Estos días se registran casi 80ºC de diferencia entre la ciudad de Buenos Aires y este polo de frío en la república rusa de Saja.
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Un mes antes de que comenzara el invierno, el termómetro ya marcaba -37ºC en Yakutsk, la capital de la república rusa de Saja, en Siberia. Nada fuera de lo común para noviembre. Anticipa que en pleno invierno puede llegar a -50ºC sin que nadie se asombre. Pero hay dos pueblos todavía más fríos en la misma región que compiten cada año por cual supera los -60ºC y por cuántos días. Son Oymyakon, que ya montó su cartel de “Polo del frío”, y Verkhoyansk.
Ninguna de las tres localidades está dentro del Círculo Polar Ártico, aunque el 40% del territorio se halla dentro de esa línea y llega hasta los mares que bañan los hielos del Polo Norte. La república de Saja o Yakutia, como se la conoce, tiene 3 millones de km² –es más grande que la Argentina– y allí se registran todos los años las temperaturas más bajas del planeta en zonas habitadas. Temperaturas que hasta para el resto de los rusos son impensables pero para los yakutios, simplemente parte de su vida cotidiana.
Ropa térmica para -20ºC o -30ºC se encuentra en los shoppings y negocios de outdoors y los abrigos de lobo, zorro, visón o marta sibelina son parte del paisaje urbano. Es más, las pieles naturales no son un lujo, sino una necesidad, la clave de la supervivencia en Yakutia. Hasta se usan en el calzado, ya que en los peores meses del invierno lo único que mantiene los pies calientes son las “unty”, botas de caña alta fabricadas con piel de reno, el animal típico de estas latitudes.
Por supuesto no se puede salir sin gorro a la calle y muchas veces se pone arriba del pasamontaña que sólo deja los ojos al descubierto.
Lena Vinokurova, coordinadora de estudiantes internacionales en la Universidad Federal del Nordeste de Rusia, dice que cuando usaba transporte público iba un poco más abrigada. Pero ahora, en auto, con ropa para -25ºC, una chaqueta y una campera polar encima, está cómoda. Eso sí, media hora antes de salir prende remotamente el auto para lograr que arranque.
Donde lo anormal es normal
Los yakutios están tan acostumbrados a esta vida extrema que, recién cuando el termómetro llega a -45ºC, se suspenden las clases en las escuelas. En cambio, los adultos siguen su vida laboral sin alteraciones.
Kristina Tolstyakova, docente de ruso para extranjeros, reconoce que lo difícil de los meses de invierno son las escasas horas de luz, no el frío en sí. Sobre todo entre mediados de diciembre y febrero, cuando sobre Yakutsk se deposita una neblina tan densa que afecta el estado anímico de la gente. Son meses en los que a las tres y media de la tarde ya es de noche y no llegan a seis las horas de luz en todo el día, con muy pocos días en los que se ve el sol.
Se trata de combatir el desánimo con una vida social y deportiva intensa. Abundan los cafés, hay cuatro natatorios públicos y estadios cubiertos y prácticamente en cada cuadra se encuentran pequeños almacenes y comercios con productos alimenticios y básicos como para no tener que caminar mucho para aprovisionarse.
El transporte público es bueno en la ciudad y en el centro hay 8 paradas de colectivo calefaccionadas. Allí la gente se recupera un poco en los días más fríos, hay asientos, máquinas de café y algún kiosko o incluso panadería.
Yakutsk es también la ciudad más grande del mundo construida sobre permafrost, el hielo permanente que no llega a descongelarse en los cortos veranos siberianos. Por eso, sus edificios están asentados sobre pilares y todas son escaleras, hasta para llegar al cajero automático. De otra forma, si las construcciones estuvieran apoyadas sobre el suelo, el mismo calor de las cañerías y la actividad humana aflojaría el terreno y partiría el edificio. Esto hace que toda la ciudad esté recorrida por caños en altura que transportan agua caliente y puedan así ventilar sus vapores, y que debajo de los edificios también se vea una intensa red de caños entre los pilotes.
Stroganina y turismo aventura
Aquí nadie reniega del frío y la gente considera al invierno como la mejor temporada para disfrutar de la naturaleza y llegar en auto a lugares que en verano se tornan inaccesibles, cuando se derrite la nieve. El río Lena, la columna vertebral de la navegación, que desagota en los mares del Ártico, se convierte en una carretera de hielo más rápida que las de asfalto o ripio y segura, por su espesor de 1,20 metros de agua congelada.
Es un plan divertido manejar sobre el río inmóvil hasta la formación rocosa conocida como Los Pilares del Lena, unos 100 km al sur de Yakutsk, declarada Patrimonio de la Unesco hace pocos años.
Pero no es necesario irse tan lejos para hacer un hoyo en algún arroyo congelado y darse un atracón de stroganina, el plato nacional.
La stroganina tiene dos versiones, con pescado o carne de caballo. En el caso del pescado, se lo saca del agua y simplemente se lo deja unos minutos a temperatura ambiente. A -40ºC, enseguida queda rígido como un trozo de madera. Entonces, le rebanan la piel y escamas y cortan la carne en láminas muy finas, tan finas que se enrulan. Esos trozos se sumergen en una mezcla de sal y pimienta y están listos para comer.
Los restaurantes lo tienen disponible aún en pleno verano cuando, por increíble que parezca, la temperatura llega a los 30ºC y los mosquitos y demás insectos se convierten en la pesadilla de todo el país.
Yakutia se disfruta más en invierno, por las opciones que ofrece, desde ir al norte en busca de auroras boreales y recorrer la tristemente célebre Ruta de los Huesos, hasta escalar glaciares o visitar campamentos nómades de pastores de renos dentro del Círculo Polar Ártico.
Para los propios rusos, ésta sigue siendo la última frontera.
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