Se fue creyendo que iba a volver, vivió en Madrid, Berlín y Nueva York, pero un suceso inesperado la llevó a Noruega: “El mejor país donde viví”
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La noche llegaba en un parpadeo y Leticia se preguntaba en qué se habían ido las horas. Repasaba mentalmente sus días y estos a veces surgían alienantes, a pesar de trabajar en publicidad, algo que le gustaba. Lo cierto era que gran parte de la jornada se perdía en el camino, los viajes de ida y vuelta eran largos, y les restaban espacio a otros deseos, como aquel anhelo de estudiar Bellas Artes. Trabajar en una ciudad como Buenos Aires parecía equivaler a estar cansado, luchar con los horarios y las distancias y repetir “no tengo tiempo”. Y así, en aquellos instantes donde el hartazgo ganaba la batalla, Leticia desempolvaba aquel otro sueño, que implicaba darle un giro a su vida y tener una experiencia en Europa. “Lo voy a hacer”, se dijo cierta vez, palabras que dieron comienzo a una aventura inesperada.
Para concretar su propósito, lo primero fue retomar el trámite que había iniciado para obtener la ciudadanía italiana. Hacía años que estaba en marcha, era tiempo de agarrar las riendas y encauzarlo. Paralelamente, investigó y decidió postularse para cursar Arte en la Universidad Complutense de Madrid.
Y fue así que cierto día como cualquier otro, Leticia llegó a su hogar y halló dos cartas a su nombre, la primera correspondía al consulado italiano, donde le anunciaban que ya era ciudadana de dicha nación, tras seis años de trámites; la segunda, era de la universidad madrileña: ¡la habían aceptado!
“Aquella increíble sincronía me indicó claramente que era tiempo de partir”, rememora Leticia.
Madrid, Berlín, Nueva York y un destino inesperado: Noruega
Llegó a Madrid sin conocer a nadie, pero feliz. Su idea era ir y volver, por lo que no había nada de desgarrador en su partida, tan solo puro aprendizaje y exploración. Aquella apertura a vivir el “aquí y ahora” jugó a su favor: pronto se hizo un gran grupo de amigos, con los que no solo compartió la vida de estudiante, sino que la llevaron a sus pueblos y le abrieron las puertas a sus mundos, sus familias.
Cuando el año en Madrid concluyó, Leticia supo que no estaba lista para volver. Conocer otras realidades despertó en ella el deseo de querer ver más: “Quería ir a Berlín, meca del arte multicultural. Me postulé a una beca Erasmus en la que había que elegir cinco destinos por orden de preferencia y me advirtieron que era muy difícil obtener la opción número uno, pero lo logré”, cuenta.
Berlín amaneció fascinante, entre su fusión histórica y su juventud ecléctica. Más allá de sus estudios, el arte flotaba en la atmósfera, así como el intercambio cultural y las nuevas amistades. Y fue allí, buscando compartir una casa, que conoció a su actual pareja.
El amor había arribado a la vida de Leticia de manera inesperada, así como sus ganas de seguir explorando el mundo. Tras finalizar la beca, regresó a Madrid y, cierto día, cuando su pareja decidió ir a Estados Unidos, la joven argentina supo que era tiempo de cumplir otro gran sueño: vivir una temporada en Nueva York. “Me interesaba ampliar mis conocimientos en pintura y escultura, pero también en educación”, cuenta. “Desde Madrid pedí una segunda beca para estudiar educación artística”.
Una vez más, Leticia ganó la beca, lo que le permitió vivir dos años en Nueva York, una experiencia para otra historia. Madrid, Berlín y Nueva York le habían obsequiado un sinfín de herramientas y, finalmente, y con las becas concluidas, fue tiempo de respirar hondo y decidir. ¿Quería regresar a la Argentina? La respuesta le costó, pero finalmente optó por volver a España, buscar allí trabajo y comenzar una nueva etapa de su vida: “Soy la única de la familia lejos, que todo se prolongara para mí fue un shock”, dice pensativa.
Leticia consiguió trabajo en Valencia, una experiencia que disfrutó muchísimo, hasta que su pareja, que continuaba en Estados Unidos, le anunció que había conseguido trabajo en Trondheim, Noruega. Aquel lejano país escandinavo nunca había estado en su mapa mental, pero ella estaba dispuesta a volar. Una extraña sensación la invadió a su llegada, cuando se dio cuenta de que había cambiado el sol eterno y el Mediterráneo, por bosques nevados.
Sensaciones extrañas, y el silencio y la belleza de Noruega: “No gritan, no se puede tocar bocina”
Noruega emergió como un lugar frío, alejado, dejando entrar sensaciones raras. Leticia había llegado en verano y hacían 10 grados. Fue recién con el paso de los días que comenzó a apreciar la belleza de los paisajes, donde la población surgía mínima en medio de los inmensos bosques.
Poco a poco, Leticia incorporó la magia del profundo silencio, los aromas limpios y frescos, el mar cercano, el bosque integrado a ciudades en una tierra donde la naturaleza predomina.
“La gente no grita, no se puede tocar bocina”, observa. “Impactan los alces y los ciervos, es normal juntar frutos rojos en la naturaleza. En la ciudad no hay mucho contacto, pero en el bosque todo se transforma: si te cruzás allí con alguien, siempre viene con un hola y una gran sonrisa”.
“Noruega es muy rural, los granjeros preparan los tractores en invierno para marcar las pistas de esquí, que funcionan como caminos comunes para todos”, continúa Leticia. “El respeto por los niños es muy lindo. Hasta los trenes tienen vagones especiales con juegos, y los chicos van ya desde primer grado solos a la escuela. El 17 de mayo, día de la independencia, no lo celebran con desfiles militares, sino que desfilan los niños, donde se suman también las familias y después se hacen actividades familiares”.
“Bañarse en invierno en el mar es una gran experiencia. La gente va con su bolso de colores como si fuera verano y se sumerge en él, aprovechando los beneficios para la salud. Por supuesto, los mercados navideños (más pequeños que en Alemania) son hermosos e ir a ellos es un ritual. También se honra a los vikingos y en Trondheim abundan estatuas de ellos… y ¡aleluya el sauna!”
El país de las estructuras circulares: “Si a uno le va bien, les va bien a todos”
Con el paso del tiempo, Leticia descubrió que el frío de Alemania no era tan frío. Aun así, la belleza de las estaciones bien marcadas la conquistaron por completo, con el otoño en su gama de rojos, ocres y amarillos, y la primavera impregnada de flores fascinantes. Claro que el verano surgió corto, pero caminar por el bosque a las diez de la noche como si fuese de día, lo hacía parecer más prolongado; y el invierno trajo consigo su propia magia, con los rituales de las fiestas y las auroras boreales.
Leticia no tardó en conseguir trabajo como profesora de arte y diseño en una escuela internacional. Allí descubrió que en Noruega se les enseñaba a los niños desde temprana edad a respetar la naturaleza, a desarrollar aptitudes de supervivencia: “Desde pequeños aprenden a usar el cuchillo, prender un buen fuego y convivir con ella desde el respeto, incluso en los días más fríos”.
A su vez, en el ámbito laboral, Leticia aprendió a desprenderse de las estructuras piramidales para darle paso a las circulares: “No son amigos de las jerarquías. Si a uno le va bien, les va bien a todos”, explica. “Los estándares de la educación, mi área, son muy altos. La infraestructura es muy superior a lo que viví en otros países. A los alumnos se les da todo, libros, computadoras, útiles. ¡Y los chicos no pagan dentista hasta los 18!”
“Asimismo, en Noruega son líderes en diversas industrias, atraen gente de todo el mundo por su educación gratuita, son muy diversos, lo disfruto, te enriquece. Es un privilegio poder vivir en un país donde hay un gran respeto por el medio ambiente, se incluye a las personas por su trabajo, sus capacidades y no por su origen. Piensan en ellos y el entorno como algo que está conectado. Es una sociedad que no está fragmentada, y hay muy baja corrupción. Recientemente, se comenzaron a preocupar por la inflación y el año anterior hubo una huelga nacional de docentes”.
“Viví en distintos países y lo cierto es que en Noruega me siento más valorada”, continúa. “El noruego es muy educado, no es un inconveniente al principio no hablar su idioma. Saben que tienen un país muy lindo y les encanta contarte sobre cómo viven. El ámbito de trabajo es muy diverso y reciben a muchos refugiados: todo esto los hace muy abiertos. Trabajamos mucho en las escuelas para lograr una integración social”.
“Sin dudas, la calidad de vida en Noruega es alta, aunque el costo de vida también. Por ejemplo, no es tan usual salir a comer afuera, es muy caro, pero, por otro lado, está mal visto dejar propina y esto esconde un detalle: se considera que todos los trabajadores en Noruega deben ganar un buen sueldo que les permita vivir bien, a diferencia de otros lugares del mundo. Todo esto se traduce en el costo del servicio”.
“Noruega, más allá del clima, es el mejor país donde viví. Alquilar o comprar es más accesible, no hay rejas, la seguridad es casi absoluta. Tiene lo que se llama un capitalismo de Estado, que explica los impuestos muy altos, pero reflejados en la comunidad, donde el acceso a todo es igualitario”.
De regresos y aprendizajes: “En Argentina hay un prejuicio de que cuanto más cansado estás es que más trabajás”
Leticia jamás imaginó que algún día viviría en Noruega, de hecho, nunca imaginó un pasar lejos de su amada tierra, Argentina. Su vida, sin embargo, fluyó por caminos inesperados a partir del instante en el que decidió cruzar la frontera. Hoy, desde un rincón remoto para muchos, su vida transcurre entre el trabajo duro y el ocio consciente, disfrutado. Con su familia propia, ella, como todos los habitantes de Noruega, se fusiona con la naturaleza, junto a su pareja y su hijo de cuatro años: “La pregunta es si después de nuestras obligaciones, vamos a la playa, al lago o a los bosques. Si tengo un día estresado voy a ver si la marea sube o baja, a observar a los pájaros sobrevolando el mar”.
“Argentina, mientras tanto, está siempre presente”, dice Leticia, conmovida. “Creo que es el país más lindo del mundo. Cuando voy comparto con mi familia pero trato de recorrer algún lugar, disfrutar del buen clima, la diversidad geográfica, la comida. Duele ver cómo la política impacta cada vez más, que todo el mundo esté tratando de sobrevivir, que la pobreza crezca, que la gente se pelee tanto en todos los ámbitos. Amo a la Argentina, me duele. Me cuesta irme, pero me cuesta quedarme también (diría Drexler). Me encantaría trabajar en la Argentina, pero no consigo tomar esa decisión por el impacto que le podría causar a mi familia. Ojalá algún día pueda hacer algo con mi país. Trato de ser una buena embajadora estando afuera”.
“Mi experiencia me enseñó que la familia es la familia, pero uno también tiene que abrirse a un camino propio, que implicó, en mi caso, dejar atrás a mi familia biológica. Fue duro, porque no tenía necesidad”, continúa. “En Noruega aprendí a respetar cosas que hemos ido perdiendo, como el respeto por la naturaleza. A pagar el derecho de piso sin quejarme. A valerme por mi capacidad y no por contactos. A que hay que tener disciplina, ética y constancia para desarrollarse en el exterior”.
“Cada día, aprendo a sobrellevar el vacío que implica ser inmigrantes. Pero también aprendí que eso de que los alemanes o los noruegos son más fríos es un mito: he desarrollado amistades que se toman el tiempo de escucharte, conocerte, y he tenido más desencuentros con amigos en Argentina, donde a veces somos todos amigos, pero, cuando los necesitas no es así. Estoy en una cultura en la que lo que dicen lo hacen, me gusta”, asegura. “Aprendí a vivir más temprano. A trabajar mucho cuando hay que trabajar, y disfrutar cuando es tiempo de estar con uno y con la familia. En Argentina hay un prejuicio de que cuanto más cansado estás es que más trabajás. Acá en Noruega piensan que hay algo que estás haciendo mal si estás cansado; no estás optimizando tu tiempo. No se exigen horas extras”.
“Estoy aprendiendo a encauzar mis emociones, los argentinos somos muy viscerales. Me siento a veces dos personas diferentes, pero hoy trato de balancear. Estoy aprendiendo una nueva lengua y a ser más paciente. ¡Y desaprendí muchas cosas también!, como a bajar la velocidad que llevamos los porteños dentro”, agrega. “Extraño compartir un mate, pero tengo un par de amigas argentinas y además, en el curso de noruego, mis compañeras sirias toman mate, que es popular para ellos también”.
“Aprendí de los noruegos que se toman todo con soda, y, si están estresados, se van al bosque”, sigue pensativa. “Los argentinos tenemos un gran país, pero tenemos que hacer introspección, ser más abiertos, porque no somos tan abiertos como creemos. Una sociedad que se quiebra, duele, porque mata el potencial, mata los sueños. Tenemos que aprender a cambiar nuestras malas formas y valorar lo que tenemos. Noruega pasó fuertes hambrunas y pesares, pero pudieron construir desde la equidad. Me da rabia que teniendo tantos recursos, los políticos no hayan podido hacer eso: construir a través de la ética”, concluye Leticia emocionada, para luego revelar que ahoga su nostalgia por Argentina a través de sus pinturas, y que no mira el mapa para olvidar lo lejos que se encuentra.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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