Cumplió su sueño de emigrar a Estados Unidos; allí vivió el 11S, la burbuja inmobiliaria y, en tiempos de pandemia, una “excusa” lo trajo de regreso a la Argentina.
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“Creo que cada individuo posee un grado diferente de adaptabilidad a las novedades. Cuando uno emigra, generalmente, llega sin haber sido invitado; por lo tanto, es uno quien debe hacer el esfuerzo de adaptarse al nuevo entorno y no a la inversa. A lo largo de mis veintipico de años viviendo en California me ha tocado ver a muchos que no pudieron o no quisieron realizar ese sacrificio y sufrieron mucho más la experiencia. En mi caso, debo reconocer que supe acomodarme a los desafíos que el destino me presentó. Quiero decir, no es lo mismo radicarse en Miami, que es una sucursal de Buenos Aires, que llegar e insertarse en Palmdale, un pueblo casi del far west, donde tenés que aprender todo de nuevo”, manifiesta Fernando Canepa, desde su actual lugar de residencia en Buenos Aires, Argentina.
Un deseo truncado, la nube negra Argentina y la partida definitiva
Desde chiquito, Fernando soñaba con vivir en Estados Unidos. Su tía vivía en Los Ángeles desde los años setenta y le escribía extensas cartas contándole maravillas sobre aquel rincón del planeta. Y claro, él, que tocaba la guitarra y anhelaba ser músico, fantaseaba con ir a Hollywood.
Su primer intento fue a los 26, después de la guerra de Malvinas, pero le negaron la visa. Recién en los 90´ se presentó la oportunidad de la mano de un proyecto musical. Fernando ya estaba casado y tenía un hijo, pero de ninguna manera iba dejar pasar la invitación de escribir algunas canciones para un amigo argentino que residía en su destino soñado.
“No lo dudé, pedí licencia laboral y me fui en septiembre del 95”, cuenta. “El proyecto musical no prosperó, pero me enamoré de California, Nevada, Arizona, y volví a Buenos Aires deslumbrado y dispuesto a convencer a mi esposa de empacar. No lo logré. Recién recibida de abogada, prefirió quedarse y darle una oportunidad al país; la familia, en general, no aprobaba mi `locura´”.
Fernando accedió a la negativa, sacó un crédito y compró una casa en Beccar. Al tiempo, su mujer enfermó gravemente de Lupus, su carrera quedó truncada, algo que la llevó a severas depresiones.
“A fines del 2000 percibí que una nube negra se avecinaba. Yo andaba como gallina sin cabeza y la empresa multinacional para la que trabajaba anunció que cerraba la filial local. Fue entonces que convencí a mi entorno que debíamos hacer un cambio”, revela. “Primero me fui solo un tiempo a estudiar el terreno. Decidí huir hacia adelante. Nunca me arrepentí”.
En aquel viaje todo fue color de rosas para Fernando. Atravesaba el enamoramiento del recién llegado, que lo llevaba a magnificar lo bueno y disimular lo feo, lo malo. Veía las calles y avenidas inmensas, limpieza en todas partes, gente muy educada, alegre y simpática. Mucha variedad de comida, de sabores, y aromas nuevos y excitantes.
“Creo que es natural. En fin, después de un tiempo de disfrutar a lo grande tuve que volver a Buenos Aires a retomar mi rutina y sufrir la depresión del regreso a lo conocido y aburrido. En mi segundo viaje, el definitivo, las cosas fueron diferentes”.
El mundo feliz derrumbado y volver a empezar en Los Ángeles
California lo recibió en junio de 2001, a los 45 años y con un empleo en el negocio de electrónica de un amigo. Silvia, su mujer, y su hijo Pedro, de 10 años, se sumaron al mes siguiente. Al poco tiempo cayeron las Torres Gemelas y la tierra prometedora se hizo trizas en 24 horas: “Todo se dio vuelta, fueron días terribles, mezcla de miedo y orgullo patriótico del ciudadano común”.
De pronto, todo pareció derrumbarse. Fernando y su mujer se divorciaron, ella regresó y él permaneció junto a su hijo en Estados Unidos: “A partir de ese momento mi vida fue un torbellino de emociones y aventuras. Me transformé en un hombre distinto, creo que mejor. La vida, en general, fue dura pero buena”, cuenta sonriente. “Para mí lo más espectacular de Los Ángeles es la multiculturalidad. Fue un tiempo en el que aprendí nuevos idiomas, costumbres, comidas, gestos, ideas, gustos, modos de relacionarse con gentes de etnias muy distintas”.
“Vivía en Palmdale, una ciudad de climas extremos a una hora del centro de Los Ángeles, pero me la pasaba viajando por distintos lugares por mi trabajo”, continúa el argentino, quien se dedicaba a instalar audio y video, y home theaters en comercios y grandes mansiones. “Conocí gente multimillonaria casi siempre muy accesible y agradable. A diferencia del argentino, las personas pasan caminando por la calle y te miran a los ojos y te sonríen sin ninguna doble intención. Son así. En los bares y restaurantes te hablan y abordan como si te conocieran de toda la vida, no importa quién seas o cuál es tu color. Es muy descontracturada la forma de comunicarse en cualquier ámbito”.
“Si bien el racismo está presente en algunos detalles, la verdad es que nunca sufrí discriminación alguna en mi persona, incluso cuando no sabía bien inglés. Y eso que tuve jefes y compañeros de trabajo de todas las etnias posibles en el mundo”.
El regreso a la música, un nuevo amor y una Argentina inesperada
Cuando Pedro, su hijo, anunció que deseaba regresar a Buenos Aires con su madre, la vida de Fernando entró en movimiento pendular. En su repentina soledad vivió un par de romances hasta que conoció a Rosi, la mujer de su vida: “Nos enamoramos y enseguida nos casamos en Las Vegas, como en las películas. Fueron muchos años de felicidad, diversión y aventuras con mi amada Rosi”.
Juntos emprendieron varios negocios, algunos prosperaron, otros no. La crisis de la burbuja inmobiliaria los golpeó y perdieron su casa, como tantos otros. En el 2009, con la muerte de su primera mujer, su amado hijo Pedro regresó junto a él y, con aquel retorno, Fernando recuperó su felicidad total.
“Con Pedro al comando de mi pequeño estudio de grabación, comencé a producir muchas canciones que tenía guardadas y otras nuevas que escribí. No me fue mal, me convertí en compositor profesional al vender algunos temas a distintos músicos y librerías de contenidos digitales. Una de mis canciones salió como fondo musical en una novela prime-time de Telemundo en 2017. No era gran dinero, pero estaba feliz”.
Fernando continuó los siguientes años escribiendo música, tangos, boleros y baladas hasta que la vida, una vez más, lo empujó a empezar de nuevo. Pedro decidió regresar a la Argentina en 2018, a fin de retomar sus estudios en ciencias exactas abandonados en el 2010, y su relación con Rosi culminó en muy buenos términos. Fernando se halló nuevamente solo y tomó un camino inesperado: regresar a la Argentina.
“Como la vieja canción de Gilbert O’Sullivan. En 2020, y en medio de la pandemia, dejé a mi querida Los Ángeles para volverme por un lapso indefinido a la Argentina. La excusa, un trámite judicial, pero la verdad es que mi deseo es estar y acompañar a mi hijo en su vida aquí. Nos queremos mucho, somos grandes compañeros y formamos una graciosa yunta, según mi hermana y mis amigos. También decidí volver para reencontrarme con colores, sabores y amores argentinos que ya extrañaba demasiado”.
Lo pros y contras de vivir en Estados Unidos, y la vida en Argentina
“Como en todos los países, Estados Unidos tiene muchísimas ventajas y también toneladas de defectos”, asegura Fernando al intentar esbozar las conclusiones de su experiencia. “Creo que, comparado con Argentina, no es ni mejor ni peor. Todo depende de las circunstancias personales. Para mí fue una experiencia altísimamente enriquecedora que cambió mi vida y mi visión del mundo por completo y lo agradeceré por siempre. Al fin y al cabo, No soy extranjero en ningún lugar, donde haya lumbre y vino tengo mi hogar...”
“Lo mejor que te da Estados Unidos es la oportunidad para trabajar y emprender como quizás en ninguna otra parte. La mesa siempre está servida para generar negocios y producir lo que se te ocurra. Estabilidad 100%, todos los días son iguales, en veinte años viviendo en California casi no hubo cambio de precios en nada, salvo en el Real Estate y, estacionalmente, en la gasolina. Es posible proyectar planes a mediano y largo plazo. Un delicioso aburrimiento que no se conoce por Argentina”, continúa. “El respeto por las leyes y las reglas son fundamentales para una convivencia tranquila y el fácil acceso a los productos y servicios hacen más fácil la vida. La gente vive sin preocuparse demasiado por la política, de la casa al trabajo y del trabajo a casa. Así de simple. En general todas las cosas funcionan bien y eso influye en la tranquilidad cotidiana. La potencia económica de este país es infinita. Capítulo aparte, las bondades del clima en California: perfecto, seco y templado”.
“Lo menos mejor: Los grandes contrastes y contradicciones de una sociedad de consumo exagerada donde todo es desmesurado y se desperdicia la mayor parte de los bienes, mientras que hay sectores muy pobres y marginales; en L.A. aumenta cada día la cantidad de homeless. ¡Horrible y terrible! Otra cosa que me ha chocado siempre es la gran e innecesaria, para mí, influencia de la religión sobre toda la sociedad. Es impactante ver la intromisión de la religión en todos los momentos de la vida cotidiana”, agrega pensativo. “La salud pública es muy cara, pero tienen aceptables cuotas de calidad en el servicio. La gente que no tiene recursos igual accede al servicio de salud, pero queda muy endeudada o pasa a la bancarrota, quizás el punto más débil de este país”.
“En relación a mi regreso a la Argentina, la verdad es que no me puedo quejar, podría ser peor y no lo es. Si bien mis planes incluyen una vuelta a California cuando mi hijo se gradúe, la pasamos bien aquí. Nada que reprocharle a mi país. Así somos y creo que así seguiremos siendo para siempre los argentinos. Incorregibles. Argentina es mi madre y Estados Unidos es mi actual esposa, y me llevo de maravillas con las dos y las amo por igual. Tengo lo mejor de ambos mundos. El barrio, el tango, los amigos, el flaco Spinetta, y la educación pública que me dio mi patria de nacimiento y la reeducación práctica que me dio Estados Unidos y su policromía cultural, algo que me ayudó a ver el mundo de una manera mucho más amplia, interesante y generosa que antes de inmigrar”.
“Modestamente, creo que soy una mejor persona ahora que antes de irme. Y me siento muy, muy orgulloso por ello, porque lo hice a mi entera voluntad. Hoy estoy en los quince minutos de descanso de mi propio partido, tomando impulso y calentando el músculo para salir a jugar el segundo tiempo. Avísenle al futuro que allá voy, adonde quiera llevarme el destino”.
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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com .
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