo y, en lo personal, me choca. Por otro lado, son extremadamente celosos de su espacio personal, su privacidad y son muy autosuficientes, al punto de que, si ves a una madre desbordada de chicos y bolsas y le querés dar una mano, ni te acerques porque se sentirá ofendida si ofrecés ayuda. Y, claro, tampoco la recibirás".
Aun a pesar de las diferencias culturales y sus aristas, para el matrimonio la excelente calidad de vida en Dinamarca marcó un punto diferencial a la hora de buscar el bienestar de su familia. "El balance entre la vida laboral y la vida personal es una cuestión fundamental para la sociedad entera, es algo que se cumple sin excepciones. Para ello se trabajaban horas flexibles y siempre se efectúan los horarios pactados", observa Juliana al respecto, "Los daneses trabajan para vivir y no viven para trabajar, y eso se traduce a una muy buena calidad de vida: acá se suele volver a las 17 para pasar la tarde juntos con los chicos y disfrutarlos. En Argentina eso es casi imposible con los horarios laborales y las horas de viaje".
Con hijos, ante Juliana emergió una nueva ciudad. El matrimonio, que había vivido con sus pequeños en Escocia y Angola, pronto vislumbró a Copenhague como un lugar ideal para criarlos: allí encontraron un entorno seguro, sencillo para movilizarse y colmado de actividades de todo tipo enmarcado por paisajes excepcionales. Durante su experiencia anterior, Juliana solía contarles a sus amigos que la ciudad era bastante callada y hasta aburrida, que absolutamente todos los negocios y locales de cualquier índole cerraban los domingos, y que los sábados abrían únicamente hasta las 14.
"Hoy en día es mucho más flexible el tema de los comercios, los domingos hay actividades y se puede armar un buen plan", cuenta. "Aparte nos movemos en bici a todos lados. De puerta a puerta (casa-trabajo), mi marido tiene quince minutos en bicicleta y los recorre por la costa. Y yo la uso para trasladar a los chicos, hacer las compras, llevarlos a natación o una playdate. Es mucho más práctico, eficiente, económico, saludable y ecológico moverse en bici que hacerlo en auto. En Dinamarca, en especial en Copenhague, está todo armado para poder hacerlo. Y las plazas y la playa son la gloria. Además, adoro que acá no solo se saquen el calzado en las casas, sino también en el jardín de infantes. En este país no se usa empleada doméstica, toda la familia colabora en la limpieza de la casa y por ello descalzarse es fundamental para mantener los ambientes", agrega.
Educar en Dinamarca para vivir en comunidad
Ante la posibilidad de permanecer en Dinamarca por varios años más, el matrimonio se informó acerca del sistema educativo danés, que funciona de manera similar en toda Escandinavia. En él encontró aspectos positivos y negativos, signados por costumbres libres y relajadas para sus primeros años, y una formación buena, aunque tal vez menos ambiciosa que en otros puntos del planeta, para los subsiguientes.
"El jardín es para jugar libremente, o sea que no hay estructura alguna. El chico hasta los seis años asiste allí y luego entra a la escuela. En la mayoría de los colegios primarios no se toman exámenes ni pruebas y todos los alumnos pasan de grado. En secundaria el enfoque está en el trabajo en grupo. Luego, dependiendo de la performance, eligen ir a la universidad o a estudiar para un oficio", continúa.
"La universidad es gratuita y además el Estado les paga un salario de aproximadamente 1000 dólares mensuales para asistir durante seis años (la mayoría de las carreras duran cuatro). En ocasiones se relajan porque no tienen necesidad ni apuro en recibirse rápido. O sea que, en general, al danés no lo preparan para rendir exámenes o competir, sino que le enseñan que el grupo es lo primero y que hay que trabajar en equipo".
"Para mí es positivo porque los proyecta para desempeñarse en sociedad, aunque podría decirse que tiene el bemol de que individualmente no vale tanto la pena sobresalir, porque probablemente no te lo reconozcan. Realmente creo esto se ve reflejado en el día a día: es una gran comunidad que funciona como un reloj, porque son muy honestos, pero no suelen poner demasiada energía en destacarse sobre los demás. Nadie va a esforzarse mucho por hacer algo que no esté en su job description (requisitos laborales), por ejemplo. Aun así, el sistema claramente sirve", reflexiona.
Regresos y aprendizajes
Para Juliana, los regresos a la Argentina siempre significaron un punto de comparación e inflexión. En el pasado, cada vez que dejaba su suelo natal lo hacía pensando en lo feliz que era, en lo bien que estaba y lo lindo que era vivir afuera. El matrimonio simplemente disfrutaba de las visitas que hacían a Buenos Aires, sin tener que lidiar con las complicaciones cotidianas de vivir en Argentina.
Pero con los hijos el panorama cambió y nuevas emociones surgieron inevitablemente. "Los regresos se hicieron más difíciles", confiesa, "Por el viaje tan largo y porque duelen las despedidas. Y con ese dolor nos empezó a picar el bichito del querer volver y que los hijos no crezcan en un ambiente tan alejado de la familia. O sea, nuestra vida en Copenhague es perfecta con hijos, salvo que nos falta la familia y amigos. En Dinamarca las relaciones y los vínculos son más fríos, las familias no se juntan todos los domingos para comer, los amigos que tienen son los seis o siete que se hicieron fuerte del colegio, y luego no les interesa mucho abrir su espectro de amistad porque `no tienen tiempo´, entonces prefieren concentrarse en los que ya tienen".
Es por este motivo que hoy Juliana y su familia decidieron dejar Dinamarca para volar hacia un destino muy esperado: regresan a Buenos Aires con la intención de vivir por primera vez con sus pequeños hijos en el país que llevan en su corazón: "Eso sí que va a ser toda una aventura".
Con los años, Juliana comprendió la fuerza de los lazos familiares y de amistad cuando llegan los hijos al mundo. Salir a explorar y vivir en una sociedad tan opuesta a la propia le dejó grandes enseñanzas acerca de respetar las formas de ser de cada uno, de escuchar el propio corazón y atender la importancia que para muchos seres humanos tiene la calidez humana, más allá de lo perfecta que pueda verse una comunidad.
"Para mí fue definitorio, un choque cultural que tuve que superar: acostumbrarme a que los vecinos no saludaran, a que los compañeros de trabajo llegaran a la oficina y no se diga buen día, y menos en invierno, cuando realmente les agarra como una depresión por el clima y se vuelven más ariscos aún en el trato. Es un tema cultural, porque para ellos saludarte sería invadir tu privacidad, cuando para nosotros simplemente es reconocer que hay un ser humano -y no una planta- y que merece ser reconocido como tal con un saludo cordial", ríe.
"Sin embargo, me dejó enormes lecciones. Aprendí a convivir con gente diferente a mí, y que en muchos aspectos no me gustaba, y aun así a ser muy feliz. A disfrutar de todas las cosas positivas y tratar de no concentrarme en las negativas, porque todos los destinos tienen pros y contras, ninguno es perfecto. Y esta experiencia me enseñó a construir mi hogar y mi círculo afectivo en un lugar opuesto y extraño, y aun así sentirlo mi casa, mi ciudad. Porque, a pesar de que hemos iniciado un nuevo capítulo de nuestra historia llamado Argentina, a Copenhague la amo y la siento tanto mi ciudad como a Buenos Aires", concluye conmovida.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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