En Ginebra descubrió una “calidad de vida universal” que la impresionó; hoy cuestiona la naturalización de la inseguridad y los dichos de la ministra de Seguridad, Sabina Frederic.
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Micaela Arias vivió su infancia, adolescencia y juventud en el conurbano bonaerense, donde creció rodeada de amor y recuerdos felices que la definen como persona. Las extrañas vueltas de la vida la llevaron un día a Ginebra, Suiza, no por desamor a su patria, sino porque el corazón, a veces, nos empuja hacia otros destinos. “Conozco ambas realidades muy bien”, dice. “Te puedo hablar de diversión y aburrimiento en ambos países, términos muy relativos a cada ser humano. Cuando leí los dichos de la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, quedé indignada”.
Hoy, mientras camina por las calles de Ginebra con su celular en mano, el tono de voz de Micaela adquiere una tensión evidente al recordar ciertos hechos de su vida pasada; remarca los sentimientos agridulces que siente con cada regreso a la Argentina, donde debe reacomodarse, una vez más, a vivir en “modo alerta” y naturalizar comportamientos que simplemente no deberían existir.
“Dejar de tener pensamientos tensos, que sea natural no tenerlos, eso para mí no se traduce ni en aburrimiento ni diversión, eso es sencillamente calidad de vida, es vivir, no malvivir”, manifiesta con firmeza.
“La seguridad en Suiza la vivo minuto a minuto. Voy a buscar a los chicos al colegio, se abre el garage y salgo sin esperar que se cierre la puerta; manejo tranquila, bajo las ventanillas, abro el techo si hace calor, todo sin estar pendiente de nada. Disfruto sinceramente de las jornadas, vivo con tranquilidad, veo crecer a mis hijos de manera libre, autónoma; a mi marido le gusta llevarlos al colegio para compartir el momento, pero si no es posible, van en medio de transporte, solos”.
“En la estación, mientras espero el tren, saco la computadora, el celular y converso tranquila –como ahora por la calle-; a veces incluso me olvido de cerrar la puerta del jardín o alguna ventana, ¡no pasa nada! Uno empieza a naturalizar eso y es maravilloso, vivo como todos deberíamos vivir: en paz, en un marco de seguridad”.
“Más que decir que Suiza es aburrido, diría: qué bien lo están haciendo, aprendamos de ellos y de muchos países que han podido combatir la inseguridad”.
“En Suiza siento que la diversión es educada, responsable y medida, pero no deja de ser diversión al fin. El concepto va de la mano de cada cultura y se refleja: lo que para unos podrá ser divertido, a otros no les cae bien y les aburre”.
Ginebra: “La más propicia a la felicidad”
Años atrás, a Micaela Arias la idea de vivir en la ciudad elegida por Borges le resultaba atractiva. El escritor argentino le había dedicado hermosas palabras que despertaron sus deseos por saber más de ella y descubrirla: “De todas las ciudades del mundo, de todas las patrias íntimas que un hombre busca merecer a lo largo de sus viajes, es Ginebra la que me parece la más propicia a la felicidad” (Borges).
Mica se aferró a estas líneas como si se tratara de un tesoro invaluable. A través de ellas, y en un mecanismo inconsciente, supo hallar un lazo argentino capaz de sostenerla y convertir a su nuevo destino inesperado en un rincón de la tierra menos ajeno, más cercano.
Lo cierto era que Ginebra jamás había estado en sus planes. Casi quince años atrás, la mujer, que por entonces tenía 30, se consideraba plenamente feliz en su suelo natal, Buenos Aires. En el 2005 trabajaba como directora de Cuentas de una agencia de promoción y publicidad, disfrutaba de su empleo rodeada de personas a las que apreciaba mucho - y aún lo hace-, tenía amigos con los que compartía diferentes intereses, una familia en donde siempre primó el amor, y un novio madrileño, El Gallego, al que conoció en una noche porteña sin imaginar que le cambiaría la existencia de maneras impensadas.
Se casaron en Buenos Aires un agosto ante la presencia de familiares y amigos del novio, que habían viajado desde Madrid. Aquella inolvidable noche, la joven celebró su boda y se despidió de su gente por tan solo un par de años. Su intención, sinceramente, era que fueran solo dos: “Pero el destino le regalaba a mi plan su primera carcajada. Fueron nueve años en Madrid, dos hijas, un hijo, cinco años en Londres y un nuevo rumbo insospechado: Ginebra, lugar en donde vivo hasta el día de hoy. Querido destino, ¡me debés una explicación!”, exclama entre risas.
Ginebra: Una calidad de vida universal, un andar contento y una grata sorpresa
En Ginebra, la argentina comenzó a percibir una sensación que nunca antes había experimentado, una “calidad de vida universal”, que de inmediato pudo respirar en la atmósfera de las calles de la ciudad, en la actitud de las personas y su andar contento, tranquilo y seguro. “Cuando vivís en un entorno así, donde tu calidad de vida es buena, pero la del resto también, es impresionante”, expresa con una gran sonrisa, “Hasta la multa que siempre puede caer, se paga con más ganas”.
A los pocos días de comenzar las clases, la familia vivió otra grata sorpresa. Su hija mayor olvidó el bolso de deporte con toda su ropa y zapatillas nuevas en el tren y fue consciente de su ausencia recién al regresar a su hogar. “Ante semejante panorama me resigné y lo di por perdido. Al día siguiente, para mi maravilla, llegó del cole con su bolso. El personal del tren lo había encontrado al finalizar el servicio y lo llevó a su escuela. Bienvenida a Suiza, pensé. ¡Y no es la única anécdota en ese medio de transporte que tengo!”, dice divertida. “Un día me subí a un tren y comencé a caminar y caminar intentando dejar la primera clase. Finalmente, comprendí que esos asientos cómodos e impecables, con luz individual de lectura, mesita, impoluta melanina y enchufe para el cargador, pertenecían a los vagones comunes y que así se viajaba en un tren en Ginebra a diario”.
Costumbres de un nuevo hogar: diversión y respeto
En su nuevo hogar, Mica también descubrió a una ciudad con postales de ensueño y cuya pequeña superficie no representa un impedimento para convertirla en una de las más cosmopolitas de Europa. Construida circundando el lago Leman, pronto se maravilló al comprobar que toda su vida giraba en torno a él; no solo al lago, también a una mesa compartida con la fondue en el centro y los largos tenedores sumergidos en una combinación de quesos, especias y vino. Entre charla y charla, Mica jamás imaginó que llegaría a comer tanto queso.
“Y en verano hay fiestas y deportes náuticos, durante el año paseos, y siempre unas vistas maravillosas, con el Mont Blanc como testigo imponente. El lago es el rey de la ciudad y la gente lo cuida y lo protege con mucho respeto”, describe complacida. “Mis primeras impresiones al llegar fueron de lo más diversas. Me llamó la atención el silencio reinante, ¿acá nadie grita? ¿Nadie se ríe fuerte? ¿Nadie hace ruido? ¿Los perros no ladran? No, nada de eso. Acá ni los perros ladran, porque todo propietario está obligado a un curso de adiestramiento para educarlos y que cumplan con las normas de buena conducta vigentes para ellos también. En Suiza todo se hace respetar con considerables sanciones”, asegura.
Argentina en el corazón: “Viviendo afuera estás bien”
En cada regreso a Buenos Aires las emociones de Micaela Arias se desbordan como en ningún otro escenario. El reencuentro con su país y su gente le provoca sentimientos indescriptibles que la movilizan hasta las entrañas y que traen consigo sensaciones contradictorias, en donde predomina un amor inigualable.
“Las visitas, que cada vez se vuelven más esporádicas, se convierten en las inyecciones de felicidad más anheladas. Creo que vivir afuera es duro para el que se va, pero mucho más para nuestros padres que nos ven partir”, expresa profundamente conmovida.
“Y la vida sigue y poco le importa dónde podamos estar cuando quiere golpearnos con dureza. En mi caso me tocó ese llamado a deshora para recibir esas noticias que rogás que nunca lleguen. Porque volver a Buenos Aires no siempre fue una visita agradable, también me ha tocado volver con dolor, y abrazar a mi madre y hermanos para despedir a mi padre. Son esos sacudones que te mueven del eje y te obligan a replantearte si seguir o cómo seguir. Nunca olvidaré el día que mi papá me dijo: `Viviendo afuera estás bien. No vuelvas´. Su mirada era de tristeza profunda, pero su abrazo y sus palabras eran las de un padre que sentía que eso era lo que tenía que decir, porque creía que era lo mejor para mí y la familia que había formado”, concluye Micaela, conmovida, desde una Suiza a la que ha aprendido a amar, donde sonríe a diario y siente paz.
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