Todavía recuerda aquella mañana como si fuera ayer. Virginia Rossi se encontraba a tan solo un par de horas de rendir su último examen final en la Universidad Nacional de Mar del Plata, y a una semana de partir a Europa por tres meses junto a su novio, siendo Londres el primer destino que anhelaban explorar.
"Era mayo. Estábamos desayunando, yo con mis apuntes, cuando observé a Danilo leyendo un mensaje en su celular con ojos grandes, como si estuviera viendo algo inesperado. Le pregunté qué pasaba, me dijo que nada, que repasara tranquila, pero insistí porque sospechaba que era algo importante", rememora Virginia, "Era un mail de una escuela de diseño en Milán anunciando que le otorgaban el primer puesto de una beca en la que había participado para hacer un Máster por un año, a empezar en septiembre".
Virginia quedó impactada y por su mente desfilaron un torbellino de interrogantes que pronunció en voz alta: ¿Un año? Si se iban a Londres a la semana siguiente, tenían sus respectivos trabajos en Mar del Plata y no podían ir, volver e irse de nuevo, no contaban con el dinero para ello. "Tranquila. Ahora rendí y después vemos", le contestó su novio con una calma sorprendente.
Y así lo hizo. Rindió con éxito, festejó y se despidió de su familia y amigos avisando que en tres meses los vería. "Realmente pensaba que iba a regresar, lo de Milán no lo teníamos plenamente confirmado y por eso la despedida no fue dura, pronto volvería", recuerda Virginia con una gran sonrisa.
El tiempo, sin embargo, se extendió bastante más de lo imaginado.
Europa Europa
Luego de maravillarse con la belleza de los paisajes europeos, la pareja finalmente se decidió por no volver y, en cambio, dirigirse a la ciudad más criticada por cada italiano que se cruzaron en su recorrido: Milán.
¿Quería quedarse a vivir allí?, se preguntó Virginia. La respuesta llegó sola en un par de semanas, cuando ya se había habituado a las grandes gesticulaciones, la calidez, a los rituales de las comidas abundantes y los "Buongiorno Virginia" de hasta el pizzero de la esquina.
En suelo italiano, ella se enamoró de los sabores y las personas. "Y de caminar por la calle a cualquier hora, sin miedo; se convirtió en mi placer", confiesa."Me sentía segura, un sentimiento tan simple y sencillo que me había olvidado de que existía. ¡Y estaba tan agradecida! Pasear por el Naviglio, un canal antiguo diseñado por Leonardo Da Vinci que atraviesa parte de la ciudad, me deleitaba".
Pasaron los meses, incluso años y se casaron. Ya manejaban el idioma y ambos disfrutaban de un buen trabajo."Ejercía mi profesión en escuelas públicas y privadas, tener el título de la Universidad Nacional de Mar del Plata era muy bien reconocido.", afirma Virginia.
En Milán, la pareja tenía un departamento que se sentía como casa, amigos que se convirtieron en familia, experiencias que los habían hecho crecer en lo personal y en lo profesional. Sí, definitivamente la ciudad los había hechizado y tenía la ventaja de estar estratégicamente situada en el mapa, como para salir a explorar otros rincones del mundo. Y, sin embargo, un nuevo giro inesperado los llevaría por otro camino de vida.
El nuevo hogar
Después de tres años de vivir en Milán, de un día para otro llegó una oportunidad laboral que no podían desaprovechar. "En menos de un mes, nos despedimos de nuestra familia milanesa, renunciamos a nuestros trabajos, le dimos de baja a todos los servicios y comenzamos a empacar. Ya no era una valija cada uno como cuando llegamos a Europa. Eran plantas, muebles, libros, cajas y más valijas que nos hacían notar el paso del tiempo en ese país. Una vez escuché a mi mamá decir que las mudanzas eran unas de las cosas más estresantes de la vida ¡y de un país a otro ni te cuento! Fue difícil dejar Milán, pero fue una decisión en conjunto para un futuro aún mejor", cuenta Virginia con mucha emoción.
En el silencio de la incertidumbre, el matrimonio tomó un tren hacia su nuevo destino: Grenoble. "¿A dónde?" "¿Greno qué?" "¿En qué país?" "¿Cómo vas a hacer con el idioma?" "¿De qué vas a trabajar?", preguntaron los de allá y los de acá y lo cierto es que ella tenía pocas respuestas.
Se trataba de la capital de los Alpes franceses, al sureste de Francia. Una ciudad de 160.649 habitantes en la región Auvernia-Ródano-Alpes. De pronto, el paisaje había cambiado radicalmente y ahora vivían rodeados de montañas nevadas, algo completamente nuevo para ellos, que eran oriundos del mar.
"La naturaleza es escenario cotidiano y la ciudad es tan pequeña que se puede caminar a todos lados. ¡Me encanta!", revela Virginia. "Y acá el transporte funciona y pasa a la hora marcada en la aplicación del celular", continúa entre risas.
Nuevas costumbres y dificultades
Virginia halló en los grenobleses a una comunidad muy deportista. A los pocos días, le sorprendió verlos trotando a cualquier hora del día, o escapando del trabajo para ir a esquiar a las montañas (la pista más cercana está a 20 minutos). "Por ejemplo, durante la pausa para almorzar la empresa donde trabaja mi marido incentiva a hacer deporte, y dan así dos horas libres, una para comer y otra para hacer actividad física", explica.
A pesar de que el inicio les costó un poco, Virginia considera que tuvieron suerte o que en Grenoble los franceses son distintos y por ello menos fríos. "Pero el idioma fue la parte más difícil", afirma, "Los sonidos y la pronunciación del francés son complicados. Para aprender rápido tomé clases intensivas por tres meses en una escuela de idioma, cuatro horas por día de lunes a viernes. Teniendo tres idiomas se hace más fácil aprender el francés. Además, me uní a una asociación de voluntarios para ayudar desde mi profesión a inmigrantes y discapacitados. Todo suma, todo es aprendizaje".
Con un mejor manejo del idioma, Virginia descubrió en los Alpes franceses un lugar en el planeta con una calidad de vida y humana indescriptible, "Encontramos personas que nos ayudaron, haciendo que vivir tan lejos de Argentina no sea tan difícil", explica conmovida.
Y tal como sucede en el resto de Francia, Virginia también quedó impactada por la lucha constante por los derechos y la cantidad de manifestaciones que se llevan a cabo. "En Grenoble son todas pacíficas", aclara, "Mi profesor de francés me dijo que el deporte nacional de Francia es `La manifestación´".
Los regresos
Virginia y su marido Danilo, tratan de volver a la Argentina cada diciembre por tres semanas. "Solo sé que cuando se acerca fin de año mi corazón late un poco más fuerte, porque llega el día de visitar nuestro país. ¡Sé que somos afortunados! Me cruzo con varios argentinos que me dicen que no quieren volver, que prefieren viajar por acá. Pero en mi caso es diferente, desde el momento en que me subo al avión mis ojos se llenan de lágrimas y trato de contener las ganas de llegar".
Para Virginia, volver significa comer asados, alfajores, havannets, facturas y mucho dulce de leche. Volver es llenarse de energía, de amor, "de los abrazos de oso de mis sobrinos, las comidas de mamá, las charlas con papá, las miradas de mis hermanos y las risas con amigas que me hacen sentir que, si bien pasó el tiempo, nada ha cambiado, y que aun si se notó la ausencia, los sentimientos siguen intactos y los lazos se han vuelto más fuertes. Y eso me basta para ser feliz", continúa conmovida.
Pero después de tantos años, Virginia confiesa que despedirse se le hace cada vez más difícil. "Desde el momento en que abrazo a mi familia y mis amigos en el aeropuerto, las lágrimas se hacen presentes. Lágrimas de felicidad por los días inolvidables que me hacen vivir cada vez que vuelvo, y lágrimas de tristeza, porque sé cuánto los voy a extrañar y porque no sé cuándo los voy a volver a ver".
Grandes enseñanzas
Muchas veces, la voz quebrada del otro lado del celular, le marca a Virginia la distancia. Todavía recuerda aquella vez en que tuvieron que ir de urgencia a la guardia a las 3 de la madrugada y que los médicos anunciaron que tal vez su marido debía ser operado.
"Entre documentos incomprensibles y llorando, me senté en un lugar reservado para familiares, una persona al lado mío me entregó un pañuelo, una enfermera me dio una manta para combatir el frío que sentía. Llamé a mis papás, tenía miedo. Fue en ese momento que me di cuenta de que estar lejos no es fácil, que necesitás a los tuyos físicamente con vos conteniéndote, abrazándote. Pero no era posible, así que junté fuerzas de donde no sabía que las tenía para atravesar lo que nos tocara pasar", recuerda Virginia emocionada, "Pero fue en ese momento que también aprendimos que no estábamos completamente solos, que nos habíamos hecho de grandes amigos que se hicieron presentes y nos acompañaron".
Para Virginia la distancia duele mucho, pero afirma que uno aprende a aceptar que hay otros lugares en el mundo que pueden llamarse hogar, que nos hacen sentir bien y nos hacen crecer. Entendió, así mismo, que la vida siempre puede sorprender.
"Por eso no me gusta planificar, ni puedo anticipar el futuro. Unos años atrás, no imaginé una vida en Italia, casarme, y luego vivir en los Alpes franceses. No podía pensar en estar lejos de mi familia y mis amigos. No imaginé que a través de la escritura y la fotografía podría ayudar a gente con sus viajes. Descubrí nuevas pasiones, personas, nuevos sueños, sabores e idiomas. Sé que no me voy cansar jamás de conocer lugares; en cada uno me sorprendo como una niña de cinco años que ve algo por primera vez", afirma profundamente movilizada.
"Aprendí que la distancia fortalece los vínculos que realmente valen la pena y que hay personas que están siempre, no importa la diferencia horaria ni los kilómetros. Descubrí que los olores te transportan a lugares y momentos en tan solo un segundo. Aprendí a comunicarme en dos nuevas lenguas y hacer grandes amigos gracias a ellas. Aprendí mucho y sigo aprendiendo, porque al fin y al cabo la vida es eso: una experiencia de aprendizaje, solo si hay deseos de aprender. Sin embargo, hay una cosa que nunca aprendí: a decir adiós cada vez que me toca volver a partir", concluye.
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