Sebastián Bassi conocía Estados Unidos, un país al que le había tocado viajar por trabajo y por placer, un territorio amplio y poderoso del que sin dudas tenía muchas opiniones, sentencias vehementes construidas a través de su mirada argentina forjada gracias a los tantos relatos de conocimiento común, y de aquellos otros provenientes de la ficción. Sin embargo, ¿realmente conocía Estados Unidos? ¿podría alguien alguna vez hacerlo?, ¿podría una persona ser capaz de explorar lo suficiente una nación como para definir sus costumbres y su identidad en unas pocas palabras?
Al pisar suelo norteamericano definitivamente, sin saberlo, Sebastián le abrió las puertas a una forma inédita de percibir a los seres humanos y al mundo. Y en ese tramo de su nueva realidad no tardó en comprender que la respuesta era no, le resultaba imposible definir a un país por completo tal como él creía, o al menos no desde el lugar que él imaginaba.
Hacia otro destino
Con 41 años y como programador en ascenso, la oferta de trabajar para una empresa localizada en San Francisco, California, le pareció sumamente tentadora y difícil de declinar. Corría el año 2015, y después de arduos meses de mudanza y despedidas complejas aunque alentadoras, se instaló finalmente en la ciudad de Berkeley junto a su mujer, Virginia, y su hijo, Máximo. "Berkeley se encuentra en la bahía de San Francisco y, aunque técnicamente no forma parte de Silicon Valley, está muy cerca de la zona, y su famosa universidad es una de las que más graduados envía a la región, por lo que es considerada importante para el gran polo tecnológico", explica.
Pronto descubrió que aquel rincón del planeta era mucho más que un sinónimo de éxito para toda persona amante del mundo de la tecnología. En su nuevo entorno se encontró inmerso en una atmósfera particular, muy propia y absolutamente diferente a lo que conocía de Estados Unidos, un lugar especial por ser cuna del movimiento hippie, de la resistencia impulsada por la universidad, así como de la corriente del free speach (libre expresión), "es lo más de izquierda, políticamente hablando, que se pueda conseguir en este país, aunque lejos está de asemejarse a nuestra idea de izquierda en Latinoamérica", observa Sebastián, "Berkeley, junto a su ciudad vecina Oakland, lideró en el pasado los movimientos de los derechos civiles, y ahora lo hace con los inmigrantes, forma parte de lo que se denomina `ciudades santuarios´, que significa que no colaboran en ningún sentido con todo lo que tenga que ver con rechazar ni expulsar a los inmigrantes, ya sean legales o ilegales. En esta parte de Estados Unidos nadie es considerado ilegal. Una de las primeras cosas que me impactó fue ver carteles por doquier en donde, entre otras leyendas, se repudia el término".
Luego de superar los primeros torbellinos emocionales, el matrimonio demoró poco en comprender que no se encontraban de vacaciones. Integrarse a una vida cotidiana los obligó a asimilar con rapidez ciertos aspectos de su nueva realidad que desconocían. "Tocó alquilar, dar de alta los servicios, mandar a nuestro hijo al colegio y, en ese proceso, nos dimos cuenta de que no se parecía en nada a la Argentina. Básicamente, todo requirió de mucho menos esfuerzo del que esperábamos. Uno viene con un mecanismo de defensa, preparado para que todo tenga trabas, dispuesto a que te digan que traigas tales documentos, y que al llegar te traten mal y te pidan otros; en definitiva, los trámites te los facilitan y no ponen palos en las ruedas. Siempre están dispuestos a ayudar y para mí fue inesperado, me llamó mucho la atención".
El poder del pueblo y otras costumbres llamativas
Para Máximo, el hijo adolescente de la familia, adaptarse a la nueva rutina no resultó arduo. Ni en el Middle School, ni en el Berkeley Highschool - donde asiste hoy a sus diecisiete años-, recibió aquellas miradas extrañas que esperaba como extranjero. En las aulas se encontró con chicos de todas partes del mundo: asiáticos, europeos y, sobre todo, centroamericanos, y el español, por otro lado, formaba parte del plan de estudios. "Y lo interesante es que, para ingresar, la escuela no pregunta cuál es tu estatus migratorio", remarca su mamá, Virginia, "En lo personal, tampoco me costó adaptarme. Vivir en Berkeley es una experiencia incomparable, es un lugar lleno de particularidades, y con mucho respeto por el otro, por la diversidad. Tiene toda esa ebullición característica de las ciudades universitarias".
Para Sebastián, los comienzos laborales también fueron exitosos, aunque cargados de cierta frustración generada por la congestión en el tránsito. "Y entonces descubrí que acá se practica entre adultos la costumbre del casual carpool (compartir el auto, en vez de viajar por separado), pero lo llamativo es que se lleva a cabo entre extraños. Es muy sencillo: hay una parada central ubicada, por ejemplo, afuera de la estación del tren y allí se forman dos filas, cada una de ellas indica dos puntos neurálgicos a donde te podés dirigir; los autos particulares recogen a uno o dos pasajeros (para que sea casual carpool deben ser mínimo tres), y siguen viaje. Este sistema te permite manejar por el carril rápido (prohibido para autos con dos o menos personas) y con ello ahorrar hasta 45 minutos, así como pagar la mitad del costo del peaje", explica, "Yo suelo viajar como pasajero con este sistema. Mis amigos argentinos me preguntan si no es peligroso subir a extraños y, más allá de que la seguridad en Berkeley es otra, por más que no los conozcas no son extraños, en esas filas nos paramos los mismos trabajadores de siempre, es como tomarte el colectivo a la misma hora, terminás conociendo las caras".
Sin embargo, para el programador argentino fue otra la costumbre que captó su atención, una que develó de la mano del poder del pueblo a través de los comités, o boards. Pronto supo que los boards estaban en todas partes y que existía uno para cada asunto social imaginable, como el comité o consejo del alquiler, el del tránsito, o el de la policía. "Esto hace que todo sea más democrático, y que te sientas verdaderamente representado. Es un control de la mano de la ciudadanía, de la gente común por fuera de los políticos y que los ponen a ellos en jaque de ser necesario. Lo conforman un puñado de personas voluntarias, elegidas por el pueblo, con oficios y profesiones comunes; están para escuchar a la comunidad y monitorear al poder en todas sus facetas. Son así mismo otra forma de canalizar los conflictos, lo que minimiza las manifestaciones del tipo que nosotros conocemos. Un board de gente común que representa a la ciudadanía puede tener más poder que el hombre más rico del mundo, como sucedió en el caso de Long Island City en Nueva York, cuando por los posibles efectos de gentrificación, se frenó la instalación millonaria de Amazon", asegura.
Calidad de vida
Sebastián encontró en Silicon Valley el lugar ideal para ejercer su profesión. Allí, en la meca de la alta tecnología de estos tiempos, emergieron empresas revolucionarias como Apple, Google, Facebook, Cisco Systems, eBay, Tesla Motors, Netflix y tantos gigantes más. "Los sueldos en el rubro son muy elevados, pero esto mismo lleva a que el costo de vida sea altísimo y que la calidad de vida de muchos se deteriore. Acá todo se pone a la altura de los salarios astronómicos, lo que genera que los alquileres no bajen de los 3000 dólares, por ejemplo. En este sentido, por más abierta a la inmigración que esté la ciudad de Berkeley y sus alrededores, son pocos los que realmente pueden permitirse vivir acá. Hay muchos homeless y acceder a una casa propia no es sencillo".
Aun a pesar de sus aspectos negativos, para Sebastián la calidad de vida nunca fue definible en relación al poder adquisitivo y la capacidad de consumo. Para él, el bienestar cotidiano siempre tuvo que ver con la libertad y la tranquilidad; la libertad de vivir sin rejas, de caminar por la madrugada, de ir al baño de un bar y dejar la computadora sola sin pensarlo. "En este sentido, al ver a las mujeres acá relajadas, pude ser más consciente de lo alertas y atadas que viven en otras partes del mundo. Y, lamentablemente, creo que tener mucha plata en países inseguros más que paz, te incrementa los miedos. En Berkeley la gente vive lejos de la zona comercial y en calles pacíficas. Para mí, tener calidad de vida equivale a tener la capacidad de cubrir todas las necesidades en un entorno de tranquilidad".
Reencuentros y aprendizajes
No hace mucho, Sebastián quedó prendado por un programa de televisión peculiar acerca del nosotros y los otros, de las diversidades culturales y el miedo a lo diferente. Allí, una persona de un lugar de Texas con ciertos hábitos y costumbres arraigadas, debía convivir durante treinta días en una región de California, con comportamientos culturales prácticamente opuestos. Al comienzo, aquel extraño se dispuso a observar casi todo con rechazo, pero un buen día sus barreras cayeron para dar paso a las emociones universales, a la humanidad y la empatía que descubrió que se escondían detrás de sus prejuicios.
"Y cuando el protagonista de este programa vuelve a su lugar de origen lleno de aprendizajes, nuevos amigos y una renovada visión del mundo, recibe decenas de preguntas cargadas de estigmas, en donde más que una sincera curiosidad, lo que percibe es la poca voluntad del entorno de salirse de sus propias ideas cerradas acerca de quienes son aquellos otros", continúa Sebastián, "Y esto mismo es lo que me pasa a mí con mi propia experiencia: cayeron mis muros, mis preconceptos y, en varias ocasiones, cuando me reencuentro con gente de mi país siento que se vive mucho en el estancamiento y con bastante rigidez en el curso de los pensamientos. Estando lejos, me di cuenta de que uno puede evolucionar, crecer y, en ese camino, volverse más empático y tolerante. Siento que en Argentina se discrimina mucho, pero creo que, si no me hubiera venido a vivir a Berkeley, no me hubiera dado cuenta", concluye Sebastián, un hombre que comprendió que vive en una nación que es la suma de regiones tan diversas, que la convierte en un lugar difícil de etiquetar en pocas palabras. Tal como sucede con cada ser humano; tal como sucede con el mundo.
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