Para Alejandro Berman dejar su país de origen fue una de las decisiones más difíciles de su vida. Chile, tan cercana, se sentía remota, como si perteneciera a otro mundo; aquel territorio vecino del que poco sabía, jamás había formado parte de sus conversaciones íntimas ni de sus futuros imaginados. Pero inesperadamente allí estaba, junto a su mujer, despojándose de su universo conocido, dispuesto a partir.
En su mar de contradicciones sintió miedo, angustia, negación y aceptación. Y en las semanas previas, otras sensaciones extrañas cobraron protagonismo: la escenografía habitual de pronto le resultó ajena y comenzó a ver a su Buenos Aires como nunca antes, con ojos de turista. Las usuales marchas, la arquitectura magnífica en su recorrido cotidiano desde Retiro hasta Belgrano R, los clásicos paisajes porteños, los amigos estrechados en un abrazo intenso, los hombres y mujeres en los bares degustando un café en una soledad acompañada por la muchedumbre y por la lectura del diario, todo, absolutamente todo le pareció hermoso: "Puede ser que vivir en Buenos Aires sea difícil, pero es bellísima, de eso no me cabe ninguna duda. Es un rincón del planeta lleno de vida y cultura".
Nuevo destino, Santiago
2012 fue el año que los vio partir. Laura, una médica psiquiatra colombiana, con maestrías y posgrados, y Alejandro, un analista de sistemas capitalino, trabajaban incasablemente y, aun así, apenas llegaban a fin de mes, sin lujos, escasas salidas y ni pensar en un crédito hipotecario. A pesar de que se hablaba de una cifra inflacionaria oficial, la tablita de excel mensual les indicaba otra cosa. "¿Cómo podía ser que siendo dos universitarios que trabajábamos todo el día estuviéramos tan ajustados y sin previsión del futuro?", se sigue cuestionando Alejandro hasta el día de hoy.
En un comienzo pensaron en España, pero a Laura le llevaría varios años poder ejercer, ya que le exigían una homologación y volver a realizar una residencia. Entonces se fijaron en Canadá, Nueva Zelanda, Australia e Inglaterra, para descubrir que los requisitos allí eran similares o incluso más complejos.
"Un día un amigo de Laura, un médico colombiano que ya vivía en Chile desde hacía un año, le contó que era más accesible, que los profesionales ganaban bien, que había menos inflación y mayor previsibilidad", cuenta el argentino. "La verdad es que sabía más de Brasil o Uruguay, pero poco de la situación en Chile, así que lo llenamos de preguntas y buscamos índices de inflación, precios en el supermercado, el transporte, un plan de celular, la situación de inseguridad y más, hasta que, finalmente, decidimos darle una oportunidad. Mi hermana vive en Suecia desde el 2002, así que mis padres no se sorprendieron. Lo duro fue despedirme de las amistades. Es difícil decirle adiós a un amigo".
Nuevos hábitos, otras costumbres
Alejandro jamás olvidará los primeros impactos, entremezclados con la adrenalina de un nuevo comienzo y los temores inevitables. Desde migraciones hasta su primera morada, el orden en suelo chileno se hizo evidente, así como la carencia de exaltaciones y bocinazos. Las semanas iniciales estuvieron ocupadas por los trámites de residencia, con tiempos eficientes, caracterizados por la claridad.
"Poco a poco me fui dando cuenta del desorden y la informalidad a la que me había acostumbrado", confiesa. "Recuerdo lo extraño que me resultó pararme en la cebra peatonal para aguardar que los autos pasen primero y ver que frenaban a la espera de que lo haga yo ¡sin tocarme bocina ni insultarme! ¡Qué marcianos!, pensé. Ahora, cuando viajo a Buenos Aires, me sale cruzar porque me acostumbré a la prioridad del peatón. ¡El marciano soy yo!".
Aun así, habituarse a su nuevo entorno fue más complejo de lo esperado. Aquella previsibilidad que la pareja tanto había deseado, se transformó en un desafío para el espíritu de un hombre amoldado a otras realidades. En un camino de aceptación sinuoso, Alejandro halló dificultades al descubrir en Santiago de Chile a una sociedad seria y más conservadora: "Acá, en general, las personas se me hacen más familieras, ordenadas, más calmas, menos contestatarias, menos `piolas´", observa. "Por otro lado, no se suben al tren sin pagar, no evaden los impuestos y hay muchísimo más respeto a la autoridad, sea cual fuere".
Calidad de vida, calidad humana
Laura y Alejandro no tardaron en obtener un espacio para desarrollar sus respectivas actividades profesionales. Pronto develaron que, todo aquel que contara con un título universitario y trabajara duro, podía progresar e incluso aspirar a tener una casa propia: "Acá te dan crédito para todo, lo cual también es peligroso porque está lleno de gente muy endeudada".
El alto nivel de consumismo, tal vez desmedido por momentos, había impactado a Alejandro desde el comienzo; compras y desfiles de marcas constantes y en abundancia resultaron ser parte del paisaje habitual, que despertó en él una serie de interrogantes acerca del poder adquisitivo de su nueva comunidad.
"En esta ciudad se hacen muchas diferencias entre la `elite´ y el resto de la población, algo que se denota incluso a nivel geográfico. Por ejemplo, muchos de los que cuentan con grandes ingresos residen en la altura; la gente habla de `vivir arriba´ o `vivir abajo´ y esto marca una clara distancia social. Esta `elite´ está beneficiada tanto en los paisajes, en el nivel de contaminación del aire, así como en la prevención de inundaciones", explica el argentino. "Cuando llegué me impresionó cómo la desigualdad también repercute fuerte en la salud y la educación universitaria, que son muy caras. Creo que en Argentina no apreciamos lo suficiente el acceso público que tenemos en ambos casos. Acá hay un examen que se llama PSU, cuyo resultado determina a qué carrera y a qué universidad se puede aspirar. Si fuiste a una buena escuela - privada, cara- es más factible que saques una buena nota, en cambio, para la gente de bajos recursos se dificulta. El sueldo básico es malo y la verdad no alcanza para nada, pero después ves gente pudiente arriba de una Ferrari. Me da la sensación de que la movilidad social en Chile hoy es casi nula. Para una persona que solo accede a una educación pública es complejo poder progresar".
Fue así que, aún sintiéndose un extraño y sumido en la añoranza de las formas de relacionarse argentinas, a Alejandro le costó largo tiempo acostumbrarse a la gente y a sus diferenciaciones sociales. En un comienzo, le pareció ver soberbia, distancia, conservadurismo y un alto grado de machismo, pero, con el correr de los años, sus impresiones fueron cambiando:
"Viví episodios de xenofobia, tanto por ser judío como por ser extranjero, lo mismo mi esposa, que es colombiana y de color, ella sufrió racismo. Por suerte con el tiempo uno aprende a diferenciar y darse cuenta de que no todos son iguales y que hay gente maravillosa, se hacen amigos y se conocen seres brillantes", revela. "Asimismo, me fui percatando de que el golpe militar quedó muy impregnado, fueron casi treinta años de una dictadura que lastimó a la sociedad chilena. Siento que las nuevas generaciones de chicos, que ahora tienen unos veinte años, van a marcar una diferencia positiva enorme. Tengo mucha esperanza por el Chile que está por venir en el mediano plazo".
"A nivel humano, aunque no se puede generalizar, me da la impresión de que los argentinos somos más amigables, más alegres, hacemos chistes todo el tiempo. Y, si veo a la familia de mi mujer, ellos son una fiesta. Acá rige una mayor formalidad incluso entre amigos. El protocolo del saludo es así: mano, breve abrazo con dos palmaditas, mano. Cuando me junto con mis tres amigos chilenos – a los que aprecio muchísimo - bromeo con eso y se ríen de sí mismos. Con ellos la paso muy bien, aunque debo admitir que formar vínculos fue de lo que más me costó en este país".
Regresos
Alejandro a veces extraña tanto, que duele. Aun así, en cada reencuentro con su tierra natal lo acompañan sensaciones agridulces. Volver a verse trae consigo una carga de ilusión potente, que en algunas ocasiones le deja sabor a poco cuando se da cuenta de que apenas logró reunirse una o dos veces con sus amigos. Inevitablemente, y con el correr de los años, percibe cómo los vínculos se transforman e incluso algunos se desvanecen de manera natural.
"Y es lógico. Si bien la tecnología nos permite comunicarnos seguido, definitivamente no es lo mismo", reflexiona al respecto. "Uno se va y la vida de los que quedan continúa andando, al igual que la de la persona que emigra. Es normal fantasear con que el tiempo se detiene mientras estamos ausentes, pero el mundo sigue dando vueltas, lo cotidiano se pierde".
"Pero, a pesar de los sentimientos contradictorios, siempre es lindo volver a la Argentina. Apenas siento las ruedas del avión aterrizar en mi tierra pienso `estoy en casa´; con el paso de los días, comienzo a extrañar el nuevo hogar formado y en el viaje de vuelta me siento triste pero contento, con la certeza de que siempre regresaré a mi patria; que Argentina, con todos los problemas que tiene, siempre será mi hogar. Sin embargo, no puedo evitar entristecerme al ver que pareciera no haber cambios ni progreso, pero que la gente la sigue remando a pesar de todo", se emociona.
Aprendizajes
"Contame, ¿cómo es tu lugar en Chile?", le preguntaron a Alejandro pocos días atrás. "¿Mi lugar en Chile? Siempre voy a ser argentino, aunque esté mil años viviendo acá. ¡Y jamás voy a alentar a la roja!". Sin dudas para él, un hombre de 40 años, no hay grises en los sentimientos que encierra su respuesta.
Tal vez, la nostalgia se haya transformado en fiel compañera de su nueva vida, pero, a pesar de su añoranza, las angustias de aquel lejano 2012 aún siguen grabadas en su memoria. Alejandro se recuerda junto a las planillas comparativas y las columnas de los pros y los contras, tras una búsqueda ansiosa de un futuro mejor en una nación que ya no percibe lejana. Hoy, con la llegada de su hijo al mundo, siente que tomó la decisión correcta: "Creo que es normal querer comparar al país anfitrión con casa, pero con el tiempo y el análisis, también me di cuenta de que en mi caso debía pensar en dónde se vive mejor, independientemente de las emociones".
"No es fácil emigrar, no es para cualquiera, muy de a poco me voy acomodando a la previsibilidad de este país. Somos naciones vecinas, pero somos muy diferentes. Este suelo me enseñó de resiliencia y adaptación. Al principio, me encontraba a cada instante criticando todo. Sinceramente, me costó muchísimo ver que las cosas no se hacían a mi manera, tardé en entender que soy yo el que tiene que aceptar y se tiene que adaptar. Es uno el que debe disminuir las pretensiones y bajarse del caballo. A veces, el argentino sale del país con el pechito inflado a llevarse todo puesto, y las cosas no son así. Por ese camino te terminás dando la cara contra la pared de una forma tremenda. Creo que uno nunca deja de aprender si está dispuesto a hacerlo. Tal vez, al compartir experiencias, podamos tomar lo bueno de cada uno, enriquecernos y mejorar entre todos".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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