Teresa Arias escuchó la charla con absoluta fascinación y, de pronto, un sueño perdido resurgió de entre las cenizas. "Lo tengo que descartar, es imposible", fue lo primero que obligó a decirse al percibir que una emoción extraña cobraba protagonismo. Por entonces, la diseñadora industrial tenía 33 años, estaba en pareja hacía 15, y tenía dos hijos en la primaria. Sí, era imposible.
Aquel día había acompañado a su hermana, psicóloga, a un encuentro en el que presentaban becas completas para realizar másteres en Francia. A lo largo de la ponencia, sin embargo, ambas descubrieron que el perfil que Campus France buscaba coincidía con el de Teresa, quien no pudo evitar recordar aquel viejo anhelo de diseñadora, de niña que fantaseaba con una larga temporada académica en el país de la elegancia. Pero los años habían pasado, se había casado, había sido madre y su familia estaba acomodada en una rutina difícil de quebrantar. La estructura mental de Tere le decía que emprender aquel viaje era sencillamente una locura.
Las emociones intensas, lejos de apaciguarse con la lógica de lo razonable, la acompañaron durante todo el camino a casa y, al momento de atravesar la puerta, explotaron con un entusiasmo desenfrenado. "La beca es completa, incluye pasantía paga, es una oportunidad única y me puedo llevar a los chicos a vivir a Francia", le expresó apasionada a Luigi, su marido.
Al matrimonio siempre le había gustado la interculturalidad, habían alojado a un niño de Finlandia por un año y la experiencia había sido muy enriquecedora. En un estado de ánimo positivo y creciente, lo conversaron con sus hijos. "¿Qué les parece acompañar a mamá por un año a Francia, para que amplíe sus estudios?" No lo dudaron, para ellos también sería maravilloso en todos los sentidos.
Fue así que, con pleno apoyo de su familia, Teresa se postuló al máster en Ciencias en la organización Campus France de Troyes y cuando quedó seleccionada no lo pudo creer: ¡En apenas unos meses volaría lejos para cumplir su sueño!
Hacia un nuevo hogar
El máster comenzaba en septiembre, y había arreglado con su marido e hijos que ellos viajarían en diciembre, una vez finalizado el año escolar. Por razones laborales, Luigi iría únicamente de visita (algo que repitió dos veces más a lo largo del año siguiente) y los chicos, por otro lado, se quedarían a vivir en Troyes y se incorporarían a la escuela local.
"Me subí al avión muerta de miedo", recuerda hoy, "Del otro lado del charco una prima trotamundos me esperaba para ayudar a instalarme. Yo había pasado de vivir con mis padres a vivir con mi marido, ¡nunca lo había hecho sola! No olvidaré más la primera noche: el silencio era absoluto y no pude evitar pensar si había hecho lo correcto...".
A los pocos días, y rodeada de un ambiente internacional, Teresa llegó al campus invadida por sensaciones inéditas. Entre la adrenalina de lo nuevo y la incertidumbre de lo desconocido, se sentía como una jovencita que descubre el mundo por primera vez. Lejos estaba de su San Juan querido, de la pequeña ciudad en donde todos se conocían. "Pero el miedo nunca me paraliza y desde el primer día me preocupé en ser abierta, en conocer gente, y por qué no, hacer grandes amigos", afirma emocionada.
Los primeros impactos
La ciudad de Troyes, con una llamativa forma de tapón de botella y situada en la región de Champagne, emergió similar a como Teresa la había imaginado. Si bien París quedaba tan solo a una hora de distancia, allí pudo respirar aires de pueblo, de lugareños siguiendo un ritmo de vida característico de la gente del interior.
Lo primero que la asombró fue la sencilla elegancia, siempre presente en la vida cotidiana, en las calles a toda hora y en los eventos de la ciudad. "Mientras nosotros en Argentina nos tomamos un cafecito, en las terrazas de Troyes se puede observar a los grupos de amigos bebiendo champagne. La ciudad tiene esa atmósfera chic inexplicable y una arquitectura medieval maravillosa", observa Tere.
La gentileza le resultó de igual manera impactante. A medida que las semanas transcurrían, el carácter de su nueva comunidad comenzó a develar sus colores; le sorprendió que cada situación social, amena o tensa, siempre se desenvolvía en un marco de extremo respeto y educación. "Pude sentir mucha empatía en todos los ambientes, en la vida en los parques (se realizan muchos picnics), en la universidad, en las escuelas y en la rutina del tránsito", continúa, "Y dentro de los comportamientos clásicos y elegantes, me llamó la atención que sigan utilizando con frecuencia el correo tradicional y manuscrito. Pero, por otro lado, agendan llamadas telefónicas con semanas de anticipación, todo tiene fecha y horario y, tal como sucede en otros destinos europeos, hay poco lugar para lo espontáneo".
El trabajo y la escuela
El máster combinaba estudios y pasantía, y Teresa pronto comenzó trabajar. La seleccionaron desde una consultora de Comercio Internacional para desarrollar negocios en mercados hispanoparlantes, por lo que su español fue una ventaja valorada.
"Tuve mucha suerte y mi jefe fue muy generoso. Asistí a eventos, capacitaciones, misiones y viajé por toda la zona de Champagne conociendo a bodegueros tradicionales de más de cinco generaciones. Todos ellos manejan un negocio familiar, lo que los vuelve gente muy sencilla y con mucho respeto por lo que hacen. En general, en toda esta región se percibe una calidad de vida muy buena", cuenta sonriente.
Para sus hijos, Ignacio y Federico, que por entonces tenían 9 y 12 años, la experiencia resultó fantástica desde el primer día. El trámite para el más pequeño fue simple, había llegado un jueves y el lunes ya estaba en el colegio, lugar en donde lo incorporaron de inmediato y con gran entusiasmo. Para mejorar su francés (ambos tenían las bases del idioma), asistió a clases de apoyo dos veces por semana. Federico, en cambio, debía ingresar a su primer año de la secundaria; lo entrevistaron, midieron su francés y calcularon cuántas horas extra debía tomar para una mejor integración.
"Él fue a un colegio de inmigrantes, donde las materias las dictaban profesores franceses. Las experiencias fueron distintas, pero en ambos casos las escuelas eran públicas, y excelentes. Ellos participaron de todas las actividades e incluso hicieron viajes escolares. Algo fantástico fue que al inicio del ciclo escolar la biblioteca les brindó todos los libros para ese año y cuando concluyó los devolvieron. No tuve que pagar por nada más que por los cuadernos y los lápices. Por otro lado, destaco la muy buena comunicación con las escuelas en relación a todos los asuntos concernientes. Fue una muy buena experiencia".
Amistades y afectos
Tere, Federico e Ignacio no tardaron en construir lazos de amistad fuertes e inolvidables. La madre lo hizo en el ámbito de la universidad, en donde forjó vínculos sólidos con brasileros y sudafricanos, y otros más leves con franceses, algo más distantes en su personalidad, aunque siempre dispuestos a ayudar de ser necesario. "Eso sí, acá los encuentros siempre se dan en espacios por fuera del hogar", aclara.
Para los hijos, en cambio, las relaciones con los locales fluyeron de forma más sencilla, motivados por la edad, y las tantas actividades que se suelen compartir en los años escolares. "Aparte, los chicos ingresaron a un club de rugby en donde nos recibieron como parte de la familia; los entrenadores y los compañeros siempre tuvieron paciencia y especial cuidado con mis hijos para hacerlos sentir parte del equipo. Al punto que Federico fue elegido para la selección regional y salieron campeones, algo que nunca olvidará", continúa con orgullo.
"Sin embargo, recibir la visita de nuestros afectos más cercanos fue incomparable. Tener por momentos a mi marido y a mi madre fue un regalo inmenso. Pasar juntos Navidad, Año Nuevo y Reyes en Francia fue increíble", exclama Tere, "Decoran todo, hay desfiles, celebraciones en la calle, ferias, mucha iluminación, los chicos podían subirse a un trineo que le dejaba la carta a Papá Noel, ¡es muy bonito! Las comidas típicas son todas calientes y muy deliciosas. Y de postre, la Gallete des Rois: quien descubre el obsequio oculto en él, puede llevar la corona y es el rey", ríe.
Regreso y aprendizajes
Durante un año, Teresa vivió una experiencia que le quedará grabada en su memoria para el resto de su vida. En Troyes, ella y sus dos hijos crecieron como seres humanos en todos los sentidos imaginables.
Al suelo natal regresaron con una sensación agridulce, aunque la felicidad fue la estrella. Emocionados, se reencontraron con sus seres más queridos para fundirse en un abrazo y sentir como si los días no hubieran pasado. "Lo sentí con grandes amigos, de esos donde la distancia no importa, son amistades inquebrantables. Siento que nosotros, los argentinos, tenemos vínculos muy íntimos y entendemos que la vida compartida es mejor".
Teresa Arias aún recuerda con nitidez aquella charla que le cambió la vida. Atada a estructuras mentales que suelen encarcelar al ser humano sin sentido, ella solía creer que cumplir un sueño propio a los 33 años, casada y con dos hijos, era imposible.
Pero a pesar de los miedos, Tere decidió pronunciar su deseo en voz alta y convertirse en la heroína de su propia historia. Por aquel sendero descubrió que incluso las travesías más osadas, aquellas que implican grandes cambios, desafíos de pareja y distancia, se pueden llevar a cabo cuando lo que prima es el amor, la confianza y el enorme anhelo de regalarle alas a los que más queremos para verlos alcanzar sus sueños.
"Con mi experiencia entendí que no hay circunstancias o tiempos correctos o incorrectos; que hay caminos y formas distintas de hacer las cosas, lo único necesario es tener coraje. Mis días en Troyes me enseñaron que de cada cultura tenemos algo que aprender y que, si hacemos el esfuerzo de ponernos en los zapatos del otro, seremos capaces de entender mejor nuestras diferencias. Aprendí que, siempre que uno esté abierto a ello, se pueden hacer amigos, y que cada amigo es un regalo. Descubrí que el mundo está lleno de gente amable, colmada de hospitalidad hacia el extranjero. Aprendí a valorar aún más a mi pareja - y como nunca - a mi madre, que se sumó a esta aventura por un período para acompañarme. Ella, que solo habla sanjuanino fluido, estuvo allí para sostenerme y apoyarme en momentos que lo necesitaba. ¡Ah!, y, sin dudas, también aprendí a valorar el buen clima argentino", concluye riendo.
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