Angie D´Errico, que hace 10 años lleva una vida nómada viajando de país en país, quedó tan deslumbrada en su recorrido por Irán, que escribió un libro para derribar prejuicios con los que carga la nación de Medio Oriente
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Angie D´Errico es de esas personas que logró hacer de su vida un constante viaje por el mundo, con algunos regresos esporádicos a Junín, su tierra natal, como cuando se enfermó y murió su perra o cuando el mundo se paralizó por la pandemia y volvió en el último vuelo que salió de Nepal, donde se encontraba en ese momento. Pero, más allá de estas visitas necesarias, desde 10 años vive viajando, de manera muy lenta y austera, como ella misma lo define y con la mochila al hombro. Trabaja en el camino (es traductora de inglés, da talleres de escritura, hace programas internacionales con visas de trabajo temporario) y ahorra para seguir viaje. A sus 33 años, aunque parece menos, tiene muy claro que le gusta viajar sola (suele tener compañeros esporádicos) y con sus propios tiempos. Desarmar la mochila y quedarse lo que sea necesario es su premisa. Y esos viajes que la apasionan son, en muchos casos, difíciles, complicados.
Se animó a hacer sola la ruta del Transmongoliano, de Mongolia a St. Petersburgo, de tren en tren y de pueblo en pueblo durante dos meses por la Rusia profunda, donde no se cruzó a ningún extranjero y donde se encontró desayunando vodka para no ser descortés con sus compañeros de vagón, que la invitaban, todo por señas, nadie hablaba inglés, menos español. Trabajó durante un año en plantaciones de tomates en Australia con el programa Work and Holiday y vivió otro año en Corea del Sur, como empleada en un hostel a cambio de alojamiento, país al que había llegado con la intención de quedarse solo dos semanas. También estuvo en Taiwán, Japón, Nueva Zelanda, Malasia y varios países de Europa del Este, entre muchos otros destinos lejanos.
Pero el viaje que la hizo reflexionar a cada instante, que la movilizó por completo, que la enfrentó a una realidad abrumadora fue un recorrido de dos meses por Irán y el Kurdistán iraní,
Pero el viaje que la hizo reflexionar a cada instante, que la movilizó por completo, que la enfrentó a una realidad abrumadora fue un recorrido de dos meses por Irán y el Kurdistán iraní, un tiempito antes que el coronavirus arruinara momentáneamente los planes de sus futuros viajes. Ese itinerario por Irán la marcó de tal manera que decidió escribir un libro que acaba de publicar de manera independiente: ¿Y dónde están los terroristas? Un viaje por Irán y Kurdistán, donde cuenta por qué la impresionó tanto ese pueblo que vive con el estigma del terrorismo, oprimidos bajo la estricta ley islámica (son musulmanes chiítas) y que necesita desesperadamente contarle al mundo que solo busca la paz. Página tras página se sucede una larga y detallada crónica de sus 62 días en tierra persa, de lo difícil de acostumbrarse a una cultura tan diferente, de los sabores exóticos, pero principalmente de sus enriquecedoras conversaciones y convivencias con los locales.
Antes de bajar del avión en Teherán, la capital iraní, tuvo que ponerse la hiyab, el velo que cubre la cabeza y el cuello, tal como indica la ley islámica, de uso obligatorio para las mujeres en todo el país, y acostumbrarse a llevarla durante toda la estada. También a vestirse con pantalón largo y camisas de manga tres cuarto, a pesar del calor insoportable del verano. En algunas zonas del país el burka, que apenas les deja descubierto los ojos, es la vestimenta que más usan las mujeres.
La hospitalidad superlativa y hasta a veces asfixiante la sorprendió: fueron muchos los iraníes que la invitaban a comer y a dormir en su casa, que la ayudaron cuando estaba perdida, que no la dejaron pagar por ser extranjera, que asumieron sus problemas como propios, que la acompañaron a algún sitio cuando la barrera idiomática no permitió indicarle el camino con palabras.
“Siempre había querido ir a Medio Oriente, siempre me fascinó, y muchas veces me recomendaron ir a Irán, me habían hablado mucho de la hospitalidad de la gente, y además que es un lugar muy seguro”, recuerda ahora desde Junín, en uno de esos altos en el camino, en este caso para ultimar los preparativos de la presentación del libro. La hospitalidad superlativa y hasta a veces asfixiante la sorprendió: fueron muchos los iraníes que la invitaban a comer y a dormir en su casa, que la ayudaron cuando estaba perdida, que no la dejaron pagar por ser extranjera, que asumieron sus problemas como propios, que la acompañaron a algún sitio cuando la barrera idiomática no permitió indicarle el camino con palabras.
“Creo que esa hospitalidad es cultural y tiene que ver mucho con su religión, con el islam. Se lo toman muy a pecho y siempre quieren ayudar. Nunca te van a abandonar. Si no saben, le consultan a otro, pero te resuelven el problema. No existe la maldad, no existen las segundas intenciones en Irán. A ellos les fascina que la gente se anime a ir porque saben la reputación horrible que tienen en el mundo, que se los considera terroristas y su tierra, muy peligrosa para visitar. Muchos me preguntaron cómo me animé a ir. Me veían por la calle y me venían a buscar, me hablaban, me llevaban a la casa a comer, a dormir, me presentaban a todos los familiares. Escuché el Bienvenida a mi país miles de veces. Muchos nunca habían visto a un extranjero en su vida.”
En dos meses recorrió buena parte del territorio central y norte de Irán, incluida la zona del Kurdistán iraní, un pueblo que busca el reconocimiento como nación dese hace años, que habita en territorios de Irán, Irak, Siria y Turquía. Visitó el Valle de Alamut, con montañas cascadas y ríos. Se deslumbró frente al lago salado de Urmía un espejo de agua color fucsia (unos microorganismos le dan ese color al agua), paseó por las zonas selváticas del norte y se sumó a una de las conmemoraciones más tradicionales, el Ashura, la martirización de Imam Hussain, uno de los doce imames del islam chiíta.
“De todos los países que recorrí en los últimos 10 años Irán es donde más segura más sentí. No hay robos, no hay violencia. El hombre no puede acercarse mucho a las mujeres que no son de su familia, así que prácticamente ni te miran. Si te querés sacar una foto con alguien no te podés acercar demasiado. Como tienen trabas con Estados unidos, en Irán no se pueden usar tarjetas de crédito internacionales, así que todos los viajeros van con el efectivo para todo el viaje. Ellos saben que los viajeros son como cajeros automáticos ambulantes, pero no pasa nada.”
“De todos los países que recorrí en los últimos 10 años Irán es donde más segura más sentí. No hay robos, no hay violencia. El hombre no puede acercarse mucho a las mujeres que no son de su familia, así que prácticamente ni te miran.
Recuerda que le rompió el alma ver la impotencia, la desesperación de la gente de probar que no tiene nada que ver con el terrorismo. Y también sus historias de vida, de prohibiciones, de guerras, de muerte. Como pudo, porque pocos hablan inglés -el farsi es el idioma oficial- los escuchó. Cada vez que salía a la calle era exponerse a que pasara algo que iba a seguir en su cabeza dando vueltas hasta varias horas más tarde. Recorrer Irán fue un desgaste mental que la agotaba pero que se volvía irresistible.
Una de las tantas restricciones que deben cumplir los iraníes, además de lo relacionado con la vestimenta, la prohibición de consumir alcohol y de bailar canciones que no fueran las tradicionales, es la prohibición de recibir visitas a dormir en su casa (solo se permiten familiares). Así que para poder participar en redes sociales como Couchsurfing (la plataforma que conecta viajeros con anfitriones que los reciben gratuitamente en su casa) tienen que bajarse una VPN para simular estar en el exterior. El modo de alojamiento que prefiere Angie, además de algún hostel u hotel, es principalmente en casas de familia, según piensa, la mejor manera de conocer una cultura.
“Siempre intento ir a casas de familias, especialmente en culturas tan distintas. Si quiero conocer una cultura en profundidad intento hacer Couchsurfing, para tener más conexión con la gente local.” En este caso, no le fue difícil conseguir familias que la reciban en sus casas: “Viajé bastante haciendo dedo y siempre la persona que me llevaba me invitaba a quedar en su casa, como si fuera lo más natural. Era mucho más fácil de esta manera conseguir alojamiento que por las aplicaciones.”
Esas casas donde la recibían en general eran grandes, espaciosas, de varios pisos y compartidas por la misma familia, con hijos que se casan y se mudan al piso de arriba. Especialmente recuerda las increíbles alfombras persas hechas a mano que adornaban todas las viviendas, las comidas típicas que hacían en su honor y los encuentros donde los anfitriones se peleaban por llevarla a pasear, por mostrarle todo.
El terrorismo y el fundamentalismo, según su percepción, no tienen nada que ver con la gente normal del día a día, que están fuera de los asuntos políticos, que quieren deshacerse de esa imagen que reflejan en el mundo. “Les pesa muchísimo que se los considere terroristas. Lo que me llevó a escribir el libro fue una situación con un panadero cuando iba caminando por Kashan, un pequeño pueblito. El señor vio que era extrajera, salió del galpón donde estaba, no hablaba inglés, así que buscó a alguien que tradujera en el momento y lo primero que dijo fue: Por favor no somos terroristas nos tienen que creer, por favor cuando vuelvan a la Argentina cuéntenle a su familia y a sus amigos que no queremos guerra, queremos vivir en paz. No crean lo que dicen los noticieros.” En ese momento, frente a ese señor de sesenta años que hablaba con la mano en el corazón, que la invitó a tomar el té con el aroma del pan recién horneado, que se largó a llorar en medio de la conversación, Angie sintió la responsabilidad de darle voz, de que sus palabras y la de muchos otros iraníes crucen las fronteras que tienen en muchos casos cerradas. Y así lo hizo, escribió un libro.
“Irán en un país que te llena como viajero, quiero volver apenas se pueda. Después de dos meses empezaba a entender un poco las cosas. También quiero volver a la parte kurda, porque tienen un millón de cosas para contar”.
- El libro, tanto en formato físico como digital, se puede conseguir en https://titinroundtheworld.com/
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