Una oferta laboral lo llevó a los Países Bajos, un lugar que lo enamoró, le enseñó a apreciar mejor a su tierra y a aprender otras formas de relacionarse: “Acá si alguien no quiere verte no inventa una excusa...”
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Cuando Pablo Musumeci pisó Ámsterdam por primera vez una sonrisa interminable se dibujó en su rostro. No había escapado de su realidad argentina, sino que había ido tras una oportunidad alentadora, algo que se reflejaba en su semblante sereno, así como en su entusiasmo y curiosidad.
Durante los siguientes días, cada instante se sintió como una nueva aventura, “cada experiencia un recuerdo a guardar”, rememora. Allí estaban ante él la belleza de los canales, las casas inclinadas, la multitud en bicicleta. Los rincones, la atmósfera y la gente de los Países Bajos le eran fascinantes, incluso una simple vuelta por el supermercado tenía sabor a aventura, entre colores y aromas desconocidos, así como productos que ni sabía que existían: “Sin embargo, con el tiempo y la distancia, comencé a apreciar aún más lo que la Argentina tiene para ofrecer”, asegura hoy.
Camino a Ámsterdam: “Mis padres, que hasta entonces nunca habían cruzado el Atlántico, encontraron un motivo poderoso para hacerlo”
Pablo no había llegado solo. A su pareja la había conocido en la universidad y fue durante las primeras conversaciones que descubrieron el deseo compartido de salir al mundo, explorar y ver qué había más allá de las fronteras.
Con el paso del tiempo su relación se afianzó, ambos se recibieron de ingenieros en informática y pronto comenzaron a investigar sus oportunidades fuera de Argentina. Para su fortuna, su sólida base en inglés, su entusiasmo y su título los acercó a una oferta que tomaron sin dudar. La noticia alegró a su entorno, aunque se hallara algo empañada por la tristeza y la preocupación, siempre presentes entre quienes se aman.
“Mis viejos, aunque están felices de que estoy bien, no pueden evitar ese nudo en la garganta al tenerme lejos. Pero con el tiempo, tanto ellos como yo nos dimos cuenta de que esta era una experiencia positiva, una aventura que, a pesar de los desafíos, me permitiría crecer personal y profesionalmente”, observa Pablo.
Y hubo algo más, que los padres de Pablo desconocían. La decisión de su hijo de cruzar las fronteras se convirtió en su propio catalizador. “Mis padres, que hasta entonces nunca habían cruzado el Atlántico, encontraron un motivo poderoso para hacerlo: su hijo viviendo en Ámsterdam. También se enamoraron de la ciudad, de sus canales y sus bicicletas, y para mí, compartir esa experiencia con ellos fue una alegría que no se puede describir con palabras”.
Cuando el verano llega a su fin: “Parece algo menor, pero hasta que no lo vivís no lo entendés”
Cuando el primer verano culminó el enamoramiento por la ciudad menguó para dar paso a la rutina y el caminar más apesadumbrado de una comunidad que pocas semanas antes había vibrado al ritmo de los días estivales. Para Pablo fue tiempo de concentrarse aún más en su empleo y de permitir que los pensamientos introspectivos llegaran a él. Sus emociones lejos estaban de parecerse a la exaltación que había vivido durante los primeros meses.
“Una de las cosas que más extraño es el sol de Argentina. Los inviernos en Países Bajos pueden ser duros, no solo por el frío y la lluvia, sino también por la falta de luz. La vida cambia considerablemente entre el invierno y el verano y te das cuenta de lo mucho que valorás algo tan simple como el sol cuando no lo ves durante meses. Parece algo menor, pero hasta que no lo vivís no lo entendés”, explica.
“Pero en medio de estos retos, también encontré la oportunidad de crecer y adaptarme. Aprendí a valorar lo que tenía y a disfrutar aún más de los días de sol que tocan. También aprendí a apreciar las muchas cosas buenas que Argentina tiene para ofrecer, cosas que antes daba por sentado: compartir un partido de fútbol con amigos, unos mates con mis padres, una comida con los compañeros de trabajo”.
La elección actual, a pesar del amor por Italia: “Terminamos eligiendo Ámsterdam una y otra vez por encima de cualquier otro lugar en el mundo”
Tras el primer invierno llegaron el renacimiento y las nuevas aventuras. Junto a su pareja, Pablo salió de viaje y en el camino descubrió la magia del suelo italiano. Entre sus calles algo caóticas y las conversaciones casi gritadas, los recuerdos de la Argentina emergieron evidentes. Las familias se parecían, así como la comida y hasta la forma de manejar: “Cuando uno empieza a viajar por Italia entiende mucho mejor cómo somos los porteños. Nos encanta Italia, se parece mucho a Argentina, tanto en lo bueno como en lo malo”.
“Sin embargo, Ámsterdam es una ciudad con una personalidad única. Tiene el encanto de un pequeño pueblo, podés cruzar la ciudad de un extremo a otro en bicicleta en una hora y la seguridad es excepcional. Al mismo tiempo, también tiene las ventajas de una gran capital europea: eventos de importancia, una gran cantidad de bares y restaurantes, así como un aeropuerto que ofrece conexiones a todos los destinos”.
“A esta altura, mi pareja y yo viajamos mucho y siempre decimos que si encontramos un lugar donde creemos que seremos más felices que en Ámsterdam, nos mudaremos. Ya dejamos nuestro país, que fue lo más difícil, volver a mudarnos no sería el fin del mundo. Pero, por ahora, siempre terminamos eligiendo Ámsterdam una y otra vez por encima de cualquier otro lugar en el mundo”.
El trabajo y las amistades: “Acá si alguien no quiere verte no inventa una excusa”
Desde el punto de vista profesional y desde el comienzo, para Pablo su camino fue y sigue siendo enriquecedor. Apenas ingresó al mundo laboral neerlandés sintió como si todo estuviera resuelto, dejando en evidencia una excelente organización del sistema que le permitió concentrarse solo en hacer sus tareas lo mejor posible, aun en aquellos días donde se sentía algo desorientado.
Pero pronto comprendió que el buen desempeño no se relaciona únicamente al sistema, sino también a las conversaciones diarias entre amigos y colegas: “No importa la política ni el valor del dólar, solo tu propio trabajo y cómo mejorar. Noté que los que trabajan duro y con responsabilidad rápidamente avanzan en su carrera”.
“Al principio, me preocupaba que mi inglés no fuera lo suficientemente bueno o que los profesionales aquí fueran superiores a mí”, continúa Pablo. “Pero no era el caso. Conocí a alemanes y franceses cuyo inglés era peor que el mío, y me di cuenta de que mi formación en Argentina me había preparado bien para enfrentar cualquier desafío. Los argentinos estamos acostumbrados a adaptarnos y a superar adversidades, y esas habilidades son muy valoradas en el mundo laboral”.
“El idioma (neerlandés) es muy complicado y todo el mundo habla perfecto inglés. En mi trabajo no tengo la oportunidad de practicarlo porque mis compañeros son todos de distintas partes del mundo. Recién ahora después de cinco años de vivir acá estoy aprendiéndolo. Me di cuenta de que poder tener una charla simpática con vecinos o extraños respecto a temas menores me ayuda a tener una vida socialmente más plena y feliz”, agrega con una sonrisa.
“En cuanto a la calidad humana, los holandeses tienen su propio encanto. Son gente muy amable, aunque mucho más reservada que los argentinos. Algo que me llamó la atención es su franqueza. Acá si alguien no quiere verte no inventa una excusa, simplemente te dice `no quiero verte hoy´ y la amistad continúa. Esto fue un cambio cultural que me llevó un tiempo entender y apreciar”.
“Siempre dije que no quería ser ese argentino que solo se junta con argentinos. Tengo algunos `amigoides´ de distintos países, pero mis verdaderos amigos son finalmente argentinos que también viven acá. Hay tanto pasado en común, tantas costumbres y cosas que se dicen con una mirada, que es muy difícil poder sentirse así de cómodo con un extranjero”.
De regresos y aprendizajes: “La adversidad puede llevar a la apreciación”
Hay veces que un lustro pareciera escurrirse entre los dedos, y otras, que contiene más vida que la suma de varias décadas. Pablo jamás olvidará el día que partió para explorar, ver qué había más allá en un mundo que se percibe lejano cuando lo que prima es el desconocimiento y la incertidumbre. En estos últimos cinco años vio más de lo que jamás había soñado, aprendió nuevas maneras de observar y ser, condensó vida y, al mismo tiempo, siente que fue ayer que dejó su patria atrás.
Cada vez que Pablo regresa a la Argentina, sus emociones colisionan en una mezcla de sensaciones encontradas. La alegría prevalece al ver sus amigos y familia, la nostalgia lo envuelve al ver los lugares y las experiencias que dejó del otro lado del océano.
“Hay una tristeza subyacente. Es difícil enfrentar la realidad de que las oportunidades que me quedan en la vida para ver a mis padres y abuelos las puedo contar con las manos. Pero este conocimiento también me ha hecho valorar aún más estos momentos”, dice emocionado. “Al mismo tiempo, también disfruto de lo mejor de Argentina como turista: la comida, el clima, la compañía de mis seres queridos, sin tener que lidiar con las dificultades del día a día. Es un equilibrio extraño, pero uno que he aprendido a apreciar y valorar”.
“La vida en Ámsterdam me ha enseñado muchas cosas, tanto sobre mí mismo como sobre el mundo en general. Aprendí que la adversidad puede llevar a la apreciación. Ahora valoro mucho más ver el sol en el cielo, algo que antes daba por sentado”, dice pensativo. “Y en retrospectiva, me doy cuenta de que las inseguridades iniciales eran solo eso, inseguridades. Los argentinos estamos más que capacitados para competir en el escenario mundial, nuestras habilidades y resiliencia son activos valiosos”, continúa.
“También aprendí que hacer amigos como adultos no es fácil. Uno tiene que hacer un esfuerzo, salir de su zona de confort y abrirse a nuevas experiencias y personas. Entendí que los problemas existen en todas partes del mundo y no se pueden relativizar. Para cada uno, sus problemas siempre van a ser los más importantes. La plata no te vuelve feliz, pero no tenerla como para cubrir necesidades básicas seguro te hace infeliz. Los holandeses tienen problemas del primer mundo. Los admiro por lo bien que han podido resolver muchos problemas básicos para poder tener el lujo de enfrentarse a otro tipo de dificultades. Son muy conscientes del medioambiente y los derechos de los animales”.
“Finalmente, mi experiencia en Ámsterdam me ha enseñado a vivir en el presente, a apreciar las pequeñas cosas, tanto aquí como en Argentina, ya sea el viaje en bicicleta al trabajo en Ámsterdam o acompañar a mi sobrina a la escuela en Argentina, he aprendido a valorar estos momentos y a darme cuenta de que son estos los que hacen que la vida sea tan especial”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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