Criado en La Matanza, en pandemia viajó con su esposa a Italia y encontraron mucho más que aventuras.
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Nacido y criado en la localidad de La Matanza, en un barrio de italianos inmigrantes, en la provincia de Buenos Aires, Alejandro Demarco (38) siempre sintió una especial atracción por los viajes. Quería conocer cómo era pasar varios meses en modo “turista” y entender la vida de los locales.
Con un trabajo independiente como soporte informático a empresas y particulares, en mayo de 2021, cuando todavía el mundo transitaba los coletazos de la pandemia, junto a su mujer pensaron en viajar a Italia para casarse y que ella pudiera, también, obtener la ciudadanía de ese país.
Aunque fue una decisión difícil, llena de preguntas, con escasas respuestas y sin el apoyo de los seres queridos, se jugaron por su sueño. Dejaron su casa armada tal como la tenían: taparon los muebles con plásticos y, sin mirar atrás, viajaron a Europa con su perra Wendy, una valija llena de ilusiones y unos pocos euros bajo el brazo.
Las dificultades romanas
Llegaron a Roma y advirtieron que tendrían que sortear algunos obstáculos, principalmente el tema del idioma. “Hacer trámites en Italia, hablando casi nada de italiano y tolerando mucha burocracia fue un proceso agotador y difícil. Nos llevó cinco meses poder concluir con todas las gestiones”.
Decidieron alquilar un auto para poder moverse con mayor libertad. Desde Roma se dirigieron a Recanati -un municipio ubicado en la provincia de Macerata en la región de Marcas-. Allí estuvieron un mes y medio en un departamento que alquilaron por la plataforma Airbnb. “Fue todo raro. Aún había toque de queda y algunas trabas que hacían nuestra estancia más complicada”.
5 mil euros sobre ruedas
Hasta que luego de una búsqueda intensiva encontraron un camper que cumplía con los requisitos que estaban buscando. “Lo fuimos a buscar a la montaña. Es del 91 y lo pagamos 5000 euros. Nos dedicamos a refaccionarlo un poco y ponerlo seguro. Baño, tapizados de sillones, de paredes. Cambio de luces. Puesta a punto de mecánica. Reparación de heladera y varias cosas más. Está equipada con todo lo que necesitamos. Tiene ducha caliente, estufa, cocina y heladera. Todo funciona a gas GLP y la luz es con paneles solares y baterías. Nos llevó dos meses dejarla como nos gustaba”.
Pusieron el motor en marcha y no se detuvieron hasta haber recorrido unos 20 mil kilómetros en el plazo de un año. Portugal, España, Andorra, Francia, Italia, Austria, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Suecia y tantos otros destinos más formaron parte de su aventura.
Un proyecto compartido
Pamela es educadora especial. Trabaja con personas con síndrome de down y autismo. Mientras duró el confinamiento trabajó de forma virtual. Pero, en agosto del pasado año, al retomar actividades renunció. Alejandro, por su parte, continúa con su trabajo remoto. Viven con 500 euros por mes que, básicamente, reparten entre la comida y el diésel para el camper. “Cocinamos siempre. Y vivimos de forma muy austera”.
Alejandro confiesa que de Italia no esperaba nada. Pero mientras hacían los papeles de ciudadanía, de sorpresa, pudo entender que se siente parte de un país. “Con sus buenas y malas pero es una conexión difícil de explicar y hermosa. Siempre viví muy feliz en Argentina. Pero nunca me sentí parte. Eso es un poco triste. Por el contrario, Pame es 100% argentina. Ella me enseñó a tomar mate a los 34 años. Wendy nuestra perra de casi cuatro años nos acompaña siempre”.
Después de un año de estar viajando, decidieron hacer una pausa para instalarse nuevamente en Italia y comprender aún más la cultura. Cuando todavía estaban en los países nórdicos, mandaros un CV cada uno y los llamaron de un trabajo. A la semana empezaron a trabajar en una importante fábrica de anteojos. Cumplen un horario de ocho horas diarias en turnos alternados, para que la perra siempre esté acompañada.
“Luego de la jornada, yo sigo con mi trabajo de informática. No es fácil. Pero tampoco imposible. Estamos aprendiendo italiano. Conociendo gente local. Y entendiendo la cosa desde adentro. Nuestra casa es con ruedas y actualmente estamos por la temporada trabajando en Sedico, provincia de Belluno. Estamos estacionados bajo unos árboles escondidos detrás de un predio de deportes. Nada más y nada menos que a cinco cuadras del trabajo. Es un lujo total. Ganamos paz y aprendizaje continuo. Y un camino que sigue recorriendo el mundo con mucho por delante”.
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